Asradi
Völva
10-11-2024, 10:21 PM
El ciclón de agua había logrado, al menos parcialmente, barrer con los tipos y darle a ella unos preciosos segundos para tomar aire. No eran suficientes, ni mucho menos, y ya casi se estaba preparando para la siguiente ofensiva que pudiese venir. Sus músculos dolían y notaba algunos calambrazos en la cola y en las zonas donde había sido golpeada con anterioridad. Intercambió una mirada retadora con los hombres. Estaba agotada, sí, pero no por ello pretendía dejárselos entrever de buenas a primeras o mostrar más signos de debilidad si podía evitarlo. Fue en ese momento que miró a su alrededor, buscando frenéticamente con la mirada al viejo.
¡Maldita sea! Se había largado. Y él era el que se había comunicado con Shaitán. Volver a rememorar ese nombre, tener que pronunciarlo y recordarlo en su propia mente le dolía. Porque aunque pretendía que no le afectase, la verdad es que todavía sentía ese pavor primitivo dentro de sí. Jadeó un par de veces y ya estaba comenzando a reunir algo de agua para su siguiente movimiento cuando uno de ellos se adelantó.
— ¡Cof, cof! ¿¡Pero qué...!? — De repente todo comenzó a llenarse de humo.
Asradi intentó retroceder, empezando a toser cuando la bomba de humo expandió su contenido por el lugar, imposibilitándole la visión. De hecho, no tardó en perder de vista a los tipos, solo escuchando el sonido de los pasos alejándose. ¿Estaban huyendo? ¡Panda de cobardes desgraciados! ¡Iba a...!
— ¡Ugh! — No iba a nada. Cuando intentó un movimiento brusco para tratar de seguirles, se dobló sobre sí misma agarrándose el costado y teniendo que cerrar los ojos ante el acceso de mareo que le había sobrevenido.
Entre el esfuerzo, el desgaste y la adrenalina del momento, ahora era cuando a su cuerpo le daba el consabido bajón. Pero no podía caer ahí. El lugar no era seguro y no sabía si los tipos iban a volver o a dónde se habían ido. Se había quedado, repentinamente, sola en ese lugar, con más preguntas que respuestas. Con más miedos todavía. Pero con algo que sí estaba seguro: él no la había olvidado.
Y eso le estremecía. El volver a sentir el pesado yugo de su sombra sobre su espalda. Sobre todo su ser.
La sirena sacudió un poco la cabeza para intentar espabilarse. Tenía que salir de ahí y buscar un refugio en el cual descansar un poco. Fue consciente, y vió, los rastros de sangre que se dirigían a la taberna donde la habían encerrado con anterioridad. Se mordisqueó el labio inferior intentando sopesar sus siguientes pasos. Era verdad que bien podía huír y dejarles atrás. Pero había algo en su subconsciente que se lo impedía.
¿El viejo simplemente se habría esfumado o todavía estaría cerca? Necesitaba respuestas. Realmente las necesitaba aunque sabía que se estaba arriesgando demasiado. Apretó los dientes con una mezcla de rabia e impotencia a partes iguales y, costándole al principio, comenzó a seguir los rastros de sangre. Seguramente ellos irían bastante más rápido que ella puesto que, durante el trayecto, Asradi había tenido que detenerse más de dos veces para recuperar el aliento.
Quizás estaba siendo demasiado arriesgada. Quizás tendría que darse, simplemente, media vuelta y largarse. Pero había algo en su cabeza que se lo impedía.
Esa necesidad.
Para cuando llegó al edificio en concreto, tuvo cuidado de casi deslizarse hacia uno de los laterales, acurrucándose contra una de las paredes bajo una de las ventanas enrejadas. Se mantuvo en silencio, poniendo la oreja y tratando de calmar su agitada respiración. Si tenía suerte, podría descansar un poco y, al mismo tiempo, ver si captaba alguna conversación o no.
¡Maldita sea! Se había largado. Y él era el que se había comunicado con Shaitán. Volver a rememorar ese nombre, tener que pronunciarlo y recordarlo en su propia mente le dolía. Porque aunque pretendía que no le afectase, la verdad es que todavía sentía ese pavor primitivo dentro de sí. Jadeó un par de veces y ya estaba comenzando a reunir algo de agua para su siguiente movimiento cuando uno de ellos se adelantó.
— ¡Cof, cof! ¿¡Pero qué...!? — De repente todo comenzó a llenarse de humo.
Asradi intentó retroceder, empezando a toser cuando la bomba de humo expandió su contenido por el lugar, imposibilitándole la visión. De hecho, no tardó en perder de vista a los tipos, solo escuchando el sonido de los pasos alejándose. ¿Estaban huyendo? ¡Panda de cobardes desgraciados! ¡Iba a...!
— ¡Ugh! — No iba a nada. Cuando intentó un movimiento brusco para tratar de seguirles, se dobló sobre sí misma agarrándose el costado y teniendo que cerrar los ojos ante el acceso de mareo que le había sobrevenido.
Entre el esfuerzo, el desgaste y la adrenalina del momento, ahora era cuando a su cuerpo le daba el consabido bajón. Pero no podía caer ahí. El lugar no era seguro y no sabía si los tipos iban a volver o a dónde se habían ido. Se había quedado, repentinamente, sola en ese lugar, con más preguntas que respuestas. Con más miedos todavía. Pero con algo que sí estaba seguro: él no la había olvidado.
Y eso le estremecía. El volver a sentir el pesado yugo de su sombra sobre su espalda. Sobre todo su ser.
La sirena sacudió un poco la cabeza para intentar espabilarse. Tenía que salir de ahí y buscar un refugio en el cual descansar un poco. Fue consciente, y vió, los rastros de sangre que se dirigían a la taberna donde la habían encerrado con anterioridad. Se mordisqueó el labio inferior intentando sopesar sus siguientes pasos. Era verdad que bien podía huír y dejarles atrás. Pero había algo en su subconsciente que se lo impedía.
¿El viejo simplemente se habría esfumado o todavía estaría cerca? Necesitaba respuestas. Realmente las necesitaba aunque sabía que se estaba arriesgando demasiado. Apretó los dientes con una mezcla de rabia e impotencia a partes iguales y, costándole al principio, comenzó a seguir los rastros de sangre. Seguramente ellos irían bastante más rápido que ella puesto que, durante el trayecto, Asradi había tenido que detenerse más de dos veces para recuperar el aliento.
Quizás estaba siendo demasiado arriesgada. Quizás tendría que darse, simplemente, media vuelta y largarse. Pero había algo en su cabeza que se lo impedía.
Esa necesidad.
Para cuando llegó al edificio en concreto, tuvo cuidado de casi deslizarse hacia uno de los laterales, acurrucándose contra una de las paredes bajo una de las ventanas enrejadas. Se mantuvo en silencio, poniendo la oreja y tratando de calmar su agitada respiración. Si tenía suerte, podría descansar un poco y, al mismo tiempo, ver si captaba alguna conversación o no.