Ares Brotoloigos
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11-11-2024, 10:45 PM
(Última modificación: 13-11-2024, 11:14 AM por Ares Brotoloigos.)
Se chupó una de las garras de la mano mientras se abría paso entre la gente, elegantemente vestida, que copaba el interior del casino. Unos cuantos le veían y se apartaban inmediatamente de él. Y no era solamente por su altura o sus llamativas escamas blancas. Sino que era, precisamente, por los restos de sangre fresca que manchaban dichas escamas. Había vuelto a meterse en una pelea en la que, por supuesto, no solo había salido ganando, sino que había logrado saciar parcialmente sus ganas de dar una buena tunda a alguien. Y, lo más importante, su apetito. No le habían dejado arrancar ningún dedo esta vez, pero al menos estaba satisfecho. Por ahora.
Los ojos rojos del diablos barrieron el interior del bullicioso lugar mientras se adelantaba a su acompañante. Tenía sed. Y necesitaba unas cuantas copas que le ayudasen a bajar un tanto el mal sabor de boca que se le había quedado. No por el hecho de que todavía sintiese el fuerte sabor de la sangre en su lengua y paladar. Eso era una exquisitez. Sino, más bien, por el hecho de que el maldito guaperas no le hubiese dejado ensañarse más.
— Pfff... Aburrido. — El gruñido salió gutural desde el fondo de su garganta para cuando se aproximó a la barra, mientras fruncía un poco los labios reptilianos dejando ver la hilera de afilados dientes. No había tenido ningún tipo de reparo en apartar, casi a empujones, a los pobres que no se habían percatado de su avance. Y eso que era bastante llamativo. Para cuando llegó a dicho lugar, apoyó uno de los antebrazos en la mesa, haciéndose un temporal hueco mientras pedía cualquier licor fuerte que le satisfaciese. No era nada refinado para esas cosas, por lo que se conformaba prácticamente con cualquier cosa que fuese bebible y fuerte.
No se hizo con un vaso, ni con una copa. En cuanto lo tuvo al alcance, le arrancó la botella de la mano al pobre camarero que ahora tragaba saliva cuando el par de ojos rojizos de la criatura reptiliana parecieron tragarlo por un momento. Dió, inmediatamente, un trago directo a la botella, sin ningún tipo de decoro, y luego se apartó de la barra apenas un poco.
Iba ataviado con ropas oscuras con algunos adornos en dorado, dejando que el cuero y las telas se ciñesen cómodamente a sus escamas. Sobre los párpados óseos llevaba entre dos y tres aros a modo de piercings. Las muñequeras, también de cuero, que portaba, se habían impregnado también de sangre, al igual que parcialmente sus manos. Su larga y fornida cola, de fantasmagóricos colores albos también, se movía de manera muy sutil, como un pequeño vaivén depredador a medida que su mirada volvía a rastrear el lugar. Demasiada gente, demasiado fino todo. No le terminaba de gustar ese sitio. Demasiado refinado para alguien como él.
Pero hubo algo que le llamó la atención. Un par de presencias conocidas, quizás. Sobre todo el más alto. La peculiar lengua de Ares apenas asomó, para luego relamerse los dientes, con una sonrisa oscura. Le dió otro trago a su bebida de la cual, todo sea dicho, ni se había fijado en qué le habían dado. Solo reconocía las etiquetas por los dibujitos. Y bueno, el contenido por el sabor, claro. Se le escapó una especie de “ronroneo” gutural que tan solo era el inicio de lo que se podía presagiar como algo malo.
Generalmente.
Los ojos de Ares se clavaron en aquella espalda ancha y se separó de la barra entonces, esta vez en su totalidad. Había encontrado una nueva presa. Esperaba que más entretenida. Con pasos seguros y pesados, en contraposición a un balanceo ligero y tremendamente medido, de sus hombros y el resto de su cuerpo, fue acortando distancias para con aquel hombre. Un tipo fornido, igual de alto que él y que, ahora mismo, se encontraba de espaldas. La sonrisa se le fue afilando a medida que estaba cada vez más cerca, como también podía escucharse, muy sutil, el crujido de uno de sus puños manchados, cerrándose. Las nudilleras estaban impolutas y pendían de su cinturón. No le habían hecho ni falta con el mindundi de fuera.
— Pero qué tenemos aquí. — El gruñido casi se sintió en la nuca de Daryl, antes de que la criatura reptiliana mirase un poco por encima del hombro del otro varón. — Irinabelle y su perro faldero.
Lo dijo sin reparo alguno, sin ningún tipo de consideración y con ese tono irritante y chulesco que no podía evitar en ocasiones. La mano que había comenzado a alzar, aparentemente de manera amenazante al inicio, bajó suavemente hasta que su mano pasó por un costado de Daryl, sin más, para alcanzar la botella de vino y servirse una copa. Había dado la inicial sensación de que fuese a tocarle o a darle algún par de palmadas, pero había evitado eso con total naturalidad.
