Alistair
Mochuelo
15-11-2024, 12:34 AM
El viento agitando sus cabellos y sacándolos de lugar, la adrenalina cursando por sus venas, o el sonido de su corazón retumbando fuerte contra sus oídos como si no hubiese un mañana por aprovechar. Todos sentimientos que palidecían ante la sensación del acero chocando contra un equivalente, una fuerza contraria que se resistiera y buscara superar las capacidades del revolucionario con -mas frecuentemente- la intención de herirlo a a él o a alguien más.
Su atención indivisa estaba en los depredadores que intentaban hundir sus fauces en las últimos dos supervivientes primates del grupo, por un instante dejando todo lo demás de lado y centrándose en el intercambio que se daba entre los dos alatiburnus y el lunarian. Fue un pulso que se prolongó mucho más de lo que estaba acostumbrado, pero uno que no pretendía perder: Involucró cada músculo de su cuerpo que le fue físicamente capaz, desde los necesarios músculos en sus brazos hasta cada fibra muscular disponible en su espalda para empujar con fuerzas sus armas hasta que, finalmente, sintió a sus opositores ceder. Un tajo que, lejos de detenerse en el momento de la colisión, consiguió conservar la suficiente fuerza como para seguir de largo en dirección de los cuerpos pertenecientes a los escualos, provocando sendas heridas en las criaturas con finalidad de por fin poder poner a ese conflicto.
Y agradeció cuando esto se convirtió en la realidad, observando la retirada de los depredadores tras recibir las heridas, algo que en el fondo levantó la tensión que apretaba con fuerza en su pecho y redujo la adrenalina para ahora ponerle sobre sus hombros todo el cansancio de sus bruscos movimientos pasados en un único instante; su cuerpo le arrastraba para abajo, pero sus piernas se negaron a ceder. Inclusive, se mantuvo varios segundos mirando al suelo en busca de alargar más ese momento, o mas concretamente, de rehuir a lo que seguía al combate: La responsabilidad de las vidas perdidas por su inhabilidad. Incluso cuando se trataba de animales, e incluso tenía la osadía de decir especialmente cuando eran animales, la empatía del lunarian le hacía imposible solo tacharlo como una baja más. Su corazón puro le jugaba una mala pasada, pero entendía que debía acostumbrarse al amargo trago de una victoria a medias.
Segundos después, con ágiles movimientos hacia afuera removería la sangre que coloreaba las hojas de sus espadas y las enfundaría nuevamente. Suspiró con ligero desaliento y se dio vuelta a los pequeños primates sobrevivientes, acercándose a ellos y arrodillándose en frente tan pronto estuviera cerca para intentar restar en la diferencia de altura. E intentó comunicarse con ellos, como si le entendiesen siquiera una palabra. — Lo lamento, pequeños. De verdad. Ojalá hubiese podido salvar a sus dos amigos... — Y extendió sus manos lentamente hacia ellos para, si los primates se lo permitían, hacer una pequeña caricia sobre sus cabezas, melancólico.
No había nada que hacer. Lo hecho, hecho estaba. Pero dentro de esa carnicería innecesaria, al menos podía hacer una última cosa por los difuntos. En un terreno ligeramente apartado de los monorámpagos sobrevivientes, con veloces movimientos de desenfunde y enfunde de sus armas, marcaría tres lugares con cortes en forma de X una al lado de la otra. Y tras ablandar la tierra con los mencionados cortes, sacó provecho de su fuerza para remover la tierra con sus manos y hacer tres agujeros poco profundos, pero suficientes para servir como pequeñas tumbas. Se aproximó a los cadáveres y, uno a uno, los colocó en los pequeños agujeros para hacer un improvisado entierro, no sin antes remover de un único corte -en cada uno- los cuernos de los primates cerca de la base unida a su cabeza. Llenaría los espacios con tierra, y se quedaría unos segundos contemplando los montículos de tierra en silencio.
Incluso si no los conocía de nada, sirviendo solo como una presencia espontanea en sus vidas, no había razón para no ser agradecido por cada vida, y respetuoso ante la perdida de esta. Como un último ritual fúnebre, cortaría una pequeña parte de la punta en cada par de cuernos y los dejaría descansando sobre cada tumba respectivamente, ligeramente enterrados. Así, al menos por unos años en lo que el hueso se descomponía y servía como alimento para la tierra junto a los cuerpos, habría un pequeño legado visible de los pequeños.
— Va siendo hora de irse. — Murmuró para sí mismo, colocando los cuernos cortados entre su cinturón y su pantalón para cargar con ellos, y finalmente permitiéndose un momento para sacar de entre sus bolsillos una de las bolsas de carne seca que había traído consigo, empezando a comer con algo de mala gana; se le podía haber pasado el apetito con todo lo que había sucedido, pero sabía que no por eso había desaparecido su necesidad de comer. Se levantó, y avanzó de regreso a la bahía.
Pero antes de ello, se detendría a dar un último vistazo a su alrededor, en busca de los monillos. En caso de que aún no se hubieran retirado a las profundidades de la selva... Había tenido una idea un poco precipitada que pondría en práctica, pues no era particularmente conocido por retractarse de las cosas. Si conseguía encontrarlos con la mirada, se acercaría a ellos y les ofrecería un poco de la comida que llevaba encima. — ¿Les apetece venir conmigo? Seguro que la pasarán divinamente en altamar. — Comentó sonriente, intentando disimular el peso en su pecho por los eventos recientes; el pequeño entierro improvisado le había servido para recomponerse emocionalmente y obtener claridad de mente. Si accedían a venir con él, incluso estaba dispuesto a llevarlos sobre sus hombros o cabeza.
