Jack D. Agnis
Golden Eyes
10-11-2024, 04:23 AM
-Muy bien, entonces no tengo más opción que creerles cuando dicen que no me están estafando,- dije con tono jocoso e irónico, dejando claro a los muchachos que no iba en serio. -Y si este es el último encargo, no perdamos más tiempo. El tiempo es un lujo limitado para los mortales,- añadí, esbozando una sonrisa sarcástica mientras seguía al que parecía ser el líder de los tres hermanos.
No me emocionaba hacer mandados, pero si eso me acercaba a mi objetivo, lo haría sin problema. Además, no perdía nada haciendo buenas migas con los del dojo, un lugar que me tenía intrigado y que, en el fondo, deseaba poseer.
Avanzamos hasta un taller abierto, custodiado por un hombre robusto de aspecto rudo, al que supuse dueño del lugar. Observé cómo uno de los hermanos, aunque ya no recordaba cuál, se adelantaba a buscar un encargo de su maestro. Me pregunté si sería una espada nueva, quizá una de doble filo y más veloz que otras, pero mi expectativa se derrumbó al ver que era un simple monolito de piedra. Lo miré con curiosidad, pero sin mucho entusiasmo.
Uno de los hermanos me lanzó una mirada seria, y le respondí con una sonrisa divertida. No hacía falta que dijera nada: con esa mirada, comprendí que estos chicos no eran como los demás, esos que solo vagaban sin rumbo; ellos tenían una determinación admirable.
Mientras avanzábamos por la selva, atravesando un sendero empinado, me enfrenté a más obstáculos de los que había imaginado. ¿Quién, en su sano juicio, construiría un lugar tan alejado de la civilización y rodeado de trampas naturales? Maldije el terreno y el peso que cargaba en mis hombros. Aunque podía con él, la subida era agotadora.
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Como buen marinero, más habituado al balanceo del mar que a la dureza del suelo, me quedé rezagado mientras los tres hermanos avanzaban con mayor destreza. Aun así, el cansancio en sus rostros era evidente.
-Oigan,- jadeé, sin aliento, -¿podemos descansar un poco? Sé que hay que seguir, pero ustedes son jóvenes y yo... algo viejo. Además, soy hombre de mar, no de tierra.- Dije esto en tono jocoso, respirando con dificultad y deteniéndome un momento.
-Díganme, ¿qué iban a hacer sin mí para cargar la tercera canasta?- pregunté, agotado, antes de retomar el paso, arrastrando los pies con esfuerzo.
Con cada paso por el sendero empinado, noté una hilera de personas descendiendo de la montaña y acercándose a los hermanos. Apenas les presté atención; solo quería llegar al maldito dojo, cosa que logramos tras unos minutos más de caminata.
Al llegar al arco de entrada, dejé caer la canasta y me dejé caer al suelo, boca arriba.
-Ash estos malditos pies me están matando- mascullé, mientras giraba el rostro para admirar el lugar al que habíamos llegado. No podía negar que la vista era espectacular, y terminé poniéndome de pie para apreciarla mejor.
-Así que esta es la vista que siempre tienen, ¿eh? Nada mal, niños - dije sonriendo, respirando hondo y dejándome llevar por el placer de contemplar semejante paisaje.
Mientras lo observaba, absorto, una voz masculina me sacó del ensueño. Me giré y me encontré con un hombre de ropas desgastadas y sucias; tenía toda la pinta de los borrachos de taberna, y por un momento me ilusioné con la idea de que el dojo pudiera tener un lugar donde beber.
-¡Jajaja! Lo siento, viejo, pero esta espada es un tesoro para mí. Si se la diera a alguien, me cortaría las pelotas de un solo tajo.- Reí, extendiéndole un puñado de berris. -Si lo que buscas es algo de dinero, toma. Espero que te ayude a comer.-
Desde que había salido al mar, no me faltaba el dinero, así que hacer algo de caridad, especialmente frente a mis futuros seguidores, no parecía una mala idea.
