Irina Volkov
Witch Eye
11-11-2024, 09:01 AM
Irina se movía con una precisión meticulosa y una frialdad ensayada que incluso ella misma empezaba a reconocer como su verdadera naturaleza. Después de los días observando a los revolucionarios y de la emboscada inicial, ahora tenía un objetivo claro, eliminar al líder de la facción rebelde de Logue Town, un hombre astuto y carismático llamado Enzo Durán, cuyo magnetismo atraía a decenas de adeptos cada semana. Esta era una misión especialmente compleja, y sabía que no solo requeriría fuerza bruta o astucia, sino también la habilidad de mimetizarse y desaparecer, de jugar a ser otra persona. Para lograr infiltrarse en el grupo, Irina había adoptado el disfraz de una joven activista llamada Mara, una identidad construida con base en las características que había observado en los simpatizantes del movimiento. Mara, una mujer fuerte y decidida, con una actitud de resistencia hacia la opresión, pero a la vez humilde y afectuosa, era el tipo de persona que cualquiera en el grupo de Enzo acogería con gusto. Su atuendo reflejaba esa nueva identidad: vestía ropa sencilla, en tonos neutros, con una bufanda azul que cubría parcialmente su rostro y ocultaba sus cabellos teñidos de castaño. Este atuendo estaba muy lejos de sus usuales trajes refinados; sin embargo, la idea de adoptar otra identidad le resultaba fascinante. Amaba esta teatralidad, el placer de ser alguien diferente y desaparecer entre sombras. Sabía que estaba a punto de adentrarse en el corazón de la rebelión, y ese pensamiento despertaba en ella una excitación latente. Para ganar acceso al grupo de Enzo, Irina sabía que debía comenzar con alguien de rango inferior. Su primer objetivo sería Paolo, un revolucionario conocido por su lealtad y por manejar la logística de la base. Al estar en contacto constante con las necesidades de sus compañeros, Paolo era una figura de confianza dentro del grupo. Esa noche, tras asegurarse de que nadie la seguía, se reunió con él en una taberna clandestina en las afueras de la ciudad. Irina había pasado varios días observando sus gestos y su manera de hablar, y ahora se sentía lista para acercarse a él. —Eres Paolo, ¿verdad? —Preguntó con voz suave, apenas audible entre el murmullo de la taberna. Paolo levantó la mirada, confundido al principio, pero luego asintió, claramente intrigado por la mujer frente a él. —Sí, ¿te conozco? —Preguntó, receloso. —Soy Mara. He oído mucho sobre el movimiento, sobre Enzo… sobre lo que están intentando hacer aquí. —Comentó Irina, dejando que una chispa de admiración se filtrara en su tono. Sabía que a los revolucionarios les fascinaba la idea de que alguien admirara su causa, y jugó con esa expectativa. Paolo la observó, intrigado, y después de unos minutos de conversación, empezó a relajarse, embriagado por la aparente sinceridad de Irina. Sin embargo, mientras ella fingía interés, en el fondo sentía una frialdad absoluta, una distancia de la cual era consciente. Sabía que estaba simulando y que pronto, la confianza que Paolo comenzaba a depositar en ella sería su sentencia de muerte.
Después de varios encuentros en los que ganó la confianza de Paolo, Irina consiguió que la llevara a uno de los almacenes donde guardaban armas y suministros. Era un lugar apartado y perfecto para ejecutar la siguiente fase de su misión. Mientras caminaban entre los estantes de madera y las cajas polvorientas, ella permanecía en silencio, pero en su mente ya se estaba preparando para lo que vendría. En el momento oportuno, sin darle tiempo a reaccionar, Irina se acercó a Paolo y colocó una daga contra su garganta. La sorpresa en sus ojos fue evidente, pero lo que más la impactó fue el terror que se reflejó en ellos al ver el rostro de Irina, que había dejado caer la máscara de dulzura y adopto su expresión más cruda y despiadada. Sus ojos ondulados, de un amarillo espeluznante y malformado, lo miraron sin parpadear, con una intensidad que rozaba la locura. —¿Qué… qué eres tú? —Murmuró Paolo, aterrado, incapaz de apartar la mirada de esos ojos demoníacos que parecían devorar su alma. Irina sonrió, una sonrisa fría y desprovista de toda humanidad. Podía sentir su respiración entrecortada y su desesperación, pero no era más que un juego para ella. En sus pensamientos, analizaba cada detalle de su reacción, grabando