Asradi
Völva
11-11-2024, 01:32 AM
Día 8 de Verano, Año 724
Había llegado a Loguetown la noche anterior, refugiándose en un roquerío cerca de la costa solo para pasar más desapercibida. Tras pasar descansando ahí esas horas nocturnas, en cuanto el alba despuntó se decidió ir hasta la ciudad. Se había acomodado el cabello, ya seco a esas horas, en una trenza que caía lateralmente por uno de sus hombros. Y había refugiado y escondido su cola de sirena bajo la larga falda que vestía. Tras acomodarse la tela y asegurarse de que, efectivamente, el rasgo más notorio de su raza estaba bien oculto, se dirigió hacia el corazón de Loguetown. Con su peculiar caminar, todo sea dicho. Era como si diese ligeros saltitos y claro que a veces llamaba la atención. Pero cualquiera podría pensar que se trataba de alguna chica lisiada. Coja o algo parecido. La miraban un poco al principio, pero luego ya no le prestaban atención. Y eso era lo mejor para ella. Quería pasar todo lo desapercibida que pudiese. Disfrutar del lugar como si fuese una más.
A medida que avanzaba por las calles, con todo el gentío yendo de aquí para allá. Había preguntado indicaciones para llegar al mercado, donde una amable anciana le había respondido dándole la dirección correcta. Llevaba, la chica, su mochila a la espalda. Eses días se había dedicado, tras una parada en otro lugar, a hacer más medicamentos que podría vender para intentar sacar algo de dinero. Y también se había hecho con otras cosas mucho más interesantes, como el curioso libro que, ahora, resguardaba entre sus manos. Lo había encontrado en un viejísimo puesto ambulante en una isla perdida a la que había llegado tras una tormenta. Le habían dicho que contenía información sobre esas dichosas Frutas del Diablo.
Una fruta, ¡puaj! Pero tenía cierta curiosidad por leer su contenido, el cual todavía no había tenido tiempo de echar un vistazo por falta de tiempo.
Gracias también al bullicio mañanero, no tardó en encontrar la plaza del mercado, donde variopintos puestos se elevaban para disfrute de su clientela. Frutas, verduras, telas exóticas, especias. Todo era un espectáculo para los sentidos. El aroma, la algarabía animada que había. La gente debatiendo, regateando o haciendo sus compras diarias. Los ojos azules de Asradi viajaban de aquí para allá, totalmente fascinada por ello. No estaba habituada a tanta gente, mucho menos teniendo el cuidado de ocultar lo que era, pero no podía negarse a sí misma que todo aquello le resultaba refrescante.