Ungyo Nisshoku
Luna del Alba
17-11-2024, 06:33 PM
(Última modificación: 17-11-2024, 06:33 PM por Ungyo Nisshoku.)
Estaba allí, sentado en ese sillón con una mezcla de hastío y curiosidad, mientras por la puerta, apareció la figura de Agyo, que se acercaba con su característico comportamiento despreocupado. Podía sentir su mirada fija en mí, esa expresión que siempre tiene cuando sabe que hay algo que no va bien, algo que no le gusta, algo que lo irrita. Lo veía venir desde lejos, y aunque él no lo decía, sabía lo que pensaba. Era el mismo odio que me causaba a mí cuando veía cualquier cosa que no se ajustara a su imagen, o sus expectativas. El lugar tampoco le había impresionado, y la cara de asco que puso cuando pasó por la comida… Yo sabía lo que le recordaba.
El cara de culo me pidió espacio para sentarse. Me moví a un costado y empezó con su cantaleta de que él es el mayor. Siempre con el cuento de que es el mayor, cuando yo soy el hermano mayor. Es un pendejo, pero es mi hermano y me toca quererlo así tonto como salió. Además, él es la única persona con quien puedo entenderme sin decir ni una palabra. Al menos sabe que no me gusta andar malgastando saliva en palabrerías como él. Empezó a explicarme sus motivos sobre el por qué a pesar de que esto no parecía una excelente opción, sí que era una buena idea en su opinión. He de confesar que tenía un punto en sus palabras, al menos lo bastante decente como para no pararme y salir volando de aquí. Me pidió que no fuera grosero, y bueno, no sé cómo podría ser grosero si no he dicho nada. Pero asentí con los ojos cerrados y cruzando de nuevo los brazos, para que se quedara tranquilo. No estaba precisamente contento, pero tampoco estoy buscando causar problemas. Al menos no de momento.
Agyo siguió contándome sobre no se qué aventura que tuvo antes de llegar aquí con una vieja y su hija, aunque la verdad no me importaba en lo más mínimo. Luego, imagino que tratando de alivianar el ambiente y mi mala cara me preguntó por el bigote del dueño del gremio. Le devolví la mirada y bufé, mostrando una sonrisa para solo limitarme a rascar mi barbilla, para que entendiera que aquello no era un bigote sino una barba. en su cara podía ver aún los nervios ante la posibilidad de que todo esto fuera una decepción más en la lista de ideas que había tenido para sacarnos de las calles antes, como la vez que quiso que montáramos un servicio de repartidores de paquetería porque “entregábamos la mercancía volando”... Recordar eso me hizo sonreír de nuevo y le di un codazo a mi hermano, para que se calmara un poco. Al final, si no salía bien, algo inventaríamos.
El dueño del lugar, o al menos el que imagino era dueño del lugar se acercó entonces a nosotros. Allí pude ver su imponente tamaño. El tipo nos doblaba en estatura, e incluso un poco más. Se volvió entonces una situación incómoda, pues era la primera vez que alguien como aquel tipo intentaba mediar en esta extraña dinámica que comparto con mi hermano gemelo. La llegada de Agyo había sido ruidosa, llena de su irritante imprudencia, pero aún así, allí estaba. Y yo, como siempre, permanecí callado, esperando que la situación se resolviera por sí sola, o que no sé. Que se atragantara con su propia barba y me dejara en paz.
No había hablado ni una sola palabra desde que Agyo se unió a mi. Mis gestos, aunque claros para él, no podían ser entendidos por el otro tipo, quien me empezó a interpelar de manera casi suplicante por una oportunidad para su proyecto de gremio. Se presentó entonces como Lykos y me preguntó mi nombre. No respondí y él continuó hablando ¿Realmente podía ver algo de valor en ese lugar? ¿Podía creer en lo que Lykos estaba diciendo? si algo destacaba en el discurso de este hombre era su confianza inquebrantable, que he de admitir me hizo dudar por un momento. “¿Un legado?” pensaba para mí mismo, pero la verdad era que el concepto de legado siempre me había resultado algo etéreo.
¿A quién le dejaría yo un legado? No tenía hijos, ni mujer. Solo tenía al idiota de Agyo y seguramente la muerte nos alcanzaría al mismo tiempo, igual que la vida los hizo hace ya algunos años. Pero el barbón tenía hijos, o eso había dicho. Nunca entenderé ese lazo paternal, pues poco y nada recuerdo de los viejos. Un par de vistas a lo lejos y el aviso de sus muertes nada más… Pero a él parecía importarle mucho lo que sus hijos le habían aconsejado.
