Mayura Pavone
El Pavo Real del Oceano
09-11-2024, 05:39 PM
Desde que partieron de la Villa Shimotsuki, Mayura había mantenido una expresión tranquila y contemplativa. Sus ojos grises capturaban cada detalle de las sombras proyectadas por la luz de la luna sobre el paisaje cambiante. Era un silencio introspectivo, una pausa forzada en su habitual actitud teatral, que le permitía a su mente divagar entre los recuerdos de su vida antes de la isla y todas las experiencias que había vivido desde entonces, experiencias que han moldeado un marcado “antes y después” en su vida. Aunque estaba acostumbrado a escenarios grandiosos y lujosos, había algo en aquella simplicidad nocturna, en la calma del campamento bajo el cielo estrellado, que le daba cierta paz, un respiro entre las intrigas y los juegos de poder en los que tan a menudo se veía envuelto, era como si por primera vez el Pavo Real del Océano mostrara un destello de humildad tras tantos planes fallidos.
Cuando finalmente llegaron al claro y se instalaron junto a la fogata, Mayura mantuvo su postura elegante, observando en silencio cómo sus compañeros caían uno a uno bajo el hechizo de Morfeo a excepción de dos. No obstante, la presencia de Fay, despierta y ensimismada en sus pensamientos junto a las brasas, captó su atención. Había una serenidad en ella que contrastaba con la agitación que solía ver en el mundo exterior. Mientras ella removía las brasas y susurraba sus preguntas al aire, el Pavo Real del Océano sonrió para sí mismo, adivinando las dudas y anhelos que se escondían detrás de cada palabra.
Cuando Fay, sin mirarlo directamente, le preguntó de dónde venía y si el mundo allá afuera era tan peligroso como decían, Mayura dejó que su mirada vagara por el fuego, el resplandor de las llamas reflejándose en sus ojos mientras consideraba cómo responder. — ¿De dónde vengo? — comenzó, su tono suave y casi tan melodioso como siempre. — Supongo que de un lugar que ahora parece tan lejano que podría haber sido un sueño… o una pesadilla, según cómo se mire. — Hizo una pausa, evaluando la reacción de Fay antes de continuar. — Verás, querida, el mundo fuera de esta isla tiene de todo, desde maravillas hasta horrores que desafían la imaginación. Es un lugar donde cada paso puede llevarte a la cima de una montaña o al abismo de un océano sin fondo. Y, sí, es peligroso… pero también está lleno de promesas, de oportunidades que solo aquellos que se atreven a desafiar el peligro pueden alcanzar. Es un mundo que términos llanos, puede desafiar cualquier razonamiento lógico. — Su mirada y tono continuaron suaves, enigmáticos y con un ligero toque de fantasía, era como si en cada palabra de Mayura se confirmaran las historias que despertaba la curiosidad de cualquier niño, pero al mismo tiempo que le aterraba como la peor pesadilla.
— Cuando salí de mi hogar, pensaba que el mundo estaba esperándome, listo para recibir a alguien tan… único, — esbozó una sonrisa ligera, juguetona, — como yo. Pero la realidad es que el mundo no espera a nadie. Es como un escenario en el que cada uno debe crear su propio papel, y en esa improvisación constante, el riesgo es tan real como la recompensa. — Sus palabras parecían flotar en el aire, entrelazándose con el silencio de la noche y el suave crujido del fuego. — He conocido maravillas y he sido testigo de tragedias; he probado el lujo y el hambre, y he entendido que lo único seguro en ese vasto océano de incertidumbre… es uno mismo. Es una vida llena de libertad. Sin barreras, sí, pero también sin refugios seguros. — Mayura observó el rostro de Fay mientras sus palabras calaban en ella, buscando notar si sus palabras despertaban alguna chispa o tocaban alguna tecla latente. Finalmente, ella susurró lo que parecía una confesión, admitiendo que la isla le parecía una jaula, un refugio que la protegía, pero que también la encerraba.