mentalmente su expresión de horror y miedo. —Soy solo un peón, Paolo. Pero tú… tú eras un eslabón débil. —susurró, mientras le cortaba la garganta con una precisión clínica. Paolo se desplomó al suelo, su cuerpo cayendo en silencio, y ella se inclinó para observarlo detenidamente, como si analizara una obra de arte macabra. No había remordimiento en sus ojos, ni la mínima señal de duda; solo una curiosidad casi morbosa mientras contemplaba el rostro pálido de su víctima. Irina se quedó allí durante unos segundos más, disfrutando del momento, experimentando una satisfacción que no provenía de la muerte misma, sino de la perfección en su ejecución. Después de deshacerse del cuerpo de Paolo, Irina regresó a su rol de Mara, volviendo a la base sin que nadie sospechara nada. Al haber ganado la confianza de Paolo, los revolucionarios ahora la veían como una aliada leal. En los días siguientes, Irina comenzó a tejer con paciencia su red de mentiras, observando cada rincón de la base y memorizando los puntos clave de acceso y escape. Sabía que la próxima fase requeriría precisión absoluta. Fue invitada a reunirse con el círculo más íntimo de Enzo, una oportunidad que supo aprovechar sin mostrar la menor vacilación. Durante las reuniones, mantenía su actitud cálida y comprensiva, fingiendo admiración por el idealismo de los revolucionarios. Pero en su mente, Irina lo analizaba todo, preparándose para la siguiente fase de su misión. Finalmente, una noche, se encontró cara a cara con Enzo Durán, el hombre al que debía eliminar. Era una figura imponente, con una voz poderosa que infundía esperanza en sus seguidores. En su discurso, hablaba de justicia, de libertad, de un mundo sin opresión, y ella fingía compartir sus aspiraciones. Pero mientras lo escuchaba, una chispa de emoción brotó en su interior: no era empatía ni admiración, sino una satisfacción fría, una anticipación por el momento en que él también caería bajo su daga.
Irina sabía que no podía matar a Enzo de inmediato. Necesitaba ganar su confianza, acercarse a él y, cuando estuviera completamente desarmado, entonces sí atacar. Durante los días siguientes, se convirtió en su sombra, ayudando en las misiones, organizando reuniones y asegurándose de que él la viera como una aliada incondicional. Enzo empezó a confiar en ella, incluso llegaba a compartir algunos de sus planes y sueños con "Mara", ignorando que estaba hablando con una asesina entrenada para destruir todo en lo que creía. Cada vez que escuchaba a Enzo hablar sobre sus sueños de justicia, Irina lo miraba, manteniendo su expresión neutral, pero en el fondo, sentía un desprecio latente. Para ella, todo lo que decía eran ilusiones vacías, mentiras que no resistirían el peso de la realidad. En su mente, Enzo era como cualquier otro hombre débil, gobernado por sus deseos y sus aspiraciones fútiles. Pero pronto, su discurso y sus sueños dejarían de tener importancia. La noche del asesinato llegó al fin, una noche en la que Logue Town estaba sumida en la penumbra y las calles estaban desiertas. Irina había coordinado un encuentro privado con Enzo, utilizando como pretexto una supuesta información sobre una emboscada planeada por el gobierno. Enzo, confiado, accedió a reunirse con ella en un almacén aislado en el puerto, sin saber que estaba a punto de encontrarse con su propia muerte.Irina llegó antes que él, ocultándose en las sombras mientras esperaba su llegada. Cuando él apareció, ella emergió de la penumbra, su expresión fría y serena. Enzo le dirigió una sonrisa amigable, sin sospechar lo que estaba a punto de ocurrir. —Gracias por reunirte conmigo, Mara. Sabía que podía confiar en ti. —Con esa voz que siempre usaba para inspirar a sus seguidores.
Irina no respondió. Simplemente lo observó, sus ojos amarillos brillando en la oscuridad como los de una bestia. Enzo empezó a inquietarse, percibiendo el cambio en su actitud, pero antes de que pudiera reaccionar, ella sacó una daga y la hundió en su pecho con precisión letal.
Enzo miró a Irina, su rostro una mezcla de incredulidad y dolor, mientras la sangre brotaba de la herida. No existía misión que Irina no pudiera completar. Aún con la vestimenta de su personaje inventado, volvió al cuartel, donde en mitad de muchos marines, se quitó los trapos. Tan solo era una agente haciendo su trabajo.