Lykos, no parecía un hombre ordinario, y no lo digo solo por su imagen. No podía negar que su presencia intimidaba. El hecho de que estuviera dispuesto a buscar la aprobación de sus potenciales miembros, aunque aún estuviera en proceso de construir algo que él consideraba un "hogar", me dio algo en qué pensar. Aquel tipo no era un líder común. Lo supe desde el primer momento en que lo vi, y en el momento en que vi la mesita de comida arreglada como si estuviera armando una fiesta infantil, pero también sabía que no todo en la vida era tan simple como parecía. Las palabras de Agyo, que solían ser tan precipitadas y ligeras, se contraponen a las de Lykos, que poseían una gravedad que no pude evitar considerar.
Me quedé en silencio, observando cómo Lykos, en su peculiar manera, intentaba impresionar con su presencia. Él sabía lo que hacía. La forma en que su enorme cuerpo llenaba la habitación, cómo su sombra se proyectaba sobre el suelo, era innegablemente efectiva. Y aunque la decoración del gremio, como él mismo admitía, aún necesitaba ajustes, su discurso me hizo detenerme por un momento. No podía negar que había algo más en todo esto que simplemente pelear por dinero o por venganza. Parecía que Lykos creía, o al menos quería creer, que estaba construyendo algo que valiera la pena esforzarse en crear (aunque no se le diera precisamente bien). Aunque si de algo estaba seguro, era de que las promesas vacías no eran lo mío. Toda la puta vida con Agyo y sus promesas de proyectos salvadores que nos harían ricos me lo dejaba más que claro. Luego de una vida al lado del pendejo ese, las palabras sin acción no significaban un carajo.
De todos modos, las palabras del barbudo me hicieron reflexionar, al menos un poco, aunque mi rostro no lo mostrara. A pesar de mi mala cara, algo en su discurso hizo clic. O sea, sí, el gremio estaba en sus primeras etapas, tal vez la decoración no era perfecta, pero nada que no pudiera arreglarse. Además la idea era cortar cabezas, no ser decoradores de interiores. Las promesas de ofrecer algo más grande que pequeñas vidas no eran algo que cualquier idiota pudiera decir y seguir así como si nada. En su mirada se veía la intención de respaldar sus palabras.
A pesar de todo, seguí sin hablar. No valía la pena usar mis palabras para contestarle. No era eso lo que necesitaba. Era el lenguaje de la acción lo que valía la pena, y el que no hubiera salido volando de allío hace rato ya estaba dando una respuesta más que clara. A pesar de mi silencio, había llegado a este lugar con un propósito: encontrar a Agyo y ver si este nuevo "gremio" realmente valía la pena. Mis alas blancas, como siempre, me acompañaban, y quedarme aquí significaría estar hasta el culo de arena todo el tiempo. Eso también había que pensarlo, digo. No podía evitar pensar que este lugar, por su desorden y por el extraño tipo que lo dirigía, era un reflejo de algo mucho más grande que la simple construcción de un gremio.
Mientras que me mantenía en silencio, evaluando la situación con la misma calma que siempre me caracterizó, mis pensamientos volvieron a girar alrededor de Agyo. ¿Qué pensaba él de todo esto? ¿Realmente creía en las palabras de Lykos? No era la primera vez que Agyo se metía en algo sin pensarlo dos veces y terminaba arrastrándome a mi a sus planes ridículos... Pero esta vez, tal vez por primera vez, estaba dispuesto a seguir su ejemplo. A pesar de todo, algo en su actitud me hizo dudar. Quizá había algo más en este lugar que una simple oportunidad de hacer berries. Algo que nunca había considerado antes.
Cuando Lykos terminó su “defensa”entendí que se esperaba una respuesta de mi parte. Mis gestos no eran suficientes para expresar todo lo que sentía en ese momento, y seguro Lykos no me entendería ni media verga, así que tomé mi libreta y mi lápiz,y garabateé un mensaje.
Escribí, y después de unos segundos, se lo mostré a Agyo:
Le lancé entonces la mirada. Esa mirada que él sabía que significaba “como esta vez no salga tu plan de mierda, te voy a decir tus 4 verdades”. Era simple, directo, y mucho más significativo de lo que las palabras mostrarían. Después de todo, confiaba en él. No en este gremio, no en Lykos, pero sí en Agyo. Sabía que juntos podríamos construir algo, tal vez algo que valiera la pena, tal vez algo que nos sacara del ciclo interminable de luchar en las calles por migajas. No estaba completamente convencido de la capacidad de Lykos, ni de su gremio. Pero si Agyo quería seguir este camino, lo haría a su lado.
