Vance Kerneus
Umi no Yari
14-11-2024, 07:31 PM
El lunarian reacciona con rapidez, lanzándose hacia los dos depredadores restantes con el objetivo de interceptar sus ofensivas y salvar a los dos monorámpagos que se encuentran aún sanos. Los alatiburnus son tremendamente veloces, pero eso no supone una diferencia insalvable, pues el revolucionario demuestra serlo aún más. Rápido como el viento, recorre la distancia que le separa de las dos criaturas aladas antes de que estas lleguen a la posición de los simios y se interpone entre ellos y sus presas. Desenvainando sus espadas a gran velocidad y trazando un arco con ellas de forma simultánea a su veloz movimiento, el joven guerrero choca contra los depredadores poniendo todas sus fuerzas en el empeño de detener a los alatiburnus.
La colisión es verdaderamente espectacular, y durante un momento el mundo parece detenerse en la cabeza del revolucionario mientras las dos fuerzas opuestas luchan entre sí por dirimir cuál de las dos va a ser la predominante. El resultado tarda poco en conocerse, pues no pasa mucho tiempo hasta que empieza a decantarse y poco a poco se comienza a hacer evidente que el poder del lunarian es superior al de las dos bestias aladas. Las espadas vencen a las garras, y la prolongación de los ataques del guerrero avanza por los cuerpos de sus enemigos, dejando profundas heridas en ellos.
Sangrando intensamente ambas criaturas gritan de dolor, en un chillido similar al que había emitido momentos antes su congénere antes de retirarse. También profundamente heridos, los dos depredadores parecen decidir entonces que es ya imposible continuar con su cacería y que lo mejor es retirarse. Con unos lastimeros gritos retroceden mientras llaman a su compañero, que acude tras ellos mientras los tres se alejan en dirección a la montaña donde seguramente tengan su hogar.
La huida de los depredadores permite un respiro a todos los allí presentes, pero no tardan mucho en hacer una evaluación de daños y analizar la situación. Tres de los cinco monorámpagos yacen en el suelo, muertos. La sangre empapa el suelo a su alrededor, cruel testigo del sufrimiento que han padecido en sus últimos instantes. Sus cadáveres aún conservan su calor, pero no pasará demasiado tiempo hasta que lo pierdan.
Los dos supervivientes se debaten entre dos emociones, la profunda tristeza por haber perdido a tres congéneres, probablemente familiares o amigos, y el inmenso agradecimiento hacia el guerrero que les ha salvado y al que miran con admiración. Y no es para menos, pues habitualmente el ataque de un grupo de alatiburnus suele suponer una muerte segura para cualquier monorámpago, destino que estos dos han conseguido evitar gracias a la oportuna intervención del revolucionario.
La colisión es verdaderamente espectacular, y durante un momento el mundo parece detenerse en la cabeza del revolucionario mientras las dos fuerzas opuestas luchan entre sí por dirimir cuál de las dos va a ser la predominante. El resultado tarda poco en conocerse, pues no pasa mucho tiempo hasta que empieza a decantarse y poco a poco se comienza a hacer evidente que el poder del lunarian es superior al de las dos bestias aladas. Las espadas vencen a las garras, y la prolongación de los ataques del guerrero avanza por los cuerpos de sus enemigos, dejando profundas heridas en ellos.
Sangrando intensamente ambas criaturas gritan de dolor, en un chillido similar al que había emitido momentos antes su congénere antes de retirarse. También profundamente heridos, los dos depredadores parecen decidir entonces que es ya imposible continuar con su cacería y que lo mejor es retirarse. Con unos lastimeros gritos retroceden mientras llaman a su compañero, que acude tras ellos mientras los tres se alejan en dirección a la montaña donde seguramente tengan su hogar.
La huida de los depredadores permite un respiro a todos los allí presentes, pero no tardan mucho en hacer una evaluación de daños y analizar la situación. Tres de los cinco monorámpagos yacen en el suelo, muertos. La sangre empapa el suelo a su alrededor, cruel testigo del sufrimiento que han padecido en sus últimos instantes. Sus cadáveres aún conservan su calor, pero no pasará demasiado tiempo hasta que lo pierdan.
Los dos supervivientes se debaten entre dos emociones, la profunda tristeza por haber perdido a tres congéneres, probablemente familiares o amigos, y el inmenso agradecimiento hacia el guerrero que les ha salvado y al que miran con admiración. Y no es para menos, pues habitualmente el ataque de un grupo de alatiburnus suele suponer una muerte segura para cualquier monorámpago, destino que estos dos han conseguido evitar gracias a la oportuna intervención del revolucionario.