Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
17-11-2024, 07:50 AM
El sol comenzaba a descender, tiñendo la selva de un dorado profundo, cuando Ragn continuó su camino. Su cuerpo estaba marcado por cortes recientes, arañazos profundos y hematomas oscuros que cubrían su piel curtida. Cada músculo le dolía como si hubiera cargado el peso del mundo entero durante días, y cada paso que daba parecía arrancarle un poco más de energía. Pero su rostro permanecía inmutable, con los labios apretados y una mirada fija en el horizonte. Ragn era un coloso, su físico una escultura viva de resistencia y fuerza. Sus hombros anchos estaban surcados por venas prominentes, y sus brazos, que ahora colgaban pesadamente a sus costados, mostraban las cicatrices de las batallas que había librado contra la selva misma. Había adelgazado ligeramente, sus músculos definidos al extremo debido al desgaste y a las constantes pruebas de fuerza que se había impuesto. El sudor formaba un brillo sobre su piel bronceada, mezclándose con la tierra y las cenizas que aún se adherían a él como testigos de su lucha. En su mente, las palabras de Nosha resonaban como un eco distante pero constante. "No estás solo en esto", había dicho la diosa, y aunque Ragn era un hombre acostumbrado a enfrentar los desafíos en soledad, no podía negar la fuerza que esas palabras habían encendido en él. Cada paso que daba lo sentía como una confirmación de su propósito, como si el espíritu que Nosha había tocado lo empujara hacia adelante, negándose a dejar que se detuviera.
A pesar de su determinación, un pensamiento se filtró en su mente mientras avanzaba. No era sobre la muerte, ni sobre la fuerza, sino sobre Airgid. Su rostro apareció en su memoria, nítido y vívido, como si el tiempo no hubiera transcurrido desde el último momento que la había visto. El tono plateado de su cabello, sus ojos llenos de vida, y el calor de su piel contra la suya eran sensaciones que el guerrero no podía desterrar. Durante semanas había enterrado esos recuerdos bajo el peso de su entrenamiento y sus responsabilidades, pero ahora, en este momento de vulnerabilidad física, el recuerdo de Airgid regresaba como una ráfaga inesperada. —¿Qué pensaría de mí ahora?— reflexionó brevemente mientras subía una colina llena de raíces resbaladizas. —¿Vería en este cuerpo marcado y agotado al mismo hombre que compartió esos instantes con ella?— Aunque no permitía que sus emociones gobernaran sus acciones, Ragn no podía evitar anhelar su presencia, su voz, y la paz que había sentido, aunque fuera breve, al estar con ella.
Ragn había aprendido que la selva no daba tregua. Mientras recorría un área más elevada, notó señales de advertencia, ramas partidas, huellas profundas en el barro y el olor acre que anunciaba la presencia de depredadores territoriales. No pasó mucho tiempo antes de que escuchara el gruñido bajo y gutural que confirmaba lo que temía. Un grupo de gorilas agresivos emergió de entre la maleza. Eran enormes, cada uno más alto que él, con brazos que parecían capaces de arrancar árboles jóvenes de raíz. Sus ojos reflejaban inteligencia y furia, un recordatorio de que, aunque eran animales, también eran guardianes de su hogar. Ragn se preparó, tensando sus músculos y tomando su maza improvisada con ambas manos. El primer gorila cargó con una velocidad que desmentía su tamaño. Ragn esquivó por poco el golpe de un brazo masivo, usando la maza para golpear a la criatura en el costado. El sonido del impacto resonó, pero el gorila apenas titubeó antes de girar y lanzar otro ataque. Dos más se unieron, rodeándolo en un frenesí de movimientos rápidos y brutales. La batalla fue feroz. Ragn luchaba con todo lo que le quedaba, utilizando su fuerza y agilidad para evitar los ataques mientras devolvía golpes certeros. Su cuerpo ya cansado se resentía con cada movimiento, y las heridas que recibía parecían acumularse sin cesar. Sin embargo, su voluntad lo mantenía en pie. Un golpe de su maza derribó a uno de los gorilas, y con un rugido propio, Ragn cargó contra otro, usando su hombro para derribarlo antes de aplicar una llave que inmovilizó a la criatura.Finalmente, después de lo que parecieron horas pero no fueron más de minutos, los gorilas restantes retrocedieron, evaluando al hombre que los había enfrentado con una mezcla de respeto y cautela. Ragn permaneció inmóvil, respirando pesadamente, observándolos desaparecer en la espesura. Había ganado, pero el costo era evidente en su cuerpo: nuevos cortes, hematomas y un agotamiento que apenas podía soportar.