Por un momento, miré a Lykos, quien parecía esperar alguna clase de respuesta, probablemente con la esperanza de recibir la aprobación que tanto necesitaba. Sabía que no sería fácil para él ganarme, pero su disposición a escuchar, su voluntad de construir algo y no solo destruir, eran cualidades que no podía ignorar, igual que su extraña elección de estilo para la barba. A pesar de todo lo que me molestaba de este lugar, había algo que podría darle una oportunidad a este cuchitril. Tal vez podría incluso hacer que dejara de ser un cuchitril y se volviera un lugar respetable cuando menos.
Alzando la mano con calma, le di el papel a Lykos y me levanté del asiento. Entonces me dirigí a la mesa de comida y tomé uno de los sandwiches que tan cuidadosamente había cortado en forma triangular y lo probé. “Nada mal” pensé. Agyo se giró hacia mí, y su expresión cambió ligeramente, como si hubiera entendido lo que había querido decir. Sonrió, esa sonrisa de siempre, tan descarada y llena de confianza, y aunque no lo dijera en voz alta, estaba claro que agradecía mi cooperación. Tomé una copa de vino y bebí. Luego caminé hacia uno de los estandartes que estaba colgado todo torcido y sin mucho esfuerzo lo enderecé para que no tapara al que tenía junto. Si iba a estar aquí, este lugar no podía ser un desastre. Arruinaría mi imagen y de eso nada. Me giré a Lykos y vi que tenía un lagarto raro en el hombro. Debía ser su mascota. En todo caso le miré con determinación y entonces asentí. Espero que eso baste para que me entienda, porque no estaba para ponerme a dar discursos.
Poco a poco, mi cuerpo se relajó. Las tensiones acumuladas desde el maldito desierto y las llanuras hediondas empezaron a disiparse, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que podría estar en el lugar correcto. No porque el lugar fuera perfecto, sino porque sabía que podía llegar a serlo… Con mucho esfuerzo eso sí. Después de todo, si este gremio, por extraño y poco prometedor que fuera, nos ofrecía la oportunidad de algo mejor, entonces por esa razón, al menos, valía la pena intentarlo. Le hice una seña a Agyo y chasqueé con dos clics de mi lengua para que se levantara a ayudar a ordenar conmigo. Si una vida de esclavos no nos había enseñado a ordenar un sitio y dejarlo impecable, hasta en eso habríamos fracasado. "Yo soy mayor-Um" le dije, para que no pensara que me había olvidado de su estúpido comentario hace rato y para que no empezara a quejarse de no querer ayudar a arreglar el lugar.
Mi mirada se mantuvo fija en Lykos por un momento. Sabía que en algún punto, él también tendría que probar que era digno de nuestra confianza. De mi confianza. Pero por ahora, le di el beneficio de la duda. Aunque mi rostro siguiera impasible, mi mente ya había tomado una decisión: seguiría este camino con Agyo.
El cara de culo me pidió espacio para sentarse. Me moví a un costado y empezó con su cantaleta de que él es el mayor. Siempre con el cuento de que es el mayor, cuando yo soy el hermano mayor. Es un pendejo, pero es mi hermano y me toca quererlo así tonto como salió. Además, él es la única persona con quien puedo entenderme sin decir ni una palabra. Al menos sabe que no me gusta andar malgastando saliva en palabrerías como él. Empezó a explicarme sus motivos sobre el por qué a pesar de que esto no parecía una excelente opción, sí que era una buena idea en su opinión. He de confesar que tenía un punto en sus palabras, al menos lo bastante decente como para no pararme y salir volando de aquí. Me pidió que no fuera grosero, y bueno, no sé cómo podría ser grosero si no he dicho nada. Pero asentí con los ojos cerrados y cruzando de nuevo los brazos, para que se quedara tranquilo. No estaba precisamente contento, pero tampoco estoy buscando causar problemas. Al menos no de momento.
Agyo siguió contándome sobre no se qué aventura que tuvo antes de llegar aquí con una vieja y su hija, aunque la verdad no me importaba en lo más mínimo. Luego, imagino que tratando de alivianar el ambiente y mi mala cara me preguntó por el bigote del dueño del gremio. Le devolví la mirada y bufé, mostrando una sonrisa para solo limitarme a rascar mi barbilla, para que entendiera que aquello no era un bigote sino una barba. en su cara podía ver aún los nervios ante la posibilidad de que todo esto fuera una decepción más en la lista de ideas que había tenido para sacarnos de las calles antes, como la vez que quiso que montáramos un servicio de repartidores de paquetería porque “entregábamos la mercancía volando”... Recordar eso me hizo sonreír de nuevo y le di un codazo a mi hermano, para que se calmara un poco. Al final, si no salía bien, algo inventaríamos.
