Atlas
Nowhere | Fénix
10-11-2024, 06:13 AM
¡Cuánto tiempo, ¿verdad?! Es como si llevásemos más de un mes sin vernos. Un momento... Bueno, antes de continuar os tengo que decir que podéis dejar los jamones y los nikas —sobre todo los nikas— al lado de la puerta cuando entréis por no haberos degollado a todos varias veces a base de saltos de turno. Dicho esto y bromas aparte, continuemos con el reclutamiento de la buena hiena sarnosa —o eso dice Byron—.
La decisión está tomada y todos vais a una. Algo ata a uno de vosotros a esa dichosa isla, algo que tira de él y le impide abandonarla junto al resto hasta que pueda sepultar el dolor de su pasado. Kael ha pasado por algo similar y tiene claro que hay heridas que no pueden cerrar mientras la ofensa no sea subsanada. No sólo él; todos lo sabéis y es por ello que os prestáis a acabar con esa panda de malnacidos que, según ha descubierto Vesper, se aloja en una cueva no demasiado lejos del pueblo de Rostock.
Voy a suponer que todos y cada uno de vosotros os ponéis en marcha hacia vuestro destino, ¿no? Si alguien tiene algún preparativo que hacer antes de la partida, no seré yo quien diga en el próximo post que ya no se puede. En cualquier caso, en cuanto ponéis un pie en las calles de Rostock tenéis claro que las cosas tal vez no vayan a suceder tal y como habíais pensado.
En la plaza central, dos hombres, tres mujeres y un niño son consolados y atendidos por la población local. A poco que os acerquéis lo más mínimo podréis ver los hilos de sangre seca cayendo por sus rostros y el color rojo apagado del que se ha teñido su ropa. Tienen los rostros llenos de magulladuras y hematomas, los labios hinchados y rotos y alguna que otra extremidad torpemente inmovilizada.
A vuestro lado, dos ancianos pasan con sendos barreños de repletos de agua tibia teñida por el color de la sangre. Parece que van de camino a limpiar los recipientes y llenarlos de nuevo con agua limpia. Van conversando entre ellos:
—Sí, al parecer lo han vuelto a hacer. Llevaban una temporada sin dar la lata, pero se habrán quedado sin dinero o sin provisiones. A saber. No sé a qué está esperando la Marina. Por más que les pedimos una y otra vez que les paren los pies no paran de darnos largas. Después del último ataque, hace ya algunas semanas, fui yo mismo a exigir ayuda y me dijeron, ni cortos ni perezosos, que eran unos bandidos muy escurridizos y que peinar todo el bosque y la montaña llevaría mucho tiempo y dinero. Que para las pérdidas que los bandidos ocasionaban el gasto de recursos materiales y humanos era demasiado alto. ¡Palabrería burocrática y vacía, en mi opinión!
—¡Muy bien dicho! —confirma el otro mientras, a consecuencia de la indignación y el traqueteo que ambos llevan, parte del agua cae al suelo—, pero en el pueblo no hay suficiente gente joven ni preparada como para enfrentarnos a ellos. ¿Vamos a tener que seguir así de por vida?
Ambos continúan caminando hacia delante entre lamentos. En mi opinión, es una lástima que quienes han vivido en un lugar tranquilo y próspero tengan que pasar sus últimos momentos viendo cómo se convierte en un enclave inseguro y peligroso. Sea como sea, si os acercáis a los heridos podréis escuchar cómo siguen dando explicaciones a los vecinos:
—No, sólo somos un pequeño grupo de comerciantes de Dawn. Nos han llegado rumores de que en las últimas semanas ha habido mucha actividad por aquí, así que veníamos a intentar hacer algo de dinero. Traíamos dos carros cargados de pieles, el trabajo de todo un año. Les dijimos que les daríamos el dinero que llevábamos encima, pero que por favor nos dejaran las pieles. Es nuestro único sustento y no crece en los árboles precisamente. Pero, como podéis ver, les dio igual. ¿De qué vamos a vivir? —dice una de las mujeres, la más golpeada.
