Diana Kari
Wild Huntress
13-11-2024, 07:20 AM
-¡Ma, ya me voy. Yuya dijo que teníamos que hablar de algo importante en el Faro Rojo!- le grité a mi madre desde mi habitación mientras terminaba de hacerme una coleta y tomaba mi lanza. -¡Salúdalo de mi parte y pregúntale cuando vendrá a comer a la casa que se le extraña!- me respondió antes de que lograra salir de la casa. El hombre apenas tenía tiempo libre entre buscar generar ingresos para ayudar a su familia de doscientos y las mujeres, hombres y cualquier humanoide que considerara atractivo que pasaban por su cama. –Sí, sí.- respondí en voz baja mientras cerraba la puerta, a sabiendas de que no me escucharía.
El vivir en Goza me hacía tener que salir con mucho tiempo de anticipación para llegar al bar de mala muerte que frecuentábamos en Cocoyashi entonces me daba el tiempo de cruzar junto a la gente que iba directo a vender sus productos o todos los aspirantes que estudiaban navegación en la capital. Yuya era uno de estos últimos aunque probablemente pasaba más tiempo ligoteando con sus compañeras que aprendiendo a dibujar mapas e interpretarlos. Aunque no podía culparlo, ¿cuánto tiempo tendría que pasar para que aprendiera lo más importante sobre la navegación? La verdad era que estaba arremetiendo mentalmente contra mi amigo porque hacía varias semanas que sentía que estábamos completamente estancados. Se había vuelto casi rutinario el ir al mismo bar a escuchar conversaciones de algún que otro maleante de poca monta para después darle caza para recoger apenas unas pocas monedas que apenas y volvían rentable nuestro modus vivendi. Lo peor de todo era que cuando llegábamos a cruzarnos con algún pez gordo teníamos que hacernos de la vista gorda ya que no éramos lo suficiente fuertes como para hacerle frente a alguien ligeramente famoso. Las cazas se habían vuelto insípidas incluso, era como si él y yo nos dedicáramos a repetir una rutina que habíamos ensayado una y otra vez cuyo final siempre era una imagen lamentable de un criminal pidiendo piedad mientras era amordazado y llevado a la justicia. Bueno, de vez en cuando omitíamos el paso de pedir piedad porque a uno de los dos se nos iba la mano, pero no era a propósito por si alguien se lo pregunta y si estamos siendo completamente honestos tampoco sentía mucho remordimiento por ese tipo de gente.
Finalmente había llegado a la zona en donde se encontraba nuestra horrible base de operaciones y apenas entrar lo primero que se cruzó con mis ojos fue la mirada amigable del tabernero que siempre me recibía con una sonrisa, no sabía si era porque me paseaba con muy poca ropa o tal vez por el hecho de que en más de una ocasión había dejado una cantidad absurda de propina por estar pasada de copas. –Buen día, guapetón. Dame lo de siempre.- le dije refiriéndome a la deliciosa cerveza con el toque cítrico que se había vuelto una de mis bebidas favoritas para después recargar mi espalda en la barra volteando a ver a la mesa que siempre frecuentábamos Yuya y yo. –Y llévala donde siempre, por favor.- continué en cuanto mi mirada se cruzó con la de mi compañero de aventuras. Comencé mi avance hacia “nuestra” mesa mientras escuchaba a varias de las presentes hablar sobre la apariencia de Yuya y todo lo que le harían si tuvieran la oportunidad de estar a solas con él. No pude evitar soltar una pequeña risa pues en cuanto me sentara junto a él comenzaría a recibir miradas tan penetrantes que fácilmente harían ver a mi lanza como un palillo de madera. –Pero mira quien ha decidido salir de entre las piernas de una mujer que toma malas decisiones para venir a trabajar.- le dije a Yuya mientras me sentaba frente a él. –Mi madre te manda saludos y quiere saber cuándo te pasarás por la casa para comer con nosotros.- le dije iniciando una conversación casual antes de centrarnos en la plática importante. Recargué mi lanza en una de las sillas de la mesa para que quedara a mi alcance pero no me estorbara para disfrutar la bebida que había pedido. –También podrías aprovechar para afilar esa espada, ya sabes, la que usas menos que la que tienes entre las piernas.- finalicé bromeando mientras posaba los codos sobre la mesa y ponía mis manos bajo mi mentón como si hiciera una pose seductora, más que nada haciendo un show para todas las presentes que seguían con los ojos clavados en nuestra mesa.
