Alistair
Mochuelo
Ayer, 08:59 AM
¡No se habían marchado después de todo! De hecho, habían tenido el detalle de acompañarlo en el momento de silencio que dedicó a los monorámpagos fallecidos, algo que no se esperó en lo absoluto. Quizá solo lo imitaban en curiosidad de sus movimientos, o quizá en verdad había algo más espiritual en su accionar, pero era algo a lo que prefería no asignar demasiado tiempo para pensar; lo que importaba era que los pequeños, por un instante, estuvieron a su lado en el pequeño ritual fúnebre que pudo preparar con lo que tenía a la mano. Incluso cuando había removido los cuernos de sus congéneres caídos, aunque esto no era más que una filosofía que el joven cargaba consigo, en medio de la pesadumbre que acompañaba a la pérdida de una vida: Tras fallecer, quienes partían a un mejor mundo solo dejaban atrás un cuerpo sin un alma, un manojo de carne y tantísimas cosas más que los difuntos no extrañarían nunca más, y los apegos por objetos terrenales como esos eran entendibles, pero erróneos al final del día.
Lo entendía demasiado bien, habiendo experimentado una pérdida cercana de primera mano.
Algo que además consiguió levantarle el ánimo a Alistair fue que los pequeños primates aceptaran el ofrecimiento del revolucionario, una buena señal inicial de la confianza que podía amasar con los animales si éstos decidían finalmente acompañarlo en sus aventuras. Tan solo debía procurar tenerlo en un espacio donde se sintieran cómodos, algunos días de acostumbrarlos e interactuar cerrando progresivamente la distancia, y tendría a dos nuevos compañeros de viaje. Pero por ahora, para no adelantarse excesivamente a acontecimientos que aún les quedaba bastante por suceder, lo primero era continuar camino a la bahía y permitir a los monillos seguirle a la distancia en la que se sintieran cómodos, atento de si decidirían finalmente caminar a su lado o si eventualmente regresarían por el mismo camino por el que vinieron. Cualesquiera que fuera su decisión final, lo aceptaría.
De regreso en la bahía, las tres presencias le recibirían de vuelta, con el líder de los tres realizando un enérgico saludo en su dirección. El emplumado respiraría profundo, intentando suprimir los restos de desgane que aún acechaban en sus pensamientos y su corazón, y mostraría una sonrisa que quedaría completamente fuera de lugar para quien conociera el contexto anterior. Tenía una mala manía por no mostrar sus peores momentos, diestro en el arte de esconderlos tras una sonrisa engañosa que difícilmente se quebraba. Hacía falta una confianza excesivamente estrecha con él como para dejar ver lo que había mas allá, y desgraciadamente, ninguno de los tres hombres cumplía con el papel. Por tanto, les respondería con esa máscara de sonrisa en sus facciones .
— ¡Ha sido como lo mencionaban! El bosque ha sido una buena prueba en todos los sentidos. He tenido que defenderme de unos... ¿Tiburones? ¿Aves? A saber, pero han sido formidables. — Continuó por un poco más, explicando que los alatiburnus habían llegado a los monillos pero no habían conseguido llevarlos consigo a su guarida -o donde sea que esos bichos descansaran, veía posible hasta un nido en medio de ramas gigantescas para soportar su peso-. Básicamente, omitió una generosa cantidad de detalles en la historia, excluyendo sobre todo el final. Tan solo lo necesario para conservar la idea más fundamental de toda la anécdota sin incluir las partes más emocionalmente impactantes.
— De cualquier forma, aquí tienen. Los seis cuernos de monorámpago que me pidieron. — Los sacaría de su mochila, lugar en los que los había recolocado por comodidad propia, y se los entregaría en mano. Ahora quedaba la parte en la que ellos entregaban la información a pedido, y así fue lo que hicieron, o al menos la poca información que tenían a su disposición. Pero entre lo poco que tenían, si poseían un dato fundamental que le serviría para tomar los siguientes pasos en esa pequeña expedición: La ubicación de la cueva. — ¡Eso es más que suficiente! Hubiera agradecido cualquier otro dato adicional, pero entre poco y nada, prefiero tener poco junto a una idea de hacia donde ir. Asi que te agradecería que lo marcaras en un mapa, si. — Esperó a que lo hiciera, pero con ello acompañó una advertencia a modo de consejo para no acercarse a lugar. Y con toda razón: Si la selva de Momobami era tan peligrosa como había mostrado hoy, ¿Cómo sería lo que había dentro de esa cueva? Moría de ganas por saber.
— Agradezco la preocupación hacia un aventurero más, pero me supera saber qué hay dentro de la cueva. Aunque no haré oídos sordos. Si ese lugar es tan temible como la reputación que tiene ganada, esperaré un tiempo para prepararme adecuadamente y volveré nuevamente. Si en ese tiempo alguien más conquista la cueva, entonces quizá no era demasiado reto. Pero si para entonces sigue intacta, será mi señal para entrar en acción. — Le encantaría ser la primera persona en poner pie al interior del lugar, y saber con seguridad qué narices era lo que llamaba tanto la atención como para obtener tan funesta reputación. Pero no era tan torpe como para entrar corriendo y esperar que todo saliera a pedido de boca. Era mucho mas listo que eso.
