Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
12-11-2024, 05:47 PM
(Última modificación: 12-11-2024, 06:20 PM por Camille Montpellier.)
No tardó en plantarse frente a la entrada de El Ballenato que, como no podía ser de otra manera, le quedaba bastante pequeña. Tuvo que encogerse un poco e inclinar el cuerpo hacia delante mientras empujaba la puerta para acceder al interior. Agradeció una vez dentro que el local contase con dos plantas sin un techo de por medio, siendo el salón principal visible desde las escaleras y palcos que había en el segundo piso. Esto le permitía mantenerse erguida y ahorrarse unos buenos dolores de espalda más adelante, nada convenientes teniendo en cuenta la situación de la isla. Y hablando de eso...
—Esto no parece una isla recién invadida —musitó para sí misma, observando el ambiente festivo y distendido que se presentaba ante ella.
Como veníamos diciendo, era bastante temprano como para que se hubiera montado una fiesta al uso en un sitio como ese. Aun así, el local estaba repleto de gente que supuso que sería del propio pueblo, quizá con algún comerciante que estuviera de paso. Todos se encontraban bailando —erráticamente, eso sí—, canturreando —casi tan erráticamente como los otros— y riéndose. Un grupito se había puesto a tocar una alegre melodía que acompañaba los pasos de los clientes que ocupaban la improvisada pista de baile. Hombres, mujeres e incluso niños se movían de aquí para allá, agrupándose a lo largo y ancho de la sala. Estaban tan metidos en su celebración que muchos ni se dieron cuenta de la presencia de la oni.
—¡Pero no te quedes ahí, chiquilla! —le dijo una mujer que había aparecido a su lado de quién sabe dónde—. ¡Pídete algo y únete a la celebración!
Le dio un par de palmadas en la espalda baja, tan alto como fue capaz de alcanzar con el brazo, antes de reincorporarse a la fiesta. Ni siquiera se había parado a reparar en su estatura, sus cuernos ni nada por el estilo. Tal vez fuera demasiado perjudicada como para darle importancia o, simplemente, no le importaba en lo más mínimo. Camille quiso quedarse con la segunda opción, aunque sintió que debía ser una mezcla de ambas.
Sin querer llevarle la contraria a la buena mujer, empezó a avanzar por la sala en dirección a la barra donde el tabernero andaba sirviendo jarras y copas a diestro y siniestro. Tuvo que dar un pequeño rodeo para no ponerse en medio y entorpecer los bailes. Mientras caminaba, no podía evitar darle vueltas a la información que les había llegado en el cuartel. El Gobierno Mundial se había asegurado de dejar claro que lo ocurrido en Oykot no era otra cosa más que un ataque terrorista; un golpe de estado que había perjudicado enormemente la buena vida de sus habitantes, que ahora se veían en la obligación de cumplir las maliciosas demandas de sus ocupantes. Bien sabía que el gobierno tendía a adornar la información en su propio beneficio, pero aquello era mucho más que «adornar». Ningún pueblo oprimido montaría semejante fiesta si realmente lo estuviera.
Cuando llegó a la barra, el muchacho que había tras ella que no dejaba de moverse de un lado para otro se quedó clavado en el suelo, mirándola desde abajo con una expresión de incredulidad y sorpresa.
—La madre que me... —Empezó a decir, o eso entendió Camille entre todo ese barullo. El tío se recompuso y le dedicó una sonrisa radiante—. ¡Bienvenida al Ballenato! ¿Qué te pongo? Si es la primera vez que vienes, que ya lo creo que sí, el Moby Dick es nuestra especialidad. Eso sí, igual acabas como esos de allí.
Hizo un gesto con la mano, señalando a uno de los tantos grupos que había por allí, entre los cuales podía verse a más de una persona bastante perjudicada. La alférez no pudo hacer otra cosa más que preguntarse si era lícito o siquiera prudente ponerse a beber en mitad de una misión de reconocimiento, pero supuso que llamaría mucho —más— la atención si no pasaba por el aro y se negaba. Además, dada su constitución, una única bebida no debería siquiera afectarle.
Sonrió un poco y volvió a mirar al tabernero.
—Pues que sea un Moby Dick entonces.
