Raiga Gin Ebra
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11-11-2024, 12:12 AM
Raiga se apoyó en la esquina de un edificio, con los brazos cruzados y una expresión de curiosidad desinteresada mientras echaba un vistazo a la plaza principal. Frente a él, el ambiente era algo tenso; grupos de personas murmuraban en voz baja y algunos rostros mostraban signos de incomodidad, pero nadie se animaba a hacer nada al respecto. Al centro, un grupo de cuatro tipos, evidentemente fuera de lugar con sus vestimentas gastadas y expresiones duras, hablaban entre ellos, con miradas rápidas y desafiantes hacia cualquiera que se atreviera a mirarlos demasiado tiempo. Los rastros de sangre evidenciaban que ellos tenían algo que ver con el tipo que antes había salvado. Eso, o la habían liado de cualquier otra manera. Que también podía ser…
Raiga sonrió para sí mismo. Estos debían ser los tipos de los que el hombre herido le había hablado. Su andar seguro y macarra los delataba a kilómetros, y en el fondo, Raiga sintió que la situación era justo el tipo de desafío que necesitaba para darle algo de picante a su día.
—A ver, a ver… parece que aquí alguien anda jugando a ser el gallo del corral —murmuró para sí, al tiempo que se quitaba la botella de vino de la cintura y le daba otro trago despreocupado.
Raiga se movió con calma, acercándose al grupo, pero sin perder esa actitud relajada y confiada que le hacía parecer casi ajeno a la situación. Cuando llegó lo suficientemente cerca, uno de los tipos, un hombre con cicatrices en los brazos y un pendiente de oro en la oreja izquierda, se dio cuenta de su presencia y le dirigió una mirada despectiva.
—¿Tú qué miras, enano? —le soltó con una sonrisa burlona.
Raiga alzó las cejas, fingiendo sorpresa, y luego se llevó la mano al pecho en un gesto teatral de indignación.
—¿“Enano”? ¿Eso es lo mejor que tienes? Vamos, compadre, seguro que puedes hacer algo mejor —respondió, esbozando una sonrisa provocadora y haciendo girar la botella de vino entre los dedos.
El tipo frunció el ceño y sus compañeros dejaron de hablar entre ellos, centrando ahora su atención en Raiga. El mink no se inmutó y, con una calma que rayaba en la insolencia, dio un largo trago al vino y luego escupió al suelo como si probara algo demasiado amargo.
—¡Puaj! Vaya, vaya, creo que este vino tiene más carácter que vosotros —añadió, mirándolos de arriba abajo con una sonrisa burlona— ¿Quién iba a decir que encontraría a los “machitos” del barrio con pinta de gallinas desplumadas?
Uno de los otros hombres, un tipo de cabello grasiento y una camiseta sucia, se adelantó un paso con las manos en los bolsillos, intentando intimidarlo.
—Mira, chaval, estás jugando con fuego. Más vale que te largues antes de que te arrepientas.
Raiga soltó una carcajada y dio otro trago, observando con descaro al tipo. Luego, sin perder la sonrisa, le hizo un gesto con la mano para que se acercara más.
—¿Arrepentirme? ¡Ja! ¿Sabes lo que pasa, colega? Es que llevo desde que nací en el fuego —respondió, entrecerrando los ojos con una mirada desafiante—. Pero tú pareces más del tipo que se quema con una vela, ¿no? Vamos, no me hagas perder el tiempo con amenazas baratas.
La tensión entre ellos aumentó, y los murmullos alrededor se hicieron más intensos. La gente comenzaba a detenerse para observar la escena, curiosos por ver si aquella situación se convertía en algo más que una simple discusión. Raiga, por su parte, aprovechó cada segundo para regodearse en la atención de los espectadores, disfrutando del ambiente como si fuera una estrella en el centro de su propio espectáculo.
El primer tipo, el del pendiente, dio un paso más hacia él y, con un tono más agresivo, se dirigió a Raiga con una sonrisa amenazante.
—No tienes idea de con quién estás hablando, mocoso. Nosotros no estamos aquí para jugar, y si te metes con nosotros, vas a acabar peor que cualquiera de esos idiotas que no saben pagar sus deudas.
Raiga sonrió ampliamente, sus pequeños colmillos brillaron bajo la luz del sol. Se cruzó de brazos y soltó una carcajada.
