Kullona D. Zirko
Payaza D. Zirko
Ayer, 02:23 AM
Las palabras de Mayura eran más filosas que las mismas katanas que empuñaba con una elegancia mortal. Cada frase que pronunciaba era un golpe al corazón de Fay, más letal que cualquier herida física. Su postura, erguida y majestuosa, irradiaba una determinación inquebrantable. Cada movimiento calculado, cada gesto seguro, era un recordatorio de que no había lugar para la debilidad ni para la duda. Fay lo observó con ojos que mezclaban temor y resignación, sin comprender del todo el significado de las palabras que aquel pavo real enarbolaba con altivez. Pero ¿qué importaban las palabras? Su corazón ya había aceptado el destino que la aguardaba.
El ambiente estaba cargado. La brisa marina, que hasta entonces había sido un susurro calmante, se sentía pesada y fría, como un presagio. El vaivén de las olas golpeaba con monotonía, como si acompañaran, indiferentes, la tragedia que se desarrollaba en aquella escena. Las gaviotas habían cesado su canto, y hasta el sol, normalmente implacable, parecía haberse ocultado tras un manto de nubes grises.
Cuando Mayura se movió, lo hizo con una gracia casi irreal. Las katanas cortaron el aire como pinceladas de un artista en un lienzo invisible, con una precisión que era tan hermosa como aterradora. Fay no se movió. No levantó su arma, ni siquiera trató de defenderse. En un acto de entrega total, dejó caer su daga al suelo. Abrió los brazos, vulnerable, como si quisiera abrazar su destino. Sus labios pálidos esbozaron un susurro que apenas logró escapar al viento - Te... amo... perdón...
El ataque fue fulminante. El filo de las katanas atravesó su cuerpo con una violencia que parecía ir en contra de la delicadeza del movimiento que las había guiado. La tela de su ropa se desgarró junto con su carne, mientras mechones de cabello y gotas de sangre trazaban un macabro rastro en el aire. El primer impacto fue devastador, pero no el último. Su espalda fue golpeada por una segunda acometida que la lanzó por el aire como un muñeco roto y des felpado.
El cuerpo de Fay aterrizó con un ruido sordo sobre el suelo frío y áspero. Su torso, desgarrado y sangrante, era un mosaico de heridas profundas, mientras una cruz improvisada de sangre cubría lo que quedaba de su pecho. Sus pulmones trabajaban con desesperación, dejando escapar jadeos entrecortados que se mezclaban con el sonido de una tos húmeda teñida de rojo. El dolor la atravesaba en cada respiración, mientras su mente se debatía entre el dolor físico y la devastación emocional.
Entonces, el grito... dicen, que cuando el grito viene después del golpe, es porque el dolor realmente fue intenso... Aquel alarido femenino y desgarrador, escapó de sus labios como una última súplica al universo. La intensidad del sonido estremeció la tierra y agitó las olas del mar, como si incluso la naturaleza respondiera al sufrimiento que impregnaba el aire. Los animales cercanos huyeron despavoridos, y un extraño silencio se instaló tras el eco de aquel grito.
Fay, tendida en el suelo, apenas consciente, luchaba por aferrarse a la vida. Su mirada perdida vagaba hacia el cielo gris, buscando algo, cualquier cosa, mientras sus labios temblorosos intentaban formar palabras. La sangre manaba de su boca con cada tosido, y sus lágrimas se mezclaban con el carmesí que surcaba su rostro - Perd... perdón... perd... - murmuró con un hilo de voz, apenas audible. Su mano, temblorosa, se alzó débilmente hacia su pecho, buscando detener el dolor que la devoraba por dentro - Yo... yo... no... nadie... soy... nadie... - susurró finalmente, sus palabras cargadas de una desgarradora verdad.
El viento sopló con fuerza, barriendo mechones de cabello y gotas de sangre que aún manchaban el suelo. Fay era un reflejo trágico de vulnerabilidad y amor, una mujer rota, no solo por el filo de las katanas, sino por el peso de sus propios sentimientos.
El ambiente estaba cargado. La brisa marina, que hasta entonces había sido un susurro calmante, se sentía pesada y fría, como un presagio. El vaivén de las olas golpeaba con monotonía, como si acompañaran, indiferentes, la tragedia que se desarrollaba en aquella escena. Las gaviotas habían cesado su canto, y hasta el sol, normalmente implacable, parecía haberse ocultado tras un manto de nubes grises.
Cuando Mayura se movió, lo hizo con una gracia casi irreal. Las katanas cortaron el aire como pinceladas de un artista en un lienzo invisible, con una precisión que era tan hermosa como aterradora. Fay no se movió. No levantó su arma, ni siquiera trató de defenderse. En un acto de entrega total, dejó caer su daga al suelo. Abrió los brazos, vulnerable, como si quisiera abrazar su destino. Sus labios pálidos esbozaron un susurro que apenas logró escapar al viento - Te... amo... perdón...
El ataque fue fulminante. El filo de las katanas atravesó su cuerpo con una violencia que parecía ir en contra de la delicadeza del movimiento que las había guiado. La tela de su ropa se desgarró junto con su carne, mientras mechones de cabello y gotas de sangre trazaban un macabro rastro en el aire. El primer impacto fue devastador, pero no el último. Su espalda fue golpeada por una segunda acometida que la lanzó por el aire como un muñeco roto y des felpado.
El cuerpo de Fay aterrizó con un ruido sordo sobre el suelo frío y áspero. Su torso, desgarrado y sangrante, era un mosaico de heridas profundas, mientras una cruz improvisada de sangre cubría lo que quedaba de su pecho. Sus pulmones trabajaban con desesperación, dejando escapar jadeos entrecortados que se mezclaban con el sonido de una tos húmeda teñida de rojo. El dolor la atravesaba en cada respiración, mientras su mente se debatía entre el dolor físico y la devastación emocional.
Entonces, el grito... dicen, que cuando el grito viene después del golpe, es porque el dolor realmente fue intenso... Aquel alarido femenino y desgarrador, escapó de sus labios como una última súplica al universo. La intensidad del sonido estremeció la tierra y agitó las olas del mar, como si incluso la naturaleza respondiera al sufrimiento que impregnaba el aire. Los animales cercanos huyeron despavoridos, y un extraño silencio se instaló tras el eco de aquel grito.
Fay, tendida en el suelo, apenas consciente, luchaba por aferrarse a la vida. Su mirada perdida vagaba hacia el cielo gris, buscando algo, cualquier cosa, mientras sus labios temblorosos intentaban formar palabras. La sangre manaba de su boca con cada tosido, y sus lágrimas se mezclaban con el carmesí que surcaba su rostro - Perd... perdón... perd... - murmuró con un hilo de voz, apenas audible. Su mano, temblorosa, se alzó débilmente hacia su pecho, buscando detener el dolor que la devoraba por dentro - Yo... yo... no... nadie... soy... nadie... - susurró finalmente, sus palabras cargadas de una desgarradora verdad.
El viento sopló con fuerza, barriendo mechones de cabello y gotas de sangre que aún manchaban el suelo. Fay era un reflejo trágico de vulnerabilidad y amor, una mujer rota, no solo por el filo de las katanas, sino por el peso de sus propios sentimientos.