Angelo
-
11-11-2024, 09:32 PM
—Me cagüen...
Vaya hostia que se había dado. Llevaba sumido en un profundo sueño ni se sabe cuánto tiempo antes de que aquel estruendo empezara a sonar de fondo, jodiendo completamente su descanso. Se había erguido tan rápidamente por el susto que su frente había acabado chocando contra la dura madera de... ¿Una mesa? ¿Una cama? Ya ni recordaba debajo de dónde se había metido a sobarla. Lo que sí que tenía bien presente todavía era el sueño que había estado teniendo. Fue uno de los buenos, y haber perdido el hilo le jodió mucho más que aquel golpe tan tonto.
En ese mundo onírico, había completado tras meses de trabajo lo que debía ser su obra magna, en la cual llevaba trabajando una absurda cantidad de meses que resultaba poco realista. Pero la lógica no importaba; lo único que lo hacía era que, al fin, había llevado su proyecto a término y su genialidad se encontraba materializada ante sus ojos. Joder, si es que era preciosa. La carrocería teñida elegantes negro y dorado, con la tapicería del asiento burdeos que complementaba tan bien a la clásica pareja. El cálido ronroneo del motor que llegaba a él e inundaba su mente de una calidez apenas alcanzable por sus mejores amantes, el cual se reforzaba a medida que giraba el manillar para hacerla revolucionarse. Sentarse en ella era como acomodarse sobre una bestia indómita y salvaje, tan peligrosa como veloz. Y fue justo en el momento en el que empezó a acelerar que empezaron a sonar aquellos berridos. Como si un gallo se hubiera atragantado y estuviera intentando desatascarse la garganta.
—Yo es que me voy a cagar en mi putísima madre, esté donde esté —masculló de nuevo, saliendo de debajo de lo que, efectivamente, era una cama. Echó mano a algunas de las botellas que se habían quedado ahí, tan solo para confirmar que, efectivamente, estaban vacías. Palpó un poco más hasta encontrar sus gafas de sol—. ¿Iris? ¿Qué hora es?
El peliverde echó un vistazo a su alrededor. Se encontraba en uno de los cuartos de la tripulación, aún a bordo del barco donde se habían colado hacía unos pocos días. Las cosas habían salido un poco mal en la última isla, así que la huida fue un poco abrupta y sin planificar. ¿Qué más daba? Salió bien, que es lo importante. Lo único que no habían sido capaces de averiguar en todo ese tiempo era hacia dónde se dirigía aquel cascarón cochambroso. Pero bueno, por suerte el cargamento estaba repleto de bebidas, así que el trayecto fue ameno hasta ese momento. Eso sí, notaba la boca pastosa, como al levantarte con un resacón descomunal, solo que sin que le doliera la cabeza. Bueno, sí que le dolía, pero era por el coscorrón de antes.
Parecía que el barco se había detenido y que Iris no estaba por los alrededores, así que quizá su sister hubiera salido fuera para echar un vistazo y averiguar dónde estaban. Tan proactiva como siempre. Se desperezó un poco, cogió su chupa —que se había convertido en una suerte de almohada por esa noche— y se dispuso a buscar a la rubia.
Al salir a cubierta tuvo que agradecer no haberse quitado las gafas de sol. No es que hiciera un día increíble, pero desde luego había mucha más luz de la que pudiera soportar en esos momentos. Y encima se estaba montando un jaleo monumental en lo que debían ser los... ¿Muelles? Lo que fuera eso. ¿Dónde coño estaban?
—Oye chaval —llamó a un muchacho que sostenía una caja llena de botellas, el cual se giró y le miró alarmado al no reconocerle—. ¿Qué es este sitio?
—¡¿Quién coño eres tú?! ¿De dónde sales? —inquirió con malos humos.
Angelo se acercó hasta él y, aprovechando que tenía las manos ocupadas, pilló una de las botellas con una mano y con la otra le dio una palmada en el hombro.
—Venga, no seas moñas tío, solo...
Pero la palmada se le había ido de fuerza y el chaval, que se encontraba a punto de cruzar los tablones que unían la cubierta con los muelles, se precipitó al agua para darse un buen chapuzón. «Bueno, supongo que le preguntaré a otro», se dijo el peliverde mientras descorchaba la botella y le daba un trago. Delicioso ron.
