Kullona D. Zirko
Payaza D. Zirko
13-11-2024, 04:38 PM
El amanecer en la isla era fresco y dorado, con un leve rocío que cubría las hojas y el suelo de las praderas en suaves destellos, y una brisa marina que llevaba consigo el olor a sal. Zirko-chan empezaba su día de patrullaje, con la energía de una fuerza de la naturaleza. A pesar de llevar solo dos días en la isla, su espíritu extrovertido y su risa resonante ya la habían hecho notoria entre los habitantes. Esta mañana era especial, la asignaron a patrullar los barrios más despoblados, donde, según sus superiores - no había tanto que romper.
Con su imponente altura, Zirko avanzaba entre las calles, caminando en puntillas con cada paso para evitar pisotear algún techito o cualquier objeto que pudiera estar en su camino. Las casas, tiendas y pequeñas plazas parecían diminutas a sus pies, y con cada paso trataba de ser lo más cuidadosa posible, aunque el entusiasmo le ganaba a veces, y su caminar terminaba en un tambaleo aquí y allá. Iba anunciando su paso a voz en grito para evitar sorpresas - ¡Cuidado, va pasando Zirko-chan! - Los pocos transeúntes la miraban con una mezcla de asombro y diversión mientras la gigante saludaba con gestos amplios de su mano, ocupando con su sombra casi una calle completa.
Sus enormes pies tocaban el suelo con una sorprendente delicadeza para alguien de su tamaño, y sus manos, cada una tan grande como un techo, se apoyaban en los edificios de vez en cuando para mantener el equilibrio, alzando los dedos en el aire como si tocara las nubes en su paso alegre y torpe. Zirko-chan llevaba una enorme bandera de la marina atada al brazo, ondeando al ritmo de sus movimientos, ya que aún no habían conseguido un uniforme para ella, era poco probable que en algún momento tuvieran uno de los uniformes estándar de su talla, pero ella portaba la bandera con orgullo, como si fuera el mejor distintivo posible.
Justo cuando su turno terminaba y sus sombras se alargaban sobre las calles por la postura del sol, uno de sus compañeros de la marina se le acercó con aire de confidencia - Oye, Zirko - le dijo en tono de susurro, como si le compartiera un secreto de vital importancia - ¿Sabías que hay alguien de tu tamaño en la isla? Es una oficial de la marina, la vieron cerca de las praderas - Zirko parpadeó, incrédula, y su expresión se transformó de sorpresa a un entusiasmo desbordante. ¡Otra gigante! ¡No estaba sola! Y, aún mejor, ¡era alguien de la marina!
Zirko no necesitó que se lo dijeran dos veces. Con un suspiro largo y emocionado, se dio media vuelta y comenzó a avanzar hacia las praderas, luego de correr un poco, regresó hasta su compañero y le pregunto tras agacharse hasta su altura - hey, ¿para donde están las praderas? - y tras una risotada y señalando hasta su derecha, Zirko se despidió alegremente y se fue corriendo del lugar, tropezando un poco con la emoción, pero sin detenerse. La isla era pacífica y tranquila, y las praderas, vastas y salpicadas de flores silvestres, parecían pintadas en tonos de verde y amarillo bajo el sol. Zirko, pese a su tamaño, intentaba ir lo más rápido que podía, pero su "correr" se veía más como un chapoteo gigante en cámara lenta. Con cada paso, las piedras y el polvo parecían saltar a su alrededor, y las aves alzaban el vuelo mientras ella avanzaba con torpeza.
Después de varios minutos de correr y de una que otra caída inesperada, Zirko alcanzó la cima de una colina suave y divisó en la distancia una silueta tan grande como ella, descansando en medio del campo. La figura, una mujer gigante recostada sobre la hierba, tenía una expresión de serenidad y paz, y el sol la iluminaba como si fuera una visión mágica. Zirko, con el corazón latiéndole a toda velocidad, dio un paso más, pero tropezó una vez más, cayendo de bruces sobre el suelo y levantando una pequeña nube de polvo. No se rindió, se levantó, se sacudió y tomó aire antes de acercarse, esta vez a un paso más moderado, asegurándose de que su entusiasmo no la hiciera tropezar otra vez, pero corriendo como una niña chica que desbordaba emociones que no lograba contener.
Cuando llegó a unos prudentes 30 metros de la gigante, se detuvo y se cuadró frente a ella, con una torpeza adorable. Zirko-chan adoptó una postura de recluta, intentando replicar la firmeza que había visto en sus compañeros, aunque su tamaño y su sonrisa de oreja a oreja la hacían ver menos seria y más como una niña que ha visto su juguete favorito.
¡Recluta Zirko-chan reportándose! - anunció en voz alta, llena de emoción, con una postura cómicamente rígida, dirigió las manos cruzadas a su espalda y empezó a balancearse en puntitas, intentando no invadir el espacio personal de la gigante frente a ella.
Zirko casi no podía contenerse. Por primera vez en su vida, veía a alguien que podía mirarla cara a cara, que ocupaba tanto espacio como ella, alguien que, aunque distante, podría entender la soledad y las dificultades de vivir en un mundo diseñado para personas mucho más pequeñas. Para Zirko, aquella presencia era casi un sueño hecho realidad. Sin darse cuenta, estaba tan absorta en su sorpresa que no notaba la presencia de otras personas alrededor, todo su mundo se centraba en esa figura, aquella gigante que parecía tan tranquila en las praderas.
