Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
09-11-2024, 10:30 AM
Ragnheidr había tenido una noche intensa. Después de la pelea con esos piratas -o lo que fueran- el grupo había sido recibido como héroes y los dueños del Baratie les ofrecieron una recompensa más que digna, un banquete hasta reventar. Y Ragn, cómo no, había aprovechado esa invitación con gusto. Comió hasta que sintió que la barriga iba a reventarle, probando de todo lo que tenía delante. Incluso llegó un punto donde solo una mesa, repleta de cositas, eran para el y para Pepe. Se había acostumbrado a comer con el animal y realmente el animal se estaba cebando, estaba mucho más gordo que antes. Cangrejo especiado, estofados exóticos, algo de pescado crujiente que chisporroteaba con un toque picante, un bol de sopa de algas que le había puesto a toser y para rematar, una carne jugosa y desconocida que nunca antes había probado. El tipo de comida que uno se reserva para noches especiales. Era una explosión de sabores y Ragn no estaba dispuesto a perderse nada de eso. Entre plato y plato, Ragn no pudo evitar colarse entre los fogones, fascinado. Había una especie de caos orquestado en aquella cocina que le recordaba a una pelea bien coreografíada. Los cuchillos volaban, las cazuelas bullían, las manos de los cocineros parecían casi invisibles de tan rápido que se movían. No pudo resistirse y pidió permiso para meter mano. Para sorpresa suya, lo dejaron ayudar e incluso hubo un par de cocineros que le hicieron bromas sobre cómo usar bien una sartén. Con una sonrisa de oreja a oreja, Ragn empezó a preparar sus platos favoritos para los revolucionarios, disfrutando de cada instante.
Sin embargo, cuando el festín terminó, todos fueron desapareciendo poco a poco. Los cocineros se retiraron, el restaurante cerró y en la cocina solo quedaron él y Airgid. Después de toda esa comida y bullicio, el silencio era casi sobrecogedor. Miró a Airgid de reojo, una mirada traviesa asomando en sus ojos. Sabía que tenían que limpiar, era parte de la responsabilidad de la cocina, pero en vez de ponerse con el trabajo, empezó a captar la atención de la chica a su manera. Fingió no ver la pila de platos sucios y comenzó a hacer malabares con tres cucharones, lanzándolos al aire y atrapándolos en un acto de torpeza cómica que más de una vez estuvo a punto de fallar. — No darrr bien.— Un par de cucharones cayeron con estruendo al suelo, pero eso solo le arrancó una carcajada, que retumbó en la cocina vacía. Poco a poco, fue acercándose a ella y entre broma y broma, la mirada entre los dos se tornó en algo distinto, más serio, más íntimo, más SEXUAL. Estaban solos, la tensión que había estado aumentando desde hacía un tiempo estalló en un beso, que los dejó ambos respirando entrecortadamente. Airgid se sentó sobre una de las mesas, empujando algunos platos y cubiertos a un lado para hacerse espacio. Ragn la siguió, envolviéndola con sus brazos, sin pensar en si podrían romper algo o en el ruido que hacían en medio de ese espacio donde hacía solo unas horas había un caos culinario. Se dejaron llevar por la emoción del momento. Fue Airgid quien, con la respiración entrecortada, separó sus labios solo un segundo para preguntarle. ¿De qué habitación hablaba?
Ragn sintió que el corazón le latía a toda velocidad. No era la primera vez que alguien le hacía una propuesta así, pero en esta ocasión era diferente. Ella era la chica de "las manos bonitas" la de Dawn, la que Nosha decía. No era una rubia más. Con un gesto algo torpe y una sonrisa, se rascó la nuca. Carraspeó, tratando de pensar en algo que sonara convincente, pero las palabras no le salían con claridad. Aun así, mirándola a los ojos, asintió con determinación. Ragnheidr sentía cómo el corazón le retumbaba en el pecho. Tenía claro que Airgid no era una chica cualquiera, no era solo otra persona con la que intercambiar miradas o compartir un momento. Debía sonar ante ella, siempre siempre siempre, convincente. Él, de cinco metros de altura, se sentía torpe y poderoso a la vez, una mezcla que le hacía sonreír como un bobo mientras la observaba en silencio, como si el tiempo hubiese suspendido todo, salvo ese momento. No respondió, porque no fue necesario. Con una sonrisa torpe, estiró su mano hasta el borde de la mesa donde Airgid estaba sentada y la miró fijamente, entonces, sin pensarlo demasiado, la levantó entre sus brazos con sorprendente suavidad. Que no era fácil en este contexto precisamente ...
