Raiga Gin Ebra
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10-11-2024, 07:23 PM
En el Baratie, el día había comenzado con Raiga sintiendo la adrenalina de una nueva aventura. Había logrado meterse en un barco mercante en el puerto del East Blue, escabulléndose entre cajas y barriles sin que nadie notara su presencia, algo relativamente sencillo teniendo en cuenta su sigilo y su tamaño. Al llegar al Baratie, aprovechó el movimiento de la tripulación y, sin perder tiempo, se coló dentro de un barril lleno de cebollas. No era la cama más cómoda, pero tenía un buen camuflaje, y el olor fuerte ayudaría a disimular cualquier ruido. Desde el interior del barril, escuchaba los pasos apresurados de los trabajadores que transportaban el cargamento al restaurante flotante. Cuando uno cogió el que le transportaba notó cómo mascullaba, consciente de que pesaba más de lo normal, pero afortunadamente no puso más quejas.
Al abrir el barril en el almacén del Baratie, Raiga no dudó en escabullirse y, con una agilidad de zorrito callejero, fue directo hacia el interior del restaurante, pasando desapercibido por el resto de gente. Se frotaba las manos de emoción; el Baratie era un lugar sumamente famoso, uno que había aparecido en multitud de libros y fábulas. Y él se encontraba allí por casualidad.
Mientras caminaba con la mirada fija en todo lo que lo rodeaba, se topó con un anciano que llevaba puesto un reloj antiguo en la muñeca. Raiga no pudo resistir la tentación. Con una sonrisa descarada, le dio un leve empujón al viejo, fingiendo que había sido un accidente. Al disculparse, sus dedos rápidos ya habían robado el reloj sin que el anciano notara nada. Un viejo truco de la calle que le habían enseñado durante sus años de ladrón semi-profesional. Un ligero tirón y a la saca.
—¡Uy, perdón, abuelo! ¡Cosas que pasan! —dijo, sin quitar esa sonrisa pícara de la cara, y antes de que el hombre pudiera responder, Raiga ya se había esfumado hacia el fondo del restaurante.
Observó la multitud variada de personas que llenaban el local: diferentes razas, edades y estilos. Para un chico de la calle como él, la escena era perfecta para echar mano de algunos aperitivos. Se sentó en una mesa cercana a un grupo de comensales distraídos y, con movimientos rápidos, comenzó a rapiñar comida de los platos ajenos. No esperó a que le dieran un toque, y antes de hacerse notar un poco más, salió hacia otro lugar. Había sido bastante ágil, la verdad. Un pedazo de carne por aquí, un trozo de pan por allá. Raiga masticaba feliz, como si estuviera disfrutando de una auténtica comida de lujo. Y con los bolsillos llenos de frutos secos. ¿Qué más se podía pedir?
Entonces, el espectáculo comenzó. En el escenario, un tipo peculiar de tres metros de altura llamado Zane, con un aspecto que imponía, se preparaba para cantar. Raiga lo observó con curiosidad, preguntándose si realmente iba a montar un espectáculo que valiera la pena. El oni empezó a cantar y, aunque la mayoría de los presentes parecían indiferentes o incluso molestos, Raiga estaba completamente fascinado. Ese rap improvisado parecía sacado de lo más profundo de su interior. Sus pies se movían al ritmo de la música, y su sonrisa se ensanchaba a cada línea que escuchaba. Ese estilo callejero y provocador de Zane resonaba en él como una melodía conocida, algo que le recordaba a las calles del East Blue.
Cuando Zane terminó, Raiga no dudó en seguirlo hacia afuera. Allí estaba el gigante encargado de la seguridad, un hombre de aspecto imponente y mirada penetrante que lucía un parche en el ojo. Raiga le echó un vistazo al tipo y pensó que sería un buen momento para probar su suerte.
—¡Eh, compa! —le dijo a Zane, dándole una palmada en la espalda dando un potente salto— ¡Menudo concierto te has montao primo! La peña ahí dentro está dormida o qué, porque a mí me has molao tela tío. Te marcarías un autógrafo aquí, ¿no? —dijo, alzando el reloj que le había robado al anciano momentos antes.
