Hay rumores sobre…
... que existe una isla del East Blue donde una tribu rinde culto a un volcán.
[Común] Reclutando a los aliados
Ungyo Nisshoku
Luna del Alba
Desierto de Kalab
Día 3, Verano. Año 724
10:30am

El desierto de Kalab no era un lugar que perdonara fácilmente. Cada grano de arena parecía decidido a clavarse en mi piel, o en mi pelo, o en mis ojos o en mis alas. No había manera de librarme de aquel martirio. Era como si el maldito paisaje quisiera demostrarme que había cometido un error al venir aquí, y tal vez tenía razón. Había pasado la noche viajando en la carreta mercante de aquellos ancianos como pasajero. Menos mal aceptaron sacarme de aquellas ruinas hediondas (ciertamente se merecían el nombre).  Ya estaba harto de estar siguiendo pistas falsas y promesas huecas, y lo único que tenía para mostrar por mis esfuerzos era una paciencia que ya había muerto hace rato.

Si no fuera porque Agyo eligió convenientemente que sería él quien vendría aquí a buscar el susodicho gremio de cazadores ese, habría mandado a todo este lugar a la mismísima mierda y regresado a algún puerto a ganar algo de dinero a punta de romper caras ajenas. Pero no, el estúpido de mi hermano tenía que tener alguna razón para elegir un sitio tan miserable como este para encontrarse.

La Ciudad de Meruem (así dijeron los viejos mercaderes que se llamaba) apareció al final de la interminable extensión de arena justo cuando estaba considerando emprender vuelo a donde hubiera al menos un poco de sombra. Murallas polvorientas y torres de vigilancia mal cuidadas se alzaban contra el horizonte, protegiendo un caos que no parecía mucho mejor que el de las llanuras hediondas ¿Que toda esta puta isla se está viniendo abajo? Entré con la misma energía con la que había soportado mi estancia en esta isla hasta ahora: cansancio y ganas de mentarle la madre a mi hermano (sí... Lo sé). Tras recorrer un par de calles en la carreta, me bajé y con un gesto de la mano, sin detenerme me despedí de aquellos samaritanos que me permitieron viajar con ellos toda la noche.

Las calles estaban abarrotadas, un bullicio y una alharaca constante de comerciantes, niños, y gente de mierda era todo cuanto podía oír allí. La mayoría de las personas que vi no tenían pinta de parecerse en lo más mínimo a un cazador: Eran poco más que matones con armas viejas y mal cuidadas. Si alguno se cortara por error con esos cuchillos, seguramente moriría de tétanos. Algunos de los transeúntes llevaban tatuajes en sus brazos que revelaban haber pertenecido a la marina; otros, estaban cubiertos de cicatrices que hablaban de una vida llena de malas decisiones. Nadie valía la pena. Mis ojos buscaban algo concreto, algún indicio de que este viaje no había sido en vano.

Y entonces lo vi. Y no. No era Agyo.
Un cartel más grande de lo necesario colgaba sobre un edificio que parecía haber sido pintado para la ocasión. La fachada destacaba por parecer muchísimo más cuidada que todo lo que me había topado hasta ahora en esta Las letras rojas del anuncio gritaban con un entusiasmo que me resultaba irritante:

Cita:¡Únete a los Crimson Crusaders! Buscamos valientes dispuestos a explorar lo desconocido, enfrentar peligros y forjar un legado.

Mi mandíbula se tensó. ¿"Legado"? ¿Qué clase de idiota se creía capaz de ofrecer eso? Sin embargo, había algo en las palabras, una chispa de verdad enterrada bajo todo ese teatro barato. No iba a admitirlo en voz alta –ni siquiera en mi propia mente por mucho rato– pero algo me empujó a acercarme.

Antes de entrar, me tomé un momento para observar desde la calle. El edificio tenía puertas abiertas de par en par, y desde afuera ya podía ver que alguien había intentado decorarlo para hacerlo más acogedor. "Qué lamentable" pensé mientras chasqueaba la lengua en desaprobación. Mapas colgaban de las paredes, estandartes con un diseño simple ondeaban en el interior, y mesas cubiertas de comida y bebida llenaban el espacio principal "Al menos la comida se ve agradable". Parecía una celebración, aunque una que no terminaba de encajar con el aire polvoriento y cansado de la ciudad.

El anfitrión no era difícil de identificar. Incluso si no hubiera sido tan alto –cinco metros, fácil–, el cabello plateado y su postura inquieta y una barba sumamente ridícula lo hacían destacar. Acomodaba una y otra vez la barba, sin éxito en verse normal, mientras se apoyaba en una mesa junto a la entrada, mirando al vacío como si intentara reunir el valor para enfrentar lo que venía.

Un líder nervioso. Bien. Ya estaba empezando a dudar de este lugar. Si eso era el líder, no quería imaginarme a los que intentaría dar caza.

