Bora
la cazadora dorada
14-11-2024, 09:58 PM
El trato con Rodrik aún resonaba en la mente de Bora, cada palabra afilada como una promesa velada. Rodrik, el líder de la banda de extorsionadores, le había ofrecido algo invaluable, una llave capaz de abrir los grilletes explosivos a cambio de una pieza muy concreta, una joya que sus hombres habían avistado, de la que hablaban con codicia. En otra ocasión, robar una pieza de esta naturaleza habría sido un trabajo sencillo: infiltrarse en una casa de la zona o interceptar una caravana de mercaderes desprevenidos. Pero esta joya en particular no descansaba en una vitrina ni viajaba oculta en cofres; se encontraba, en cambio, deslizándose grácilmente entre los dedos de una despampanante pelirroja, quien movía sus manos con la confianza de quien sabe perfectamente el valor de lo que porta.
Desde las sombras de la taberna, Bora estudiaba a la mujer, capturando cada gesto, cada sutil movimiento que destilaba control. Esa mujer poseía algo más que una simple joya: tenía un propósito oculto, uno que quedaba reflejado en su mirada calculadora y en el aire de calma tensa que la rodeaba. Para Bora, que sabía reconocer a los cazadores de los meros oportunistas, aquel era un desafío que no iba a subestimar. La dificultad solo añadía un matiz de emoción a la tarea, la caza se volvía, de golpe, mucho más interesante.
Bora comprendió que, para arrebatarle aquella joya, tendría que recurrir a un golpe de astucia. Ninguna maniobra común le permitiría burlar la atención de esa mujer, tan consciente de lo que sucedía a su alrededor. Justo en ese instante, la puerta de la taberna se abrió y dos hombres entraron, buscando con sus ojos pequeños y evaluadores algún indicio de una conversación de interés. Bora los reconoció al instante: eran dos de los matones de Rodrik, aquellos mismos que no habían dejado de insinuar que “el Flaco” podría sacarle una ganancia extra si la vendía a algún esclavista, prescindiendo de cualquier trato o acuerdo.
Observó la reacción de la pelirroja. El cambio en su expresión fue apenas perceptible para cualquiera menos observador, pero Bora captó el leve ensanchamiento de sus fosas nasales, la mirada aguda que ahora seguía los movimientos de los hombres de Rodrik como si fueran presas en un tablero cuidadosamente dispuesto. La joven había encontrado algo que despertaba su interés, y Bora, en un instante de lucidez, supo que acababa de hallar su distracción.
Los hombres avanzaron hacia la barra, pero la pelirroja ya los estudiaba con la fijeza de una cazadora en plena concentración. Aquel par de mercenarios eran ahora un cebo improvisado, y Bora podía casi sentir el vértigo de la oportunidad en sus manos, mientras ellos se convertían en el objetivo de la pelirroja, Bora se deslizaría en la penumbra, deslizándose entre los clientes de la taberna como un susurro invisible.
Con la mirada clavada en la escena, Bora respiró hondo, dejando que su cuerpo se relajara, sus sentidos agudizados por la emoción de lo desconocido. La presa estaba atenta a sus propios objetivos, y, en la oscuridad, Bora se preparó para ejecutar el último movimiento, un gesto silencioso y preciso que le daría aquello que Rodrik tanto ansiaba. Para la pelirroja, los hombres de Rodrik eran ahora el centro de su atención… y mientras tanto, ella misma se había convertido en la presa de Bora, aunque aún no lo supiera.
Desde las sombras de la taberna, Bora estudiaba a la mujer, capturando cada gesto, cada sutil movimiento que destilaba control. Esa mujer poseía algo más que una simple joya: tenía un propósito oculto, uno que quedaba reflejado en su mirada calculadora y en el aire de calma tensa que la rodeaba. Para Bora, que sabía reconocer a los cazadores de los meros oportunistas, aquel era un desafío que no iba a subestimar. La dificultad solo añadía un matiz de emoción a la tarea, la caza se volvía, de golpe, mucho más interesante.
Bora comprendió que, para arrebatarle aquella joya, tendría que recurrir a un golpe de astucia. Ninguna maniobra común le permitiría burlar la atención de esa mujer, tan consciente de lo que sucedía a su alrededor. Justo en ese instante, la puerta de la taberna se abrió y dos hombres entraron, buscando con sus ojos pequeños y evaluadores algún indicio de una conversación de interés. Bora los reconoció al instante: eran dos de los matones de Rodrik, aquellos mismos que no habían dejado de insinuar que “el Flaco” podría sacarle una ganancia extra si la vendía a algún esclavista, prescindiendo de cualquier trato o acuerdo.
Observó la reacción de la pelirroja. El cambio en su expresión fue apenas perceptible para cualquiera menos observador, pero Bora captó el leve ensanchamiento de sus fosas nasales, la mirada aguda que ahora seguía los movimientos de los hombres de Rodrik como si fueran presas en un tablero cuidadosamente dispuesto. La joven había encontrado algo que despertaba su interés, y Bora, en un instante de lucidez, supo que acababa de hallar su distracción.
Los hombres avanzaron hacia la barra, pero la pelirroja ya los estudiaba con la fijeza de una cazadora en plena concentración. Aquel par de mercenarios eran ahora un cebo improvisado, y Bora podía casi sentir el vértigo de la oportunidad en sus manos, mientras ellos se convertían en el objetivo de la pelirroja, Bora se deslizaría en la penumbra, deslizándose entre los clientes de la taberna como un susurro invisible.
Con la mirada clavada en la escena, Bora respiró hondo, dejando que su cuerpo se relajara, sus sentidos agudizados por la emoción de lo desconocido. La presa estaba atenta a sus propios objetivos, y, en la oscuridad, Bora se preparó para ejecutar el último movimiento, un gesto silencioso y preciso que le daría aquello que Rodrik tanto ansiaba. Para la pelirroja, los hombres de Rodrik eran ahora el centro de su atención… y mientras tanto, ella misma se había convertido en la presa de Bora, aunque aún no lo supiera.