Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
17-11-2024, 03:57 PM
Asradi sostuvo la mano de la niña con cuidado, notando lo pequeña y frágil que era en comparación con la multitud que continuaba moviéndose a su alrededor como un río imparable. La niña, con esos ojos que parecían dos soles, te miró con un atisbo de confianza renovada, aunque sus mejillas seguían húmedas de lágrimas recientes. —Mi mamá tiene un vestido azul, como el cielo y ... —La voz de la niña temblaba, pero seguía hablando, mientras señalaba con un pequeño dedo hacia una dirección difusa— Y tiene el pelo largo, así... así... —Hizo un gesto con su mano para describir ondas sueltas. Es imposible no sentir ternura con esa niña. Cada vez que se mueve, se le tambalea el casquito de plástico que tiene. Mientras avanzas hacia el área menos abarrotada, la niña parecía aferrarse más fuerte a tu mano, como si temiera que ella también pudiera desaparecer en aquella marea de gente. A cada paso sentirías cómo la pequeña se relajaba un poco, a pesar de las circunstancias. La conexión entre ambas se volvía casi tangible, como si algo profundo e inexplicable las hubiera vinculado. —Por aquí.—Dijo la niña de pronto, tirando suavemente de tu mano hacia un callejón que se abría entre dos edificios decorados con murales. Las paredes estaban cubiertas de colores vibrantes, pero el callejón en sí parecía más sombrío, como si la luz y la festividad se detuvieran al borde de su entrada. Un grupo de tres hombres se encontraba en el fondo del callejón. Sus ropas estaban desaliñadas, y sus gestos eran agresivos. Uno de ellos, un tipo corpulento con cicatrices visibles en la cara, sujetaba con fuerza a una mujer que luchaba por liberarse. Su vestido azul, ahora arrugado y sucio, dejaba claro quién era, la madre de la niña. Los otros dos hombres reían entre dientes mientras observaban, bloqueando cualquier posibilidad de salida.
—¡Mamá! —Exclamó la niña con una mezcla de miedo y alivio, soltando la mano de Asradi y corriendo hacia la mujer. El sonido de su voz atrajo la atención de los tres hombres. El que sujetaba a la mujer soltó una carcajada seca, mientras uno de los otros daba un paso hacia adelante, evaluando a la recién llegada con una mirada desagradable. Uno de ellos parecía un mink ... Bueno, más bien, iba con tun traje de la mafia mink. Otra vez la mafia de los mink ... Kilombo necesitaba una limpieza pronto. —Vaya, vaya... parece que la fiesta nos trajo un espectáculo extra. —Comentó el hombre más delgado, con una sonrisa torcida y ojos llenos de malicia. Los hombres intercambiaron miradas, pero ninguno retrocedió. El grupo de tres hombres en el fondo del callejón tenía un aire amenazante que era imposible ignorar. Cada uno de ellos parecía una encarnación del peligro que podía surgir en las sombras de una festividad abarrotada. El líder, el corpulento, era un hombre de hombros anchos y estatura imponente. Su rostro estaba cruzado por varias cicatrices, incluido un tajo irregular que le atravesaba la ceja derecha hasta la mejilla. Vestía una chaqueta de cuero desgastada y pantalones manchados de barro, como si estuviera acostumbrado a moverse en lugares tan oscuros como su intención. Sujetaba a la mujer con una mano firme alrededor del brazo, torciéndolo hacia arriba de manera cruel mientras la empujaba contra la pared. El dolor evidente en el rostro de la mujer se veía amplificado por el esfuerzo que hacía para no gritar demasiado fuerte, como si temiera atraer más atención.
El segundo hombre, más delgado y nervioso, tenía un rostro huesudo y ojos pequeños que brillaban con un descarado placer mientras observaba la escena. Llevaba un chaleco sucio y una camisa arremangada que dejaba ver tatuajes rústicos en sus brazos, los cuales parecían haber sido hechos con herramientas improvisadas. Con un cuchillo de hoja corta y mellada, amenazaba a la mujer al nivel de la cintura, moviéndolo de manera que el metal atrapaba la escasa luz.