—Ragn llevarrr a habitassión. —Dijo, más para sí mismo que para ella, con la voz ronca y un tanto divertida, mientras avanzaba con pasos firmes hacia la puerta de la cocina. Al salir al pasillo, se detuvo un instante para ubicarse. El Baratie era un lugar que conocía bien, o al menos, eso creía. Miraba de reojo las puertas que se alineaban en el pasillo, asumiendo que, entre todas esas puertas, alguna tendría que llevar a una habitación privada, ideal para disfrutar del momento sin interrupciones. A todo esto seguían comiéndose la boca en el trayecto. Airgid, con su brazo alrededor del cuello de Ragn, observaría cómo él avanzaba con la seguridad del que no tiene ni idea de a dónde va, pero que está convencido de que encontrará el lugar perfecto. Finalmente, Ragn divisó una puerta imponente al fondo del pasillo, con un cartel apenas visible. Con su característica confianza y una mezcla de torpeza, avanzó hacia ella, sin detenerse a leer la inscripción de “Oficina del Chef Zeff”. Como si nada, y con la convicción de que había encontrado “la habitación”, empujó la puerta y entró. El ambiente era cálido y acogedor, un tanto austero pero elegante, con una cama grande y un escritorio lleno de papeles organizados cuidadosamente. Sin pensar demasiado en los detalles, Ragn dejó a Airgid sobre la cama, mirándola con una sonrisa orgullosa de haber llegado “al lugar correcto”. Hoy ardería el Baratie.
—Ves, aquí. Guiarrr bien. —Afirmó con confianza mientras soltaba una carcajada. Antes de poder aclarar la confusión, el ambiente entre los dos volvió a tensarse en esa cercanía tan deliciosa que parecía envolverles cada vez que estaban solos. Ragn, inclinado sobre la cama para estar más cerca de ella, como si estuviera decidido a no perder ni un segundo más en dudas o distracciones. Sin embargo, en un rincón de su mente, había una sensación de que algo no encajaba, y no era tanto el hecho de que la puerta tenía un aspecto algo distinto a las habitaciones de los huéspedes. Justo en ese momento, antes de que pudiera acercarse más, el sonido de pasos fuertes y decididos resonó fuera de la puerta. Ragn frunció el ceño y miró a Airgid, como si ambos se hubieran dado cuenta al mismo tiempo de dónde estaban realmente. La puerta se abrió de golpe, y allí estaba el jefe de cocina, un hombre de rostro serio y ceño fruncido que los observaba con los brazos cruzados y una expresión de absoluta desaprobación. —¿Qué diablos hacen en mi habitación? —Gritó la voz del chef, y Ragn sintió como si el suelo se hundiera bajo sus pies. Esa gente le respetaba, tenía que ocurrírsele algo creible. —Ummm... Limpiesssa de cuarrrrto. —Comentó con una risa torpe, mientras trataba de ocultar su vergüenza. — Ya marrrcharrrr. — Tomó el cuerpecito de la rubia con su diestra, subiéndosela encima y marcharon corriendo de la habitación, en busca de otra.
Sin embargo, cuando el festín terminó, todos fueron desapareciendo poco a poco. Los cocineros se retiraron, el restaurante cerró y en la cocina solo quedaron él y Airgid. Después de toda esa comida y bullicio, el silencio era casi sobrecogedor. Miró a Airgid de reojo, una mirada traviesa asomando en sus ojos. Sabía que tenían que limpiar, era parte de la responsabilidad de la cocina, pero en vez de ponerse con el trabajo, empezó a captar la atención de la chica a su manera. Fingió no ver la pila de platos sucios y comenzó a hacer malabares con tres cucharones, lanzándolos al aire y atrapándolos en un acto de torpeza cómica que más de una vez estuvo a punto de fallar. — No darrr bien.— Un par de cucharones cayeron con estruendo al suelo, pero eso solo le arrancó una carcajada, que retumbó en la cocina vacía. Poco a poco, fue acercándose a ella y entre broma y broma, la mirada entre los dos se tornó en algo distinto, más serio, más íntimo, más SEXUAL. Estaban solos, la tensión que había estado aumentando desde hacía un tiempo estalló en un beso, que los dejó ambos respirando entrecortadamente. Airgid se sentó sobre una de las mesas, empujando algunos platos y cubiertos a un lado para hacerse espacio. Ragn la siguió, envolviéndola con sus brazos, sin pensar en si podrían romper algo o en el ruido que hacían en medio de ese espacio donde hacía solo unas horas había un caos culinario. Se dejaron llevar por la emoción del momento. Fue Airgid quien, con la respiración entrecortada, separó sus labios solo un segundo para preguntarle. ¿De qué habitación hablaba?