Deambuló por el lugar, avanzando unos pocos metros antes de que nadie más tuviera tiempo de darse cuenta de su presencia. No es que fuera muy difícil, todo sea dicho, pero sería mejor no tentar a la suerte. Lo que se topó allí fue un pifostio de lo más grande. Había bastantes personas arremolinadas alrededor de un viejales, al cual parecía que le habían birlado el reloj de su difunta mujer. O su suegro. ¿Se había tirado a su suegro y eso había matado a la mujer? ¿O al revés? Como fuera, el caso era que le habían quitado algo y estaba acusando a todos los presentes de ser culpables. Particularmente, su dedo acabó apuntando a una mole tras la que Angelo se había parapetado para que el sol no le diera directamente en los ojos.
No se había fijado hasta ese momento, pero este tío enorme muy humano no es que fuera. Que tampoco es que importase, pero no se veían a tipos como ese todos los días. Era alguna especie de hombre-pez. Había visto algunos en Jaya y a lo largo del East Blue, pero ese era particularmente grande. ¡Y hablando de gente grande! ¿Quién coño era esa montaña de músculos al lado de la puerta? Mediría lo menos siete u ocho metros, lo que hacía que el gyojin no pareciese tan grande en comparación, ni tampoco el pelirrojo de tres metros que había por ahí. ¿Y eso era una persona zorro? ¿Pero dónde demonios se habían metido?
Ensimismado, la estridente voz del pescado captó su atención. Bueno, quizá no fue su voz, sino sus palabras y gestos, que le sacaron una sonora carcajada a Angelo en cuanto vio el efecto que tuvieron sobre el anciano. Se acercó para ponerse a su lado y le empezó a dar una, dos y hasta tres palmadas en el brazo —a la altura que fue capaz de llegar— como si se conocieran de toda la vida. Resonaron un poco, así que igual se había pasado de fuerza.
—¡Joder! ¿Has visto la cara que ha puesto el viejales? Buenísimo —le dijo a la vez que se descojonaba, apoyando la cabeza contra su propio brazo, el cual a su vez estaba aún apoyado en el del gyojin—. Ay... —Se separó y se secó unas lagrimillas—. En fin, piérdete abuelo, que aquí no está tu príncipe. Oye tiarrón —Y echó la cabeza hacia atrás para poder mirar hacia el rostro del pez—, ¿no habrás visto pasar por aquí a una rubia despampanante, no? Va como con unas gafas de sol parecidas a las mías, una trenza y una pinta de chunga que de no te menees. ¿Te suena? Ah, y... ¿Dónde estamos?
Vaya hostia que se había dado. Llevaba sumido en un profundo sueño ni se sabe cuánto tiempo antes de que aquel estruendo empezara a sonar de fondo, jodiendo completamente su descanso. Se había erguido tan rápidamente por el susto que su frente había acabado chocando contra la dura madera de... ¿Una mesa? ¿Una cama? Ya ni recordaba debajo de dónde se había metido a sobarla. Lo que sí que tenía bien presente todavía era el sueño que había estado teniendo. Fue uno de los buenos, y haber perdido el hilo le jodió mucho más que aquel golpe tan tonto.
En ese mundo onírico, había completado tras meses de trabajo lo que debía ser su obra magna, en la cual llevaba trabajando una absurda cantidad de meses que resultaba poco realista. Pero la lógica no importaba; lo único que lo hacía era que, al fin, había llevado su proyecto a término y su genialidad se encontraba materializada ante sus ojos. Joder, si es que era preciosa. La carrocería teñida elegantes negro y dorado, con la tapicería del asiento burdeos que complementaba tan bien a la clásica pareja. El cálido ronroneo del motor que llegaba a él e inundaba su mente de una calidez apenas alcanzable por sus mejores amantes, el cual se reforzaba a medida que giraba el manillar para hacerla revolucionarse. Sentarse en ella era como acomodarse sobre una bestia indómita y salvaje, tan peligrosa como veloz. Y fue justo en el momento en el que empezó a acelerar que empezaron a sonar aquellos berridos. Como si un gallo se hubiera atragantado y estuviera intentando desatascarse la garganta.
—Yo es que me voy a cagar en mi putísima madre, esté donde esté —masculló de nuevo, saliendo de debajo de lo que, efectivamente, era una cama. Echó mano a algunas de las botellas que se habían quedado ahí, tan solo para confirmar que, efectivamente, estaban vacías. Palpó un poco más hasta encontrar sus gafas de sol—. ¿Iris? ¿Qué hora es?