—¿Así que ese es el plan, eh? Ir por ahí intimidando a los que no pueden defenderse. Vaya héroes, me quito el sombrero… si es que llevara uno, claro. Pero dime una cosa, machote… ¿cómo vas a intimidar a alguien que no tiene nada que perder? —Su tono fue lo suficientemente alto para que la gente alrededor pudiera escucharlo y murmurara aún más.
El del pendiente se crispó al escuchar a Raiga burlándose de él frente a los demás, y sin poder contenerse, se acercó a él lo suficiente como para estar cara a cara, o en este caso, cara a pecho.
—Te estás buscando problemas, chaval —amenazó, con la voz baja y la mirada fija en él.
Raiga no se inmutó. Alzó la cabeza y lo miró a los ojos con una mezcla de desafío y despreocupación.
—Sí, bueno, yo nací para los problemas. Así que mejor que tú te andes con cuidado, ¿eh? No vaya a ser que esta historia se te complique más de la cuenta —replicó, su tono igual de bajo y con una chispa de burla en cada palabra.
Otro de los hombres, intentando calmar las cosas, le puso la mano en el hombro al tipo del pendiente y le susurró algo al oído. Parecía que no querían llamar demasiada atención ni iniciar un alboroto en la plaza. Sin embargo, Raiga no iba a dejar que se fueran tan fácilmente. Levantó la voz y se dirigió a todos ellos.
—¿Qué pasa? ¿Os vais a rajar ahora? ¡Venga, valientes! ¿Dónde está toda esa palabrería? No os vais a ir sin contarme qué tenéis que ver con el tipo que dejasteis tirado en el callejón.
El grupo se detuvo, todos intercambiando miradas de nerviosismo. La gente alrededor se quedó en silencio, expectante. Era evidente que Raiga había tocado un tema incómodo, y los hombres sabían que no podían simplemente ignorarlo sin dar explicaciones.
Finalmente, el del pendiente volvió a mirarlo, con una mueca de enfado.
—Ese tipo es un desgraciado que no cumplió con su palabra. No merece que te preocupes por él, mocoso. Así que, en serio, lárgate antes de que esto se ponga feo.
Raiga puso los ojos en blanco, completamente indiferente a la amenaza.
—¡Uf! Así que además de “machotes” sois un comité de moral y buenas costumbres, ¿no? Qué bonito. ¿Y qué pasa? ¿Os dedicáis a pegar a cualquiera que os cae mal? Porque, de ser así, voy a tener que hablar con alguien que tenga algo más de… autoridad en esta isla.
La amenaza de Raiga era vacía, pero su tono de voz era tan seguro que los hombres se quedaron en silencio, dubitativos, sin saber si realmente estaba dispuesto a ir tan lejos. El mink sonrió con satisfacción al ver la duda en sus rostros y decidió presionar un poco más.
—Además, si le disteis una paliza y lo dejasteis tirado por ahí, no sois más que unos cobardes —añadió, disfrutando de ver cómo sus palabras encendían la ira en los ojos del del pendiente—. Si tan duros sois, ¿por qué no arregláis las cosas cara a cara, y no dejáis a la gente tirada como basura?
Las palabras de Raiga resonaron en el ambiente, y los murmullos a su alrededor se hicieron más fuertes. La gente comenzaba a comprender que aquellos hombres eran responsables de la situación, y las miradas de desconfianza hacia ellos se intensificaron.
El del pendiente, furioso, apretó los puños y se inclinó sobre Raiga, tratando de intimidarlo.
—No sabes con quién estás hablando, niñato. Así que será mejor que cierres esa bocaza antes de que alguien te la cierre por ti.
Raiga se echó a reír a carcajadas, llevándose las manos a la cintura y sin moverse ni un centímetro de su posición.
—¿De verdad? ¿Esa es tu gran amenaza? ¡Vaya, qué originales sois! —se burló, aún con la sonrisa de superioridad en el rostro—. Si vais a hacerme callar, os va a hacer falta algo más que palabras. Porque yo estoy aquí de pie, bien fresquito, y a vosotros se os ve algo… tensos, ¿no?
Los hombres estaban al borde de la rabia, sus rostros enrojecidos de furia y vergüenza. Sin embargo, sabían que no podían arriesgarse a empezar una pelea en plena plaza principal, no con tantas miradas sobre ellos. Los cuatro intercambiaron miradas de advertencia, y el del pendiente, finalmente, dio un paso atrás, resoplando.
—Te has ganado un enemigo, chaval. Que no se te olvide —murmuró, señalando a Raiga con un dedo amenazador antes de girarse hacia sus compañeros.
Raiga les lanzó un beso burlón y sonrió ampliamente.