—¡Marchando!
Y se perdió por allí, pidiéndole a uno de sus compañeros que se pusiera a prepararlo mientras él iba a atender a otros clientes.
Camille aprovechó la pausa para volver a echar un vistazo por la sala, de una forma un poco más minuciosa ahora. Si había alguien allí que pudiera parecer un rebelde, desde luego que debía ser indistinguible con el resto de la clientela. Del mismo modo, todos parecían personas bastante normales; o al menos, tan normales como podía parecer uno en mitad de un jolgorio como ese. Sin embargo, de forma inevitable, su mirada terminó enfocándose en uno de los numerosos grupitos que se habían montado, concretamente en una mujer que parecía ser el foco. Estaba sentada, en una de las mesas, de modo que tan solo veía su tren superior. De cabellos rubios y aura animada, daba la impresión de ser el tipo de persona que querías cerca en un ambiente como ese. Pero no era nada de eso lo que había llamado la atención de la oni. Había... algo más. Algo que sentía tener en la punta de la lengua pero que no le sabía. Como si hubiera visto ese rostro en alguna parte. ¿Tal vez en las noticias? ¿Sería una de las rebeldes?
No estaba segura de sus suposiciones, pero necesitaba averiguarlo. Sin esperar su Moby Dick, Camille empezó a caminar en línea recta hacia su mesa. Estaba preparada para lo que pudiera pasar, algo que se reflejaba en el frío que había invadido su mirada. Necesitaba respuestas y quizá pudiera aprovechar el ambiente festivo para obtenerlas. Quería, al menos, confirmar quién era esa mujer, y tal vez llevársela para hacerle algunas preguntas en el barco si era una revolucionaria. Sin embargo, una voz se alzó por encima del gentío, gritando un nombre que detuvo en seco a la morena.
—¡Airgid! —chillaba desde la barra alegremente—. ¡¿Te pido otra o qué?! ¡Vamos que me estoy meando!
Camille miró al tipejo por un momento, dándose la vuelta, y luego volvió a dirigir la mirada hacia la mujer de la mesa. El nombre resonó en su mente como un eco lejano, como si viniera de lo más profundo de su memoria. Sintió cómo un par de recuerdos le cruzaban la mente. Sin darse cuenta, había acabado acercándose y estaba de pie, al lado de su mesa.
—¿Airgid? —preguntó al aire, casi para sí misma más que para ella, con los ojos rojos muy abiertos y fijos en la rubia.
—Esto no parece una isla recién invadida —musitó para sí misma, observando el ambiente festivo y distendido que se presentaba ante ella.
Como veníamos diciendo, era bastante temprano como para que se hubiera montado una fiesta al uso en un sitio como ese. Aun así, el local estaba repleto de gente que supuso que sería del propio pueblo, quizá con algún comerciante que estuviera de paso. Todos se encontraban bailando —erráticamente, eso sí—, canturreando —casi tan erráticamente como los otros— y riéndose. Un grupito se había puesto a tocar una alegre melodía que acompañaba los pasos de los clientes que ocupaban la improvisada pista de baile. Hombres, mujeres e incluso niños se movían de aquí para allá, agrupándose a lo largo y ancho de la sala. Estaban tan metidos en su celebración que muchos ni se dieron cuenta de la presencia de la oni.
—¡Pero no te quedes ahí, chiquilla! —le dijo una mujer que había aparecido a su lado de quién sabe dónde—. ¡Pídete algo y únete a la celebración!
Le dio un par de palmadas en la espalda baja, tan alto como fue capaz de alcanzar con el brazo, antes de reincorporarse a la fiesta. Ni siquiera se había parado a reparar en su estatura, sus cuernos ni nada por el estilo. Tal vez fuera demasiado perjudicada como para darle importancia o, simplemente, no le importaba en lo más mínimo. Camille quiso quedarse con la segunda opción, aunque sintió que debía ser una mezcla de ambas.