—Íbamos caminando por un desfiladero al sur del pueblo cuando nos asaltaron. No les vimos ni les oímos llegar. Cuando quisimos darnos cuenta, estábamos rodeados y no teníamos nada que hacer —termina de explicar el niño, sorprendentemente sereno para la situación que acaba de vivir y el estado en el que se encuentra.
La decisión está tomada y todos vais a una. Algo ata a uno de vosotros a esa dichosa isla, algo que tira de él y le impide abandonarla junto al resto hasta que pueda sepultar el dolor de su pasado. Kael ha pasado por algo similar y tiene claro que hay heridas que no pueden cerrar mientras la ofensa no sea subsanada. No sólo él; todos lo sabéis y es por ello que os prestáis a acabar con esa panda de malnacidos que, según ha descubierto Vesper, se aloja en una cueva no demasiado lejos del pueblo de Rostock.
Voy a suponer que todos y cada uno de vosotros os ponéis en marcha hacia vuestro destino, ¿no? Si alguien tiene algún preparativo que hacer antes de la partida, no seré yo quien diga en el próximo post que ya no se puede. En cualquier caso, en cuanto ponéis un pie en las calles de Rostock tenéis claro que las cosas tal vez no vayan a suceder tal y como habíais pensado.
En la plaza central, dos hombres, tres mujeres y un niño son consolados y atendidos por la población local. A poco que os acerquéis lo más mínimo podréis ver los hilos de sangre seca cayendo por sus rostros y el color rojo apagado del que se ha teñido su ropa. Tienen los rostros llenos de magulladuras y hematomas, los labios hinchados y rotos y alguna que otra extremidad torpemente inmovilizada.
A vuestro lado, dos ancianos pasan con sendos barreños de repletos de agua tibia teñida por el color de la sangre. Parece que van de camino a limpiar los recipientes y llenarlos de nuevo con agua limpia. Van conversando entre ellos:
—Sí, al parecer lo han vuelto a hacer. Llevaban una temporada sin dar la lata, pero se habrán quedado sin dinero o sin provisiones. A saber. No sé a qué está esperando la Marina. Por más que les pedimos una y otra vez que les paren los pies no paran de darnos largas. Después del último ataque, hace ya algunas semanas, fui yo mismo a exigir ayuda y me dijeron, ni cortos ni perezosos, que eran unos bandidos muy escurridizos y que peinar todo el bosque y la montaña llevaría mucho tiempo y dinero. Que para las pérdidas que los bandidos ocasionaban el gasto de recursos materiales y humanos era demasiado alto. ¡Palabrería burocrática y vacía, en mi opinión!
—¡Muy bien dicho! —confirma el otro mientras, a consecuencia de la indignación y el traqueteo que ambos llevan, parte del agua cae al suelo—, pero en el pueblo no hay suficiente gente joven ni preparada como para enfrentarnos a ellos. ¿Vamos a tener que seguir así de por vida?
Ambos continúan caminando hacia delante entre lamentos. En mi opinión, es una lástima que quienes han vivido en un lugar tranquilo y próspero tengan que pasar sus últimos momentos viendo cómo se convierte en un enclave inseguro y peligroso. Sea como sea, si os acercáis a los heridos podréis escuchar cómo siguen dando explicaciones a los vecinos:
—No, sólo somos un pequeño grupo de comerciantes de Dawn. Nos han llegado rumores de que en las últimas semanas ha habido mucha actividad por aquí, así que veníamos a intentar hacer algo de dinero. Traíamos dos carros cargados de pieles, el trabajo de todo un año. Les dijimos que les daríamos el dinero que llevábamos encima, pero que por favor nos dejaran las pieles. Es nuestro único sustento y no crece en los árboles precisamente. Pero, como podéis ver, les dio igual. ¿De qué vamos a vivir? —dice una de las mujeres, la más golpeada.
—Íbamos caminando por un desfiladero al sur del pueblo cuando nos asaltaron. No les vimos ni les oímos llegar. Cuando quisimos darnos cuenta, estábamos rodeados y no teníamos nada que hacer —termina de explicar el niño, sorprendentemente sereno para la situación que acaba de vivir y el estado en el que se encuentra.