El peliverde echó un vistazo a su alrededor. Se encontraba en uno de los cuartos de la tripulación, aún a bordo del barco donde se habían colado hacía unos pocos días. Las cosas habían salido un poco mal en la última isla, así que la huida fue un poco abrupta y sin planificar. ¿Qué más daba? Salió bien, que es lo importante. Lo único que no habían sido capaces de averiguar en todo ese tiempo era hacia dónde se dirigía aquel cascarón cochambroso. Pero bueno, por suerte el cargamento estaba repleto de bebidas, así que el trayecto fue ameno hasta ese momento. Eso sí, notaba la boca pastosa, como al levantarte con un resacón descomunal, solo que sin que le doliera la cabeza. Bueno, sí que le dolía, pero era por el coscorrón de antes.
Parecía que el barco se había detenido y que Iris no estaba por los alrededores, así que quizá su sister hubiera salido fuera para echar un vistazo y averiguar dónde estaban. Tan proactiva como siempre. Se desperezó un poco, cogió su chupa —que se había convertido en una suerte de almohada por esa noche— y se dispuso a buscar a la rubia.
Al salir a cubierta tuvo que agradecer no haberse quitado las gafas de sol. No es que hiciera un día increíble, pero desde luego había mucha más luz de la que pudiera soportar en esos momentos. Y encima se estaba montando un jaleo monumental en lo que debían ser los... ¿Muelles? Lo que fuera eso. ¿Dónde coño estaban?
—Oye chaval —llamó a un muchacho que sostenía una caja llena de botellas, el cual se giró y le miró alarmado al no reconocerle—. ¿Qué es este sitio?
—¡¿Quién coño eres tú?! ¿De dónde sales? —inquirió con malos humos.
Angelo se acercó hasta él y, aprovechando que tenía las manos ocupadas, pilló una de las botellas con una mano y con la otra le dio una palmada en el hombro.
—Venga, no seas moñas tío, solo...
Pero la palmada se le había ido de fuerza y el chaval, que se encontraba a punto de cruzar los tablones que unían la cubierta con los muelles, se precipitó al agua para darse un buen chapuzón. «Bueno, supongo que le preguntaré a otro», se dijo el peliverde mientras descorchaba la botella y le daba un trago. Delicioso ron.
Deambuló por el lugar, avanzando unos pocos metros antes de que nadie más tuviera tiempo de darse cuenta de su presencia. No es que fuera muy difícil, todo sea dicho, pero sería mejor no tentar a la suerte. Lo que se topó allí fue un pifostio de lo más grande. Había bastantes personas arremolinadas alrededor de un viejales, al cual parecía que le habían birlado el reloj de su difunta mujer. O su suegro. ¿Se había tirado a su suegro y eso había matado a la mujer? ¿O al revés? Como fuera, el caso era que le habían quitado algo y estaba acusando a todos los presentes de ser culpables. Particularmente, su dedo acabó apuntando a una mole tras la que Angelo se había parapetado para que el sol no le diera directamente en los ojos.
No se había fijado hasta ese momento, pero este tío enorme muy humano no es que fuera. Que tampoco es que importase, pero no se veían a tipos como ese todos los días. Era alguna especie de hombre-pez. Había visto algunos en Jaya y a lo largo del East Blue, pero ese era particularmente grande. ¡Y hablando de gente grande! ¿Quién coño era esa montaña de músculos al lado de la puerta? Mediría lo menos siete u ocho metros, lo que hacía que el gyojin no pareciese tan grande en comparación, ni tampoco el pelirrojo de tres metros que había por ahí. ¿Y eso era una persona zorro? ¿Pero dónde demonios se habían metido?
Ensimismado, la estridente voz del pescado captó su atención. Bueno, quizá no fue su voz, sino sus palabras y gestos, que le sacaron una sonora carcajada a Angelo en cuanto vio el efecto que tuvieron sobre el anciano. Se acercó para ponerse a su lado y le empezó a dar una, dos y hasta tres palmadas en el brazo —a la altura que fue capaz de llegar— como si se conocieran de toda la vida. Resonaron un poco, así que igual se había pasado de fuerza.
—¡Joder! ¿Has visto la cara que ha puesto el viejales? Buenísimo —le dijo a la vez que se descojonaba, apoyando la cabeza contra su propio brazo, el cual a su vez estaba aún apoyado en el del gyojin—. Ay... —Se separó y se secó unas lagrimillas—. En fin, piérdete abuelo, que aquí no está tu príncipe. Oye tiarrón —Y echó la cabeza hacia atrás para poder mirar hacia el rostro del pez—, ¿no habrás visto pasar por aquí a una rubia despampanante, no? Va como con unas gafas de sol parecidas a las mías, una trenza y una pinta de chunga que de no te menees. ¿Te suena? Ah, y... ¿Dónde estamos?