Consciente de que no podía seguir avanzando en su estado, Ragn decidió establecer un campamento temporal. Encontró un pequeño claro en el corazón de la selva, rodeado de árboles altos y protegidos por una barrera natural de rocas. Allí, utilizando los restos de su maza y los recursos que la selva ofrecía, comenzó a construir un refugio rudimentario. Tomó cuatro troncos grandes y los clavó firmemente en el suelo, creando una estructura básica que serviría como soporte. Usando lianas y hojas anchas, tejió un techo improvisado que lo protegería de la lluvia. Aunque el resultado era tosco, cumplía su propósito. En el centro del refugio, encendió una pequeña fogata con las ramas secas que había recolectado, agradeciendo la calidez que ofrecía en medio del frío que comenzaba a asentarse. Se desplomó junto a la fogata, dejando que el calor aliviara parcialmente sus músculos doloridos. Su mente divagaba entre el presente y el pasado, alternando entre las palabras de Nosha, el rostro de Airgid y los desafíos que había enfrentado en la selva. Sabía que el día siguiente traería nuevos obstáculos, pero por ahora, dejó que la tranquilidad momentánea lo envolviera. Mientras la noche caía, Ragn se recostó en el suelo, mirando el dosel de hojas que apenas dejaba entrever las estrellas. Sentía que la selva, a pesar de su dureza, también le ofrecía una conexión única con el mundo que lo rodeaba. Aquí, en este lugar hostil y hermoso, había encontrado una claridad que pocas veces había experimentado. Las palabras de Nosha seguían presentes, pero ahora eran un recordatorio de lo que había superado y de lo que aún le quedaba por conquistar. A medida que sus ojos se cerraban lentamente, Ragn sintió que su cuerpo pesado finalmente cedía al descanso. Su refugio, aunque frágil, lo protegía, y la selva, que lo había tratado como un enemigo, ahora parecía aceptar su presencia. Por primera vez en días, durmió profundamente, sabiendo que cada herida, cada cicatriz, y cada recuerdo eran pruebas de su viaje hacia la grandeza.
A pesar de su determinación, un pensamiento se filtró en su mente mientras avanzaba. No era sobre la muerte, ni sobre la fuerza, sino sobre Airgid. Su rostro apareció en su memoria, nítido y vívido, como si el tiempo no hubiera transcurrido desde el último momento que la había visto. El tono plateado de su cabello, sus ojos llenos de vida, y el calor de su piel contra la suya eran sensaciones que el guerrero no podía desterrar. Durante semanas había enterrado esos recuerdos bajo el peso de su entrenamiento y sus responsabilidades, pero ahora, en este momento de vulnerabilidad física, el recuerdo de Airgid regresaba como una ráfaga inesperada. —¿Qué pensaría de mí ahora?— reflexionó brevemente mientras subía una colina llena de raíces resbaladizas. —¿Vería en este cuerpo marcado y agotado al mismo hombre que compartió esos instantes con ella?— Aunque no permitía que sus emociones gobernaran sus acciones, Ragn no podía evitar anhelar su presencia, su voz, y la paz que había sentido, aunque fuera breve, al estar con ella.