Sin querer llevarle la contraria a la buena mujer, empezó a avanzar por la sala en dirección a la barra donde el tabernero andaba sirviendo jarras y copas a diestro y siniestro. Tuvo que dar un pequeño rodeo para no ponerse en medio y entorpecer los bailes. Mientras caminaba, no podía evitar darle vueltas a la información que les había llegado en el cuartel. El Gobierno Mundial se había asegurado de dejar claro que lo ocurrido en Oykot no era otra cosa más que un ataque terrorista; un golpe de estado que había perjudicado enormemente la buena vida de sus habitantes, que ahora se veían en la obligación de cumplir las maliciosas demandas de sus ocupantes. Bien sabía que el gobierno tendía a adornar la información en su propio beneficio, pero aquello era mucho más que «adornar». Ningún pueblo oprimido montaría semejante fiesta si realmente lo estuviera.
Cuando llegó a la barra, el muchacho que había tras ella que no dejaba de moverse de un lado para otro se quedó clavado en el suelo, mirándola desde abajo con una expresión de incredulidad y sorpresa.
—La madre que me... —Empezó a decir, o eso entendió Camille entre todo ese barullo. El tío se recompuso y le dedicó una sonrisa radiante—. ¡Bienvenida al Ballenato! ¿Qué te pongo? Si es la primera vez que vienes, que ya lo creo que sí, el Moby Dick es nuestra especialidad. Eso sí, igual acabas como esos de allí.
Hizo un gesto con la mano, señalando a uno de los tantos grupos que había por allí, entre los cuales podía verse a más de una persona bastante perjudicada. La alférez no pudo hacer otra cosa más que preguntarse si era lícito o siquiera prudente ponerse a beber en mitad de una misión de reconocimiento, pero supuso que llamaría mucho —más— la atención si no pasaba por el aro y se negaba. Además, dada su constitución, una única bebida no debería siquiera afectarle.
Sonrió un poco y volvió a mirar al tabernero.
—Pues que sea un Moby Dick entonces.
—¡Marchando!
Y se perdió por allí, pidiéndole a uno de sus compañeros que se pusiera a prepararlo mientras él iba a atender a otros clientes.
Camille aprovechó la pausa para volver a echar un vistazo por la sala, de una forma un poco más minuciosa ahora. Si había alguien allí que pudiera parecer un rebelde, desde luego que debía ser indistinguible con el resto de la clientela. Del mismo modo, todos parecían personas bastante normales; o al menos, tan normales como podía parecer uno en mitad de un jolgorio como ese. Sin embargo, de forma inevitable, su mirada terminó enfocándose en uno de los numerosos grupitos que se habían montado, concretamente en una mujer que parecía ser el foco. Estaba sentada, en una de las mesas, de modo que tan solo veía su tren superior. De cabellos rubios y aura animada, daba la impresión de ser el tipo de persona que querías cerca en un ambiente como ese. Pero no era nada de eso lo que había llamado la atención de la oni. Había... algo más. Algo que sentía tener en la punta de la lengua pero que no le sabía. Como si hubiera visto ese rostro en alguna parte. ¿Tal vez en las noticias? ¿Sería una de las rebeldes?
No estaba segura de sus suposiciones, pero necesitaba averiguarlo. Sin esperar su Moby Dick, Camille empezó a caminar en línea recta hacia su mesa. Estaba preparada para lo que pudiera pasar, algo que se reflejaba en el frío que había invadido su mirada. Necesitaba respuestas y quizá pudiera aprovechar el ambiente festivo para obtenerlas. Quería, al menos, confirmar quién era esa mujer, y tal vez llevársela para hacerle algunas preguntas en el barco si era una revolucionaria. Sin embargo, una voz se alzó por encima del gentío, gritando un nombre que detuvo en seco a la morena.
—¡Airgid! —chillaba desde la barra alegremente—. ¡¿Te pido otra o qué?! ¡Vamos que me estoy meando!
Camille miró al tipejo por un momento, dándose la vuelta, y luego volvió a dirigir la mirada hacia la mujer de la mesa. El nombre resonó en su mente como un eco lejano, como si viniera de lo más profundo de su memoria. Sintió cómo un par de recuerdos le cruzaban la mente. Sin darse cuenta, había acabado acercándose y estaba de pie, al lado de su mesa.
—¿Airgid? —preguntó al aire, casi para sí misma más que para ella, con los ojos rojos muy abiertos y fijos en la rubia.