El vivir en Goza me hacía tener que salir con mucho tiempo de anticipación para llegar al bar de mala muerte que frecuentábamos en Cocoyashi entonces me daba el tiempo de cruzar junto a la gente que iba directo a vender sus productos o todos los aspirantes que estudiaban navegación en la capital. Yuya era uno de estos últimos aunque probablemente pasaba más tiempo ligoteando con sus compañeras que aprendiendo a dibujar mapas e interpretarlos. Aunque no podía culparlo, ¿cuánto tiempo tendría que pasar para que aprendiera lo más importante sobre la navegación? La verdad era que estaba arremetiendo mentalmente contra mi amigo porque hacía varias semanas que sentía que estábamos completamente estancados. Se había vuelto casi rutinario el ir al mismo bar a escuchar conversaciones de algún que otro maleante de poca monta para después darle caza para recoger apenas unas pocas monedas que apenas y volvían rentable nuestro modus vivendi. Lo peor de todo era que cuando llegábamos a cruzarnos con algún pez gordo teníamos que hacernos de la vista gorda ya que no éramos lo suficiente fuertes como para hacerle frente a alguien ligeramente famoso. Las cazas se habían vuelto insípidas incluso, era como si él y yo nos dedicáramos a repetir una rutina que habíamos ensayado una y otra vez cuyo final siempre era una imagen lamentable de un criminal pidiendo piedad mientras era amordazado y llevado a la justicia. Bueno, de vez en cuando omitíamos el paso de pedir piedad porque a uno de los dos se nos iba la mano, pero no era a propósito por si alguien se lo pregunta y si estamos siendo completamente honestos tampoco sentía mucho remordimiento por ese tipo de gente.
Finalmente había llegado a la zona en donde se encontraba nuestra horrible base de operaciones y apenas entrar lo primero que se cruzó con mis ojos fue la mirada amigable del tabernero que siempre me recibía con una sonrisa, no sabía si era porque me paseaba con muy poca ropa o tal vez por el hecho de que en más de una ocasión había dejado una cantidad absurda de propina por estar pasada de copas. –Buen día, guapetón. Dame lo de siempre.- le dije refiriéndome a la deliciosa cerveza con el toque cítrico que se había vuelto una de mis bebidas favoritas para después recargar mi espalda en la barra volteando a ver a la mesa que siempre frecuentábamos Yuya y yo. –Y llévala donde siempre, por favor.- continué en cuanto mi mirada se cruzó con la de mi compañero de aventuras. Comencé mi avance hacia “nuestra” mesa mientras escuchaba a varias de las presentes hablar sobre la apariencia de Yuya y todo lo que le harían si tuvieran la oportunidad de estar a solas con él. No pude evitar soltar una pequeña risa pues en cuanto me sentara junto a él comenzaría a recibir miradas tan penetrantes que fácilmente harían ver a mi lanza como un palillo de madera. –Pero mira quien ha decidido salir de entre las piernas de una mujer que toma malas decisiones para venir a trabajar.- le dije a Yuya mientras me sentaba frente a él. –Mi madre te manda saludos y quiere saber cuándo te pasarás por la casa para comer con nosotros.- le dije iniciando una conversación casual antes de centrarnos en la plática importante. Recargué mi lanza en una de las sillas de la mesa para que quedara a mi alcance pero no me estorbara para disfrutar la bebida que había pedido. –También podrías aprovechar para afilar esa espada, ya sabes, la que usas menos que la que tienes entre las piernas.- finalicé bromeando mientras posaba los codos sobre la mesa y ponía mis manos bajo mi mentón como si hiciera una pose seductora, más que nada haciendo un show para todas las presentes que seguían con los ojos clavados en nuestra mesa.