Y fuese con o sin ellos, resumiría su caminar hacia la bahía en busca del capitán, con tal de entregarle lo que le había pedido y obtener la información por la que había venido en primer lugar.
Su atención indivisa estaba en los depredadores que intentaban hundir sus fauces en las últimos dos supervivientes primates del grupo, por un instante dejando todo lo demás de lado y centrándose en el intercambio que se daba entre los dos alatiburnus y el lunarian. Fue un pulso que se prolongó mucho más de lo que estaba acostumbrado, pero uno que no pretendía perder: Involucró cada músculo de su cuerpo que le fue físicamente capaz, desde los necesarios músculos en sus brazos hasta cada fibra muscular disponible en su espalda para empujar con fuerzas sus armas hasta que, finalmente, sintió a sus opositores ceder. Un tajo que, lejos de detenerse en el momento de la colisión, consiguió conservar la suficiente fuerza como para seguir de largo en dirección de los cuerpos pertenecientes a los escualos, provocando sendas heridas en las criaturas con finalidad de por fin poder poner a ese conflicto.
Y agradeció cuando esto se convirtió en la realidad, observando la retirada de los depredadores tras recibir las heridas, algo que en el fondo levantó la tensión que apretaba con fuerza en su pecho y redujo la adrenalina para ahora ponerle sobre sus hombros todo el cansancio de sus bruscos movimientos pasados en un único instante; su cuerpo le arrastraba para abajo, pero sus piernas se negaron a ceder. Inclusive, se mantuvo varios segundos mirando al suelo en busca de alargar más ese momento, o mas concretamente, de rehuir a lo que seguía al combate: La responsabilidad de las vidas perdidas por su inhabilidad. Incluso cuando se trataba de animales, e incluso tenía la osadía de decir especialmente cuando eran animales, la empatía del lunarian le hacía imposible solo tacharlo como una baja más. Su corazón puro le jugaba una mala pasada, pero entendía que debía acostumbrarse al amargo trago de una victoria a medias.
Segundos después, con ágiles movimientos hacia afuera removería la sangre que coloreaba las hojas de sus espadas y las enfundaría nuevamente. Suspiró con ligero desaliento y se dio vuelta a los pequeños primates sobrevivientes, acercándose a ellos y arrodillándose en frente tan pronto estuviera cerca para intentar restar en la diferencia de altura. E intentó comunicarse con ellos, como si le entendiesen siquiera una palabra. — Lo lamento, pequeños. De verdad. Ojalá hubiese podido salvar a sus dos amigos... — Y extendió sus manos lentamente hacia ellos para, si los primates se lo permitían, hacer una pequeña caricia sobre sus cabezas, melancólico.
No había nada que hacer. Lo hecho, hecho estaba. Pero dentro de esa carnicería innecesaria, al menos podía hacer una última cosa por los difuntos. En un terreno ligeramente apartado de los monorámpagos sobrevivientes, con veloces movimientos de desenfunde y enfunde de sus armas, marcaría tres lugares con cortes en forma de X una al lado de la otra. Y tras ablandar la tierra con los mencionados cortes, sacó provecho de su fuerza para remover la tierra con sus manos y hacer tres agujeros poco profundos, pero suficientes para servir como pequeñas tumbas. Se aproximó a los cadáveres y, uno a uno, los colocó en los pequeños agujeros para hacer un improvisado entierro, no sin antes remover de un único corte -en cada uno- los cuernos de los primates cerca de la base unida a su cabeza. Llenaría los espacios con tierra, y se quedaría unos segundos contemplando los montículos de tierra en silencio.
Incluso si no los conocía de nada, sirviendo solo como una presencia espontanea en sus vidas, no había razón para no ser agradecido por cada vida, y respetuoso ante la perdida de esta. Como un último ritual fúnebre, cortaría una pequeña parte de la punta en cada par de cuernos y los dejaría descansando sobre cada tumba respectivamente, ligeramente enterrados. Así, al menos por unos años en lo que el hueso se descomponía y servía como alimento para la tierra junto a los cuerpos, habría un pequeño legado visible de los pequeños.
— Va siendo hora de irse. — Murmuró para sí mismo, colocando los cuernos cortados entre su cinturón y su pantalón para cargar con ellos, y finalmente permitiéndose un momento para sacar de entre sus bolsillos una de las bolsas de carne seca que había traído consigo, empezando a comer con algo de mala gana; se le podía haber pasado el apetito con todo lo que había sucedido, pero sabía que no por eso había desaparecido su necesidad de comer. Se levantó, y avanzó de regreso a la bahía.
Pero antes de ello, se detendría a dar un último vistazo a su alrededor, en busca de los monillos. En caso de que aún no se hubieran retirado a las profundidades de la selva... Había tenido una idea un poco precipitada que pondría en práctica, pues no era particularmente conocido por retractarse de las cosas. Si conseguía encontrarlos con la mirada, se acercaría a ellos y les ofrecería un poco de la comida que llevaba encima. — ¿Les apetece venir conmigo? Seguro que la pasarán divinamente en altamar. — Comentó sonriente, intentando disimular el peso en su pecho por los eventos recientes; el pequeño entierro improvisado le había servido para recomponerse emocionalmente y obtener claridad de mente. Si accedían a venir con él, incluso estaba dispuesto a llevarlos sobre sus hombros o cabeza.
Y fuese con o sin ellos, resumiría su caminar hacia la bahía en busca del capitán, con tal de entregarle lo que le había pedido y obtener la información por la que había venido en primer lugar.