—¡Ay, qué miedo! Voy a tener pesadillas, lo prometo —replicó, mirando cómo se alejaban con la cabeza en alto y murmurando entre ellos.
Con la plaza tranquila de nuevo, Raiga volvió a su banco, con la botella de vino aún en la mano y una sonrisa de satisfacción en el rostro. Había dejado claro quién era el verdadero macarra en esa plaza, y no necesitó ni un solo golpe para lograrlo.
Raiga sonrió para sí mismo. Estos debían ser los tipos de los que el hombre herido le había hablado. Su andar seguro y macarra los delataba a kilómetros, y en el fondo, Raiga sintió que la situación era justo el tipo de desafío que necesitaba para darle algo de picante a su día.
—A ver, a ver… parece que aquí alguien anda jugando a ser el gallo del corral —murmuró para sí, al tiempo que se quitaba la botella de vino de la cintura y le daba otro trago despreocupado.
Raiga se movió con calma, acercándose al grupo, pero sin perder esa actitud relajada y confiada que le hacía parecer casi ajeno a la situación. Cuando llegó lo suficientemente cerca, uno de los tipos, un hombre con cicatrices en los brazos y un pendiente de oro en la oreja izquierda, se dio cuenta de su presencia y le dirigió una mirada despectiva.
—¿Tú qué miras, enano? —le soltó con una sonrisa burlona.
Raiga alzó las cejas, fingiendo sorpresa, y luego se llevó la mano al pecho en un gesto teatral de indignación.
—¿“Enano”? ¿Eso es lo mejor que tienes? Vamos, compadre, seguro que puedes hacer algo mejor —respondió, esbozando una sonrisa provocadora y haciendo girar la botella de vino entre los dedos.
El tipo frunció el ceño y sus compañeros dejaron de hablar entre ellos, centrando ahora su atención en Raiga. El mink no se inmutó y, con una calma que rayaba en la insolencia, dio un largo trago al vino y luego escupió al suelo como si probara algo demasiado amargo.
—¡Puaj! Vaya, vaya, creo que este vino tiene más carácter que vosotros —añadió, mirándolos de arriba abajo con una sonrisa burlona— ¿Quién iba a decir que encontraría a los “machitos” del barrio con pinta de gallinas desplumadas?
Uno de los otros hombres, un tipo de cabello grasiento y una camiseta sucia, se adelantó un paso con las manos en los bolsillos, intentando intimidarlo.
—Mira, chaval, estás jugando con fuego. Más vale que te largues antes de que te arrepientas.
Raiga soltó una carcajada y dio otro trago, observando con descaro al tipo. Luego, sin perder la sonrisa, le hizo un gesto con la mano para que se acercara más.
—¿Arrepentirme? ¡Ja! ¿Sabes lo que pasa, colega? Es que llevo desde que nací en el fuego —respondió, entrecerrando los ojos con una mirada desafiante—. Pero tú pareces más del tipo que se quema con una vela, ¿no? Vamos, no me hagas perder el tiempo con amenazas baratas.
La tensión entre ellos aumentó, y los murmullos alrededor se hicieron más intensos. La gente comenzaba a detenerse para observar la escena, curiosos por ver si aquella situación se convertía en algo más que una simple discusión. Raiga, por su parte, aprovechó cada segundo para regodearse en la atención de los espectadores, disfrutando del ambiente como si fuera una estrella en el centro de su propio espectáculo.
El primer tipo, el del pendiente, dio un paso más hacia él y, con un tono más agresivo, se dirigió a Raiga con una sonrisa amenazante.
—No tienes idea de con quién estás hablando, mocoso. Nosotros no estamos aquí para jugar, y si te metes con nosotros, vas a acabar peor que cualquiera de esos idiotas que no saben pagar sus deudas.
Raiga sonrió ampliamente, sus pequeños colmillos brillaron bajo la luz del sol. Se cruzó de brazos y soltó una carcajada.
—¿Así que ese es el plan, eh? Ir por ahí intimidando a los que no pueden defenderse. Vaya héroes, me quito el sombrero… si es que llevara uno, claro. Pero dime una cosa, machote… ¿cómo vas a intimidar a alguien que no tiene nada que perder? —Su tono fue lo suficientemente alto para que la gente alrededor pudiera escucharlo y murmurara aún más.
El del pendiente se crispó al escuchar a Raiga burlándose de él frente a los demás, y sin poder contenerse, se acercó a él lo suficiente como para estar cara a cara, o en este caso, cara a pecho.
