Airok
La Reina Rubí
17-11-2024, 01:51 AM
Acabábamos de llegar a Loguetown y había mucho trabajo por delante. Necesitábamos, con urgencia, un barco nuevo y provisiones suficientes para sobrevivir el próximo tramo del viaje. La última travesía había sido un desastre, marcada por tormentas y problemas inesperados, y aunque cada uno en la tripulación tenía una tarea clara, no podíamos permitirnos errores esta vez.
—Airok, ¿puedes encargarte de las provisiones? —preguntó Silver, con su tono habitual, mezcla de petición y orden.
Airok sonrió, alzando una ceja.
—¿Y qué buscas esta vez? ¿O es un “me lo dejo a mí”?
—Lo de siempre, lo que podamos cargar sin llamar mucho la atención… —Silver hizo una pausa y añadió con un guiño—. Y si puedes encontrar algo de ron, no estaría mal.
—Siempre ron —murmuró Airok divertida mientras se alejaba, ajustándose la chaqueta. —No sé si podré cumplir con eso de “sin llamar la atención”, pero haré lo que pueda.— Y haciendo un saludo con el sombrero se alejó
El calor del mediodía cubría Loguetown como una manta sofocante. El bullicio del mercado era incesante: comerciantes gritando precios, carros cargados de mercancías y el murmullo constante de transeúntes negociando. El aire estaba impregnado de olores contradictorios: el salitre del puerto, frutas maduras y el hedor del pescado bajo el sol.
Airok había dado ya varias vueltas al mercado, evaluando cómo podría hacerse con los recursos necesarios sin un solo berri en los bolsillos. Se detuvo cerca de un puesto de especias, fingiendo interés mientras observaba de reojo un carro cargado de sacos de harina y sal que podría ser útil. Planeaba cómo convencer al dueño de "donar" parte de su mercancía cuando sintió un golpe repentino en el costado.
De inmediato, Airok llevó las manos a sus bolsillos. Su rostro se endureció al instante. Le faltaba la brújula de plata que llevaba desde su inicio en la tripulación.
—¡Maldita sea! —masculló entre dientes antes de empezar a seguirlo con pasos firmes.
El niño era rápido, pero Airok no era una novata en esos juegos. Sus ojos verdes lo siguieron entre las cabezas y los cuerpos apretados de la plaza, identificando su camino por la forma en que las personas se giraban o apartaban bruscamente, sorprendidas por el pequeño ladrón que las empujaba para escapar.
Mantuvo cierta distancia para no levantar sospechas, optando por no correr de inmediato. Si lo hacía, el niño podría entrar en alguna calleja estrecha o esconderse en un lugar difícil de alcanzar. En cambio, caminó a paso firme, su mirada fija en él mientras memorizaba cada giro que daba.
“Veamos a dónde me llevas, pequeño idiota”, pensó para sí misma, con una sonrisa torcida. No iba a dejar que nadie se saliera con la suya, especialmente no con algo que le pertenecía.