— Ah, querida Fay, creo que en eso radica el dilema de todos los que nacemos con un espíritu inquieto. — Mayura esbozó una sonrisa triste y entendida, sus palabras resonando con la melancolía de alguien que había dejado atrás lo conocido en busca de algo más. — La seguridad es como un abrigo cálido, pero tarde o temprano se vuelve sofocante. Y entonces, el deseo de explorar, de ir más allá, se convierte en una necesidad que no puede ignorarse. Yo lo sentí, mucho antes de abandonar mi hogar, y creo que tú también lo sientes… ese Pavo Real que todos tenemos latente. — aquel tono dramático se acentuaba más hasta hacer esa pausa donde bajó la voz casi como si fuera un susurro. — Pero el mundo no es amable con aquellos que quieren ver más allá de sus fronteras, Fay. Los caminos están llenos de incertidumbre y… — ahora buscaba mirarle fijamente a los ojos. — …aquellos que buscan la libertad deben estar dispuestos a pagar un precio. — él podía sentir que había algo en ella que parecía debatirse entre el deseo de romper las barreras de su mundo y el miedo a lo desconocido, estuvo en su posición en algún momento por lo que podía sentir esa empatía que aparecía una vez cada mil años permitiéndose una sonrisa cálida hacia la chica, una que rara vez mostraba a otros.
Entonces, con suavidad, formuló su propia pregunta, buscando comprender la motivación de alguien como Fay, que aún permanecía anclada en esa isla. — Dime, Fay, ¿por qué haces todo esto? — preguntó, con un tono suave y genuino. — ¿Por qué tú y los demás siguen los pasos de Oz y aceptan vivir bajo su yugo? — Sus palabras flotaron en el aire, cargadas de curiosidad sincera. No era solo una pregunta casual; quería saber qué mantenía a Fay atada a esa isla, qué la detenía de lanzarse al vasto y peligroso mundo que él mismo había conocido. Fay era alguien que, en su inocencia y su honestidad, le había mostrado un lado del pintoresco grupo que no había visto antes, y en esa pregunta, Mayura buscaba entender la naturaleza de esa dualidad: el deseo de libertad y la lealtad a un entorno que era una cárcel más que un refugio.
Observó a Fay con paciencia, permitiendo que el silencio envolviera su pregunta. Pudo notar que, para alguien como ella, responder no sería fácil. Pero también sabía que, en ese momento de honestidad, ambos podrían encontrar una conexión que trascendía las palabras. Y mientras esperaba su respuesta, Mayura volvió a contemplar el cielo estrellado, preguntándose qué sería de él si hubiera permanecido en el mundo seguro que alguna vez había conocido, un mundo que, como Fay describió, era a la vez refugio y prisión.
Cuando finalmente llegaron al claro y se instalaron junto a la fogata, Mayura mantuvo su postura elegante, observando en silencio cómo sus compañeros caían uno a uno bajo el hechizo de Morfeo a excepción de dos. No obstante, la presencia de Fay, despierta y ensimismada en sus pensamientos junto a las brasas, captó su atención. Había una serenidad en ella que contrastaba con la agitación que solía ver en el mundo exterior. Mientras ella removía las brasas y susurraba sus preguntas al aire, el Pavo Real del Océano sonrió para sí mismo, adivinando las dudas y anhelos que se escondían detrás de cada palabra.
Cuando Fay, sin mirarlo directamente, le preguntó de dónde venía y si el mundo allá afuera era tan peligroso como decían, Mayura dejó que su mirada vagara por el fuego, el resplandor de las llamas reflejándose en sus ojos mientras consideraba cómo responder. — ¿De dónde vengo? — comenzó, su tono suave y casi tan melodioso como siempre. — Supongo que de un lugar que ahora parece tan lejano que podría haber sido un sueño… o una pesadilla, según cómo se mire. — Hizo una pausa, evaluando la reacción de Fay antes de continuar. — Verás, querida, el mundo fuera de esta isla tiene de todo, desde maravillas hasta horrores que desafían la imaginación. Es un lugar donde cada paso puede llevarte a la cima de una montaña o al abismo de un océano sin fondo. Y, sí, es peligroso… pero también está lleno de promesas, de oportunidades que solo aquellos que se atreven a desafiar el peligro pueden alcanzar. Es un mundo que términos llanos, puede desafiar cualquier razonamiento lógico. — Su mirada y tono continuaron suaves, enigmáticos y con un ligero toque de fantasía, era como si en cada palabra de Mayura se confirmaran las historias que despertaba la curiosidad de cualquier niño, pero al mismo tiempo que le aterraba como la peor pesadilla.
