Si algo podía decirse de la tripulación es que era efectiva a la hora de despachar amenazas. De seguro estarían satisfechos con el resultado, aunque no así el médico, que miraba con lástima los cuerpos tumbados en el suelo y en especial al montón de telas rojas en el que Silver había convertido a uno de los traficantes. Sintió el habitual impulso de comprobar su estado - y sus posesiones mientras tanto - pero recordando la situación vivida días antes en la bodega de aquel mercante maldito se contuvo. No era el momento de discusiones, y viendo como habían tratado a aquellos pequeños niños... quizá tampoco merecían las complicaciones.
Decidió centrar sus atenciones médicas en los pequeños. Se acercó a ellos de forma cordial, incluso amistosa para la neutralidad habitual de Marvolath. Sabía que su voz fría y neutra no los cautivaría, pero su aspecto infantil a menudo le facilitaba el trabajo con niños.
- Ya están a salvo. Nadie les hará daño. ¿Están heridos? Soy médico. ¿Puedo acercarme? - trató de añadir cierta calidez en su voz, algo que había evitado desde que podía recordar.
Incluso en la oscuridad de la noche era evidente que estaban exhaustos y aterrados, y que se mantenían en pie a fuerza de adrenalina y voluntad. Manteniendo aún cierta distancia para no intimidarlos, sacó de su mochila un puñado de semillas pequeñas y oscuras y las enseñó, tomando unas pocas y masticándolas. El amargor le hizo carraspear ligeramente.
- Son un poco amargas, pero se sentirán mejor. - estiró la mano mientras se acercaba lentamente, ofreciéndoselas.
A medida que se acercaba pudo comenzar a apreciar el estado superficial en el que se encontraban. Excoriaciones y ulceraciones por las cadenas. Malnutrición. Deshidratación. Asintió para sí mismo, confirmando los síntomas que esperaba encontrar. Sacó de su mochila una botella con simple agua.
- Sé que tienen sed, pero poco a poco o les sentará mal.
A fuerza de costumbre había aprendido a disociarse de sus pacientes, a verlos como problemas que comprender y resolver antes de olvidarlos y pasar a otro. Pero estos niños, pequeños e indefensos, le recordaban una época oscura que, si bien no se permitía olvidar, escondía en un lugar profundo donde no pudiese hacer daño. La precipitada acción del capitán seguramente complicaría el plan, pero no podía sino comprender y alegrarse de haberles ahorrado la agonía que les esperaba.
- Tenemos que encontrar las llaves de las cadenas - dijo escuetamente, señalando a los cuerpos inertes. El contraste de la escasa calidez con la que hablaba a los niños con el frío habitual fue notable. - Quizá tengan más de esas entradas que mencionaron. Y capitán, mi opinión médica es que deberíamos de ponerlos a salvo para que puedan descansar. Quizá en el barco.