¿Sabías que…?
... el famoso anime One Piece, del año 1999, está basado en el también famoso manga One Piece. Otra curiosidad es que el autor de ambas obras es Eiichiro Oda.
[Aventura] [T5] Smoking Bird
Percival Höllenstern
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Día 36 del Verano


Loguetown era una ciudad extraña, que navegaba a un ritmo peculiar entre el orden más severo y las catacumbas más infestadas de ratas que pudiera cualquier criminal soñar.

Si lo pensábamos fríamente, no era tan descabellado indagar que una ciudad próspera se cimentó sobre la sangre y lágrimas de sus congéneres menos agraciados y lo envuelve en una cobertura de fina arquitectura y alta promoción de ocio. 

La ciudad, por lo tanto, se presentaba como un pináculo de orden en medio del caos que resultaba el Mar del Este de los últimos tiempos. Oykot había sido conquistada por el pueblo, y yo tenía parte la culpa de ello y, aunque aún no se ofrecía una recompensa por la cabeza de ninguno de los ya apodados como "Héroes de Oykot".
Aunque claramente, mis objetivos no eran tan humildes, sino que tenían un cariz mucho más avaro, pero que aún no revelaría.

Con el tiempo, aprendí que el verdadero poder no se ostentaba en las alturas, sino en los rincones donde nadie mira. El orden que impera en las calles brillantes de Loguetown no es más que una máscara. Detrás de cada negocio legal, detrás de cada sonrisa de un comerciante, en el mismo suelo que pisaban los marines, corrían hilos invisibles. Hilos que controlaban desde el tráfico de armas hasta el de información, pasando por el contrabando de esclavos, sueños y promesas. Todo lo que una persona pudiese querer, se podía obtener en los bajos fondos de Loguetown… por el precio adecuado.


Mi inmersión en ese mundo empezó cuando entendí que la moral era una moneda de cambio tan útil como el oro. La gente que operaba en las sombras no buscaba alianzas duraderas, solo conveniencia momentánea. Era cuestión de ofrecer lo justo, ni más ni menos, para ganarse un asiento en la mesa sin dejar demasiado de sí mismo.

Grey Terminal fue mi primer punto de acceso. Un basurero infestado de desesperados, de los que aprendes más en una hora que en una semana en los mercados del puerto. Las reglas eran simples: quien no ofrece nada, no sobrevive. Mis primeros días en esas cloacas fueron un aprendizaje constante. Observaba, preguntaba poco y escuchaba mucho. Una mirada correcta, un gesto en el momento adecuado, podía abrir puertas que ni los marines sabían que existían. Aprendí que la desconfianza era el mejor escudo y el silencio, la mejor moneda.

El tiempo con la Hyozan no fue distinto, ni mi coqueteo con la Armada Revolucionaria, pero durante aquel tiempo, siempre llevado a cabo por patrón incierto. Todo ello sumergido en un turbio entramado de lodo que, al mismo tiempo que se replicaba, también alcanzaba la más tierna de las claridades. Eso sí que era curioso…

Cada paso que daba en esas profundidades me alejaba más del sol. Lo que ganaba era algo mucho más valioso: conocimiento. Sabía quién movía los barcos en el puerto sin pasar por la aduana, un corrupto marine llamado Belmonte. Conocía quién controlaba las apuestas o, más bien, donde encontrarle en el Casino. También sabía qué palabras usar para hacer que los corredores de apuestas dejaran de verte como un extraño y te consideraran uno de los suyos, aunque quizá esto último más por deformación profesional o por sentimiento casi hogareño.

El Bajo Mundo de Loguetown no era distinto, y aunque quizás pudiera parecer un laberinto imposible de descifrar, era una telaraña, y cada hebra conectaba con otra en un patrón que, una vez aprendido, se podía manipular. Solo necesitabas la paciencia de una araña... y la disposición a devorar a los incautos mientras rompías el ritmo con un movimiento poco ortodoxo.


A medida que el barco de pasaje se aproximaba al puerto de Loguetown, el brillo de las farolas del muelle comenzaba a disipar la oscuridad de la noche. Observaba desde la cubierta, envuelto en mi capa gris que ocultaba tanto mi rostro como mis intenciones. Loguetown, con su apariencia pulcra, siempre me recordaba a una bestia dormida, cubierta por una piel de seda. Bastaba rasgar un poco esa superficie para encontrar los colmillos de la codicia, el tráfico y la violencia.
Salté al muelle antes de que el barco se terminara de amarrar. No tenía tiempo para formalidades. 

La ciudad podía ser un hervidero de información, pero también una trampa mortal si no se andaba con cuidado. Mientras me perdía entre la multitud, mis pasos se encaminaron de forma instintiva hacia las zonas más apartadas, hacia donde sabía que la verdadera Loguetown respiraba. Las luces de las tabernas y las tiendas comenzaban a encenderse, y las sombras que proyectaban sobre las paredes de las callejuelas eran más largas y más oscuras a cada paso que daba.
Sabía que mi llegada no pasaría desapercibida, no con los oídos, siempre alerta de los informantes locales. Algunos ya habrían tomado nota del manto gris, de la forma de andar, tal vez hasta de la dirección en la que me dirigía. No importaba. La clave estaba en el anonimato temporal, en ser un enigma por poco tiempo, antes de desvanecerme en el entramado de las sombras.