—Te estás buscando problemas, chaval —amenazó, con la voz baja y la mirada fija en él.
Raiga no se inmutó. Alzó la cabeza y lo miró a los ojos con una mezcla de desafío y despreocupación.
—Sí, bueno, yo nací para los problemas. Así que mejor que tú te andes con cuidado, ¿eh? No vaya a ser que esta historia se te complique más de la cuenta —replicó, su tono igual de bajo y con una chispa de burla en cada palabra.
Otro de los hombres, intentando calmar las cosas, le puso la mano en el hombro al tipo del pendiente y le susurró algo al oído. Parecía que no querían llamar demasiada atención ni iniciar un alboroto en la plaza. Sin embargo, Raiga no iba a dejar que se fueran tan fácilmente. Levantó la voz y se dirigió a todos ellos.
—¿Qué pasa? ¿Os vais a rajar ahora? ¡Venga, valientes! ¿Dónde está toda esa palabrería? No os vais a ir sin contarme qué tenéis que ver con el tipo que dejasteis tirado en el callejón.
El grupo se detuvo, todos intercambiando miradas de nerviosismo. La gente alrededor se quedó en silencio, expectante. Era evidente que Raiga había tocado un tema incómodo, y los hombres sabían que no podían simplemente ignorarlo sin dar explicaciones.
Finalmente, el del pendiente volvió a mirarlo, con una mueca de enfado.
—Ese tipo es un desgraciado que no cumplió con su palabra. No merece que te preocupes por él, mocoso. Así que, en serio, lárgate antes de que esto se ponga feo.
Raiga puso los ojos en blanco, completamente indiferente a la amenaza.
—¡Uf! Así que además de “machotes” sois un comité de moral y buenas costumbres, ¿no? Qué bonito. ¿Y qué pasa? ¿Os dedicáis a pegar a cualquiera que os cae mal? Porque, de ser así, voy a tener que hablar con alguien que tenga algo más de… autoridad en esta isla.
La amenaza de Raiga era vacía, pero su tono de voz era tan seguro que los hombres se quedaron en silencio, dubitativos, sin saber si realmente estaba dispuesto a ir tan lejos. El mink sonrió con satisfacción al ver la duda en sus rostros y decidió presionar un poco más.
—Además, si le disteis una paliza y lo dejasteis tirado por ahí, no sois más que unos cobardes —añadió, disfrutando de ver cómo sus palabras encendían la ira en los ojos del del pendiente—. Si tan duros sois, ¿por qué no arregláis las cosas cara a cara, y no dejáis a la gente tirada como basura?
Las palabras de Raiga resonaron en el ambiente, y los murmullos a su alrededor se hicieron más fuertes. La gente comenzaba a comprender que aquellos hombres eran responsables de la situación, y las miradas de desconfianza hacia ellos se intensificaron.
El del pendiente, furioso, apretó los puños y se inclinó sobre Raiga, tratando de intimidarlo.
—No sabes con quién estás hablando, niñato. Así que será mejor que cierres esa bocaza antes de que alguien te la cierre por ti.
Raiga se echó a reír a carcajadas, llevándose las manos a la cintura y sin moverse ni un centímetro de su posición.
—¿De verdad? ¿Esa es tu gran amenaza? ¡Vaya, qué originales sois! —se burló, aún con la sonrisa de superioridad en el rostro—. Si vais a hacerme callar, os va a hacer falta algo más que palabras. Porque yo estoy aquí de pie, bien fresquito, y a vosotros se os ve algo… tensos, ¿no?
Los hombres estaban al borde de la rabia, sus rostros enrojecidos de furia y vergüenza. Sin embargo, sabían que no podían arriesgarse a empezar una pelea en plena plaza principal, no con tantas miradas sobre ellos. Los cuatro intercambiaron miradas de advertencia, y el del pendiente, finalmente, dio un paso atrás, resoplando.
—Te has ganado un enemigo, chaval. Que no se te olvide —murmuró, señalando a Raiga con un dedo amenazador antes de girarse hacia sus compañeros.
Raiga les lanzó un beso burlón y sonrió ampliamente.
—¡Ay, qué miedo! Voy a tener pesadillas, lo prometo —replicó, mirando cómo se alejaban con la cabeza en alto y murmurando entre ellos.
Con la plaza tranquila de nuevo, Raiga volvió a su banco, con la botella de vino aún en la mano y una sonrisa de satisfacción en el rostro. Había dejado claro quién era el verdadero macarra en esa plaza, y no necesitó ni un solo golpe para lograrlo.