Ragn sintió que el corazón le latía a toda velocidad. No era la primera vez que alguien le hacía una propuesta así, pero en esta ocasión era diferente. Ella era la chica de "las manos bonitas" la de Dawn, la que Nosha decía. No era una rubia más. Con un gesto algo torpe y una sonrisa, se rascó la nuca. Carraspeó, tratando de pensar en algo que sonara convincente, pero las palabras no le salían con claridad. Aun así, mirándola a los ojos, asintió con determinación. Ragnheidr sentía cómo el corazón le retumbaba en el pecho. Tenía claro que Airgid no era una chica cualquiera, no era solo otra persona con la que intercambiar miradas o compartir un momento. Debía sonar ante ella, siempre siempre siempre, convincente. Él, de cinco metros de altura, se sentía torpe y poderoso a la vez, una mezcla que le hacía sonreír como un bobo mientras la observaba en silencio, como si el tiempo hubiese suspendido todo, salvo ese momento. No respondió, porque no fue necesario. Con una sonrisa torpe, estiró su mano hasta el borde de la mesa donde Airgid estaba sentada y la miró fijamente, entonces, sin pensarlo demasiado, la levantó entre sus brazos con sorprendente suavidad. Que no era fácil en este contexto precisamente ...
—Ragn llevarrr a habitassión. —Dijo, más para sí mismo que para ella, con la voz ronca y un tanto divertida, mientras avanzaba con pasos firmes hacia la puerta de la cocina. Al salir al pasillo, se detuvo un instante para ubicarse. El Baratie era un lugar que conocía bien, o al menos, eso creía. Miraba de reojo las puertas que se alineaban en el pasillo, asumiendo que, entre todas esas puertas, alguna tendría que llevar a una habitación privada, ideal para disfrutar del momento sin interrupciones. A todo esto seguían comiéndose la boca en el trayecto. Airgid, con su brazo alrededor del cuello de Ragn, observaría cómo él avanzaba con la seguridad del que no tiene ni idea de a dónde va, pero que está convencido de que encontrará el lugar perfecto. Finalmente, Ragn divisó una puerta imponente al fondo del pasillo, con un cartel apenas visible. Con su característica confianza y una mezcla de torpeza, avanzó hacia ella, sin detenerse a leer la inscripción de “Oficina del Chef Zeff”. Como si nada, y con la convicción de que había encontrado “la habitación”, empujó la puerta y entró. El ambiente era cálido y acogedor, un tanto austero pero elegante, con una cama grande y un escritorio lleno de papeles organizados cuidadosamente. Sin pensar demasiado en los detalles, Ragn dejó a Airgid sobre la cama, mirándola con una sonrisa orgullosa de haber llegado “al lugar correcto”. Hoy ardería el Baratie.
—Ves, aquí. Guiarrr bien. —Afirmó con confianza mientras soltaba una carcajada. Antes de poder aclarar la confusión, el ambiente entre los dos volvió a tensarse en esa cercanía tan deliciosa que parecía envolverles cada vez que estaban solos. Ragn, inclinado sobre la cama para estar más cerca de ella, como si estuviera decidido a no perder ni un segundo más en dudas o distracciones. Sin embargo, en un rincón de su mente, había una sensación de que algo no encajaba, y no era tanto el hecho de que la puerta tenía un aspecto algo distinto a las habitaciones de los huéspedes. Justo en ese momento, antes de que pudiera acercarse más, el sonido de pasos fuertes y decididos resonó fuera de la puerta. Ragn frunció el ceño y miró a Airgid, como si ambos se hubieran dado cuenta al mismo tiempo de dónde estaban realmente. La puerta se abrió de golpe, y allí estaba el jefe de cocina, un hombre de rostro serio y ceño fruncido que los observaba con los brazos cruzados y una expresión de absoluta desaprobación. —¿Qué diablos hacen en mi habitación? —Gritó la voz del chef, y Ragn sintió como si el suelo se hundiera bajo sus pies. Esa gente le respetaba, tenía que ocurrírsele algo creible. —Ummm... Limpiesssa de cuarrrrto. —Comentó con una risa torpe, mientras trataba de ocultar su vergüenza. — Ya marrrcharrrr. — Tomó el cuerpecito de la rubia con su diestra, subiéndosela encima y marcharon corriendo de la habitación, en busca de otra.