¿Sabías que…?
... existe una tribu Lunarian en una isla del East Blue.
[Común] [C - Pasado] La primera regla del club... digo, ¿qué?
Atlas
Nowhere | Fénix
Choqué el puño de Camille con el mío propio antes de sentarme sobre una de las cajas que había en la zona. Ese condenado skypeian era bueno, muy bueno. ¿Por qué demonios los arrogantes e insubordinados tenían que ser siempre personas diestras y potencialmente útiles? No estaría mal que, de vez en cuando, la partida de reclutas que se viese incluida en el Torneo del Calabozo estuviese integrada por reclutas del montón. Así todo sería mucho más fácil para Garnett y cuantos colaborábamos para que aquella iniciativa perdurase y mantuviese su utilidad.

—No acabes demasiado rápido con él —dije para que Frida y los suyos me pudiesen escuchar—. No me vendría mal coger un poco de aire antes de hundirle la cabeza al siguiente.

Nada más lejos de la realidad, claro. Cualquiera que me conociese lo más mínimo sabría que entre mis intenciones era raro que estuviese la de provocar semejante daño a alguien. No obstante, todo hacía ver que aquel grupo en concreto necesitaba un poco de su propia medicina. Demostraban la altanería de quien hasta el momento no había encontrado a nadie que le pudiera toser a la cara. Tal vez con un poco de polvo y suelo podrían ubicarse mejor en el mapa. A lo mejor así se podrían convertir en los valiosos efectivos que estaban llamados a ser.

El combate de Camille fue mucho más rápido que el mío. El león era rápido, pero no podía rivalizar con la destreza que exhibía quien llevaba entre acero y armas toda una vida. Quizás la oni no fuese tan veloz como él, pero no lo necesitaba. Suplía la agilidad del humano con rasgos felinos con unos movimientos tremendamente medidos, encajando los golpes que sabía que podía encajar y centrándose en los más comprometedores. Cualquiera que lo viese desde fuera podría pensar que sencillamente la corpulenta mujer no daba abasto para devolver todas las ofensivas, pero, más allá de que hubiese una mínima razón en esa percepción, lo cierto era que escogía con maestría y casi con naturalidad qué ofensivas debía repeler y cuáles debía ignorar.

Como no podía ser de otro modo cuando la superioridad era tan manifiesta, Leo salió despedido del recinto de combate después de recibir un soberano garrotazo que dolió incluso a los que estábamos observando el combate. Una victoria con semejante contundencia debía minar en cierto modo la moral del grupo de Frida. Así fue. Siguiendo la mirada de Camille, observé que ella también estaba interesada en analizar la reacción de la lideresa y los demás. Como cabía esperar, los pechos ya no estaban hinchados y el cacareo se había convertido en un murmullo a media voz.

Entonces dirigí mi atención a Garnett durante apenas una fracción de segundo. El sargento, completamente metido en su papel y luciendo su maestría en la interpretación, ejecutaba a la perfección el rol que llevaba años desempeñando. Vuelto de espaldas a la improvisada arena, recogía billetes de cuantos asistían al espectáculo y los repartía entre los demás como resultado de las apuestas. Tras ello, anunciaba el siguiente enfrentamiento y comenzaba con los cobros. Aun así, en uno de los instantes en los que cambiaba su atención de un recluta a otro me dirigió una mirada de aprobación. Fugaz y somera, sí, pero la pude distinguir perfectamente y sin ningún atisbo de duda. Sí, lo que estaba buscando, el motivo por el que nos había llamado era precisamente ése. Alguien le tenía que enseñar a esos inadaptados —como lo habíamos sido muchos de nosotros— que un hermano mayor también está para ponerte en tu sitio cuando no te has portado bien. Y que en ocasiones su reprimenda puede ser mucho más severa que la de un padre o una madre precisamente por estar a una altura parecida.

Las rondas se continuaron sucediendo. En el grupo de Frida generalmente salían victoriosos cuando no se enfrentaban a Camille o a mí, mientras que, cuando sus oponentes eran el resto de marines que Garnett había congregado, habitualmente vencían de manera más o menos ajustada. Cuando quisimos darnos cuenta nos habíamos plantado en las semifinales. Frida contra Camille. Tobías contra mí. Tobías era un tipo tremendamente corpulento y grueso con una altura que debía rondar la de la oni, quizás un poco más bajo. Lucía una cresta mohicana y se había teñido la barba de verde, al igual que el resto del pelo de la cabeza. Su cuerpo era la mezcla perfecta entre volumen muscular y grasa, teniendo el físico de una auténtica mole preparada para arrasar con lo que fuese sin detenerse.

—¿Qué os parece si esta vez lo hacemos un poco diferente? —irrumpió entonces el sargento con el tono desafiante y travieso del que hacía gala en noches como aquélla—. ¿Qué os parece si convertimos esto en la final? Camille y Atlas pertenecen a un grupo, a una brigada, y lo mismo sucede con Frida y Tobías. ¿Os parece si ampliamos el área de combate a... no sé, toda la zona, y convertimos esto en un dos contra dos?

Sus palabras eran respaldadas por sus actos de la misma forma que una legión de sectarios obedece al líder. Una a una, se fue acercando a todas las cajas y elementos que conformaban el recinto de combate y los fue dispersando a base de patadas. Mientras hablaba, contaba billetes entre sus manos y dejaba que la idea calase entre los presentes. En aquella ocasión, completamente sumergido en su interpretación, no nos miró a Camille ni a mí.

—Como experimentado marine, apuesto por los más veteranos y ofrezco tres a uno a quien apueste en mi contra. ¿Alguien da más?
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RE: [C - Pasado] La primera regla del club... digo, ¿qué? - por Atlas - 12-11-2024, 12:40 PM

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