Airgid Vanaidiam
Metalhead
10-11-2024, 05:31 PM
A cada segundo que pasaba, Airgid se sentía más segura respecto a la decisión que acababan de tomar. Estaba encandilada, como si se encontrara viviendo un sueño. Una vez más, la vida le demostraba que las casualidades no existían, que su relación con Ragnheidr estaba prácticamente predestinada, hilada con un fino pero resistente hilo que les había unido desde el principio de los tiempos. Todo era sencillamente perfecto, él lo era, también el lugar donde se encontraban y el camino que les había reunido de nuevo. Cuando estaba con Ragn, sentía que todo estaba bien.
Airgid continuaba jugando con el cuello del buccaneer, deleteitándose del calor de su piel, de su olor, de las reacciones que desencadenaba en el contrario. Le resultaba imposible reprimirse, siempre que se acercaban más de la cuenta terminaban igual, manoseándose, besándose, calentándose, como dos adolescentes con las hormonas a flor de piel. Ni si quiera les hacía falta tener siempre ese contexto romántico, ya tenían el antecedente de pelear el uno contra el otro y sentir esa misma emoción, ese deseo más bestial y desenfrenado. Ambos eran guerreros férreos, con músculos extremadamente entrenados y una gran resistencia, no tenían que contenerse cuando se enfrentaban. Y tampoco cuando iban más allá.
El choque de Ragn, colocándola contra la pared con brusquedad la pilló por sorpresa, dejando salir un leve quejido de entre sus labios tras del inesperado impacto. Una sorpresa que se convirtió en deleite cuando notó las grandes y toscas manos de Ragnheidr recorrer todo su cuerpo. Todo en él era tan enorme en relación a ella. Airgid nunca se había sentido como una mujer delicada, excepto cuando Ragn la manoseaba. Era como si supiera encontrar cada una de sus debilidades, sabía perfectamente como desarmarla y dejarla completamente indefensa, y a ella le encantaba. Joder, ¿no había una sola habitación libre? A este paso se iban a dar el lujo ahí mismo, en ese pasillo.
Pero por suerte, sus deseos fueron escuchados y concedidos. Ragn al fin encontró una puta habitación libre y los dos se metieron dentro con la velocidad de una bala. El vikingo incluso rompió la puerta por el camino, el único requisito que Airgid le había pedido hacía apenas un instante. Es igual, daba igual, en el momento en el que el hombre la dejó sobre la cama, cualquier preocupación por pequeña que fuera desapareció por completo de su mentalidad. Una vez más, se reclinó sobre ella, invitándola a recostarse sobre el colchón, con las sábanas perfectamente colocadas y recién lavadas. Airgid le miró directamente, aquellos ojos azules como el mismo océano, y esperando un beso, abrió suavemente los labios. Pero lo que se encontró fue con su diestra, posándose sobre su boca, tapándola. ¿Aquello era una órden? ¿Le iba ese rollo? Curioso, no era algo que le desagradara del todo. Para nada, más bien. Sobre todo cuando siguió esa imposición con un bocado sobre su cuello, que se pasó de fuerte, dejando el vikingo la marca de sus dientes contra su piel. La rubia ahogó el gemido, fruto del dolor y el placer al mismo tiempo contra la mano que aún taponaba su boca.
Se separaron, solo un momento. Ragn se deshizo de la parte de arriba de su vestimenta, revelando aquel cuerpo perfectamente esculpido, una odisea al esfuerzo físico en todo su esplendor. Incluso aprovechó para hacer una posecilla de las suyas, marcando aún más el músculo que ya de por si era tremendo. La rubia sonrió, observándole con aquella tontería. Y sin decir nada, también se deshizo de su propia ropa. No había vergüenza alguna que la asolara, confiaba tanto en él, sabía que podía mostrarse sin nada que la ocultara. Decía estar listo. — Demuéstramelo. — Le retó, muriéndose de las ganas mientras se mordía el labio. El tema llevaba ya un tiempo calentándose, no solo aquel día, sino durante semanas, llenas de coqueteos, de flirteo, de caricias y luego de besos interminables. La tensión sexual llevaba demasiados días cocinándose a fuego lento; era hora de probar el plato. — Ragn... — Susurró, cuando al fin pudo volver a tenerle encima. — No te contengas, min kriger. — Ahora fue ella la que se lo ordenó, usando algunas de las pocas palabras que conocía de su idioma natal. La rubia obedecería, trataría de no hacer ruido, solo mientras él también cumpliera con su palabra.
