Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
13-11-2024, 07:18 PM
La fiesta continuaba a su alrededor, un caos burbujeante de risas, aplausos y música que sonaba demasiado fuerte como para que Ragn, en su estado, pudiera entender una sola nota. Cada intento de paso era una lucha entre la torpeza y el peso de la bandeja monumental que había secuestrado para su viaje. Y ahí, tambaleándose como un barco en una tormenta, se encontraba el vikingo, con la jarra casi vacía y los labios manchados de todo tipo de comida, mientras la rubia Airgid seguía encaramada en su hombro como si nada, riéndose de vez en cuando de sus desvaríos.— ¡Mirrra tú, a lo que me arrrrastrrrráis todos! — Rugió Ragn, alzando su voz como si aún pudiera impresionar a la multitud, pero nadie le prestó demasiada atención. Su garganta ya no tenía esa resonancia poderosa que solía atemorizar, y el tono era más el de alguien al borde de quedarse dormido. Las piernas le flaqueaban a ratos y un leve mareo se arremolinaba en su estómago. Había ya vaciado cuatro jarras de algún licor oscuro y picante, y en algún momento había olvidado lo que bebía. Recordaba vagamente haber gritado en honor a los dioses y haber agitado su jarra en dirección al cielo; después, solo neblina.
De repente, en su recorrido improvisado, un anciano de barba larga y trenzada, cubierto por un abrigo de pieles viejas, lo observó con ojos serenos y escrutadores. Era el tipo de mirada que uno podría sentir incluso con los ojos cerrados, un análisis que se clavaba hasta el alma. El hombre se acercó con una calma inesperada, como si estuviera acostumbrado a lidiar con guerreros tambaleantes y ebrios. — Hijo, me da la impresión de que necesitas algo de ayuda —Dijo, su voz pausada y grave, que contrastaba con el tono caótico del ambiente. Ragn, con los ojos entrecerrados, enfocó lentamente la figura del viejo que ahora tenía delante. Intentó hacer una reverencia, pero todo lo que logró fue balancearse hacia un lado, amenazando con tumbarse por completo en el proceso. Airgid se agarró a su hombro y soltó una risa descontrolada.— ¡Yo... no... Nessessitarrr ayuda! —Comentó con palabras que se derretían antes de llegar a sus labios, aunque con el mismo orgullo vikingo de siempre.— Sólo estarrr ... evaluando... Terreno.
El anciano sonrió, divertido. Sabía reconocer cuando un guerrero se había pasado de tragos. Extendió una mano, en un gesto que parecía contener un hechizo invisible, y sin que Ragn comprendiera cómo, el contacto con la mano del anciano pareció estabilizarlo. Al menos, hasta el siguiente paso. — Vamos, muchacho. No querrás que esta boda acabe contigo inconsciente en una mesa o, peor, en el suelo como otros tantos en el pasado. — Esbozó una sonrisa afable. — Eeeh... — Ragn parpadeó y miró a Airgid como buscando aprobación.— ¿Quién errrres? ¿Y porrr qué me ayudas? Yo poderr... llegarrr... solo.— Pero el anciano ignoró sus dudas. Con una paciencia digna de un druida, pasó el brazo libre de Ragn sobre sus propios hombros y comenzó a guiarlo hacia la salida, despacio, cuidando de que no tropezara ni derramara más comida sobre los invitados. Con cada paso, el vikingo sentía que el suelo se hacía más incierto y fluctuante, como un barco a punto de volcar. El viejo lo sostuvo con firmeza, observando el titubeo de sus pies como quien ya había guiado a muchos por caminos similares. Ragn mascullaba palabras que ni él mismo entendía, murmullos de batallas, nombres de antiguos compañeros, juramentos a dioses y un par de amenazas a enemigos invisibles que quizás alguna vez existieron. — Entonsses... dissess... Airgid... ¿dónde está casa de la rrrrubia? —Casi le vomita encima.— Cálmate, gigante. Te llevaremos hasta allá. Está cerca, lo prometo. —respondió el anciano, manteniendo la serenidad.
El camino estaba oscuro, y la luna se alzaba sobre las colinas, iluminando vagamente las sombras que, para el vikingo borracho, tomaban formas fantasmales que apenas distinguía. Ragn siguió andando mientras la voz del anciano se le hacía un eco lejano, como si ya no estuviera seguro de si seguía allí o si era otro fragmento de su embriaguez. En algún punto se tropezó y cayó de rodillas, llevándose consigo al anciano.
Ragn se levantó tambaleante, usando una rama caída a un lado del camino como apoyo, y, cuando menos lo esperaba, el anciano le puso una especie de bastón en la mano. Lo ayudaba a sostenerse mientras avanzaba hacia la casa de Airgid. El frío de la noche se hacía notar, pero el vikingo no parecía percibirlo. Todo su cuerpo seguía impregnado de calor y sudor, la mente a medio camino entre el sueño y la embriaguez. En algún momento, la voz del anciano le hizo regresar a la realidad. — Aquí estamos, amigo. Ésta es la casa de Airgid, o al menos así me han dicho que la llaman.
