Balagus
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13-11-2024, 03:35 AM
La enorme y amplia caverna dio paso a otra más reducida, más pequeña, como una habitación dentro de un salón más grande. Una cueva dentro de la cueva que dejaba atrás la primitiva belleza virgen de la naturaleza por otra igual de natural pero mucho más rara. Más cuidada. Más geométrica. Más pulida y cautivante. Ese estilo de belleza que sólo puede surgir a partir de una anomalía natural, y que sólo necesitaba del pútrido toque de la civilización para marchitarse: una caverna cubierta en capas de hielo azul tan frías como hechizantes, las cuales opacaban la única entrada de luz que iluminaba la estancia, y que les ofrecía a los tres cazadores una salida.
Pero, más importante que todo aquello, era qué y quién les esperaban allí dentro: un huevo enorme, incluso para los estándares que manejaba Balagus, y un hombre, origen de los lamentos y sollozos que les habían guiado hasta allí. Un hombre que se lamentaba como un niño al que le ha salido todo mal, y que sabe, sin que nadie le pueda convencer de lo contrario, que todo había sido culpa suya. Entre el huevo y las placas de hielo, que tanto recordaban a la armadura del ser al que acababan de dar muerte, sólo una palabra era la que podía describir a la perfección todo aquello que estaban viendo: nido.
La sorpresa en el rostro del oni fue similar a la de sus compañeros al poder ver el rostro del hombre: había sido aquel que había pedido ayuda para matar al Terror en la taberna, inicialmente. Pero no sólo fue eso lo que le hizo enarcar primero una ceja, y mostrar los colmillos con manifiesta hostilidad después, sino saber qué él y… “Boopie”, tal y como llamaba al leviatán helado, habían tenido a aquel pequeño juntos, y que los culpaba a ellos, nada más y nada menos, del aciago destino que acababa de sobrevenirle a su monstruoso amor, y a su monstruoso vástago.
El guerrero guardó su hacha y dejó que sus compañeros marines hablaran, para finalmente adelantarse a Octojin y Ray, y tomar al campesino por el cuello, sin asfixiarlo, y alzarlo en el aire.
- Tú, que te llamas padre de esta criatura, ¿nos trajiste aquí, a donde guardabas lo que más apreciabas en la vida? ¿A nosotros? ¿A LOS CAZADORES? -
Su voz retumbó como un trueno en la sala. Sus ojos centelleaban con ira anaranjada. Le estaba costando mucho no apretar la mano hasta partirle el cuello al lamentable hombrecillo, pero tal vez fuera por el cansancio de su molido y apaleado cuerpo, tal vez por el frío glacial de la cueva, o tal vez porque sabía de primera mano el sufrimiento que estaba por esperarle a aquel desgraciado si le dejaba vivir, que no terminó de reunir la fuerza para quitarle la vida. Las imágenes de un pueblo tribal en llamas, lleno de onis sin cuernos decapitados o en grilletes, surcaban su mente a toda velocidad mientras apretaba sus enormes mandíbulas, una contra la otra.
- Tú has traído la desgracia sobre ti mismo y sobre los tuyos. Debería ejecutarte aquí mismo por traición, pero no creo que mis compañeros lo vieran bien. – Les dedicó una breve mirada a los dos cuando los mencionó. – Además, no somos nosotros los únicos a los que has hecho daño. Otros querrán verte ajusticiado. -
Con el cuidado justo y necesario para no hacerle daño en la caída, lo soltó sin ceremonia de vuelta contra el suelo, y regresó hacia sus compañeros.
- En cuanto al huevo, creo que deberíamos dárselo a la gente de esta isla. Que lo críen ellos como sus padres no fueron capaces, que traten de sacarlo adelante, y educarlo como un protector. Un aliado así sería formidable frente a batallas futuras. Sé que no vais a estar de acuerdo conmigo, y respetaré lo que decidáis. Sois guerreros honorables y fuertes, y eso lo respeto y lo honro. Pero también quiero haceros partícipes mi opinión al respecto. -
Pero, más importante que todo aquello, era qué y quién les esperaban allí dentro: un huevo enorme, incluso para los estándares que manejaba Balagus, y un hombre, origen de los lamentos y sollozos que les habían guiado hasta allí. Un hombre que se lamentaba como un niño al que le ha salido todo mal, y que sabe, sin que nadie le pueda convencer de lo contrario, que todo había sido culpa suya. Entre el huevo y las placas de hielo, que tanto recordaban a la armadura del ser al que acababan de dar muerte, sólo una palabra era la que podía describir a la perfección todo aquello que estaban viendo: nido.
La sorpresa en el rostro del oni fue similar a la de sus compañeros al poder ver el rostro del hombre: había sido aquel que había pedido ayuda para matar al Terror en la taberna, inicialmente. Pero no sólo fue eso lo que le hizo enarcar primero una ceja, y mostrar los colmillos con manifiesta hostilidad después, sino saber qué él y… “Boopie”, tal y como llamaba al leviatán helado, habían tenido a aquel pequeño juntos, y que los culpaba a ellos, nada más y nada menos, del aciago destino que acababa de sobrevenirle a su monstruoso amor, y a su monstruoso vástago.
El guerrero guardó su hacha y dejó que sus compañeros marines hablaran, para finalmente adelantarse a Octojin y Ray, y tomar al campesino por el cuello, sin asfixiarlo, y alzarlo en el aire.
- Tú, que te llamas padre de esta criatura, ¿nos trajiste aquí, a donde guardabas lo que más apreciabas en la vida? ¿A nosotros? ¿A LOS CAZADORES? -
Su voz retumbó como un trueno en la sala. Sus ojos centelleaban con ira anaranjada. Le estaba costando mucho no apretar la mano hasta partirle el cuello al lamentable hombrecillo, pero tal vez fuera por el cansancio de su molido y apaleado cuerpo, tal vez por el frío glacial de la cueva, o tal vez porque sabía de primera mano el sufrimiento que estaba por esperarle a aquel desgraciado si le dejaba vivir, que no terminó de reunir la fuerza para quitarle la vida. Las imágenes de un pueblo tribal en llamas, lleno de onis sin cuernos decapitados o en grilletes, surcaban su mente a toda velocidad mientras apretaba sus enormes mandíbulas, una contra la otra.
- Tú has traído la desgracia sobre ti mismo y sobre los tuyos. Debería ejecutarte aquí mismo por traición, pero no creo que mis compañeros lo vieran bien. – Les dedicó una breve mirada a los dos cuando los mencionó. – Además, no somos nosotros los únicos a los que has hecho daño. Otros querrán verte ajusticiado. -
Con el cuidado justo y necesario para no hacerle daño en la caída, lo soltó sin ceremonia de vuelta contra el suelo, y regresó hacia sus compañeros.
- En cuanto al huevo, creo que deberíamos dárselo a la gente de esta isla. Que lo críen ellos como sus padres no fueron capaces, que traten de sacarlo adelante, y educarlo como un protector. Un aliado así sería formidable frente a batallas futuras. Sé que no vais a estar de acuerdo conmigo, y respetaré lo que decidáis. Sois guerreros honorables y fuertes, y eso lo respeto y lo honro. Pero también quiero haceros partícipes mi opinión al respecto. -