Mientras esperaba respuesta, la emoción se reflejaba en cada gesto suyo. Zirko respiraba de manera agitada, y sus ojos brillaban de pura fascinación, como si cada segundo que pasaba allí, frente a la gigante, fuera un regalo.
Con su imponente altura, Zirko avanzaba entre las calles, caminando en puntillas con cada paso para evitar pisotear algún techito o cualquier objeto que pudiera estar en su camino. Las casas, tiendas y pequeñas plazas parecían diminutas a sus pies, y con cada paso trataba de ser lo más cuidadosa posible, aunque el entusiasmo le ganaba a veces, y su caminar terminaba en un tambaleo aquí y allá. Iba anunciando su paso a voz en grito para evitar sorpresas - ¡Cuidado, va pasando Zirko-chan! - Los pocos transeúntes la miraban con una mezcla de asombro y diversión mientras la gigante saludaba con gestos amplios de su mano, ocupando con su sombra casi una calle completa.
Sus enormes pies tocaban el suelo con una sorprendente delicadeza para alguien de su tamaño, y sus manos, cada una tan grande como un techo, se apoyaban en los edificios de vez en cuando para mantener el equilibrio, alzando los dedos en el aire como si tocara las nubes en su paso alegre y torpe. Zirko-chan llevaba una enorme bandera de la marina atada al brazo, ondeando al ritmo de sus movimientos, ya que aún no habían conseguido un uniforme para ella, era poco probable que en algún momento tuvieran uno de los uniformes estándar de su talla, pero ella portaba la bandera con orgullo, como si fuera el mejor distintivo posible.
Justo cuando su turno terminaba y sus sombras se alargaban sobre las calles por la postura del sol, uno de sus compañeros de la marina se le acercó con aire de confidencia - Oye, Zirko - le dijo en tono de susurro, como si le compartiera un secreto de vital importancia - ¿Sabías que hay alguien de tu tamaño en la isla? Es una oficial de la marina, la vieron cerca de las praderas - Zirko parpadeó, incrédula, y su expresión se transformó de sorpresa a un entusiasmo desbordante. ¡Otra gigante! ¡No estaba sola! Y, aún mejor, ¡era alguien de la marina!
Zirko no necesitó que se lo dijeran dos veces. Con un suspiro largo y emocionado, se dio media vuelta y comenzó a avanzar hacia las praderas, luego de correr un poco, regresó hasta su compañero y le pregunto tras agacharse hasta su altura - hey, ¿para donde están las praderas? - y tras una risotada y señalando hasta su derecha, Zirko se despidió alegremente y se fue corriendo del lugar, tropezando un poco con la emoción, pero sin detenerse. La isla era pacífica y tranquila, y las praderas, vastas y salpicadas de flores silvestres, parecían pintadas en tonos de verde y amarillo bajo el sol. Zirko, pese a su tamaño, intentaba ir lo más rápido que podía, pero su "correr" se veía más como un chapoteo gigante en cámara lenta. Con cada paso, las piedras y el polvo parecían saltar a su alrededor, y las aves alzaban el vuelo mientras ella avanzaba con torpeza.
Después de varios minutos de correr y de una que otra caída inesperada, Zirko alcanzó la cima de una colina suave y divisó en la distancia una silueta tan grande como ella, descansando en medio del campo. La figura, una mujer gigante recostada sobre la hierba, tenía una expresión de serenidad y paz, y el sol la iluminaba como si fuera una visión mágica. Zirko, con el corazón latiéndole a toda velocidad, dio un paso más, pero tropezó una vez más, cayendo de bruces sobre el suelo y levantando una pequeña nube de polvo. No se rindió, se levantó, se sacudió y tomó aire antes de acercarse, esta vez a un paso más moderado, asegurándose de que su entusiasmo no la hiciera tropezar otra vez, pero corriendo como una niña chica que desbordaba emociones que no lograba contener.
Cuando llegó a unos prudentes 30 metros de la gigante, se detuvo y se cuadró frente a ella, con una torpeza adorable. Zirko-chan adoptó una postura de recluta, intentando replicar la firmeza que había visto en sus compañeros, aunque su tamaño y su sonrisa de oreja a oreja la hacían ver menos seria y más como una niña que ha visto su juguete favorito.
¡Recluta Zirko-chan reportándose! - anunció en voz alta, llena de emoción, con una postura cómicamente rígida, dirigió las manos cruzadas a su espalda y empezó a balancearse en puntitas, intentando no invadir el espacio personal de la gigante frente a ella.
Zirko casi no podía contenerse. Por primera vez en su vida, veía a alguien que podía mirarla cara a cara, que ocupaba tanto espacio como ella, alguien que, aunque distante, podría entender la soledad y las dificultades de vivir en un mundo diseñado para personas mucho más pequeñas. Para Zirko, aquella presencia era casi un sueño hecho realidad. Sin darse cuenta, estaba tan absorta en su sorpresa que no notaba la presencia de otras personas alrededor, todo su mundo se centraba en esa figura, aquella gigante que parecía tan tranquila en las praderas.
Mientras esperaba respuesta, la emoción se reflejaba en cada gesto suyo. Zirko respiraba de manera agitada, y sus ojos brillaban de pura fascinación, como si cada segundo que pasaba allí, frente a la gigante, fuera un regalo.