— Cuando salí de mi hogar, pensaba que el mundo estaba esperándome, listo para recibir a alguien tan… único, — esbozó una sonrisa ligera, juguetona, — como yo. Pero la realidad es que el mundo no espera a nadie. Es como un escenario en el que cada uno debe crear su propio papel, y en esa improvisación constante, el riesgo es tan real como la recompensa. — Sus palabras parecían flotar en el aire, entrelazándose con el silencio de la noche y el suave crujido del fuego. — He conocido maravillas y he sido testigo de tragedias; he probado el lujo y el hambre, y he entendido que lo único seguro en ese vasto océano de incertidumbre… es uno mismo. Es una vida llena de libertad. Sin barreras, sí, pero también sin refugios seguros. — Mayura observó el rostro de Fay mientras sus palabras calaban en ella, buscando notar si sus palabras despertaban alguna chispa o tocaban alguna tecla latente. Finalmente, ella susurró lo que parecía una confesión, admitiendo que la isla le parecía una jaula, un refugio que la protegía, pero que también la encerraba.
— Ah, querida Fay, creo que en eso radica el dilema de todos los que nacemos con un espíritu inquieto. — Mayura esbozó una sonrisa triste y entendida, sus palabras resonando con la melancolía de alguien que había dejado atrás lo conocido en busca de algo más. — La seguridad es como un abrigo cálido, pero tarde o temprano se vuelve sofocante. Y entonces, el deseo de explorar, de ir más allá, se convierte en una necesidad que no puede ignorarse. Yo lo sentí, mucho antes de abandonar mi hogar, y creo que tú también lo sientes… ese Pavo Real que todos tenemos latente. — aquel tono dramático se acentuaba más hasta hacer esa pausa donde bajó la voz casi como si fuera un susurro. — Pero el mundo no es amable con aquellos que quieren ver más allá de sus fronteras, Fay. Los caminos están llenos de incertidumbre y… — ahora buscaba mirarle fijamente a los ojos. — …aquellos que buscan la libertad deben estar dispuestos a pagar un precio. — él podía sentir que había algo en ella que parecía debatirse entre el deseo de romper las barreras de su mundo y el miedo a lo desconocido, estuvo en su posición en algún momento por lo que podía sentir esa empatía que aparecía una vez cada mil años permitiéndose una sonrisa cálida hacia la chica, una que rara vez mostraba a otros.
Entonces, con suavidad, formuló su propia pregunta, buscando comprender la motivación de alguien como Fay, que aún permanecía anclada en esa isla. — Dime, Fay, ¿por qué haces todo esto? — preguntó, con un tono suave y genuino. — ¿Por qué tú y los demás siguen los pasos de Oz y aceptan vivir bajo su yugo? — Sus palabras flotaron en el aire, cargadas de curiosidad sincera. No era solo una pregunta casual; quería saber qué mantenía a Fay atada a esa isla, qué la detenía de lanzarse al vasto y peligroso mundo que él mismo había conocido. Fay era alguien que, en su inocencia y su honestidad, le había mostrado un lado del pintoresco grupo que no había visto antes, y en esa pregunta, Mayura buscaba entender la naturaleza de esa dualidad: el deseo de libertad y la lealtad a un entorno que era una cárcel más que un refugio.
Observó a Fay con paciencia, permitiendo que el silencio envolviera su pregunta. Pudo notar que, para alguien como ella, responder no sería fácil. Pero también sabía que, en ese momento de honestidad, ambos podrían encontrar una conexión que trascendía las palabras. Y mientras esperaba su respuesta, Mayura volvió a contemplar el cielo estrellado, preguntándose qué sería de él si hubiera permanecido en el mundo seguro que alguna vez había conocido, un mundo que, como Fay describió, era a la vez refugio y prisión.