Con una media sonrisa y los brazos cruzados, el mink esperó a que el tal Zane le diese el autógrafo que tanto ansiaba. Le echó un último ojo al gigante antes de volver la mirada al cantante. Su presencia imponente y su energía de seguridad le daban a Raiga cierto respeto. ¿Qué haría allí fuera?
Al abrir el barril en el almacén del Baratie, Raiga no dudó en escabullirse y, con una agilidad de zorrito callejero, fue directo hacia el interior del restaurante, pasando desapercibido por el resto de gente. Se frotaba las manos de emoción; el Baratie era un lugar sumamente famoso, uno que había aparecido en multitud de libros y fábulas. Y él se encontraba allí por casualidad.
Mientras caminaba con la mirada fija en todo lo que lo rodeaba, se topó con un anciano que llevaba puesto un reloj antiguo en la muñeca. Raiga no pudo resistir la tentación. Con una sonrisa descarada, le dio un leve empujón al viejo, fingiendo que había sido un accidente. Al disculparse, sus dedos rápidos ya habían robado el reloj sin que el anciano notara nada. Un viejo truco de la calle que le habían enseñado durante sus años de ladrón semi-profesional. Un ligero tirón y a la saca.
—¡Uy, perdón, abuelo! ¡Cosas que pasan! —dijo, sin quitar esa sonrisa pícara de la cara, y antes de que el hombre pudiera responder, Raiga ya se había esfumado hacia el fondo del restaurante.
Observó la multitud variada de personas que llenaban el local: diferentes razas, edades y estilos. Para un chico de la calle como él, la escena era perfecta para echar mano de algunos aperitivos. Se sentó en una mesa cercana a un grupo de comensales distraídos y, con movimientos rápidos, comenzó a rapiñar comida de los platos ajenos. No esperó a que le dieran un toque, y antes de hacerse notar un poco más, salió hacia otro lugar. Había sido bastante ágil, la verdad. Un pedazo de carne por aquí, un trozo de pan por allá. Raiga masticaba feliz, como si estuviera disfrutando de una auténtica comida de lujo. Y con los bolsillos llenos de frutos secos. ¿Qué más se podía pedir?
Entonces, el espectáculo comenzó. En el escenario, un tipo peculiar de tres metros de altura llamado Zane, con un aspecto que imponía, se preparaba para cantar. Raiga lo observó con curiosidad, preguntándose si realmente iba a montar un espectáculo que valiera la pena. El oni empezó a cantar y, aunque la mayoría de los presentes parecían indiferentes o incluso molestos, Raiga estaba completamente fascinado. Ese rap improvisado parecía sacado de lo más profundo de su interior. Sus pies se movían al ritmo de la música, y su sonrisa se ensanchaba a cada línea que escuchaba. Ese estilo callejero y provocador de Zane resonaba en él como una melodía conocida, algo que le recordaba a las calles del East Blue.
Cuando Zane terminó, Raiga no dudó en seguirlo hacia afuera. Allí estaba el gigante encargado de la seguridad, un hombre de aspecto imponente y mirada penetrante que lucía un parche en el ojo. Raiga le echó un vistazo al tipo y pensó que sería un buen momento para probar su suerte.
—¡Eh, compa! —le dijo a Zane, dándole una palmada en la espalda dando un potente salto— ¡Menudo concierto te has montao primo! La peña ahí dentro está dormida o qué, porque a mí me has molao tela tío. Te marcarías un autógrafo aquí, ¿no? —dijo, alzando el reloj que le había robado al anciano momentos antes.
Con una media sonrisa y los brazos cruzados, el mink esperó a que el tal Zane le diese el autógrafo que tanto ansiaba. Le echó un último ojo al gigante antes de volver la mirada al cantante. Su presencia imponente y su energía de seguridad le daban a Raiga cierto respeto. ¿Qué haría allí fuera?