Silvain Loreth
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14-11-2024, 01:37 PM
(Última modificación: 14-11-2024, 01:37 PM por Silvain Loreth.)
Tus pasos te llevan entre esos árboles entre los que tantas veces paseaste de niño. No es un día especialmente ventoso, pero las copas de los mismos se agitan levemente cuando una suave brisa decide soplar con dulzura. Las hojas aún permanecen firmemente agarradas a sus ramas, por lo que no hay ninguna que desprenda para dar ese aire nostálgico a la imagen. En el camino que recorres, ése que dijimos que estaba tan maltratado por el desuso, puedes ver marcas de que allí ha habido últimamente más movimiento del habitual. Las losas sueltas del antiguo sendero se han movido y se encuentran rotas o desplazadas hacia un lado. De vez en cuando te encuentras tramos en los que hay surcos de carretas que se hunden en la tierra seca. A todo esto, ¿cuánto lleva sin llover? Creo que está siendo un verano bastante seco en Rostock, ¿no te parece?
Sea como sea, al cabo de unos diez minutos la punta del silo empieza a ser divisable sobre el skyline de la arboleda. Es una imagen que engaña, ya lo sabes, porque te hace tener la sensación de que estás a punto de llegar cuando aún te faltan cinco minutos. Por fortuna dominas la zona, así que no das tu objetivo por casi alcanzado y puedes seguir caminando. Aún no has llegado cuando empiezas a percibir cierto ruido de fondo. Es un sonido que no evoca naturaleza, que escapa del entorno de paz y serenidad que transmitiría el canto de los pájaros y la percusión de la hojarasca. Es un agudo sonido correspondiente a metal, pero no el metal de las orquestas, sino el de la sangre y la guerra. Al mismo tiempo, el olor a pólvora inunda tus fosas nasales sin piedad alguna.
Decidas aproximarte con sigilo y cautela o a la bravas, el panorama que encontrarás será parecido. Efectivamente, el silo se ha convertido en un hervidero de actividad paramilitar. Hay al menos treinta y cinco personas en las cercanías y, como parte de un engranaje bien engrasado, cada una se afana en cumplir con su cometido. Cinco niños rellenan de pólvora cartuchos —de ahí el olor que te llegó antes— mientras charlan animadamente sentados sobre unas cajas junto al silo. Hombres y mujeres adultos organizan cajas repletas de armas de filo de todo tipo y armas de fuego. Algunas son más nuevas y otras visiblemente de una factura más antigua, pero puedes apreciar que el mantenimiento que han recibido ha sido exquisito. Hay un par de hombres que parecen dar órdenes a la mayoría, aunque el trato entre todos es bastante cercano; diría que incluso familiar.
En otro orden de cosas, por las pequeños orificios que hacen las veces de ventanas para el desgastado silo escapan finas columnas de humo. Allí está todo el mundo muy tranquilo, lo que sugiere que sea lo que sea que está pasando ahí dentro es obra de ellos y está controlado. Desde tu posición alcanzas a ver la puerta del silo y, según parece, dentro hay más actividad. Por tanto, es posible que el número de personas en la zona no sea de unas treinta y cinco, que son las que puedes ver fuera, sino que sean algunas más.
¡Oh, se me olvidaba!, el aviso al cuartel. El suboficial Rodgers se ha prestado a coger el molusco a toda prisa para responderte. Por el tono de voz que ha empleado puedes inferir que ha tomado buena nota de la información que le has dado y hacia dónde te diriges. Del mismo modo, te ha autorizado a entablar combate si es necesario pero recalcando que no puedes ni debes hacer daño a la población civil. En efecto, tus únicos objetivos posibles son los instigadores, los supuestos sucesores o descendientes de los bandidos. Yo veo demasiada gente en torno al silo como para que todos pertenezcan a ese reducido grupo, ¿no?
Sea como sea, al cabo de unos diez minutos la punta del silo empieza a ser divisable sobre el skyline de la arboleda. Es una imagen que engaña, ya lo sabes, porque te hace tener la sensación de que estás a punto de llegar cuando aún te faltan cinco minutos. Por fortuna dominas la zona, así que no das tu objetivo por casi alcanzado y puedes seguir caminando. Aún no has llegado cuando empiezas a percibir cierto ruido de fondo. Es un sonido que no evoca naturaleza, que escapa del entorno de paz y serenidad que transmitiría el canto de los pájaros y la percusión de la hojarasca. Es un agudo sonido correspondiente a metal, pero no el metal de las orquestas, sino el de la sangre y la guerra. Al mismo tiempo, el olor a pólvora inunda tus fosas nasales sin piedad alguna.
Decidas aproximarte con sigilo y cautela o a la bravas, el panorama que encontrarás será parecido. Efectivamente, el silo se ha convertido en un hervidero de actividad paramilitar. Hay al menos treinta y cinco personas en las cercanías y, como parte de un engranaje bien engrasado, cada una se afana en cumplir con su cometido. Cinco niños rellenan de pólvora cartuchos —de ahí el olor que te llegó antes— mientras charlan animadamente sentados sobre unas cajas junto al silo. Hombres y mujeres adultos organizan cajas repletas de armas de filo de todo tipo y armas de fuego. Algunas son más nuevas y otras visiblemente de una factura más antigua, pero puedes apreciar que el mantenimiento que han recibido ha sido exquisito. Hay un par de hombres que parecen dar órdenes a la mayoría, aunque el trato entre todos es bastante cercano; diría que incluso familiar.
En otro orden de cosas, por las pequeños orificios que hacen las veces de ventanas para el desgastado silo escapan finas columnas de humo. Allí está todo el mundo muy tranquilo, lo que sugiere que sea lo que sea que está pasando ahí dentro es obra de ellos y está controlado. Desde tu posición alcanzas a ver la puerta del silo y, según parece, dentro hay más actividad. Por tanto, es posible que el número de personas en la zona no sea de unas treinta y cinco, que son las que puedes ver fuera, sino que sean algunas más.
¡Oh, se me olvidaba!, el aviso al cuartel. El suboficial Rodgers se ha prestado a coger el molusco a toda prisa para responderte. Por el tono de voz que ha empleado puedes inferir que ha tomado buena nota de la información que le has dado y hacia dónde te diriges. Del mismo modo, te ha autorizado a entablar combate si es necesario pero recalcando que no puedes ni debes hacer daño a la población civil. En efecto, tus únicos objetivos posibles son los instigadores, los supuestos sucesores o descendientes de los bandidos. Yo veo demasiada gente en torno al silo como para que todos pertenezcan a ese reducido grupo, ¿no?