Silvain Loreth
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12-11-2024, 01:20 PM
Cierto, fallo mío por no comprobarlo. Es sargento, no recluta. Se me olvida lo rápido que crecéis. Aunque no puedas verlo, en estos momentos me estoy secando unan lágrima de orgullo. Volviendo al tema que nos ocupa, en esta ocasión eres tú quien fija por dónde debe comenzar tu nueva investigación. Ya que la vez anterior —no la anterior, sino la primera— te fue bien en la taberna de aquel hombre, decides darle una nueva oportunidad.
Tus pasos te conducen por las calles de Rostock que tan bien conoces. No pasas demasiado lejos de la zona hasta la que seguiste al pescador. Si te acuerdas, en aquella ocasión el vecindario cercano al área casi olvidada en pleno centro del pueblo bullía de actividad. ¿Te suena? Niños corriendo, madres y padres riñéndole, algún abuelo... En esta ocasión, lamentablemente, el cuadro no tiene nada que ver. Puedes ver algunas personas caminando por la calle, aunque llevan cierto aire nervioso; como si quisieran estar a la vista el menor tiempo posible. La mayoría de ventanas permanecen cerradas y se respira una atmósfera de tensión e incertidumbre que lo envuelve todo.
Aun así, continúas con tu camino y te diriges a la ubicación en cuestión. El breve y agudo sonido de una pequeña campana al sonar indica a quienes están dentro que has llegado. No hay demasiados clientes. Desde luego, hay muchos menos que la otra vez. La mayoría de mesas y taburetes situados junto a la barra se encuentran vacíos. Ni una sola de las personas que se encuentran en el establecimiento está acompañada y, del mismo modo, el color sonrosado de sus mejillas y la forma en que les cuesta fijar la mirada te informan de qué tipo de cliente son. Si me preguntas, te diría que los clientes ocasionales que van a tomarse algo y disfrutar de un buen raro de forma puntual se han quedado en casa. Hay muchos días para disfruta de una buena jarra con un amigo y éste no parece ser el más propicio. Por el contrario, me inclino a pensar que aquellos vecinos de Rostock que tienen un problema con la bebida, que no necesitan compañía y que les da igual todo con tal de conseguir su dosis son quienes, por supuesto, no han perdonado la visita al templo.
Ninguno de ellos se vuelve para mirarte o decirte nada. Sólo el tabernero, que debido a la escasa clientela se da cuenta de que has entrado desde el primer momento, alza una ceja y comienza a secar los vasos y jarras un poco más rápido. Enseguida intuyes que no está cómodo con tu presencia allí.
—¿Se puede saber qué haces aquí? —pregunta con evidente nerviosismo al tiempo que mira a todos los presentes en la sala. Lo hace en voz baja, asegurándose de que nadie le escuche ni se esté fijando en él—. Anda que has liado una buena. Después de que Nou desapareciese un grupo de personas de la zona se pusieron hechos una furia —dice, dando por hecho que eres el responsable de la desaparición del pescados—. Dicen que hay un traidor entre nosotros, en el pueblo, y como no todos les apoyan se dedican a escoger personas a personas según les viene en gana para interrogarlas. De momento no le han hecho daño de verdad a nadie, pero casi todo el mundo está muy asustado. Los que simpatizan con ellos son los únicos que se están librando de las sospechas. Además, creo que algo no va bien —continúa. Apenas ha dado tiempo de que le preguntes nada, pero el propietario del negocio está vomitando información como si de una cañería rota se tratase. No sé si te lo debes tomar como algo bueno o como algo que te haga sospechar. ¿A ti que te parece?—. Dicen que el otro día, en un arrebato de delirio colectivo, ellos y sus seguidores dijeron que arrasarían con el cuartel de la Marina para rescatar al "bueno" de Nou. No sé cómo ni cuándo, pero lo dijeron con mucha seguridad y los últimos días han estado pasando personas que llevaban paquetes envueltos en telas. Hacían un ruido metálico de lo más sospechoso, pero, como comprenderás, nadie les ha preguntado qué llevaban ni para qué era.
Tus pasos te conducen por las calles de Rostock que tan bien conoces. No pasas demasiado lejos de la zona hasta la que seguiste al pescador. Si te acuerdas, en aquella ocasión el vecindario cercano al área casi olvidada en pleno centro del pueblo bullía de actividad. ¿Te suena? Niños corriendo, madres y padres riñéndole, algún abuelo... En esta ocasión, lamentablemente, el cuadro no tiene nada que ver. Puedes ver algunas personas caminando por la calle, aunque llevan cierto aire nervioso; como si quisieran estar a la vista el menor tiempo posible. La mayoría de ventanas permanecen cerradas y se respira una atmósfera de tensión e incertidumbre que lo envuelve todo.
Aun así, continúas con tu camino y te diriges a la ubicación en cuestión. El breve y agudo sonido de una pequeña campana al sonar indica a quienes están dentro que has llegado. No hay demasiados clientes. Desde luego, hay muchos menos que la otra vez. La mayoría de mesas y taburetes situados junto a la barra se encuentran vacíos. Ni una sola de las personas que se encuentran en el establecimiento está acompañada y, del mismo modo, el color sonrosado de sus mejillas y la forma en que les cuesta fijar la mirada te informan de qué tipo de cliente son. Si me preguntas, te diría que los clientes ocasionales que van a tomarse algo y disfrutar de un buen raro de forma puntual se han quedado en casa. Hay muchos días para disfruta de una buena jarra con un amigo y éste no parece ser el más propicio. Por el contrario, me inclino a pensar que aquellos vecinos de Rostock que tienen un problema con la bebida, que no necesitan compañía y que les da igual todo con tal de conseguir su dosis son quienes, por supuesto, no han perdonado la visita al templo.
Ninguno de ellos se vuelve para mirarte o decirte nada. Sólo el tabernero, que debido a la escasa clientela se da cuenta de que has entrado desde el primer momento, alza una ceja y comienza a secar los vasos y jarras un poco más rápido. Enseguida intuyes que no está cómodo con tu presencia allí.
—¿Se puede saber qué haces aquí? —pregunta con evidente nerviosismo al tiempo que mira a todos los presentes en la sala. Lo hace en voz baja, asegurándose de que nadie le escuche ni se esté fijando en él—. Anda que has liado una buena. Después de que Nou desapareciese un grupo de personas de la zona se pusieron hechos una furia —dice, dando por hecho que eres el responsable de la desaparición del pescados—. Dicen que hay un traidor entre nosotros, en el pueblo, y como no todos les apoyan se dedican a escoger personas a personas según les viene en gana para interrogarlas. De momento no le han hecho daño de verdad a nadie, pero casi todo el mundo está muy asustado. Los que simpatizan con ellos son los únicos que se están librando de las sospechas. Además, creo que algo no va bien —continúa. Apenas ha dado tiempo de que le preguntes nada, pero el propietario del negocio está vomitando información como si de una cañería rota se tratase. No sé si te lo debes tomar como algo bueno o como algo que te haga sospechar. ¿A ti que te parece?—. Dicen que el otro día, en un arrebato de delirio colectivo, ellos y sus seguidores dijeron que arrasarían con el cuartel de la Marina para rescatar al "bueno" de Nou. No sé cómo ni cuándo, pero lo dijeron con mucha seguridad y los últimos días han estado pasando personas que llevaban paquetes envueltos en telas. Hacían un ruido metálico de lo más sospechoso, pero, como comprenderás, nadie les ha preguntado qué llevaban ni para qué era.