A propósito. Lo había hecho totalmente a propósito. Era consciente del “problemita” de Daryl. Y generalmente le importaba poco y nada. Pero, a pesar del trato, era una especie de camaradería a su manera.
Los ojos rojos del diablos barrieron el interior del bullicioso lugar mientras se adelantaba a su acompañante. Tenía sed. Y necesitaba unas cuantas copas que le ayudasen a bajar un tanto el mal sabor de boca que se le había quedado. No por el hecho de que todavía sintiese el fuerte sabor de la sangre en su lengua y paladar. Eso era una exquisitez. Sino, más bien, por el hecho de que el maldito guaperas no le hubiese dejado ensañarse más.
— Pfff... Aburrido. — El gruñido salió gutural desde el fondo de su garganta para cuando se aproximó a la barra, mientras fruncía un poco los labios reptilianos dejando ver la hilera de afilados dientes. No había tenido ningún tipo de reparo en apartar, casi a empujones, a los pobres que no se habían percatado de su avance. Y eso que era bastante llamativo. Para cuando llegó a dicho lugar, apoyó uno de los antebrazos en la mesa, haciéndose un temporal hueco mientras pedía cualquier licor fuerte que le satisfaciese. No era nada refinado para esas cosas, por lo que se conformaba prácticamente con cualquier cosa que fuese bebible y fuerte.
No se hizo con un vaso, ni con una copa. En cuanto lo tuvo al alcance, le arrancó la botella de la mano al pobre camarero que ahora tragaba saliva cuando el par de ojos rojizos de la criatura reptiliana parecieron tragarlo por un momento. Dió, inmediatamente, un trago directo a la botella, sin ningún tipo de decoro, y luego se apartó de la barra apenas un poco.
Iba ataviado con ropas oscuras con algunos adornos en dorado, dejando que el cuero y las telas se ciñesen cómodamente a sus escamas. Sobre los párpados óseos llevaba entre dos y tres aros a modo de piercings. Las muñequeras, también de cuero, que portaba, se habían impregnado también de sangre, al igual que parcialmente sus manos. Su larga y fornida cola, de fantasmagóricos colores albos también, se movía de manera muy sutil, como un pequeño vaivén depredador a medida que su mirada volvía a rastrear el lugar. Demasiada gente, demasiado fino todo. No le terminaba de gustar ese sitio. Demasiado refinado para alguien como él.
Pero hubo algo que le llamó la atención. Un par de presencias conocidas, quizás. Sobre todo el más alto. La peculiar lengua de Ares apenas asomó, para luego relamerse los dientes, con una sonrisa oscura. Le dió otro trago a su bebida de la cual, todo sea dicho, ni se había fijado en qué le habían dado. Solo reconocía las etiquetas por los dibujitos. Y bueno, el contenido por el sabor, claro. Se le escapó una especie de “ronroneo” gutural que tan solo era el inicio de lo que se podía presagiar como algo malo.
Generalmente.
Los ojos de Ares se clavaron en aquella espalda ancha y se separó de la barra entonces, esta vez en su totalidad. Había encontrado una nueva presa. Esperaba que más entretenida. Con pasos seguros y pesados, en contraposición a un balanceo ligero y tremendamente medido, de sus hombros y el resto de su cuerpo, fue acortando distancias para con aquel hombre. Un tipo fornido, igual de alto que él y que, ahora mismo, se encontraba de espaldas. La sonrisa se le fue afilando a medida que estaba cada vez más cerca, como también podía escucharse, muy sutil, el crujido de uno de sus puños manchados, cerrándose. Las nudilleras estaban impolutas y pendían de su cinturón. No le habían hecho ni falta con el mindundi de fuera.
— Pero qué tenemos aquí. — El gruñido casi se sintió en la nuca de Daryl, antes de que la criatura reptiliana mirase un poco por encima del hombro del otro varón. — Irinabelle y su perro faldero.
Lo dijo sin reparo alguno, sin ningún tipo de consideración y con ese tono irritante y chulesco que no podía evitar en ocasiones. La mano que había comenzado a alzar, aparentemente de manera amenazante al inicio, bajó suavemente hasta que su mano pasó por un costado de Daryl, sin más, para alcanzar la botella de vino y servirse una copa. Había dado la inicial sensación de que fuese a tocarle o a darle algún par de palmadas, pero había evitado eso con total naturalidad.
A propósito. Lo había hecho totalmente a propósito. Era consciente del “problemita” de Daryl. Y generalmente le importaba poco y nada. Pero, a pesar del trato, era una especie de camaradería a su manera.