Angelo
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13-11-2024, 11:55 PM
Tal y como tenía en mente, su numerito para acoplarse de la forma más sutil y delicada posible entre aquel peculiar grupito había salido a pedir de boca. ¿Tendrían pasta o algo de valor encima? Debían estar forrados de cojones por las pintas de pijo que le llevaban, ¿no? Bueno, el escamoso quizá no, que ese olía a tener calle que tiraba para atrás. Tendría que andarse con ojo, porque encima era un pedazo de bigardo de tres pares de cojones.
Fuera como fuese, había logrado sacarle una risita al pibón de vestido rojo. Por sus palabras, que no se correspondían demasiado con lo que había demostrado hasta el momento, parecía que no tenía muchas ganas de estar allí. Perder el tiempo, había dicho. Miró de reojo a sus acompañantes con acusación, aunque como tenía las gafas de sol puestas tampoco se notó demasiado. No es que él fuera un experto en delitos —que, de hecho, sí. Cargaba con alguno a la espalda—, pero estaba seguro de que no saber entretener apropiadamente a una chica como esa debía considerarse uno. Suspiró, casi indignado, negando con la cabeza.
—Bueno, tan solo es perder el tiempo si te juntas con la gente equivocada —respondió sin cortarse ni un pelo, dedicándole una sonrisilla picarona. Justo después arqueó una ceja con confusión—. ¿Marine? —Y clavó su mirada sobre el lagartijo. Tuvo que contener una carcajada al imaginárselo de uniforme—. ¿En serio? Bueno, supongo que todo el mundo tiene sus hobbies.
Pero no, en serio, eso descuajeringaba un poco los planes. Seguía pensando que la pelirrosa se estaba quedando con él, pero si esa mole de fauces peligrosas era un representante de la Marina, quizá sería más prudente ahuecar el ala y buscarse otro grupo más fácil de timar. Aunque, claro, eso le llevaría lejos de esa mesa. Es decir, lejos de ella. Bueno, ya se buscaría las mañas si la cosa se complicaba.
Aún absorto en estas vicisitudes, salió de sus pensamientos en cuanto su sister hizo acto de presencia, justo en ese preciso instante. Debía reconocer que la jodía tenía un don para dar con él en cualquier lugar y ambiente, aunque estaba seguro de que, en esta ocasión, tenían más culpa sus peculiares acompañantes que él mismo. Seguro que la cochina ya le había echado alguna miradita indiscreta a los dos armarios empotrados que tenía delante. ¿Quién era él para juzgarla, si también lo había hecho? El caso, que tuvo que dejar de prestar atención por un momento a sus nuevos amigos para atender a Iris, a la que saludó con una sonora palmada en el brazo.
—¡Hola sister! ¿Dónde te habías metido? Te he estado buscando por todas partes —¿Que cómo podía tener tanta jeta? Años de práctica—. ¿Fuego? Claro, sabes que siempre llevo.
Esperó a que la albina le acercase el cigarrillo y, acto seguido, acercó la mano y chasqueó los dedos. Se produjo una pequeña ignición, como un pequeño petardo de esos que explotan cuando los arrojas con fuerza hacia el suelo. Unas pocas chispas por aquí y por allá y el cigarro quedó encendido. Un truquito simple que siempre dejaba al personal con la boca abierta. Le había llevado bastantes meses controlar su poder lo suficiente como para no hacer saltar por los aires todo a la mínima, pero ahí estaba el resultado de tanto esmero: un truquito cutre para encender el cigarrillo.
Se giró hacia la pelirrosa entonces, que sin comerlo ni beberlo le agarró del cuello y se acercó, mirándole con esos enormes ojos dorados. Ojos de loca. Y joder, cómo le gustaba a él una buena loca del coño.
—¿Novia? —Se levantó las gafas de sol para mirarla directamente a los ojos, desviando su atención tan solo por un breve instante a Iris, aún sin borrar la sonrisilla que había mantenido todo ese tiempo—. Qué va, es mi sister. Nada de lo que te tengas que preocupar —Y le guiñó, antes de volver a bajarse las gafas.