Después de varios encuentros en los que ganó la confianza de Paolo, Irina consiguió que la llevara a uno de los almacenes donde guardaban armas y suministros. Era un lugar apartado y perfecto para ejecutar la siguiente fase de su misión. Mientras caminaban entre los estantes de madera y las cajas polvorientas, ella permanecía en silencio, pero en su mente ya se estaba preparando para lo que vendría. En el momento oportuno, sin darle tiempo a reaccionar, Irina se acercó a Paolo y colocó una daga contra su garganta. La sorpresa en sus ojos fue evidente, pero lo que más la impactó fue el terror que se reflejó en ellos al ver el rostro de Irina, que había dejado caer la máscara de dulzura y adopto su expresión más cruda y despiadada. Sus ojos ondulados, de un amarillo espeluznante y malformado, lo miraron sin parpadear, con una intensidad que rozaba la locura. —¿Qué… qué eres tú? —Murmuró Paolo, aterrado, incapaz de apartar la mirada de esos ojos demoníacos que parecían devorar su alma. Irina sonrió, una sonrisa fría y desprovista de toda humanidad. Podía sentir su respiración entrecortada y su desesperación, pero no era más que un juego para ella. En sus pensamientos, analizaba cada detalle de su reacción, grabando mentalmente su expresión de horror y miedo. —Soy solo un peón, Paolo. Pero tú… tú eras un eslabón débil. —susurró, mientras le cortaba la garganta con una precisión clínica. Paolo se desplomó al suelo, su cuerpo cayendo en silencio, y ella se inclinó para observarlo detenidamente, como si analizara una obra de arte macabra. No había remordimiento en sus ojos, ni la mínima señal de duda; solo una curiosidad casi morbosa mientras contemplaba el rostro pálido de su víctima. Irina se quedó allí durante unos segundos más, disfrutando del momento, experimentando una satisfacción que no provenía de la muerte misma, sino de la perfección en su ejecución. Después de deshacerse del cuerpo de Paolo, Irina regresó a su rol de Mara, volviendo a la base sin que nadie sospechara nada. Al haber ganado la confianza de Paolo, los revolucionarios ahora la veían como una aliada leal. En los días siguientes, Irina comenzó a tejer con paciencia su red de mentiras, observando cada rincón de la base y memorizando los puntos clave de acceso y escape. Sabía que la próxima fase requeriría precisión absoluta. Fue invitada a reunirse con el círculo más íntimo de Enzo, una oportunidad que supo aprovechar sin mostrar la menor vacilación. Durante las reuniones, mantenía su actitud cálida y comprensiva, fingiendo admiración por el idealismo de los revolucionarios. Pero en su mente, Irina lo analizaba todo, preparándose para la siguiente fase de su misión. Finalmente, una noche, se encontró cara a cara con Enzo Durán, el hombre al que debía eliminar. Era una figura imponente, con una voz poderosa que infundía esperanza en sus seguidores. En su discurso, hablaba de justicia, de libertad, de un mundo sin opresión, y ella fingía compartir sus aspiraciones. Pero mientras lo escuchaba, una chispa de emoción brotó en su interior: no era empatía ni admiración, sino una satisfacción fría, una anticipación por el momento en que él también caería bajo su daga.
Irina sabía que no podía matar a Enzo de inmediato. Necesitaba ganar su confianza, acercarse a él y, cuando estuviera completamente desarmado, entonces sí atacar. Durante los días siguientes, se convirtió en su sombra, ayudando en las misiones, organizando reuniones y asegurándose de que él la viera como una aliada incondicional. Enzo empezó a confiar en ella, incluso llegaba a compartir algunos de sus planes y sueños con "Mara", ignorando que estaba hablando con una asesina entrenada para destruir todo en lo que creía. Cada vez que escuchaba a Enzo hablar sobre sus sueños de justicia, Irina lo miraba, manteniendo su expresión neutral, pero en el fondo, sentía un desprecio latente. Para ella, todo lo que decía eran ilusiones vacías, mentiras que no resistirían el peso de la realidad. En su mente, Enzo era como cualquier otro hombre débil, gobernado por sus deseos y sus aspiraciones fútiles. Pero pronto, su discurso y sus sueños dejarían de tener importancia. La noche del asesinato llegó al fin, una noche en la que Logue Town estaba sumida en la penumbra y las calles estaban desiertas. Irina había coordinado un encuentro privado con Enzo, utilizando como pretexto una supuesta información sobre una emboscada planeada por el gobierno. Enzo, confiado, accedió a reunirse con ella en un almacén aislado en el puerto, sin saber que estaba a punto de encontrarse con su propia muerte.Irina llegó antes que él, ocultándose en las sombras mientras esperaba su llegada. Cuando él apareció, ella emergió de la penumbra, su expresión fría y serena. Enzo le dirigió una sonrisa amigable, sin sospechar lo que estaba a punto de ocurrir. —Gracias por reunirte conmigo, Mara. Sabía que podía confiar en ti. —Con esa voz que siempre usaba para inspirar a sus seguidores.
Irina no respondió. Simplemente lo observó, sus ojos amarillos brillando en la oscuridad como los de una bestia. Enzo empezó a inquietarse, percibiendo el cambio en su actitud, pero antes de que pudiera reaccionar, ella sacó una daga y la hundió en su pecho con precisión letal.
Enzo miró a Irina, su rostro una mezcla de incredulidad y dolor, mientras la sangre brotaba de la herida. No existía misión que Irina no pudiera completar. Aún con la vestimenta de su personaje inventado, volvió al cuartel, donde en mitad de muchos marines, se quitó los trapos. Tan solo era una agente haciendo su trabajo.