Silvain Loreth
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11-11-2024, 09:18 PM
Bueno, bueno, bueno... ¿Pero a quién tenemos aquí? Si se trata nada más y nada menos que de Henry. Un pajarito me ha dicho que han cambiado algunas cosas desde la última vez que nos vimos y que, probablemente, aquello que hace no demasiado te habría supuesto una odisea ahora seguramente sería un paseo. Me alegro por ti, pero, como bien sabrás, los retos más difíciles no son aquellos en los que te enfrentas a un oponente formidable —que también—, sino aquellos en los que las decisiones y elecciones, eso que no se potencia en modo alguno, adquieren una especial relevancia. ¿Es esto un aviso para que estés preparado? Puede que sí, puede que no. Eso sólo podrás decirlo a ciencia cierta cuando acabe esta aventura.
Después de mucho sudor, algo de sangre y ninguna lágrima conseguiste capturar al pescador que mantenía una espada oculta en su caña de pescar. Gracias a tu conocimiento de la zona, pudiste llevarlo de vuelta al cuartel del G-23 en Isla Kilombo sin que nadie en el pueblo te viese. Al menos ésa fue la sensación que te llevaste, claro. Si alguien te alcanzó a visualizar desde lo lejos y no te dijo nada es algo que por el momento no puedes saber. Sea como sea, te plantaste con el tipo nada más y nada menos que en la puerta del despacho del suboficial Rodgers.
—¿¡Pero se puede saber qué haces trayéndolo aquí, alma de cántaro!? —exclamó alarmado el suboficial al abrir la puerta y encontrarte lleno de sangre y sudor y portando a un delincuente peligroso—. ¡Los delincuentes van a los calabozos! Se les encierra bajo llave y se les mantiene custodiados. No hay que llevarlos ante un superior ni nada así, ¿no te lo dijeron en la instrucción? Voy a tener que hablar seriamente con esos instructores, porque es lo primero y más básico que se debe enseñar.
Evidentemente no hay reproche ni reprimenda en su tono de voz. Te estás haciendo cargo de una misión ciertamente peligrosa en solitario porque los mandos no tienen del todo claro a quién pueden y no pueden informar. Detallitos como estos se te pueden perdonar después del marrón que te estás zampando enterito tú solo. Sea como sea, las semanas posteriores a la captura del pescador fueron un tanto movidas en todos los sentidos.
Por un lado, un recluta que yo me sé se comió algo que sabía regular y pasaron cosas. Dejémoslo ahí —si lo has planteado de modo que te comiste la Akuma antes ignora esta línea—. Paralelamente, tuvo lugar un proceso de interrogatorio del sospechoso en el que se le intentó extraer toda la información posible mientras, al mismo tiempo, se iba planteando todo para el juicio. A decir verdad, nadie te ha dicho exactamente en qué ha consistido el proceso por el que se ha obtenido la información, pero varios reclutas más y tú habéis llegado a ver a algún que otro hombre trajeado dando vueltas por el G-23. No los habíais visto nunca antes y, en caso de que hayáis preguntado por ellos, os han respondido con evasivas y no os han dado información concluyente. Supongo que está en cada uno saber cuándo hay que seguir preguntando y cuándo no, así como cuándo uno quiere seguir sabiendo y cuándo no.
El caso es que, apenas unos días antes del juicio del pescador, el suboficial Rodgers vuelve a llamarte a su despacho. De nuevo, cuando llegas es el muchacho pelirrojo el que te abre la puerta. Esta vez está un tanto más suave contigo. Todos en la base saben quién fue el encargado de atrapar al compinche del asesino de reclutas y en cierto modo reconocen tu labor. Aun así, no puedes evitar percibir cierta sensación extraña en el ambiente, como una atmósfera de peligro. En alguna ocasión durante los últimos días te ha parecido ver alguna mirada de odio o rencor entre tus compañeros, pero cuando has ido a confirmar tus sospechas les has encontrado sonriendo como siempre. No son todos ni mucho menos, solo alguno que otro suelto. Como te digo, pueden haber sido imaginaciones tuyas al estar atravesando un momento especialmente tenso y estresante.