La mujer le soltó entonces. Debía reconocer que le había gustado un poquito, pero no era el momento de descontrolarse. Aún no, al menos. Y, entonces, apareció el... ¿sexto? En discordia: un rubiales grandote, aunque no tanto como el resto de maromos que había ahí reunidos. Aun así le sacaba fácilmente medio metro, así que no era nada desdeñable. Pero su altura no era lo importante, sino lo que surgió entre él y Angelo prácticamente desde el primer instante en que cruzaron miradas. Pudo verlo a través de las gafas de sol de ambos, confirmando sus sospechas en el momento en que el recién llegado le echó el brazo por los hombros con familiaridad: ese tío era su mejor amigo. ¿Qué digo? Desde ese mismo instante contaba con un nuevo brother. Un hermano de otro coño. Encima le estaba invitando a satisfacer la necesidad que llevaba rumiando en su cabeza desde que cruzó el umbral de la entrada: dejarse lo más grande en todas esas maquinitas, ruletas y luces de colores.
—Brother, me has leído la mente —miró a Irina y señaló al rubio—. Lo es, desde hace cinco segundos. Y vamos a fundirnos lo más grande en este antro. ¡¿Es o no?! —y no solo le correspondió el medio-abrazo, sino que le dio una, dos y hasta tres sonoras palmadas en la espalda antes de dejar la manita quieta—. Pondremos a prueba tu táctica. Si no, seguiremos la de Iris. No veas la jodía qué ojo tiene para las apuestas.
Sin comerlo ni beberlo, Angelo se sentía como en casa. Bueno, no exactamente porque eso no sería positivo, pero entendéis por dónde voy. En lo que no debían haber sido más de cinco minutos, se había forjado cuatro nuevas amistades que, estaba seguro, le durarían toda la vida. De esas que aparecen cuando estás en problemas o para meterte en ellos. Con los que ríes y lloras pero, sobre todo, con los que te vas de fiesta. Buah, menuda noche les esperaba.
Pero entonces, un comentario del escamoso le hizo fruncir el ceño y soltar a su hermano Johnny, apoyándose sobre la mesa y reclinándose hacia él. ¿Qué le había llamado la lagarta esa?
—¿Yo? Del coño de mi madre, creo. Supongo que no a todas se las ha follao' un cocodrilo. —Ni idea de lo que era ese tío, pero estaba seguro que podría pasar—. ¿Por qué no quitas esa jeta de meapilas y te enrollas un poco, tío? Por ejemplo, podrías aprender de tu colega y presentarte como es debido, no sé. —Se quedó unos segundos en silencio, mirándole fijamente hasta que algo pareció hacer «clic» en su mente. Se rio un poco—. Ah, hostias, es verdad. Me llamo Angelo. ¿Vosotros?
Fuera como fuese, había logrado sacarle una risita al pibón de vestido rojo. Por sus palabras, que no se correspondían demasiado con lo que había demostrado hasta el momento, parecía que no tenía muchas ganas de estar allí. Perder el tiempo, había dicho. Miró de reojo a sus acompañantes con acusación, aunque como tenía las gafas de sol puestas tampoco se notó demasiado. No es que él fuera un experto en delitos —que, de hecho, sí. Cargaba con alguno a la espalda—, pero estaba seguro de que no saber entretener apropiadamente a una chica como esa debía considerarse uno. Suspiró, casi indignado, negando con la cabeza.
—Bueno, tan solo es perder el tiempo si te juntas con la gente equivocada —respondió sin cortarse ni un pelo, dedicándole una sonrisilla picarona. Justo después arqueó una ceja con confusión—. ¿Marine? —Y clavó su mirada sobre el lagartijo. Tuvo que contener una carcajada al imaginárselo de uniforme—. ¿En serio? Bueno, supongo que todo el mundo tiene sus hobbies.
Pero no, en serio, eso descuajeringaba un poco los planes. Seguía pensando que la pelirrosa se estaba quedando con él, pero si esa mole de fauces peligrosas era un representante de la Marina, quizá sería más prudente ahuecar el ala y buscarse otro grupo más fácil de timar. Aunque, claro, eso le llevaría lejos de esa mesa. Es decir, lejos de ella. Bueno, ya se buscaría las mañas si la cosa se complicaba.
Aún absorto en estas vicisitudes, salió de sus pensamientos en cuanto su sister hizo acto de presencia, justo en ese preciso instante. Debía reconocer que la jodía tenía un don para dar con él en cualquier lugar y ambiente, aunque estaba seguro de que, en esta ocasión, tenían más culpa sus peculiares acompañantes que él mismo. Seguro que la cochina ya le había echado alguna miradita indiscreta a los dos armarios empotrados que tenía delante. ¿Quién era él para juzgarla, si también lo había hecho? El caso, que tuvo que dejar de prestar atención por un momento a sus nuevos amigos para atender a Iris, a la que saludó con una sonora palmada en el brazo.
