Octojin
El terror blanco
14-11-2024, 10:22 AM
Octojin se quedó observando al campesino mientras hablaba, y pronto su intuición le indicó que el hombre decía la verdad. En aquellos ojos derrotados no había señales de engaño, solo dolor y resignación. Al escuchar el tono de voz roto del campesino, Octojin se permitió una pequeña exhalación y volvió la mirada hacia sus compañeros. El hombre había entendido cuál era su destino y no parecía que fuera a oponerse. Aquello facilitaba la labor de los tres tipos que habían acabado con la bestia.
—Parece que podemos confiar en su palabra —dijo en voz baja, pero con firmeza. Luego, más enérgico, añadió lo que pensaba, aunque ya lo había dicho anteriormente—. Creo que lo mejor es entregar todo esto a la Marina. Así, en un solo viaje, nos aseguramos de que el huevo esté seguro, y el hombre enfrentará el juicio que debe. La Marina puede llevar este huevo a un centro especializado. Tal vez puedan entrenarlo para que sea menos peligroso y, con el tiempo, liberarlo en su hábitat natural cuando no represente una amenaza para los habitantes de Goza.
Dirigió sus palabras a Balagus, quien aún parecía lleno de dudas e incomodidad. Estaba claro que el tipo no pertenecía a ninguna organización gubernamental, pues tenía cierto recelo sobre ello, pero quién era el tiburón para juzgarle. Hacía un par de meses él mismo odiaba a la Marina como institución.
—Entiendo tus preocupaciones, amigo. Pero yo creo que esta bestia no es algo que los habitantes de la isla puedan manejar por sí solos. Y aunque comparto tu idea de que la gente local merece estar protegida, creo que será más seguro si dejamos esto en manos de la Marina, lo educan, y después lo liberan aquí. Al fin y al cabo ellos sí que tienen medios para adiestrarlo.
El escualo esperaría la respuesta de Balagus pacientemente, y, tras recibirla, se dirigiría hacia Ray. Señalaría el huevo con cierto aire pensativo. Con la experiencia y fuerza del gyojin, sabía que podía manejar el peso, pero mover a todos requeriría varios viajes.
—Ray, parece que esta cueva quiere hacerte cargar con todos nosotros, y parece que será en más de una tanda —sonrió levemente—. Yo puedo cargar con varias cosas con los brazos, pero no sé cuánto peso puedes cargar. Podemos ir probando.
Octojin sabía que la habilidad de Ray para volar podría facilitar mucho la extracción, y aunque era posible que se necesitaran varios viajes, estaba decidido a hacerlo lo más rápido posible para evitar que los restos de la cueva colapsaran o que alguien más pudiera encontrarlos antes de tiempo.
Mientras tanto, Octojin se acercó al huevo gigante y apoyó ambas manos sobre su cascarón frío y sólido. Cerró los ojos y usó su haki de observación, intentando percibir la esencia que yacía en su interior. No pasó mucho tiempo antes de sentir una vibración casi imperceptible, una pequeña y débil señal de vida. No había duda: en el interior de aquel huevo, una criatura aún por nacer esperaba su momento para salir al mundo.
Al sentir aquello, el habitante del mar sintió una mezcla de asombro y responsabilidad. Sabía que aquella criatura no tenía culpa alguna de los actos de su madre, y pensaba que, al menos, debía tener la oportunidad de crecer en un entorno seguro y sin convertirse en un monstruo temido.
Se volvió hacia sus compañeros.
—Esto va a requerir mucho esfuerzo, pero creo que podemos hacerlo. Este pequeño se merece una oportunidad, igual que cualquiera de nosotros.
Mientras Ray tomaba las medidas necesarias para planificar los traslados, el tiburón miró una vez más al campesino, cuyos ojos aún estaban clavados en el huevo con una mezcla de tristeza y esperanza. A pesar de todo lo que había pasado, el gyojin entendía que, de algún modo, aquel hombre solo intentaba sobrevivir junto a su familia en medio de circunstancias extraordinarias. Aunque sus métodos habían sido cuestionables y peligrosos, era claro que ahora estaba dispuesto a someterse a la justicia y hacer lo necesario por el bien de su hijo.
Antes de salir, Octojin miró una última vez las paredes congeladas de la cueva, que reflejaban destellos de hielo azul. Sabía que, al salir de allí, estarían dejando atrás un secreto helado y ancestral, un rincón del mundo que probablemente no debería haber sido perturbado.
—Vamos, es hora de dejar este lugar —dijo Octojin con firmeza, palmeando el hombro del campesino en señal de que confiaba en él.