Entonces me dirigí a una taberna, la de peor aspecto que pude encontrar, pero al mismo tiempo con un donaire de gloria pasada, como si otrora hubiera sido un lugar de encuentro de personajes importantes, pues son las que más se niegan a perder su valor.

Tras entrar, pude ver como varios parroquianos se extrañaron de ver una cara nueva, y los que no estaban formados por fornidos hombres portuarios con mala pinta y vociferando por un banal intento de destacar sobre sus compañeros, se encontraban apostando en pequeñas partidas de dominó o juegos de navegantes. El humo del tabaco pasado inundaba la estancia, pero la madera que componía las paredes y cimientos del local era lo suficientemente buena como para aguantar el envite del salitre acumulado tras años y de aquel pegajoso olor seco que extendía el humo y el alcohol rancio.

Me instalé en el taburete con la precisión de alguien que había repetido este ritual más veces de las que cualquiera de los presentes podría imaginar. El lugar próximo al rincón de la barra era el sitio perfecto, pero sin atrincherarme de sobremanera en esta esquina: suficiente sombra para que nadie me notara, pero lo suficientemente visible para captar la atención del barman cuando lo necesitara. No era cuestión de esconderse, sino de mostrarme solo cuando era necesario y al mismo tiempo dejar una pátina de confianza entre mi interlocutor y yo.

Un hombre de aspecto tan desgastado como el trapo que sostenía, se me acercó. Sus ojos, apagados y cansados, apenas parpadearon al verme, pero reconocí en ellos el destello de alguien que sabía más de lo que dejaba entrever.

¿Qué va a ser? —preguntó, su tono monótono, casi aburrido, mientras hacía girar una botella de ron en su mano.

No le respondí de inmediato. Dejé que el silencio hiciera su trabajo, una táctica que siempre funcionaba con los tipos como él. El espacio entre la pregunta y mi respuesta se llenó de una tensión sutil, un pequeño recordatorio de quién controlaba realmente la conversación.

Finalmente, alcé la vista y le dediqué una sonrisa ligera, apenas visible.

Busco algo que no está en el menú —dije con suavidad, manteniendo la mirada fija en la suya. El mensaje era claro: no estaba ahí para un simple trago.
El viejo dejó la botella a un lado y se cruzó de brazos, su rostro impasible. Había esperado una respuesta así, probablemente la escuchaba unas cuantas veces al día. Pero yo no era uno más de esos aficionados que llegaban creyendo que un puñado de monedas podía comprarles el mundo.

Eso depende de qué tan caro sea lo que buscas —replicó, manteniéndose neutral.

El precio nunca ha sido un problema, pero hay premios mayores que el dinero—dije con deliberada precisión. Su ceja se alzó apenas perceptible; había captado su atención.

Me incliné ligeramente hacia él, apoyando un codo en la barra, pero manteniendo mi aire de autoridad. No se trataba de rogarle ni de actuar con sumisión; aquí se trataba de mostrarle que ambos jugábamos el mismo juego.

Sé que Loguetown no se maneja desde la superficie, que está infestada de ratas de gran tamaño —continué—. Y esas son las que me interesan… ¿Sabes? Quizá con afán de caza… o quizá simplemente haya que revolver un poco el nido… seguro que me entiendes, es bueno para el negocio.


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#6


Mensajes en este tema
[T5] Smoking Bird - por Atlas - 08-11-2024, 09:57 PM
RE: [T5] Smoking Bird - por Moderador Usopp - 09-11-2024, 12:48 AM
RE: [T5] Smoking Bird - por Kael - 10-11-2024, 06:45 PM
RE: [T5] Smoking Bird - por Derian Markov - 10-11-2024, 06:48 PM
RE: [T5] Smoking Bird - por Byron - 11-11-2024, 07:43 AM
RE: [T5] Smoking Bird - por Percival Höllenstern - 11-11-2024, 08:13 PM
RE: [T5] Smoking Bird - por Atlas - 12-11-2024, 09:50 PM
RE: [T5] Smoking Bird - por Percival Höllenstern - 14-11-2024, 01:41 AM
RE: [T5] Smoking Bird - por Kael - 14-11-2024, 02:35 AM
RE: [T5] Smoking Bird - por Derian Markov - 16-11-2024, 01:02 AM
RE: [T5] Smoking Bird - por Byron - 16-11-2024, 06:26 PM
RE: [T5] Smoking Bird - por Atlas - 18-11-2024, 02:51 PM
RE: [T5] Smoking Bird - por Byron - 19-11-2024, 04:35 PM
RE: [T5] Smoking Bird - por Kael - 19-11-2024, 04:38 PM

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