Ragn había aprendido que la selva no daba tregua. Mientras recorría un área más elevada, notó señales de advertencia, ramas partidas, huellas profundas en el barro y el olor acre que anunciaba la presencia de depredadores territoriales. No pasó mucho tiempo antes de que escuchara el gruñido bajo y gutural que confirmaba lo que temía. Un grupo de gorilas agresivos emergió de entre la maleza. Eran enormes, cada uno más alto que él, con brazos que parecían capaces de arrancar árboles jóvenes de raíz. Sus ojos reflejaban inteligencia y furia, un recordatorio de que, aunque eran animales, también eran guardianes de su hogar. Ragn se preparó, tensando sus músculos y tomando su maza improvisada con ambas manos. El primer gorila cargó con una velocidad que desmentía su tamaño. Ragn esquivó por poco el golpe de un brazo masivo, usando la maza para golpear a la criatura en el costado. El sonido del impacto resonó, pero el gorila apenas titubeó antes de girar y lanzar otro ataque. Dos más se unieron, rodeándolo en un frenesí de movimientos rápidos y brutales. La batalla fue feroz. Ragn luchaba con todo lo que le quedaba, utilizando su fuerza y agilidad para evitar los ataques mientras devolvía golpes certeros. Su cuerpo ya cansado se resentía con cada movimiento, y las heridas que recibía parecían acumularse sin cesar. Sin embargo, su voluntad lo mantenía en pie. Un golpe de su maza derribó a uno de los gorilas, y con un rugido propio, Ragn cargó contra otro, usando su hombro para derribarlo antes de aplicar una llave que inmovilizó a la criatura.Finalmente, después de lo que parecieron horas pero no fueron más de minutos, los gorilas restantes retrocedieron, evaluando al hombre que los había enfrentado con una mezcla de respeto y cautela. Ragn permaneció inmóvil, respirando pesadamente, observándolos desaparecer en la espesura. Había ganado, pero el costo era evidente en su cuerpo: nuevos cortes, hematomas y un agotamiento que apenas podía soportar.
Consciente de que no podía seguir avanzando en su estado, Ragn decidió establecer un campamento temporal. Encontró un pequeño claro en el corazón de la selva, rodeado de árboles altos y protegidos por una barrera natural de rocas. Allí, utilizando los restos de su maza y los recursos que la selva ofrecía, comenzó a construir un refugio rudimentario. Tomó cuatro troncos grandes y los clavó firmemente en el suelo, creando una estructura básica que serviría como soporte. Usando lianas y hojas anchas, tejió un techo improvisado que lo protegería de la lluvia. Aunque el resultado era tosco, cumplía su propósito. En el centro del refugio, encendió una pequeña fogata con las ramas secas que había recolectado, agradeciendo la calidez que ofrecía en medio del frío que comenzaba a asentarse. Se desplomó junto a la fogata, dejando que el calor aliviara parcialmente sus músculos doloridos. Su mente divagaba entre el presente y el pasado, alternando entre las palabras de Nosha, el rostro de Airgid y los desafíos que había enfrentado en la selva. Sabía que el día siguiente traería nuevos obstáculos, pero por ahora, dejó que la tranquilidad momentánea lo envolviera. Mientras la noche caía, Ragn se recostó en el suelo, mirando el dosel de hojas que apenas dejaba entrever las estrellas. Sentía que la selva, a pesar de su dureza, también le ofrecía una conexión única con el mundo que lo rodeaba. Aquí, en este lugar hostil y hermoso, había encontrado una claridad que pocas veces había experimentado. Las palabras de Nosha seguían presentes, pero ahora eran un recordatorio de lo que había superado y de lo que aún le quedaba por conquistar. A medida que sus ojos se cerraban lentamente, Ragn sintió que su cuerpo pesado finalmente cedía al descanso. Su refugio, aunque frágil, lo protegía, y la selva, que lo había tratado como un enemigo, ahora parecía aceptar su presencia. Por primera vez en días, durmió profundamente, sabiendo que cada herida, cada cicatriz, y cada recuerdo eran pruebas de su viaje hacia la grandeza.