El anciano rió suavemente y asintió, observando cómo el vikingo cruzaba el umbral y cerraba la puerta tras de sí. La casa estaba en completo silencio, y el único sonido era el de la respiración pesada de Ragn mientras se dejaba caer en el suelo, apoyado contra la pared. Su cabeza comenzó a inclinarse lentamente hasta que los ojos se le cerraron por completo, entregándose al sueño.En la madrugada, cuando los primeros rayos de luz cruzaron la ventana, Ragn se despertó. La resaca le daba una bienvenida poco amable, recordándole cada trago que había dado la noche anterior. Al intentar levantarse, sintió el mismo hormigueo que había sentido cuando bebió el chupito en la boda, pero esta vez lo atribuyó a su cuerpo cansado y, sobre todo, a su mente aturdida. Con un gruñido, se levantó, caminó hasta la puerta y miró hacia el camino. No había señales del anciano que lo había ayudado a llegar.
De repente, en su recorrido improvisado, un anciano de barba larga y trenzada, cubierto por un abrigo de pieles viejas, lo observó con ojos serenos y escrutadores. Era el tipo de mirada que uno podría sentir incluso con los ojos cerrados, un análisis que se clavaba hasta el alma. El hombre se acercó con una calma inesperada, como si estuviera acostumbrado a lidiar con guerreros tambaleantes y ebrios. — Hijo, me da la impresión de que necesitas algo de ayuda —Dijo, su voz pausada y grave, que contrastaba con el tono caótico del ambiente. Ragn, con los ojos entrecerrados, enfocó lentamente la figura del viejo que ahora tenía delante. Intentó hacer una reverencia, pero todo lo que logró fue balancearse hacia un lado, amenazando con tumbarse por completo en el proceso. Airgid se agarró a su hombro y soltó una risa descontrolada.— ¡Yo... no... Nessessitarrr ayuda! —Comentó con palabras que se derretían antes de llegar a sus labios, aunque con el mismo orgullo vikingo de siempre.— Sólo estarrr ... evaluando... Terreno.
El anciano sonrió, divertido. Sabía reconocer cuando un guerrero se había pasado de tragos. Extendió una mano, en un gesto que parecía contener un hechizo invisible, y sin que Ragn comprendiera cómo, el contacto con la mano del anciano pareció estabilizarlo. Al menos, hasta el siguiente paso. — Vamos, muchacho. No querrás que esta boda acabe contigo inconsciente en una mesa o, peor, en el suelo como otros tantos en el pasado. — Esbozó una sonrisa afable. — Eeeh... — Ragn parpadeó y miró a Airgid como buscando aprobación.— ¿Quién errrres? ¿Y porrr qué me ayudas? Yo poderr... llegarrr... solo.— Pero el anciano ignoró sus dudas. Con una paciencia digna de un druida, pasó el brazo libre de Ragn sobre sus propios hombros y comenzó a guiarlo hacia la salida, despacio, cuidando de que no tropezara ni derramara más comida sobre los invitados. Con cada paso, el vikingo sentía que el suelo se hacía más incierto y fluctuante, como un barco a punto de volcar. El viejo lo sostuvo con firmeza, observando el titubeo de sus pies como quien ya había guiado a muchos por caminos similares. Ragn mascullaba palabras que ni él mismo entendía, murmullos de batallas, nombres de antiguos compañeros, juramentos a dioses y un par de amenazas a enemigos invisibles que quizás alguna vez existieron. — Entonsses... dissess... Airgid... ¿dónde está casa de la rrrrubia? —Casi le vomita encima.— Cálmate, gigante. Te llevaremos hasta allá. Está cerca, lo prometo. —respondió el anciano, manteniendo la serenidad.
El camino estaba oscuro, y la luna se alzaba sobre las colinas, iluminando vagamente las sombras que, para el vikingo borracho, tomaban formas fantasmales que apenas distinguía. Ragn siguió andando mientras la voz del anciano se le hacía un eco lejano, como si ya no estuviera seguro de si seguía allí o si era otro fragmento de su embriaguez. En algún punto se tropezó y cayó de rodillas, llevándose consigo al anciano.
Ragn se levantó tambaleante, usando una rama caída a un lado del camino como apoyo, y, cuando menos lo esperaba, el anciano le puso una especie de bastón en la mano. Lo ayudaba a sostenerse mientras avanzaba hacia la casa de Airgid. El frío de la noche se hacía notar, pero el vikingo no parecía percibirlo. Todo su cuerpo seguía impregnado de calor y sudor, la mente a medio camino entre el sueño y la embriaguez. En algún momento, la voz del anciano le hizo regresar a la realidad. — Aquí estamos, amigo. Ésta es la casa de Airgid, o al menos así me han dicho que la llaman.
El anciano rió suavemente y asintió, observando cómo el vikingo cruzaba el umbral y cerraba la puerta tras de sí. La casa estaba en completo silencio, y el único sonido era el de la respiración pesada de Ragn mientras se dejaba caer en el suelo, apoyado contra la pared. Su cabeza comenzó a inclinarse lentamente hasta que los ojos se le cerraron por completo, entregándose al sueño.En la madrugada, cuando los primeros rayos de luz cruzaron la ventana, Ragn se despertó. La resaca le daba una bienvenida poco amable, recordándole cada trago que había dado la noche anterior. Al intentar levantarse, sintió el mismo hormigueo que había sentido cuando bebió el chupito en la boda, pero esta vez lo atribuyó a su cuerpo cansado y, sobre todo, a su mente aturdida. Con un gruñido, se levantó, caminó hasta la puerta y miró hacia el camino. No había señales del anciano que lo había ayudado a llegar.