-Espero que sea suficiente. Y si pasas por la taberna, tómate una botella de ron en mi nombre. Soy Jack. Por cierto si encuentras a un lobo humanoide o a un conejo humanoide, diles que estoy aqui- exclamé divertido y con una sonrisa, antes de ver como este se alejaba. Hacerme amigo de los borrachos era casi un talento natural.
No me emocionaba hacer mandados, pero si eso me acercaba a mi objetivo, lo haría sin problema. Además, no perdía nada haciendo buenas migas con los del dojo, un lugar que me tenía intrigado y que, en el fondo, deseaba poseer.
Avanzamos hasta un taller abierto, custodiado por un hombre robusto de aspecto rudo, al que supuse dueño del lugar. Observé cómo uno de los hermanos, aunque ya no recordaba cuál, se adelantaba a buscar un encargo de su maestro. Me pregunté si sería una espada nueva, quizá una de doble filo y más veloz que otras, pero mi expectativa se derrumbó al ver que era un simple monolito de piedra. Lo miré con curiosidad, pero sin mucho entusiasmo.
Uno de los hermanos me lanzó una mirada seria, y le respondí con una sonrisa divertida. No hacía falta que dijera nada: con esa mirada, comprendí que estos chicos no eran como los demás, esos que solo vagaban sin rumbo; ellos tenían una determinación admirable.
Mientras avanzábamos por la selva, atravesando un sendero empinado, me enfrenté a más obstáculos de los que había imaginado. ¿Quién, en su sano juicio, construiría un lugar tan alejado de la civilización y rodeado de trampas naturales? Maldije el terreno y el peso que cargaba en mis hombros. Aunque podía con él, la subida era agotadora.
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Como buen marinero, más habituado al balanceo del mar que a la dureza del suelo, me quedé rezagado mientras los tres hermanos avanzaban con mayor destreza. Aun así, el cansancio en sus rostros era evidente.
-Oigan,- jadeé, sin aliento, -¿podemos descansar un poco? Sé que hay que seguir, pero ustedes son jóvenes y yo... algo viejo. Además, soy hombre de mar, no de tierra.- Dije esto en tono jocoso, respirando con dificultad y deteniéndome un momento.
-Díganme, ¿qué iban a hacer sin mí para cargar la tercera canasta?- pregunté, agotado, antes de retomar el paso, arrastrando los pies con esfuerzo.
Con cada paso por el sendero empinado, noté una hilera de personas descendiendo de la montaña y acercándose a los hermanos. Apenas les presté atención; solo quería llegar al maldito dojo, cosa que logramos tras unos minutos más de caminata.
Al llegar al arco de entrada, dejé caer la canasta y me dejé caer al suelo, boca arriba.
-Ash estos malditos pies me están matando- mascullé, mientras giraba el rostro para admirar el lugar al que habíamos llegado. No podía negar que la vista era espectacular, y terminé poniéndome de pie para apreciarla mejor.
-Así que esta es la vista que siempre tienen, ¿eh? Nada mal, niños - dije sonriendo, respirando hondo y dejándome llevar por el placer de contemplar semejante paisaje.
Mientras lo observaba, absorto, una voz masculina me sacó del ensueño. Me giré y me encontré con un hombre de ropas desgastadas y sucias; tenía toda la pinta de los borrachos de taberna, y por un momento me ilusioné con la idea de que el dojo pudiera tener un lugar donde beber.
-¡Jajaja! Lo siento, viejo, pero esta espada es un tesoro para mí. Si se la diera a alguien, me cortaría las pelotas de un solo tajo.- Reí, extendiéndole un puñado de berris. -Si lo que buscas es algo de dinero, toma. Espero que te ayude a comer.-
Desde que había salido al mar, no me faltaba el dinero, así que hacer algo de caridad, especialmente frente a mis futuros seguidores, no parecía una mala idea.
-Espero que sea suficiente. Y si pasas por la taberna, tómate una botella de ron en mi nombre. Soy Jack. Por cierto si encuentras a un lobo humanoide o a un conejo humanoide, diles que estoy aqui- exclamé divertido y con una sonrisa, antes de ver como este se alejaba. Hacerme amigo de los borrachos era casi un talento natural.