Ray
Kuroi Ya
08-11-2024, 09:33 PM
Rizzo observó impertérrito la iracunda demostración de Lobo, cuyos ritmos duros y poderosos encandilaron a los presentes. El público se calienta, comenzando a cantar y algunos hasta a saltar. El Bar Mirador está empezando a convertirse en una auténtica fiesta guiada por dos verdaderos maestros de la música, y cada vez más espectadores entran a ver qué es lo que está sucediendo. La gente canta, baila, salta y da palmas, animados por el subidón de ritmo proporcionado por la guitarra del mink.
Es entonces cuando su compañero de escenario, enfundado en su chaqueta de brillantes lentejuelas, enciende aún más los ánimos. Con su carisma habitual y una voz potente y decidida, se dirige el público con intención de meterles todavía más en el embriagador ambiente del concierto:
- ¿Tenéis ganas de bailar? - Preguntó, a lo que el público respondió afirmativamente con una única voz. - ¡No os oigo! ¿Tenéis ganas de bailar? - Vuelve a preguntar. El sonido ensordecedor de todos los presentes contestando al unísono afirmativamente llenó toda la estancia mientras en el rostro de Rizzo aparecía una sonrisa de confianza. Estaba claro que ese tipo tenía experiencia más que sobrada actuando ante multitudes, pues la presión no parecía afectarle en lo más mínimo.
En ese momento comenzó a tocar su bandurria con un ritmo muy diferente a los que había utilizado hasta aquel momento. Un arpegio empezó a sonar, inicialmente lento y con escaso volumen, pero en muy pocos segundos fue cogiendo cada vez más velocidad y fuerza. Era un sonido como folclórico, que invitaba a la alegría, el baile y el disfrute, y que se fue metiendo en los oídos de cuantos allí se encontraban. La gente se levantó de nuevo y comenzó a bailar, siguiendo el frenético ritmo de los arpegios de Rizzo, cuyos dedos se movían ya a una velocidad que resultaba difícil de creer que fuera posible. El público saltaba, alternando apoyos con uno y otro pie y elevando el pie o la rodilla contrarios mientras giraba. Incluso algunos pocos valientes habían formado una especie de círculo vacío al que más tarde se habían lanzado a saltos, chocando hombro con hombro entre sí en un divertido pero intenso y frenético baile.
Costaba ya distinguir si estaban en un concierto en un local tan refinado como el Baratie o en la verbena de las fiestas de cualquier aldea de la isla más remota del East Blue, pues lo tradicional y lo festivo se mezclaban a la perfección en aquel pegadizo ritmo con el que Rizzo hacía las delicias de los asistentes a aquel concierto tan especial. Se notaba que ya habían pasado el ecuador del mismo, pues los ánimos estaban en lo más alto y a partir de ahora solo cabía seguir yendo hacia arriba.
Es entonces cuando su compañero de escenario, enfundado en su chaqueta de brillantes lentejuelas, enciende aún más los ánimos. Con su carisma habitual y una voz potente y decidida, se dirige el público con intención de meterles todavía más en el embriagador ambiente del concierto:
- ¿Tenéis ganas de bailar? - Preguntó, a lo que el público respondió afirmativamente con una única voz. - ¡No os oigo! ¿Tenéis ganas de bailar? - Vuelve a preguntar. El sonido ensordecedor de todos los presentes contestando al unísono afirmativamente llenó toda la estancia mientras en el rostro de Rizzo aparecía una sonrisa de confianza. Estaba claro que ese tipo tenía experiencia más que sobrada actuando ante multitudes, pues la presión no parecía afectarle en lo más mínimo.
En ese momento comenzó a tocar su bandurria con un ritmo muy diferente a los que había utilizado hasta aquel momento. Un arpegio empezó a sonar, inicialmente lento y con escaso volumen, pero en muy pocos segundos fue cogiendo cada vez más velocidad y fuerza. Era un sonido como folclórico, que invitaba a la alegría, el baile y el disfrute, y que se fue metiendo en los oídos de cuantos allí se encontraban. La gente se levantó de nuevo y comenzó a bailar, siguiendo el frenético ritmo de los arpegios de Rizzo, cuyos dedos se movían ya a una velocidad que resultaba difícil de creer que fuera posible. El público saltaba, alternando apoyos con uno y otro pie y elevando el pie o la rodilla contrarios mientras giraba. Incluso algunos pocos valientes habían formado una especie de círculo vacío al que más tarde se habían lanzado a saltos, chocando hombro con hombro entre sí en un divertido pero intenso y frenético baile.
Costaba ya distinguir si estaban en un concierto en un local tan refinado como el Baratie o en la verbena de las fiestas de cualquier aldea de la isla más remota del East Blue, pues lo tradicional y lo festivo se mezclaban a la perfección en aquel pegadizo ritmo con el que Rizzo hacía las delicias de los asistentes a aquel concierto tan especial. Se notaba que ya habían pasado el ecuador del mismo, pues los ánimos estaban en lo más alto y a partir de ahora solo cabía seguir yendo hacia arriba.