Se estaba quedando cuadrada en esa postura. Tenía a Angelo ocupando prácticamente todo su espacio vital, con sus piernas y brazos encima de ella mientras roncaba como un burro haciendo el doble de ruido de lo que serían los decibelios permitidos. Era un milagro que no les hubieran pillado y tirado por la borda.
—Pst. Angelo, despierta.
Iris le estaba propinando unas buenas bofetadas a su amigo mientras esperaba a que se despertara, cosa que obviamente no pasó. El barco había atracado dios sabe donde y estaba empezando a plantearse que la mejor opción era salir a dar una vuelta antes de que Angelo se despertara para poder ojear la isla en la que encontraban. Así que eso hizo, arropó al peliverde con su chaqueta y le propinó una patada a ver si así se despertaba, aunque no surgió efecto.
Salió del barco solo para darse cuenta de que no se encontraban en ninguna isla al uso, la verdad es que parecía una especie de restaurante. Genial porque se había quedado sin tabaco y basándose en su bar de confianza — El Bar Manolo— seguramente venderían por ahí. «Que sitio más raro» pensó mientras esquivaba a un empleado que iba moviendo cajas.
De dentro de aquel lugar salían las notas de un rap, cosa que no le cuadraba mucho con la estética que aquel restaurante y su clientela ofrecía.
—Oye, perdona, ¿Me puedes encender la máquina del tabaco? — Le preguntó a uno de los camareros. La verdad es que no había visto ninguna al entrar pero quizás estaba escondida. Alguna mierda de estas de Marketing.
— Disculpe señorita pero aquí no vendemos de eso...
¿Como? Que clase de bar respetable no se dignaba a vender una buena caja de Malboro. ¿Qué coño iba a hacer ella ahora? De momento lo que si sabía es que iba a dejarles una reseña de una estrella. Menudo bar de mierda.
Salió del bar con un cabreo de tres pares de narices, aunque por lo que parecía allí fuera no era la única que estaba enfadada. Pero eso le daba igual, justo al lado suya en la puerta, como si de un Dios se tratara, se encontraba un chico de pelo rojizo pero eso daba igual, lo importante era lo que tenía entre sus labios... Intentando mantener la compostura— Pues el mono ya estaba empezando a afectarle y empezaba a notar esa mala hostia característica de cuando llevaba más de quince minutos sin inhalar un poco de nicotina— le dio unos toquecitos al pelirojo en el brazo y adoptando el tono de voz más aterciopelado y suave que pudo lograr le dijo:
—Perdona... ¿te importaría dejarme un piti? Que me he quedado sin y por aquí no venden...—Sonrió dulcemente.
Si no le daba tabaco juraba por su puta madre, que en paz descanse, que le arrancaría el que tenía en la boca.
—Pst. Angelo, despierta.
Iris le estaba propinando unas buenas bofetadas a su amigo mientras esperaba a que se despertara, cosa que obviamente no pasó. El barco había atracado dios sabe donde y estaba empezando a plantearse que la mejor opción era salir a dar una vuelta antes de que Angelo se despertara para poder ojear la isla en la que encontraban. Así que eso hizo, arropó al peliverde con su chaqueta y le propinó una patada a ver si así se despertaba, aunque no surgió efecto.
Salió del barco solo para darse cuenta de que no se encontraban en ninguna isla al uso, la verdad es que parecía una especie de restaurante. Genial porque se había quedado sin tabaco y basándose en su bar de confianza — El Bar Manolo— seguramente venderían por ahí. «Que sitio más raro» pensó mientras esquivaba a un empleado que iba moviendo cajas.
De dentro de aquel lugar salían las notas de un rap, cosa que no le cuadraba mucho con la estética que aquel restaurante y su clientela ofrecía.
—Oye, perdona, ¿Me puedes encender la máquina del tabaco? — Le preguntó a uno de los camareros. La verdad es que no había visto ninguna al entrar pero quizás estaba escondida. Alguna mierda de estas de Marketing.
— Disculpe señorita pero aquí no vendemos de eso...
¿Como? Que clase de bar respetable no se dignaba a vender una buena caja de Malboro. ¿Qué coño iba a hacer ella ahora? De momento lo que si sabía es que iba a dejarles una reseña de una estrella. Menudo bar de mierda.
Salió del bar con un cabreo de tres pares de narices, aunque por lo que parecía allí fuera no era la única que estaba enfadada. Pero eso le daba igual, justo al lado suya en la puerta, como si de un Dios se tratara, se encontraba un chico de pelo rojizo pero eso daba igual, lo importante era lo que tenía entre sus labios... Intentando mantener la compostura— Pues el mono ya estaba empezando a afectarle y empezaba a notar esa mala hostia característica de cuando llevaba más de quince minutos sin inhalar un poco de nicotina— le dio unos toquecitos al pelirojo en el brazo y adoptando el tono de voz más aterciopelado y suave que pudo lograr le dijo:
—Perdona... ¿te importaría dejarme un piti? Que me he quedado sin y por aquí no venden...—Sonrió dulcemente.
Si no le daba tabaco juraba por su puta madre, que en paz descanse, que le arrancaría el que tenía en la boca.