Asradi
Völva
11-11-2024, 02:49 PM
Si, aunque no lo pretendiese, el caminar así llamaba siempre más la atención. Tenía siempre la esperanza de que la gente, simplemente, pensase que era coja o le faltase una pierna, o algo parecido para el hecho de que tuviese que ir a graciosos saltitos. Al fin y al cabo, donde más cómoda y fluida se encontraba ella, por leyes naturales, era en el agua, de donde provenía. Pero negocios eran negocios, y necesitaba hacerse con unos cuantos berrys para continuar viajando. Y, sobre todo, subsistiendo.
Llevaba el libro todavía entre los brazos, intentando tenerlo bien cubierto. Por desgracia, era un ejemplar bastante viejo y desgastado. Y aunque algunas hojas todavía eran bastante legibles, por suerte, algunas otras ya se habían medio desprendido y andaban un tanto medio sueltas, aunque ahora sujetas también gracias al agarre que llevaba Asradi sobre dicho libro. Se distrajo, la sirena, tan solo un momento cuando contempló un puestecito de hierbas medicinales, antes de continuar su camino, sin percatarse de que una de las hojas se le había desprendido del libro.
Fue en ese momento que, de entre todas las personas con las que se estaba cruzando, entre el bullicio del mercado y la calle, uno le llamó particularmente la atención. Un tipo de sombrero de ala y gafas de sol. Y, en cuestión, enarcó una ceja ante el gesto del contrario cuando sus caminos, finalmente, se entrecruzaron. Y él hizo aquel movimiento ¿seductor? con las gafas. ¿Le estaba coqueteando o tan solo se lo estaba imaginando. Un escalofrío repentino se le subió por la espalda. No solo por eso, sino porque fue capaz de distinguir aquellas ropas.
Un Marine.
Por inercia, su espalda se envaró. Le dedicó una sonrisa tensa, que pretendía ser agradable... Y aceleró el movimiento de sus dichosos saltitos. No quería tener nada que ver con marines o con el gobierno. Siempre había tenido el mayor cuidado posible. Y esta vez no iba a ser menos. Decidió meterse entre la gente, intentando pasar desapercibida aunque el movimiento de sus saltos siempre la delatase.
“¡Eh, disculpa!”.
Asradi no escuchó nada más. No quiso escuchar más.
— Mierda. — Apretó los dientes, pero no se volvió.
Lo mejor que se le ocurrió fue, literalmente, emprender la huída. Entre la gente, a saltitos y provocando que algunas hojas más se desprendiesen y saliesen flotando a su paso.
¡Maldita fuese su suerte! ¡Es que los tenía hasta en la sopa!
Dichoso Gobierno y sus perros falderos.
Llevaba el libro todavía entre los brazos, intentando tenerlo bien cubierto. Por desgracia, era un ejemplar bastante viejo y desgastado. Y aunque algunas hojas todavía eran bastante legibles, por suerte, algunas otras ya se habían medio desprendido y andaban un tanto medio sueltas, aunque ahora sujetas también gracias al agarre que llevaba Asradi sobre dicho libro. Se distrajo, la sirena, tan solo un momento cuando contempló un puestecito de hierbas medicinales, antes de continuar su camino, sin percatarse de que una de las hojas se le había desprendido del libro.
Fue en ese momento que, de entre todas las personas con las que se estaba cruzando, entre el bullicio del mercado y la calle, uno le llamó particularmente la atención. Un tipo de sombrero de ala y gafas de sol. Y, en cuestión, enarcó una ceja ante el gesto del contrario cuando sus caminos, finalmente, se entrecruzaron. Y él hizo aquel movimiento ¿seductor? con las gafas. ¿Le estaba coqueteando o tan solo se lo estaba imaginando. Un escalofrío repentino se le subió por la espalda. No solo por eso, sino porque fue capaz de distinguir aquellas ropas.
Un Marine.
Por inercia, su espalda se envaró. Le dedicó una sonrisa tensa, que pretendía ser agradable... Y aceleró el movimiento de sus dichosos saltitos. No quería tener nada que ver con marines o con el gobierno. Siempre había tenido el mayor cuidado posible. Y esta vez no iba a ser menos. Decidió meterse entre la gente, intentando pasar desapercibida aunque el movimiento de sus saltos siempre la delatase.
“¡Eh, disculpa!”.
Asradi no escuchó nada más. No quiso escuchar más.
— Mierda. — Apretó los dientes, pero no se volvió.
Lo mejor que se le ocurrió fue, literalmente, emprender la huída. Entre la gente, a saltitos y provocando que algunas hojas más se desprendiesen y saliesen flotando a su paso.
¡Maldita fuese su suerte! ¡Es que los tenía hasta en la sopa!
Dichoso Gobierno y sus perros falderos.