Airgid continuaba jugando con el cuello del buccaneer, deleteitándose del calor de su piel, de su olor, de las reacciones que desencadenaba en el contrario. Le resultaba imposible reprimirse, siempre que se acercaban más de la cuenta terminaban igual, manoseándose, besándose, calentándose, como dos adolescentes con las hormonas a flor de piel. Ni si quiera les hacía falta tener siempre ese contexto romántico, ya tenían el antecedente de pelear el uno contra el otro y sentir esa misma emoción, ese deseo más bestial y desenfrenado. Ambos eran guerreros férreos, con músculos extremadamente entrenados y una gran resistencia, no tenían que contenerse cuando se enfrentaban. Y tampoco cuando iban más allá.
El choque de Ragn, colocándola contra la pared con brusquedad la pilló por sorpresa, dejando salir un leve quejido de entre sus labios tras del inesperado impacto. Una sorpresa que se convirtió en deleite cuando notó las grandes y toscas manos de Ragnheidr recorrer todo su cuerpo. Todo en él era tan enorme en relación a ella. Airgid nunca se había sentido como una mujer delicada, excepto cuando Ragn la manoseaba. Era como si supiera encontrar cada una de sus debilidades, sabía perfectamente como desarmarla y dejarla completamente indefensa, y a ella le encantaba. Joder, ¿no había una sola habitación libre? A este paso se iban a dar el lujo ahí mismo, en ese pasillo.
Pero por suerte, sus deseos fueron escuchados y concedidos. Ragn al fin encontró una puta habitación libre y los dos se metieron dentro con la velocidad de una bala. El vikingo incluso rompió la puerta por el camino, el único requisito que Airgid le había pedido hacía apenas un instante. Es igual, daba igual, en el momento en el que el hombre la dejó sobre la cama, cualquier preocupación por pequeña que fuera desapareció por completo de su mentalidad. Una vez más, se reclinó sobre ella, invitándola a recostarse sobre el colchón, con las sábanas perfectamente colocadas y recién lavadas. Airgid le miró directamente, aquellos ojos azules como el mismo océano, y esperando un beso, abrió suavemente los labios. Pero lo que se encontró fue con su diestra, posándose sobre su boca, tapándola. ¿Aquello era una órden? ¿Le iba ese rollo? Curioso, no era algo que le desagradara del todo. Para nada, más bien. Sobre todo cuando siguió esa imposición con un bocado sobre su cuello, que se pasó de fuerte, dejando el vikingo la marca de sus dientes contra su piel. La rubia ahogó el gemido, fruto del dolor y el placer al mismo tiempo contra la mano que aún taponaba su boca.
Se separaron, solo un momento. Ragn se deshizo de la parte de arriba de su vestimenta, revelando aquel cuerpo perfectamente esculpido, una odisea al esfuerzo físico en todo su esplendor. Incluso aprovechó para hacer una posecilla de las suyas, marcando aún más el músculo que ya de por si era tremendo. La rubia sonrió, observándole con aquella tontería. Y sin decir nada, también se deshizo de su propia ropa. No había vergüenza alguna que la asolara, confiaba tanto en él, sabía que podía mostrarse sin nada que la ocultara. Decía estar listo. — Demuéstramelo. — Le retó, muriéndose de las ganas mientras se mordía el labio. El tema llevaba ya un tiempo calentándose, no solo aquel día, sino durante semanas, llenas de coqueteos, de flirteo, de caricias y luego de besos interminables. La tensión sexual llevaba demasiados días cocinándose a fuego lento; era hora de probar el plato. — Ragn... — Susurró, cuando al fin pudo volver a tenerle encima. — No te contengas, min kriger. — Ahora fue ella la que se lo ordenó, usando algunas de las pocas palabras que conocía de su idioma natal. La rubia obedecería, trataría de no hacer ruido, solo mientras él también cumpliera con su palabra.