— Un gusto haber tratado con ustedes. Hasta la próxima. — Mencionó con una sonrisa, orientándose en dirección al océano y empezando a caminar hacia allá, despidiéndose a la distancia al ondear su mano sin girarse. ¿Qué le depararía ahora? Seguramente... Un viaje de vuelta a Oykot sería una excelente primera idea. Reencontrarse con los demás ahora msismo sonaba como un paso necesario en su vida.
Lo entendía demasiado bien, habiendo experimentado una pérdida cercana de primera mano.
Algo que además consiguió levantarle el ánimo a Alistair fue que los pequeños primates aceptaran el ofrecimiento del revolucionario, una buena señal inicial de la confianza que podía amasar con los animales si éstos decidían finalmente acompañarlo en sus aventuras. Tan solo debía procurar tenerlo en un espacio donde se sintieran cómodos, algunos días de acostumbrarlos e interactuar cerrando progresivamente la distancia, y tendría a dos nuevos compañeros de viaje. Pero por ahora, para no adelantarse excesivamente a acontecimientos que aún les quedaba bastante por suceder, lo primero era continuar camino a la bahía y permitir a los monillos seguirle a la distancia en la que se sintieran cómodos, atento de si decidirían finalmente caminar a su lado o si eventualmente regresarían por el mismo camino por el que vinieron. Cualesquiera que fuera su decisión final, lo aceptaría.
De regreso en la bahía, las tres presencias le recibirían de vuelta, con el líder de los tres realizando un enérgico saludo en su dirección. El emplumado respiraría profundo, intentando suprimir los restos de desgane que aún acechaban en sus pensamientos y su corazón, y mostraría una sonrisa que quedaría completamente fuera de lugar para quien conociera el contexto anterior. Tenía una mala manía por no mostrar sus peores momentos, diestro en el arte de esconderlos tras una sonrisa engañosa que difícilmente se quebraba. Hacía falta una confianza excesivamente estrecha con él como para dejar ver lo que había mas allá, y desgraciadamente, ninguno de los tres hombres cumplía con el papel. Por tanto, les respondería con esa máscara de sonrisa en sus facciones .
— ¡Ha sido como lo mencionaban! El bosque ha sido una buena prueba en todos los sentidos. He tenido que defenderme de unos... ¿Tiburones? ¿Aves? A saber, pero han sido formidables. — Continuó por un poco más, explicando que los alatiburnus habían llegado a los monillos pero no habían conseguido llevarlos consigo a su guarida -o donde sea que esos bichos descansaran, veía posible hasta un nido en medio de ramas gigantescas para soportar su peso-. Básicamente, omitió una generosa cantidad de detalles en la historia, excluyendo sobre todo el final. Tan solo lo necesario para conservar la idea más fundamental de toda la anécdota sin incluir las partes más emocionalmente impactantes.
— De cualquier forma, aquí tienen. Los seis cuernos de monorámpago que me pidieron. — Los sacaría de su mochila, lugar en los que los había recolocado por comodidad propia, y se los entregaría en mano. Ahora quedaba la parte en la que ellos entregaban la información a pedido, y así fue lo que hicieron, o al menos la poca información que tenían a su disposición. Pero entre lo poco que tenían, si poseían un dato fundamental que le serviría para tomar los siguientes pasos en esa pequeña expedición: La ubicación de la cueva. — ¡Eso es más que suficiente! Hubiera agradecido cualquier otro dato adicional, pero entre poco y nada, prefiero tener poco junto a una idea de hacia donde ir. Asi que te agradecería que lo marcaras en un mapa, si. — Esperó a que lo hiciera, pero con ello acompañó una advertencia a modo de consejo para no acercarse a lugar. Y con toda razón: Si la selva de Momobami era tan peligrosa como había mostrado hoy, ¿Cómo sería lo que había dentro de esa cueva? Moría de ganas por saber.
— Agradezco la preocupación hacia un aventurero más, pero me supera saber qué hay dentro de la cueva. Aunque no haré oídos sordos. Si ese lugar es tan temible como la reputación que tiene ganada, esperaré un tiempo para prepararme adecuadamente y volveré nuevamente. Si en ese tiempo alguien más conquista la cueva, entonces quizá no era demasiado reto. Pero si para entonces sigue intacta, será mi señal para entrar en acción. — Le encantaría ser la primera persona en poner pie al interior del lugar, y saber con seguridad qué narices era lo que llamaba tanto la atención como para obtener tan funesta reputación. Pero no era tan torpe como para entrar corriendo y esperar que todo saliera a pedido de boca. Era mucho mas listo que eso.
— Un gusto haber tratado con ustedes. Hasta la próxima. — Mencionó con una sonrisa, orientándose en dirección al océano y empezando a caminar hacia allá, despidiéndose a la distancia al ondear su mano sin girarse. ¿Qué le depararía ahora? Seguramente... Un viaje de vuelta a Oykot sería una excelente primera idea. Reencontrarse con los demás ahora msismo sonaba como un paso necesario en su vida.