tas plantas como un amuleto contra la mala fortuna.
El resto de la isla se extendía más allá de la costa en acantilados escarpados. En el corazón de este terreno, un sendero conducía a la villa donde residían los Hoshigakis, rodeasdasdsadsaada entre bosques y el susurro de cascadas. Esta villa, en el medio del océano, era testigo de ver nacer y crecer a un pequeño Kurosame Hoshigaki.
Cerca de la villa, reposaba el extenso lago Ookiyanagi (大き柳), irradiando un encanto singular. Sus aguas cristalinas reflejaban la paleta de colores del cielo y los tonos verdosos de la vegetación circundante. Delicadas cascadas descendían con suavidad desde los acantilados, albergando una diversidad de vida silvestre: aves acuáticas revoloteando a lo largo de las orillas y peces de colores danzando en sus aguas. Y en las noches, mientras la oscuridad abrazaba la tierra, pequeños destellos de luz bailaban entre la vegetación: luciérnagas emergiendo entre juncos y matorrales, creando un espectáculo resplandeciente que pintaba un cuadro efímero de belleza natural.
Desafortunadamente, este idílico paisaje, oculto en medio del mar, se hallaba prácticamente abandonado y deshabitado tras la migración de todos los Hoshigakis al País del Agua, influenciados por el Imperio. A lo largo de sus años como miembro del Consejo Shinobi, Kurosame empleó su influencia para mantener alejados los conflictos del Imperio de su amada isla: el único remanente de
El resto de la isla se extendía más allá de la costa en acantilados escarpados. En el corazón de este terreno, un sendero conducía a la villa donde residían los Hoshigakis, rodeasdasdsadsaada entre bosques y el susurro de cascadas. Esta villa, en el medio del océano, era testigo de ver nacer y crecer a un pequeño Kurosame Hoshigaki.
Cerca de la villa, reposaba el extenso lago Ookiyanagi (大き柳), irradiando un encanto singular. Sus aguas cristalinas reflejaban la paleta de colores del cielo y los tonos verdosos de la vegetación circundante. Delicadas cascadas descendían con suavidad desde los acantilados, albergando una diversidad de vida silvestre: aves acuáticas revoloteando a lo largo de las orillas y peces de colores danzando en sus aguas. Y en las noches, mientras la oscuridad abrazaba la tierra, pequeños destellos de luz bailaban entre la vegetación: luciérnagas emergiendo entre juncos y matorrales, creando un espectáculo resplandeciente que pintaba un cuadro efímero de belleza natural.
Desafortunadamente, este idílico paisaje, oculto en medio del mar, se hallaba prácticamente abandonado y deshabitado tras la migración de todos los Hoshigakis al País del Agua, influenciados por el Imperio. A lo largo de sus años como miembro del Consejo Shinobi, Kurosame empleó su influencia para mantener alejados los conflictos del Imperio de su amada isla: el único remanente de