—Bienvenido de nuevo, recluta. En primer lugar, permítame que le exprese de nuevo mi agradecimiento por el excelente servicio prestado en las últimas semanas. He pedido que le llamen porque sabemos cuál va a ser nuestro siguiente paso y le volvemos a necesitar. —Hace una pausa, señalando a la silla acolchada que hay frente a su mesa para que te sientes—. Ese tipo actuaba como una suerte de mayordomo para el grupo de criminales que nos quiere expulsar de Kilombo. Al parecer, algún antepasado suyo fue el encargado de construir las viviendas en las que los bandidos pasaron a alojarse tras nuestra llegada, las mismas en las que usted consiguió capturarle. Por lo que hemos podido saber, su función principal era asegurarse de que todo estuviese preparado, asegurarse de que no hubiera nadie sospechoso en las cercanías y dar la señal para que los miembros del grupo acudiesen a la reunión. Hemos confirmado que son un total de trece, aunque no conocemos sus identidades, y que uno de ellos es un supuesto marine. Sí, Henry, tal y como sospechábamos tenemos un traidor en el G-23. Es una deshonra y una lacra para el buen nombre de este grupo. La labor encomiable del capitán Arganeo ha sido manchada, pero el único modo digno de solucionar esto es sacar pecho, no escurrir el bulto y atajar el problema de forma definitiva. Como le decía, nos ha sido imposible averiguar las identidades de los miembros del grupo, pero sí hemos conseguido saber que no son pocos los lugareños que les apoyan. Aún son una pequeña minoría con respecto al grueso de la población de Rostock, pero uno solo ya es más de lo que estamos dispuestos a admitir. Tenemos que hacer lo posible por desenmascararles, exponerles ante los civiles y retirarles cualquier apoyo que puedan tener entre la población. Podemos combatir criminales, Henry, pero si la sociedad civil se vuelve en nuestra contra estamos perdidos. Su protección es nuestra razón de ser. Si ellos no nos quieren y se vuelven contra nosotros, no hay nada que hacer aquí.
Rodgers hace entonces una larga pausa. Luce una expresión meditabunda. Aunque no lo sepas, su mente trabaja en dos cosas a la vez. La primera, en la severidad y gravedad que se esconden detrás de lo que ha acaba de anunciarte. La segunda, en la información que debía transmitirte para asegurarse de no dejarse nada en el tintero.
—Sí, creo que eso es todo. Me parece que no se me está olvidando nada, recluta. Al menos nada relevante, claro. Las veces anteriores tuve una idea de por dónde podías empezar a trabajar porque la situación se parecía bastante a operaciones previas, pero el contexto ha cambiado por completo. Esta vez tendrá que tomar usted todas las decisiones por sí mismo, Henry, incluyendo el punto por el que comenzar a tirar de nuevo del cable —dice mientras te muestra una expresión genuinamente preocupada, como si no tuviese del todo claro que lo que te está pidiendo no fuese demasiado para un recluta que apenas lleva tiempo en la Marina—. Tome —añade al tiempo que te ofrece un caracol con un rostro asombrosa y turbiamente similar al suyo—. Es una línea directa conmigo, con mi Den Den Mushi personal. Sólo me han concedido permiso para entregárselo durante la misión. Cuando regrese deberá devolvérmelo, pero por el momento se lo entrego por si necesitase refuerzos, extracción de la zona o proporcionarnos algún tipo de información durante su actividad. Buena suerte, recluta.
El suboficial termina su discurso levantándose de la silla y cuadrándose frente a ti en un gesto marcial. Lo hace como un reconocimiento a tu encomiable labor en lo referente al incidente de los reclutas, obviando las diferencias de rangos y todo el protocolo que rodea el reconocimiento ofrecido en función del número de galones que penden de la pechera.
Después de mucho sudor, algo de sangre y ninguna lágrima conseguiste capturar al pescador que mantenía una espada oculta en su caña de pescar. Gracias a tu conocimiento de la zona, pudiste llevarlo de vuelta al cuartel del G-23 en Isla Kilombo sin que nadie en el pueblo te viese. Al menos ésa fue la sensación que te llevaste, claro. Si alguien te alcanzó a visualizar desde lo lejos y no te dijo nada es algo que por el momento no puedes saber. Sea como sea, te plantaste con el tipo nada más y nada menos que en la puerta del despacho del suboficial Rodgers.
—¿¡Pero se puede saber qué haces trayéndolo aquí, alma de cántaro!? —exclamó alarmado el suboficial al abrir la puerta y encontrarte lleno de sangre y sudor y portando a un delincuente peligroso—. ¡Los delincuentes van a los calabozos! Se les encierra bajo llave y se les mantiene custodiados. No hay que llevarlos ante un superior ni nada así, ¿no te lo dijeron en la instrucción? Voy a tener que hablar seriamente con esos instructores, porque es lo primero y más básico que se debe enseñar.
Evidentemente no hay reproche ni reprimenda en su tono de voz. Te estás haciendo cargo de una misión ciertamente peligrosa en solitario porque los mandos no tienen del todo claro a quién pueden y no pueden informar. Detallitos como estos se te pueden perdonar después del marrón que te estás zampando enterito tú solo. Sea como sea, las semanas posteriores a la captura del pescador fueron un tanto movidas en todos los sentidos.
Por un lado, un recluta que yo me sé se comió algo que sabía regular y pasaron cosas. Dejémoslo ahí —si lo has planteado de modo que te comiste la Akuma antes ignora esta línea—. Paralelamente, tuvo lugar un proceso de interrogatorio del sospechoso en el que se le intentó extraer toda la información posible mientras, al mismo tiempo, se iba planteando todo para el juicio. A decir verdad, nadie te ha dicho exactamente en qué ha consistido el proceso por el que se ha obtenido la información, pero varios reclutas más y tú habéis llegado a ver a algún que otro hombre trajeado dando vueltas por el G-23. No los habíais visto nunca antes y, en caso de que hayáis preguntado por ellos, os han respondido con evasivas y no os han dado información concluyente. Supongo que está en cada uno saber cuándo hay que seguir preguntando y cuándo no, así como cuándo uno quiere seguir sabiendo y cuándo no.