—Deja de moverte, preciosa, o esto se pone feo de verdad —Se burló, su voz tan afilada como la hoja que sostenía. El tercero era más joven, con un semblante inquieto que intentaba ocultar bajo una máscara de confianza forzada. A pesar de su fachada, sus manos temblaban ligeramente mientras ayudaba a inmovilizar a la mujer, sujetando sus muñecas con fuerza mientras el corpulento la presionaba contra la pared. Tenía un aspecto menos intimidante, pero su nerviosismo era peligroso, el tipo de volatilidad que podía explotar en violencia imprudente. La mujer, a pesar de sus intentos por mantenerse firme, mostraba signos evidentes de agotamiento. Su vestido azul estaba desgarrado en un costado, y había hematomas visibles en sus brazos donde la habían sujetado con fuerza. Sus largos cabellos oscuros, desordenados por la lucha, enmarcaban un rostro pálido pero decidido mientras intentaba desesperadamente zafarse. Este ultimo es quién se adelanta y toma a la niña en brazos. No resulta ser un problema muy evidente, ya que es demasiado pequeña.
— Tú, niña. — Te dice a ti. — Vamos, ven. No grites. No te vayas corriendo. No luches. — Te ordena. — Si haces algo de eso, las mataremos. — Pasó el cuchillo por el cuello de la madre de la niña.
—¡Mamá! —Exclamó la niña con una mezcla de miedo y alivio, soltando la mano de Asradi y corriendo hacia la mujer. El sonido de su voz atrajo la atención de los tres hombres. El que sujetaba a la mujer soltó una carcajada seca, mientras uno de los otros daba un paso hacia adelante, evaluando a la recién llegada con una mirada desagradable. Uno de ellos parecía un mink ... Bueno, más bien, iba con tun traje de la mafia mink. Otra vez la mafia de los mink ... Kilombo necesitaba una limpieza pronto. —Vaya, vaya... parece que la fiesta nos trajo un espectáculo extra. —Comentó el hombre más delgado, con una sonrisa torcida y ojos llenos de malicia. Los hombres intercambiaron miradas, pero ninguno retrocedió. El grupo de tres hombres en el fondo del callejón tenía un aire amenazante que era imposible ignorar. Cada uno de ellos parecía una encarnación del peligro que podía surgir en las sombras de una festividad abarrotada. El líder, el corpulento, era un hombre de hombros anchos y estatura imponente. Su rostro estaba cruzado por varias cicatrices, incluido un tajo irregular que le atravesaba la ceja derecha hasta la mejilla. Vestía una chaqueta de cuero desgastada y pantalones manchados de barro, como si estuviera acostumbrado a moverse en lugares tan oscuros como su intención. Sujetaba a la mujer con una mano firme alrededor del brazo, torciéndolo hacia arriba de manera cruel mientras la empujaba contra la pared. El dolor evidente en el rostro de la mujer se veía amplificado por el esfuerzo que hacía para no gritar demasiado fuerte, como si temiera atraer más atención.
El segundo hombre, más delgado y nervioso, tenía un rostro huesudo y ojos pequeños que brillaban con un descarado placer mientras observaba la escena. Llevaba un chaleco sucio y una camisa arremangada que dejaba ver tatuajes rústicos en sus brazos, los cuales parecían haber sido hechos con herramientas improvisadas. Con un cuchillo de hoja corta y mellada, amenazaba a la mujer al nivel de la cintura, moviéndolo de manera que el metal atrapaba la escasa luz.
—Deja de moverte, preciosa, o esto se pone feo de verdad —Se burló, su voz tan afilada como la hoja que sostenía. El tercero era más joven, con un semblante inquieto que intentaba ocultar bajo una máscara de confianza forzada. A pesar de su fachada, sus manos temblaban ligeramente mientras ayudaba a inmovilizar a la mujer, sujetando sus muñecas con fuerza mientras el corpulento la presionaba contra la pared. Tenía un aspecto menos intimidante, pero su nerviosismo era peligroso, el tipo de volatilidad que podía explotar en violencia imprudente. La mujer, a pesar de sus intentos por mantenerse firme, mostraba signos evidentes de agotamiento. Su vestido azul estaba desgarrado en un costado, y había hematomas visibles en sus brazos donde la habían sujetado con fuerza. Sus largos cabellos oscuros, desordenados por la lucha, enmarcaban un rostro pálido pero decidido mientras intentaba desesperadamente zafarse. Este ultimo es quién se adelanta y toma a la niña en brazos. No resulta ser un problema muy evidente, ya que es demasiado pequeña.
— Tú, niña. — Te dice a ti. — Vamos, ven. No grites. No te vayas corriendo. No luches. — Te ordena. — Si haces algo de eso, las mataremos. — Pasó el cuchillo por el cuello de la madre de la niña.