Caminé hacia el gremio con pasos firmes, ignorando las miradas curiosas de los zarrapastrosos transeúntes. Las botas pesadas resonaron contra el suelo de madera cuando crucé el umbral, y una corriente de aire fresco me golpeó la cara y me llenó las alas. Un alivio momentáneo, aunque no suficiente para calmar mi irritación. No podía ser cierto esta mierda. Agyo llevaba días aquí y por lo que veía, no estaba en el vestíbulo. O este no era el dichoso gremio de cazadores, o mi hermano era un imbécil y aún no encontraba el sitio... Eso o ya había conseguido que le mataran o algo. Todo era posible con él.

Mi mirada recorrió el interior del lugar mientras avanzaba. Había puesto esfuerzo en que las cosas estuvieran arregladas e impecables, eso era evidente, pero la falta de experiencia era igual de obvia. Los estandartes estaban desiguales, los mapas no tenían un propósito claro más allá de rellenar espacio, y la disposición de las mesas daba la impresión de una fiesta improvisada. Sin embargo, era un enorme cambio comparado con todo lo demás que había visto en esta isla, así que no me quejé y traté de apreciar el intento de que el sitio se viera presentable.

El líder, el hombre que había organizado todo esto (imagino), no me miró al principio. Estaba demasiado ocupado en sus pensamientos, sus grandes manos descansando sobre la mesa como si estuvieran listas para sostener el peso de algo mucho más grande que él. Me detuve frente a la mesa, cruzando los brazos y esperando a que notara mi presencia. Nada.

Mi paciencia, ya desgastada, terminó de romperse. Solté un sonido seco con la lengua, un clic que finalmente lo sacó de su jodido ensimismamiento. Su mirada se encontró con la mía, y aunque no dijo nada, su expresión nerviosa cambió a algo más enfocado, como si intentara descifrar quién era yo y qué quería. No dije una palabra. Lo evalué de pies a cabeza y como nada en él parecía dar intenciones de preguntar nada, finalmente abrí la boca: "¿Agyo está Aquí?-Um."

Acompañé mis palabras con un golpe seco a la mesa, suficiente fuerte como para llamar su maldita atención. Luego me crucé de brazos esperando una respuesta. No tenía tiempo para rodeos ni paciencia para explicaciones ridículas. Si sabía algo, lo diría. Si no, seguiría buscando. El barbudo no dijo nada. Parecía confundido por mi pregunta, así que entorné los ojos y suspiré.

Mientras el tipo balbuceaba en busca de alguna respuesta, mi mirada vagó por el lugar nuevamente. Había detalles que intentaban dar un aire profesional al gremio, pero aún se sentía más como un sueño en construcción que como una realidad sólida. Me pregunté cuántos de los que se unieran realmente durarían en este negocio. La mayoría, probablemente, terminaría muertos o huyendo al primer problema real.

¿Y yo? pensé con amargura. No me había unido a nada todavía, pero el cansancio y la falta de opciones y el dichoso sueño de salir de esta vida de mierda en las calles me estaban llevando por ese camino. Agyo fue el que propuso la idea. Supongo que debía tener alguna razón para interesarse en este lugar, pero si no lo encontraba aquí, no pensaba quedarme mucho tiempo. El lugar no era feo. Al menos no como el resto de la ciudad, pero eso no significaba que quisiera estar aquí. Ahora que lo pienso, si Agyo se fue a otro lugar sin avisar, es que le voy a romper las alas para que aprenda.

El aire estaba silencioso, a excepción del chisporroteo de la chimenea central. La mezcla de olores de comida y bebida me apetecía pero no era lo importante ahora; había comido lo suficiente en el camino para no desmayarme, pero hasta ahí. Tampoco es que un trozo de pan me matara el hambre, ¿no?. Mi cuerpo estaba en piloto automático, funcionando con lo mínimo mientras mi mente seguía adelante por pura fuerza de voluntad, o eso decía yo para no admitir que mi encabronamiento era el combustible que me movía.

—Tsk. —El sonido salió de mis labios antes de darme cuenta. La frustración acumulada necesitaba una salida, y aunque no significaba nada en particular, al menos era un sonido que podía liberar algo de la presión en mi pecho. Pasé mi mano por el rostro, eliminando el sudor acumulado durante el día, y luego me giré hacia el sillón más cercano. Apoyé el culo en él, ante la mirada del dueño y cerré los ojos por un momento mientras mi mente calculaba cuánto tiempo más iba a soportar aquí antes de volver al desierto.

La vida era siempre una espera: para algo, para alguien, para un maldito momento de paz que nunca llegaba. Pero hoy, más que nunca, sentía que estaba cerca de algo. No sabía si era el gremio, Agyo, o simplemente el final de esta búsqueda, pero fuera lo que fuera, tenía que valer la pena. Si no, siempre estaba la daga y la calle.


Resumen
#2


Mensajes en este tema
Reclutando a los aliados - por Lykos silver - 16-11-2024, 04:08 PM
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