Raiga Gin Ebra
-
14-11-2024, 11:04 PM
La isla DemonTooth se alza imponente ante ti, con su espesa vegetación selvática extendiéndose como un océano verde hasta donde la vista alcanza. Al fondo, los dos picos característicos de la isla emergen de la espesura, afilados como colmillos. Unos colmillos que dan en parte nombre a la isla. Son los llamados "dientes del demonio", cada uno coronado con un dojo de combate: al este, Jigoku no Tsuno, dedicado a las espadas; al oeste, Jigoku no Ashi, especializado en taekwondo. Aunque parte de tu tripulación ha optado por dirigirse al dojo del este para probar su habilidad con las katanas, tu destino yace en el diente del oeste, donde cualquier parte del cuerpo se convierte en un arma letal.
Te separas de los demás como cualquiera lo haría de tu capitán —con cariño—. Ellos conocen tus modos: siempre directo, sin tiempo que perder en charlas innecesarias. Cada uno tiene un qué hacer diferente en la isla, así que no hay mayor drama. A no ser que algo salga mal, ahí entonces igual sí que hay un pelín de drama. Pero vamos a intentar que no, va. Yo confío en ti, en el que no confío mucho es en tu capitán, pero bueno, eso es otro tema.
En el camino hacia el oeste, el paisaje cambia ligeramente. La maleza empieza a abrirse poco a poco, revelando un sendero apenas visible que serpentea entre los árboles. Joder, parece complicado llegar hasta el final.
Sin embargo, a lo lejos pero de frente, alcanzas a distinguir una estructura que parece ser una taberna. Es un edificio de aspecto rústico y de madera gastada, lo cual no sorprende en una isla tan aislada. Siempre dicen que los mejores garitos son los más sucios, ¿no? Pues este tiene pinta de ser cojonudo. La taberna, enclavada en este rincón perdido, parece el lugar perfecto para hacer una pausa, obtener información y, de paso, recargar energías. Además, siendo la única visible en kilómetros a la redonda, se convierte en la opción más sensata. Aunque siempre puedes ir a la aventura por el camino del oeste, yo no te voy a juzgar desde luego.
Si te aproximas a la taberna, ya desde la entrada puedes oír el murmullo de conversaciones y el sonido de vasos chocando. El bullicio te puede resultar tan familiar como incómodo: un ambiente que, de alguna manera, siempre es el mismo en cada isla, con cada tripulación de marineros y piratas reunida en torno a las mesas, compartiendo aventuras y secretos en voz baja o a gritos, según la cantidad de alcohol en sus venas. Quizá no sea el mejor ambiente para descansar, desde luego, pero sí que sería bueno para obtener información, seguramente.
Si decides cruzar el umbral, decenas de ojos se posarán en ti, algunos con indiferencia, otros con una chispa de curiosidad. Me imagino que estarás acostumbrado. De mink pequeñito a kobito, I feel you bro.
Sin embargo, casi todos los presentes vuelven a sus asuntos con rapidez, ocupados en sus propios problemas y conversaciones. Aunque tu estatura de un metro y tus ropas elegantes y remendadas podrían llamar la atención, no lo hacen en exceso. Deben estar acostumbrados a ver multitud de gente por ahí, de distintas razas y tamaños.
El ambiente está cargado de humo y el olor a comida recalentada, mezclado con la fragancia metálica del alcohol de baja calidad. A tu izquierda, un grupo de hombres corpulentos se arremolina en torno a una mesa en una partida de cartas que parece estar a puntito de finalizar. A tu derecha, una pareja discute en un tono de voz que ya parece demasiado alto incluso para esta hora del día. Por encima del mostrador, el tabernero —un tipo grandote, con más barba que cabeza— limpia un vaso con aire distraído y un paño con más suciedad que el suelo que estás pisando, y ya es decir.
Hay una mesa vacía junto a una pared, y un taburete en la taberna, si quieres sentarte, son las dos opciones que tendrás. Desde cualquiera de las dos posiciones, tienes una buena vista de la sala y puedes observar a los demás sin atraer demasiada atención.
El tabernero se acercará pronto a tu sitio, observándote con una mezcla de desconfianza y curiosidad, pero siendo políticamente correcto.
—¿Qué te pongo, forastero? —pregunta, con una voz rasposa y un dejo de sospecha que parece tan arraigado en su personalidad como la barba a su mandíbula.
El tabernero asentirá y desaparecerá tras el mostrador. Mientras esperas, observas cómo el grupo de hombres corpulentos sigue con su partida de cartas, y parecen jugarse algo importante a juzgar por sus caras. No puedes evitar notar que uno de ellos lleva un tatuaje en forma de patata en el brazo derecho. ¿Quién se tatúa una patata? La gente está muy mal.
