Atlas
Nowhere | Fénix
14-11-2024, 02:09 AM
Efectivamente, las rocas y troncos estaban esparcidos por el suelo como si un chamán hubiese tirado al azar un puñado de huesos y se dispusiera a leerlos. Las rocas se repartían por la zona de manera aleatoria y los troncos estaban quebrados como si algo o alguien los hubiese arrancado de cuajo a base de pura y llana fuerza bruta. Tal vez lo hubiesen hecho incluso las propias rocas. Mientras Camille y yo revisábamos el área, Alexandra hizo lo propio con la zona más próxima a la ladera. Lo hizo justo cuando el mundo entero pareció estremecerse a nuestro alrededor. Los árboles que se escondían tras la densa niebla vieron sus hojas agitarse con violencia. El suelo crujió y mis dientes castañearon al tiempo que todo se movía al unísono de manera indiscriminada. Cuando el mundo se estaba deteniendo, un ruido estrepitoso sobre mi cabeza me avisó de que algo no iba bien. De buenas a primeras pude comprender por qué demonios había tantos restos de árboles y piedras desparramados por el suelo: una lluvia de rocas se cernió sobre mí. Bueno, sobre nosotros. Intenté zafarme de ellas, pero, a pesar de verlas venir y saber qué movimientos tenía que hacer, no fui lo suficientemente ágil como para ejecutarlos a tiempo y así poder evitarlas todas.
Mis brazos se convirtieron en sendas alas azuladas envueltas en llamas matizadas con cálidos tonos anaranjados. Del mismo modo, mis piernas crecieron en longitud y mutaron hasta convertirse en las patas de un ave fénix. Propulsándome hacia Alexandra en línea recta, intenté moverme hasta la posición que ocupaba y sobre la que amenazaba con caer el peñasco. Por el rabillo del ojo había creído intuir cómo Camille intentaba detener la gran roca que amenazaba con caer sobre ella con Céfiro. Las piedras me golpearon en diversos lugares, haciéndome lanzar algunos gemidos ahogados antes de que la avalancha cesase por fin.
No tenía claro si había alcanzado a proteger a Alexandra o no. Para ello había intentado interponer mi cuerpo en la trayectoria de la roca. Sí, en ocasiones tenía complejo de héroe, pero, a decir verdad, todos en el grupo teníamos una forma de pensar y actuar similar en ese sentido. Hoy por ti y mañana por mí. En cuanto pasaron unos segundos en los que nada cayó sobre mí, el fuego azul comenzó a nacer del resto de mi cuerpo como si mi interior fuese un horno y éste comenzase a romper mi piel para salir. No obstante, en vez de quemarme curaba mis heridas y poco a poco calmaba el dolor que sentía. En medio de una hoguera entre azul y naranja, miré a Alexandra para comprobar en qué estado se encontraba. En caso de que no hubiese alcanzado a protegerla, dejaría que mis llamas se extendiesen hasta ella para que sus efectos también se aplicasen sobre la joven marine.
Una vez las llamas se hubieron extinguido, dirigí la mirada hacia la grieta que había descubierto la escurridiza orca. Desde luego, hasta el momento había aportado más al cumplimiento de la misión que Camille o, sobre todo, yo mismo. Lo que había hecho a fin de cuentas era llevarme un par de pedradas.
—Espera, creo que tengo algo que nos puede servir —respondí a la oni cuando me ofreció una de las antorchas que había cogido. Extraje el dial de luz que siempre llevaba conmigo y lo puse en marcha, alzándolo para que su luz alumbrase la zona una vez me introduje en la grieta. Sí, lo más sensato era que yo fuese el primero en internarme en la grieta y que Camille cerrase la comitiva. Alexandra, por supuesto, debía ir en medio de los dos.
Mis brazos se convirtieron en sendas alas azuladas envueltas en llamas matizadas con cálidos tonos anaranjados. Del mismo modo, mis piernas crecieron en longitud y mutaron hasta convertirse en las patas de un ave fénix. Propulsándome hacia Alexandra en línea recta, intenté moverme hasta la posición que ocupaba y sobre la que amenazaba con caer el peñasco. Por el rabillo del ojo había creído intuir cómo Camille intentaba detener la gran roca que amenazaba con caer sobre ella con Céfiro. Las piedras me golpearon en diversos lugares, haciéndome lanzar algunos gemidos ahogados antes de que la avalancha cesase por fin.
No tenía claro si había alcanzado a proteger a Alexandra o no. Para ello había intentado interponer mi cuerpo en la trayectoria de la roca. Sí, en ocasiones tenía complejo de héroe, pero, a decir verdad, todos en el grupo teníamos una forma de pensar y actuar similar en ese sentido. Hoy por ti y mañana por mí. En cuanto pasaron unos segundos en los que nada cayó sobre mí, el fuego azul comenzó a nacer del resto de mi cuerpo como si mi interior fuese un horno y éste comenzase a romper mi piel para salir. No obstante, en vez de quemarme curaba mis heridas y poco a poco calmaba el dolor que sentía. En medio de una hoguera entre azul y naranja, miré a Alexandra para comprobar en qué estado se encontraba. En caso de que no hubiese alcanzado a protegerla, dejaría que mis llamas se extendiesen hasta ella para que sus efectos también se aplicasen sobre la joven marine.
U79401
ÚNICA
Akuma no Mi
Tier 4
No Aprendida
47
2
Ya sea tras entrar en contacto con él o tras proyectar sus llamas en su dirección (máximo 10 metros), Atlas es capaz de conseguir que un único aliado se vea envuelto en sus llamas curativas, sanando así sus heridas.
Cura [CAx2.5] vida a un aliado.
Una vez las llamas se hubieron extinguido, dirigí la mirada hacia la grieta que había descubierto la escurridiza orca. Desde luego, hasta el momento había aportado más al cumplimiento de la misión que Camille o, sobre todo, yo mismo. Lo que había hecho a fin de cuentas era llevarme un par de pedradas.
—Espera, creo que tengo algo que nos puede servir —respondí a la oni cuando me ofreció una de las antorchas que había cogido. Extraje el dial de luz que siempre llevaba conmigo y lo puse en marcha, alzándolo para que su luz alumbrase la zona una vez me introduje en la grieta. Sí, lo más sensato era que yo fuese el primero en internarme en la grieta y que Camille cerrase la comitiva. Alexandra, por supuesto, debía ir en medio de los dos.