El caso es que, apenas unos días antes del juicio del pescador, el suboficial Rodgers vuelve a llamarte a su despacho. De nuevo, cuando llegas es el muchacho pelirrojo el que te abre la puerta. Esta vez está un tanto más suave contigo. Todos en la base saben quién fue el encargado de atrapar al compinche del asesino de reclutas y en cierto modo reconocen tu labor. Aun así, no puedes evitar percibir cierta sensación extraña en el ambiente, como una atmósfera de peligro. En alguna ocasión durante los últimos días te ha parecido ver alguna mirada de odio o rencor entre tus compañeros, pero cuando has ido a confirmar tus sospechas les has encontrado sonriendo como siempre. No son todos ni mucho menos, solo alguno que otro suelto. Como te digo, pueden haber sido imaginaciones tuyas al estar atravesando un momento especialmente tenso y estresante.
—Bienvenido de nuevo, recluta. En primer lugar, permítame que le exprese de nuevo mi agradecimiento por el excelente servicio prestado en las últimas semanas. He pedido que le llamen porque sabemos cuál va a ser nuestro siguiente paso y le volvemos a necesitar. —Hace una pausa, señalando a la silla acolchada que hay frente a su mesa para que te sientes—. Ese tipo actuaba como una suerte de mayordomo para el grupo de criminales que nos quiere expulsar de Kilombo. Al parecer, algún antepasado suyo fue el encargado de construir las viviendas en las que los bandidos pasaron a alojarse tras nuestra llegada, las mismas en las que usted consiguió capturarle. Por lo que hemos podido saber, su función principal era asegurarse de que todo estuviese preparado, asegurarse de que no hubiera nadie sospechoso en las cercanías y dar la señal para que los miembros del grupo acudiesen a la reunión. Hemos confirmado que son un total de trece, aunque no conocemos sus identidades, y que uno de ellos es un supuesto marine. Sí, Henry, tal y como sospechábamos tenemos un traidor en el G-23. Es una deshonra y una lacra para el buen nombre de este grupo. La labor encomiable del capitán Arganeo ha sido manchada, pero el único modo digno de solucionar esto es sacar pecho, no escurrir el bulto y atajar el problema de forma definitiva. Como le decía, nos ha sido imposible averiguar las identidades de los miembros del grupo, pero sí hemos conseguido saber que no son pocos los lugareños que les apoyan. Aún son una pequeña minoría con respecto al grueso de la población de Rostock, pero uno solo ya es más de lo que estamos dispuestos a admitir. Tenemos que hacer lo posible por desenmascararles, exponerles ante los civiles y retirarles cualquier apoyo que puedan tener entre la población. Podemos combatir criminales, Henry, pero si la sociedad civil se vuelve en nuestra contra estamos perdidos. Su protección es nuestra razón de ser. Si ellos no nos quieren y se vuelven contra nosotros, no hay nada que hacer aquí.
Rodgers hace entonces una larga pausa. Luce una expresión meditabunda. Aunque no lo sepas, su mente trabaja en dos cosas a la vez. La primera, en la severidad y gravedad que se esconden detrás de lo que ha acaba de anunciarte. La segunda, en la información que debía transmitirte para asegurarse de no dejarse nada en el tintero.
—Sí, creo que eso es todo. Me parece que no se me está olvidando nada, recluta. Al menos nada relevante, claro. Las veces anteriores tuve una idea de por dónde podías empezar a trabajar porque la situación se parecía bastante a operaciones previas, pero el contexto ha cambiado por completo. Esta vez tendrá que tomar usted todas las decisiones por sí mismo, Henry, incluyendo el punto por el que comenzar a tirar de nuevo del cable —dice mientras te muestra una expresión genuinamente preocupada, como si no tuviese del todo claro que lo que te está pidiendo no fuese demasiado para un recluta que apenas lleva tiempo en la Marina—. Tome —añade al tiempo que te ofrece un caracol con un rostro asombrosa y turbiamente similar al suyo—. Es una línea directa conmigo, con mi Den Den Mushi personal. Sólo me han concedido permiso para entregárselo durante la misión. Cuando regrese deberá devolvérmelo, pero por el momento se lo entrego por si necesitase refuerzos, extracción de la zona o proporcionarnos algún tipo de información durante su actividad. Buena suerte, recluta.
El suboficial termina su discurso levantándose de la silla y cuadrándose frente a ti en un gesto marcial. Lo hace como un reconocimiento a tu encomiable labor en lo referente al incidente de los reclutas, obviando las diferencias de rangos y todo el protocolo que rodea el reconocimiento ofrecido en función del número de galones que penden de la pechera.