—¡Hola sister! ¿Dónde te habías metido? Te he estado buscando por todas partes —¿Que cómo podía tener tanta jeta? Años de práctica—. ¿Fuego? Claro, sabes que siempre llevo.
Esperó a que la albina le acercase el cigarrillo y, acto seguido, acercó la mano y chasqueó los dedos. Se produjo una pequeña ignición, como un pequeño petardo de esos que explotan cuando los arrojas con fuerza hacia el suelo. Unas pocas chispas por aquí y por allá y el cigarro quedó encendido. Un truquito simple que siempre dejaba al personal con la boca abierta. Le había llevado bastantes meses controlar su poder lo suficiente como para no hacer saltar por los aires todo a la mínima, pero ahí estaba el resultado de tanto esmero: un truquito cutre para encender el cigarrillo.
Se giró hacia la pelirrosa entonces, que sin comerlo ni beberlo le agarró del cuello y se acercó, mirándole con esos enormes ojos dorados. Ojos de loca. Y joder, cómo le gustaba a él una buena loca del coño.
—¿Novia? —Se levantó las gafas de sol para mirarla directamente a los ojos, desviando su atención tan solo por un breve instante a Iris, aún sin borrar la sonrisilla que había mantenido todo ese tiempo—. Qué va, es mi sister. Nada de lo que te tengas que preocupar —Y le guiñó, antes de volver a bajarse las gafas.
La mujer le soltó entonces. Debía reconocer que le había gustado un poquito, pero no era el momento de descontrolarse. Aún no, al menos. Y, entonces, apareció el... ¿sexto? En discordia: un rubiales grandote, aunque no tanto como el resto de maromos que había ahí reunidos. Aun así le sacaba fácilmente medio metro, así que no era nada desdeñable. Pero su altura no era lo importante, sino lo que surgió entre él y Angelo prácticamente desde el primer instante en que cruzaron miradas. Pudo verlo a través de las gafas de sol de ambos, confirmando sus sospechas en el momento en que el recién llegado le echó el brazo por los hombros con familiaridad: ese tío era su mejor amigo. ¿Qué digo? Desde ese mismo instante contaba con un nuevo brother. Un hermano de otro coño. Encima le estaba invitando a satisfacer la necesidad que llevaba rumiando en su cabeza desde que cruzó el umbral de la entrada: dejarse lo más grande en todas esas maquinitas, ruletas y luces de colores.
—Brother, me has leído la mente —miró a Irina y señaló al rubio—. Lo es, desde hace cinco segundos. Y vamos a fundirnos lo más grande en este antro. ¡¿Es o no?! —y no solo le correspondió el medio-abrazo, sino que le dio una, dos y hasta tres sonoras palmadas en la espalda antes de dejar la manita quieta—. Pondremos a prueba tu táctica. Si no, seguiremos la de Iris. No veas la jodía qué ojo tiene para las apuestas.
Sin comerlo ni beberlo, Angelo se sentía como en casa. Bueno, no exactamente porque eso no sería positivo, pero entendéis por dónde voy. En lo que no debían haber sido más de cinco minutos, se había forjado cuatro nuevas amistades que, estaba seguro, le durarían toda la vida. De esas que aparecen cuando estás en problemas o para meterte en ellos. Con los que ríes y lloras pero, sobre todo, con los que te vas de fiesta. Buah, menuda noche les esperaba.
Pero entonces, un comentario del escamoso le hizo fruncir el ceño y soltar a su hermano Johnny, apoyándose sobre la mesa y reclinándose hacia él. ¿Qué le había llamado la lagarta esa?
—¿Yo? Del coño de mi madre, creo. Supongo que no a todas se las ha follao' un cocodrilo. —Ni idea de lo que era ese tío, pero estaba seguro que podría pasar—. ¿Por qué no quitas esa jeta de meapilas y te enrollas un poco, tío? Por ejemplo, podrías aprender de tu colega y presentarte como es debido, no sé. —Se quedó unos segundos en silencio, mirándole fijamente hasta que algo pareció hacer «clic» en su mente. Se rio un poco—. Ah, hostias, es verdad. Me llamo Angelo. ¿Vosotros?