Y así, comenzarían la logística de los traslados. En cada viaje, Ray iba y venía, llevando a unos y otros a gran velocidad. Ninguno quería quedarse allí más tiempo del estrictamente necesario. Por fin verían la luz del sol.
—Parece que podemos confiar en su palabra —dijo en voz baja, pero con firmeza. Luego, más enérgico, añadió lo que pensaba, aunque ya lo había dicho anteriormente—. Creo que lo mejor es entregar todo esto a la Marina. Así, en un solo viaje, nos aseguramos de que el huevo esté seguro, y el hombre enfrentará el juicio que debe. La Marina puede llevar este huevo a un centro especializado. Tal vez puedan entrenarlo para que sea menos peligroso y, con el tiempo, liberarlo en su hábitat natural cuando no represente una amenaza para los habitantes de Goza.
Dirigió sus palabras a Balagus, quien aún parecía lleno de dudas e incomodidad. Estaba claro que el tipo no pertenecía a ninguna organización gubernamental, pues tenía cierto recelo sobre ello, pero quién era el tiburón para juzgarle. Hacía un par de meses él mismo odiaba a la Marina como institución.
—Entiendo tus preocupaciones, amigo. Pero yo creo que esta bestia no es algo que los habitantes de la isla puedan manejar por sí solos. Y aunque comparto tu idea de que la gente local merece estar protegida, creo que será más seguro si dejamos esto en manos de la Marina, lo educan, y después lo liberan aquí. Al fin y al cabo ellos sí que tienen medios para adiestrarlo.
El escualo esperaría la respuesta de Balagus pacientemente, y, tras recibirla, se dirigiría hacia Ray. Señalaría el huevo con cierto aire pensativo. Con la experiencia y fuerza del gyojin, sabía que podía manejar el peso, pero mover a todos requeriría varios viajes.
—Ray, parece que esta cueva quiere hacerte cargar con todos nosotros, y parece que será en más de una tanda —sonrió levemente—. Yo puedo cargar con varias cosas con los brazos, pero no sé cuánto peso puedes cargar. Podemos ir probando.
Octojin sabía que la habilidad de Ray para volar podría facilitar mucho la extracción, y aunque era posible que se necesitaran varios viajes, estaba decidido a hacerlo lo más rápido posible para evitar que los restos de la cueva colapsaran o que alguien más pudiera encontrarlos antes de tiempo.
Mientras tanto, Octojin se acercó al huevo gigante y apoyó ambas manos sobre su cascarón frío y sólido. Cerró los ojos y usó su haki de observación, intentando percibir la esencia que yacía en su interior. No pasó mucho tiempo antes de sentir una vibración casi imperceptible, una pequeña y débil señal de vida. No había duda: en el interior de aquel huevo, una criatura aún por nacer esperaba su momento para salir al mundo.
Al sentir aquello, el habitante del mar sintió una mezcla de asombro y responsabilidad. Sabía que aquella criatura no tenía culpa alguna de los actos de su madre, y pensaba que, al menos, debía tener la oportunidad de crecer en un entorno seguro y sin convertirse en un monstruo temido.
Se volvió hacia sus compañeros.
—Esto va a requerir mucho esfuerzo, pero creo que podemos hacerlo. Este pequeño se merece una oportunidad, igual que cualquiera de nosotros.
Mientras Ray tomaba las medidas necesarias para planificar los traslados, el tiburón miró una vez más al campesino, cuyos ojos aún estaban clavados en el huevo con una mezcla de tristeza y esperanza. A pesar de todo lo que había pasado, el gyojin entendía que, de algún modo, aquel hombre solo intentaba sobrevivir junto a su familia en medio de circunstancias extraordinarias. Aunque sus métodos habían sido cuestionables y peligrosos, era claro que ahora estaba dispuesto a someterse a la justicia y hacer lo necesario por el bien de su hijo.
Antes de salir, Octojin miró una última vez las paredes congeladas de la cueva, que reflejaban destellos de hielo azul. Sabía que, al salir de allí, estarían dejando atrás un secreto helado y ancestral, un rincón del mundo que probablemente no debería haber sido perturbado.
—Vamos, es hora de dejar este lugar —dijo Octojin con firmeza, palmeando el hombro del campesino en señal de que confiaba en él.
Y así, comenzarían la logística de los traslados. En cada viaje, Ray iba y venía, llevando a unos y otros a gran velocidad. Ninguno quería quedarse allí más tiempo del estrictamente necesario. Por fin verían la luz del sol.