Cuando el tabernero regresa, coloca frente a ti lo que hayas pedido, si es que has pedido algo. Espero que no tengas mucha hambre la verdad, porque la calidad de la comida será bastante cuestionable. Bueno, es tu momento. El tabernero te mira, como si estuviera esperando una reacción por tu parte. Quizá puedas amenizar aquello que has pedido con algo de información.
Te separas de los demás como cualquiera lo haría de tu capitán —con cariño—. Ellos conocen tus modos: siempre directo, sin tiempo que perder en charlas innecesarias. Cada uno tiene un qué hacer diferente en la isla, así que no hay mayor drama. A no ser que algo salga mal, ahí entonces igual sí que hay un pelín de drama. Pero vamos a intentar que no, va. Yo confío en ti, en el que no confío mucho es en tu capitán, pero bueno, eso es otro tema.
En el camino hacia el oeste, el paisaje cambia ligeramente. La maleza empieza a abrirse poco a poco, revelando un sendero apenas visible que serpentea entre los árboles. Joder, parece complicado llegar hasta el final.
Sin embargo, a lo lejos pero de frente, alcanzas a distinguir una estructura que parece ser una taberna. Es un edificio de aspecto rústico y de madera gastada, lo cual no sorprende en una isla tan aislada. Siempre dicen que los mejores garitos son los más sucios, ¿no? Pues este tiene pinta de ser cojonudo. La taberna, enclavada en este rincón perdido, parece el lugar perfecto para hacer una pausa, obtener información y, de paso, recargar energías. Además, siendo la única visible en kilómetros a la redonda, se convierte en la opción más sensata. Aunque siempre puedes ir a la aventura por el camino del oeste, yo no te voy a juzgar desde luego.
Si te aproximas a la taberna, ya desde la entrada puedes oír el murmullo de conversaciones y el sonido de vasos chocando. El bullicio te puede resultar tan familiar como incómodo: un ambiente que, de alguna manera, siempre es el mismo en cada isla, con cada tripulación de marineros y piratas reunida en torno a las mesas, compartiendo aventuras y secretos en voz baja o a gritos, según la cantidad de alcohol en sus venas. Quizá no sea el mejor ambiente para descansar, desde luego, pero sí que sería bueno para obtener información, seguramente.
Si decides cruzar el umbral, decenas de ojos se posarán en ti, algunos con indiferencia, otros con una chispa de curiosidad. Me imagino que estarás acostumbrado. De mink pequeñito a kobito, I feel you bro.
Sin embargo, casi todos los presentes vuelven a sus asuntos con rapidez, ocupados en sus propios problemas y conversaciones. Aunque tu estatura de un metro y tus ropas elegantes y remendadas podrían llamar la atención, no lo hacen en exceso. Deben estar acostumbrados a ver multitud de gente por ahí, de distintas razas y tamaños.
El ambiente está cargado de humo y el olor a comida recalentada, mezclado con la fragancia metálica del alcohol de baja calidad. A tu izquierda, un grupo de hombres corpulentos se arremolina en torno a una mesa en una partida de cartas que parece estar a puntito de finalizar. A tu derecha, una pareja discute en un tono de voz que ya parece demasiado alto incluso para esta hora del día. Por encima del mostrador, el tabernero —un tipo grandote, con más barba que cabeza— limpia un vaso con aire distraído y un paño con más suciedad que el suelo que estás pisando, y ya es decir.
Hay una mesa vacía junto a una pared, y un taburete en la taberna, si quieres sentarte, son las dos opciones que tendrás. Desde cualquiera de las dos posiciones, tienes una buena vista de la sala y puedes observar a los demás sin atraer demasiada atención.
El tabernero se acercará pronto a tu sitio, observándote con una mezcla de desconfianza y curiosidad, pero siendo políticamente correcto.
—¿Qué te pongo, forastero? —pregunta, con una voz rasposa y un dejo de sospecha que parece tan arraigado en su personalidad como la barba a su mandíbula.
El tabernero asentirá y desaparecerá tras el mostrador. Mientras esperas, observas cómo el grupo de hombres corpulentos sigue con su partida de cartas, y parecen jugarse algo importante a juzgar por sus caras. No puedes evitar notar que uno de ellos lleva un tatuaje en forma de patata en el brazo derecho. ¿Quién se tatúa una patata? La gente está muy mal.
Cuando el tabernero regresa, coloca frente a ti lo que hayas pedido, si es que has pedido algo. Espero que no tengas mucha hambre la verdad, porque la calidad de la comida será bastante cuestionable. Bueno, es tu momento. El tabernero te mira, como si estuviera esperando una reacción por tu parte. Quizá puedas amenizar aquello que has pedido con algo de información.