Atlas
Nowhere | Fénix
14-11-2024, 01:38 AM
El resto de marines presentes en vuestro encuentro os miran a vosotros y se miran entre sí. Ellos, al contrario que los otros dos, son bastante más confiados y hacen gala de la inconsciencia que da la juventud. Seguramente, de estar únicamente los dos con los que has hablado la conversación se habría prolongado un poco más hasta que terminases de satisfacer su suspicacia. No obstante, un tercer integrante del lúdico destacamento interviene justo cuando el de la perilla iba a abrir la boca de nuevo. Quien habla es el más bajito del grupo, barbilampiño y con media melena de un reluciente rubio platino. Yo diría que se ha lavado el pelo esta misma mañana.
—Vamos, dejadle en paz. ¿No veis que sólo quiere historias que contar? Incluso aunque vaya donde está Fiuri lo más probable es que no consiga lo que quiere de él y, si lo consigue, ¿qué hay de malo en que ese viejo tiburón le cuente algunas de sus batallitas? No seáis tan intensos, que estamos de descanso —reprende a sus amigos y acompañantes—. Fiuri vive en una pequeña cabaña apartada del pueblo —continúa entonces al tiempo que vuelve su rostro hacia ti—. Desde que se retiró se dedica a la pesca con caña en un pequeño cabo que hay cerca de su cabaña. No es muy hablador, pero esos gyojins en miniatura que siempre están con él rajan por él y quince más de su tamaño.
Puedes ver en las facciones de los dos primeros que no están demasiado conformes con la decisión de su compañero, pero terminan por ceder y vuelven a la conversación que mantenían antes. El rubio señala entonces hacia la puerta, haciendo unos movimientos con la mano izquierda en los que pretende indicarte que debes caminar entre los edificios cercanos. Así saldrás del pueblo como tal y acabarás en una zona donde el bosque transiciona hacia un área de arena sobre la cual se asienta la cabaña. El camino en sí te tomará unos quince minutos aproximadamente.
Una vez te encuentres en la zona, tal y como te han explicado, divisarás una choza de dimensiones considerables sobre un montículo de arena. Las puertas y ventanas están abiertas de par en par, como si alguien hubiese entrado a robar o a su dueño no le importase quién pudiese entrar. En caso de que des una vuelta alrededor de la choza y te aproximes a la zona más cercana al mar, verás que un corpulento e imponente tiburón de a saber cuántos metros de altura camina de manera nerviosa. Hay una caña de pescar clavada en la arena. El hilo de pescar se mueve en señal de que algo ha picado, pero el tiburón no le hace el menor caso. Por el contrario, va y viene al tiempo que se dirige a un pequeño gyojin pez espada que lloriquea a su lado.
—¿Cómo que se lo ha llevado? —pregunta Fiuri, visiblemente angustiado e iracundo a partes iguales—. ¿Le has dicho quién era y lo que le podría pasar si se lo llevaba?
—Sí, pero me ha dicho que sabía que ya no podías hacerle nada, que llevabas mucho tiempo sin hacerle daño a nadie y que no podías hacerlo.
—¿Y por eso decide que puede hacer lo que le dé la gana? ¡Maldita sea! —exclama al tiempo que golpea el pequeño, casi ridículo, taburete en el que seguramente habrá estado sentado mientras pescaba.
—¿Ahora qué hacemos, Fiuri?
—No lo sé, tal vez tengamos que buscar a la Marina.
—Pero no sé dónde ha ido a esconderse. Nos lo hemos encontrado de camino hasta aquí y ha dicho que se lo quedaba como rehén para asegurarse de que no le delatásemos, pero no sé hacia dónde se ha ido ni nada.
—Vamos, dejadle en paz. ¿No veis que sólo quiere historias que contar? Incluso aunque vaya donde está Fiuri lo más probable es que no consiga lo que quiere de él y, si lo consigue, ¿qué hay de malo en que ese viejo tiburón le cuente algunas de sus batallitas? No seáis tan intensos, que estamos de descanso —reprende a sus amigos y acompañantes—. Fiuri vive en una pequeña cabaña apartada del pueblo —continúa entonces al tiempo que vuelve su rostro hacia ti—. Desde que se retiró se dedica a la pesca con caña en un pequeño cabo que hay cerca de su cabaña. No es muy hablador, pero esos gyojins en miniatura que siempre están con él rajan por él y quince más de su tamaño.
Puedes ver en las facciones de los dos primeros que no están demasiado conformes con la decisión de su compañero, pero terminan por ceder y vuelven a la conversación que mantenían antes. El rubio señala entonces hacia la puerta, haciendo unos movimientos con la mano izquierda en los que pretende indicarte que debes caminar entre los edificios cercanos. Así saldrás del pueblo como tal y acabarás en una zona donde el bosque transiciona hacia un área de arena sobre la cual se asienta la cabaña. El camino en sí te tomará unos quince minutos aproximadamente.
Una vez te encuentres en la zona, tal y como te han explicado, divisarás una choza de dimensiones considerables sobre un montículo de arena. Las puertas y ventanas están abiertas de par en par, como si alguien hubiese entrado a robar o a su dueño no le importase quién pudiese entrar. En caso de que des una vuelta alrededor de la choza y te aproximes a la zona más cercana al mar, verás que un corpulento e imponente tiburón de a saber cuántos metros de altura camina de manera nerviosa. Hay una caña de pescar clavada en la arena. El hilo de pescar se mueve en señal de que algo ha picado, pero el tiburón no le hace el menor caso. Por el contrario, va y viene al tiempo que se dirige a un pequeño gyojin pez espada que lloriquea a su lado.
—¿Cómo que se lo ha llevado? —pregunta Fiuri, visiblemente angustiado e iracundo a partes iguales—. ¿Le has dicho quién era y lo que le podría pasar si se lo llevaba?
—Sí, pero me ha dicho que sabía que ya no podías hacerle nada, que llevabas mucho tiempo sin hacerle daño a nadie y que no podías hacerlo.
—¿Y por eso decide que puede hacer lo que le dé la gana? ¡Maldita sea! —exclama al tiempo que golpea el pequeño, casi ridículo, taburete en el que seguramente habrá estado sentado mientras pescaba.
—¿Ahora qué hacemos, Fiuri?
—No lo sé, tal vez tengamos que buscar a la Marina.
—Pero no sé dónde ha ido a esconderse. Nos lo hemos encontrado de camino hasta aquí y ha dicho que se lo quedaba como rehén para asegurarse de que no le delatásemos, pero no sé hacia dónde se ha ido ni nada.