Son Goku D. Namek
Dr. Goku
15-11-2024, 04:30 AM
Fay escuchaba a Mayura con una mezcla de admiración y una emoción que hacía rato no sentía. Sus palabras parecían una marea, cada una impactándola de forma distinta, algunas le calmaban el alma, otras le abrían aún más el corazón. Lo que él decía sobre los dragones, su postura ante el gobierno, su forma de ver la vida… Todo tenía un peso especial y una belleza inesperada que le llegaba hasta lo más profundo. Mayura le recordaba a alguien que admiraba, alguien cuya pasión y sabiduría estaban grabadas en su memoria, le recordaban a su maestra de ceremonias. A medida que él hablaba, sentía que se iba desenredando una parte de sí misma, esa que tantas veces había intentado esconder.
Una sonrisa suave apareció en sus labios y, con algo de nerviosismo, empezó a desabotonarse la chaqueta, anhelando sentir el frío del mar en su piel. Sin embargo, a cada frase de Mayura, sus manos se detenían como si estuvieran cautivas por su presencia. Cada palabra del pavo real del océano le hacían replantearse todo... y para cuando el extendió sus manos, como un manto invisible sobre ellos, cálido, que la envolvía en la oscuridad de la noche, cuando él se acercó lo suficiente, algo en su interior cedió, la coraza en su corazón que había mantenido por tanto tiempo comenzó a desmoronarse. Miró sus ojos, profundos y sinceros, y, sin poder resistir más, se dejó llevar por lo que su corazón había estado guardando.
Acercándose lentamente, su mano temblorosa se apoyó en su pecho, sintiendo los latidos de él resonar con los suyos. En un impulso que ni ella misma entendía, alzó su rostro y, en un instante donde el tiempo parecía detenerse, lo besó. Sus labios, fríos y tensos al principio, se suavizaron al contacto con los de él, entregándose completamente. Fue un beso cargado de emoción y un deseo que no había dejado salir hasta ahora. Era algo más que un simple gesto, era un susurro silencioso de lo que sentía, una entrega de sus propias inseguridades, sus esperanzas y el anhelo de un momento compartido.
Fay rodeó el cuello de Mayura con sus brazos, acercándose aún más mientras se empinaba para alcanzar su altura y apoyaba su pecho contra el de el, cerrando los ojos ante la intensidad del momento. Entre susurros silenciosos, deseó que ese instante durara para siempre, que nada ni nadie pudiese interrumpirlo. Los encantos de Mayura, que al principio le provocaban una sonrisa divertida, ahora despertaban algo mucho más profundo. Había encontrado en él una chispa de inspiración y de calidez que hacía tanto no sentía.
Cuando el beso se rompió, dejó su frente apoyada en la de él, con los ojos aún cerrados y una sonrisa tímida en sus labios. Con una voz suave y un jadeo intermitente, con su aliento tan visible por el frio de la noche, casi en un susurro, le dijo - Eres... eres más guapo que en la foto de tu cartel, ¿sabes? - Sonrió, sus mejillas ligeramente se sonrojaron, y continuó - Quería conocerte. No recuerdo el monto de tu recompensa ni nada de eso… Solo recuerdo haber visto ese panfleto. Tu recompensa no me importa… pero necesito saber… ¿por qué alguien como tú, tan audaz, tan libre… querría viajar con alguien como yo? - Sus palabras salían entrecortadas, cargadas de sinceridad y, tal vez, de un pequeño atisbo de miedo - soy... una don nadie, no tengo fama, nadie me conoce, no he hecho nada importante por nadie, y hoy mismo, simplemente fui una seguidora de tus pasos...
Entonces, como si el momento le hubiese dado la valentía que necesitaba, dio un paso atrás, alejándose, y le dio la espalda. Caminó hacia el mar, soltando los últimos botones de su chaqueta y dejándola caer lentamente. Al sujetar su cabello en una coleta alta, reveló su espalda desnuda, libre de heridas, blanca como la arena, con una piel tersa y hermosa, solo adornada por los cuchillos que llevaba en su cintura, eran tres, uno a cada lado y un tercero sobre la cola, y, girándose para mirarlo, dejó que la luz de la luna iluminara su figura, resaltando la suavidad y la firmeza de su presencia. Su cuerpo estaba envuelto en un body negro de una sola pieza, ceñido como si abrazara su figura con delicadeza y al mismo tiempo con un propósito firme, solo afirmado por el cuello de la inocente y blanca muchacha. Sin mangas ni espalda, dejaba al descubierto el esbozo de su piel, que brillaba en contraste, mientras su cabello largo y claro caía libre, con ese aire desenfadado que solo alguien como ella podía llevar. Su pantalón de tela oscura con múltiples bolsillos descansaba en su cintura, como si guardara en ellos secretos y herramientas necesarias para alguien con un destino entre sombras, y sus piernas eran adornadas por unas botas extrañamente largas, como las de un payaso, pero, al igual que todo su atuendo, eran negros como la noche misma.
Fay lo observó con una mezcla de tristeza y determinación mientras, con manos enfundadas en guantes negros de dedos descubiertos, tomaba uno de sus cuchillos. Su voz tiritaba, ahora se sentía cada vez más seria, cargada de una emoción compleja, se quebró al decir - Lo… lo lamento… pero tus ideales y los míos… son diferentes - El respeto que sentía por él era innegable, pero la responsabilidad que sentía en su interior también lo era. Con un susurro final, lleno de tristeza y resolución, dijo - Por favor… perdóname… y pelea conmigo… es lo único que te pido esta noche... - no... ella no podía atacarlo así como así... no podía matar a alguien por la espalda, no después de haberse enamorado de el... sus sentimientos, aunque eran repentinos... eran sinceros... nunca antes había sentido un calor en su pecho como el que sentía esta noche... pero, sabia que debía hacerlo - al menos... dime, el motivo de tu recompensa, antes de que uno de los dos... muera esta noche.
Una sonrisa suave apareció en sus labios y, con algo de nerviosismo, empezó a desabotonarse la chaqueta, anhelando sentir el frío del mar en su piel. Sin embargo, a cada frase de Mayura, sus manos se detenían como si estuvieran cautivas por su presencia. Cada palabra del pavo real del océano le hacían replantearse todo... y para cuando el extendió sus manos, como un manto invisible sobre ellos, cálido, que la envolvía en la oscuridad de la noche, cuando él se acercó lo suficiente, algo en su interior cedió, la coraza en su corazón que había mantenido por tanto tiempo comenzó a desmoronarse. Miró sus ojos, profundos y sinceros, y, sin poder resistir más, se dejó llevar por lo que su corazón había estado guardando.
Acercándose lentamente, su mano temblorosa se apoyó en su pecho, sintiendo los latidos de él resonar con los suyos. En un impulso que ni ella misma entendía, alzó su rostro y, en un instante donde el tiempo parecía detenerse, lo besó. Sus labios, fríos y tensos al principio, se suavizaron al contacto con los de él, entregándose completamente. Fue un beso cargado de emoción y un deseo que no había dejado salir hasta ahora. Era algo más que un simple gesto, era un susurro silencioso de lo que sentía, una entrega de sus propias inseguridades, sus esperanzas y el anhelo de un momento compartido.
Fay rodeó el cuello de Mayura con sus brazos, acercándose aún más mientras se empinaba para alcanzar su altura y apoyaba su pecho contra el de el, cerrando los ojos ante la intensidad del momento. Entre susurros silenciosos, deseó que ese instante durara para siempre, que nada ni nadie pudiese interrumpirlo. Los encantos de Mayura, que al principio le provocaban una sonrisa divertida, ahora despertaban algo mucho más profundo. Había encontrado en él una chispa de inspiración y de calidez que hacía tanto no sentía.
Cuando el beso se rompió, dejó su frente apoyada en la de él, con los ojos aún cerrados y una sonrisa tímida en sus labios. Con una voz suave y un jadeo intermitente, con su aliento tan visible por el frio de la noche, casi en un susurro, le dijo - Eres... eres más guapo que en la foto de tu cartel, ¿sabes? - Sonrió, sus mejillas ligeramente se sonrojaron, y continuó - Quería conocerte. No recuerdo el monto de tu recompensa ni nada de eso… Solo recuerdo haber visto ese panfleto. Tu recompensa no me importa… pero necesito saber… ¿por qué alguien como tú, tan audaz, tan libre… querría viajar con alguien como yo? - Sus palabras salían entrecortadas, cargadas de sinceridad y, tal vez, de un pequeño atisbo de miedo - soy... una don nadie, no tengo fama, nadie me conoce, no he hecho nada importante por nadie, y hoy mismo, simplemente fui una seguidora de tus pasos...
Entonces, como si el momento le hubiese dado la valentía que necesitaba, dio un paso atrás, alejándose, y le dio la espalda. Caminó hacia el mar, soltando los últimos botones de su chaqueta y dejándola caer lentamente. Al sujetar su cabello en una coleta alta, reveló su espalda desnuda, libre de heridas, blanca como la arena, con una piel tersa y hermosa, solo adornada por los cuchillos que llevaba en su cintura, eran tres, uno a cada lado y un tercero sobre la cola, y, girándose para mirarlo, dejó que la luz de la luna iluminara su figura, resaltando la suavidad y la firmeza de su presencia. Su cuerpo estaba envuelto en un body negro de una sola pieza, ceñido como si abrazara su figura con delicadeza y al mismo tiempo con un propósito firme, solo afirmado por el cuello de la inocente y blanca muchacha. Sin mangas ni espalda, dejaba al descubierto el esbozo de su piel, que brillaba en contraste, mientras su cabello largo y claro caía libre, con ese aire desenfadado que solo alguien como ella podía llevar. Su pantalón de tela oscura con múltiples bolsillos descansaba en su cintura, como si guardara en ellos secretos y herramientas necesarias para alguien con un destino entre sombras, y sus piernas eran adornadas por unas botas extrañamente largas, como las de un payaso, pero, al igual que todo su atuendo, eran negros como la noche misma.
Fay lo observó con una mezcla de tristeza y determinación mientras, con manos enfundadas en guantes negros de dedos descubiertos, tomaba uno de sus cuchillos. Su voz tiritaba, ahora se sentía cada vez más seria, cargada de una emoción compleja, se quebró al decir - Lo… lo lamento… pero tus ideales y los míos… son diferentes - El respeto que sentía por él era innegable, pero la responsabilidad que sentía en su interior también lo era. Con un susurro final, lleno de tristeza y resolución, dijo - Por favor… perdóname… y pelea conmigo… es lo único que te pido esta noche... - no... ella no podía atacarlo así como así... no podía matar a alguien por la espalda, no después de haberse enamorado de el... sus sentimientos, aunque eran repentinos... eran sinceros... nunca antes había sentido un calor en su pecho como el que sentía esta noche... pero, sabia que debía hacerlo - al menos... dime, el motivo de tu recompensa, antes de que uno de los dos... muera esta noche.