El dueño del lugar, o al menos el que imagino era dueño del lugar se acercó entonces a nosotros. Allí pude ver su imponente tamaño. El tipo nos doblaba en estatura, e incluso un poco más. Se volvió entonces una situación incómoda, pues era la primera vez que alguien como aquel tipo intentaba mediar en esta extraña dinámica que comparto con mi hermano gemelo. La llegada de Agyo había sido ruidosa, llena de su irritante imprudencia, pero aún así, allí estaba. Y yo, como siempre, permanecí callado, esperando que la situación se resolviera por sí sola, o que no sé. Que se atragantara con su propia barba y me dejara en paz.
No había hablado ni una sola palabra desde que Agyo se unió a mi. Mis gestos, aunque claros para él, no podían ser entendidos por el otro tipo, quien me empezó a interpelar de manera casi suplicante por una oportunidad para su proyecto de gremio. Se presentó entonces como Lykos y me preguntó mi nombre. No respondí y él continuó hablando ¿Realmente podía ver algo de valor en ese lugar? ¿Podía creer en lo que Lykos estaba diciendo? si algo destacaba en el discurso de este hombre era su confianza inquebrantable, que he de admitir me hizo dudar por un momento. “¿Un legado?” pensaba para mí mismo, pero la verdad era que el concepto de legado siempre me había resultado algo etéreo.
¿A quién le dejaría yo un legado? No tenía hijos, ni mujer. Solo tenía al idiota de Agyo y seguramente la muerte nos alcanzaría al mismo tiempo, igual que la vida los hizo hace ya algunos años. Pero el barbón tenía hijos, o eso había dicho. Nunca entenderé ese lazo paternal, pues poco y nada recuerdo de los viejos. Un par de vistas a lo lejos y el aviso de sus muertes nada más… Pero a él parecía importarle mucho lo que sus hijos le habían aconsejado.
Lykos, no parecía un hombre ordinario, y no lo digo solo por su imagen. No podía negar que su presencia intimidaba. El hecho de que estuviera dispuesto a buscar la aprobación de sus potenciales miembros, aunque aún estuviera en proceso de construir algo que él consideraba un "hogar", me dio algo en qué pensar. Aquel tipo no era un líder común. Lo supe desde el primer momento en que lo vi, y en el momento en que vi la mesita de comida arreglada como si estuviera armando una fiesta infantil, pero también sabía que no todo en la vida era tan simple como parecía. Las palabras de Agyo, que solían ser tan precipitadas y ligeras, se contraponen a las de Lykos, que poseían una gravedad que no pude evitar considerar.
Me quedé en silencio, observando cómo Lykos, en su peculiar manera, intentaba impresionar con su presencia. Él sabía lo que hacía. La forma en que su enorme cuerpo llenaba la habitación, cómo su sombra se proyectaba sobre el suelo, era innegablemente efectiva. Y aunque la decoración del gremio, como él mismo admitía, aún necesitaba ajustes, su discurso me hizo detenerme por un momento. No podía negar que había algo más en todo esto que simplemente pelear por dinero o por venganza. Parecía que Lykos creía, o al menos quería creer, que estaba construyendo algo que valiera la pena esforzarse en crear (aunque no se le diera precisamente bien). Aunque si de algo estaba seguro, era de que las promesas vacías no eran lo mío. Toda la puta vida con Agyo y sus promesas de proyectos salvadores que nos harían ricos me lo dejaba más que claro. Luego de una vida al lado del pendejo ese, las palabras sin acción no significaban un carajo.
De todos modos, las palabras del barbudo me hicieron reflexionar, al menos un poco, aunque mi rostro no lo mostrara. A pesar de mi mala cara, algo en su discurso hizo clic. O sea, sí, el gremio estaba en sus primeras etapas, tal vez la decoración no era perfecta, pero nada que no pudiera arreglarse. Además la idea era cortar cabezas, no ser decoradores de interiores. Las promesas de ofrecer algo más grande que pequeñas vidas no eran algo que cualquier idiota pudiera decir y seguir así como si nada. En su mirada se veía la intención de respaldar sus palabras.
A pesar de todo, seguí sin hablar. No valía la pena usar mis palabras para contestarle. No era eso lo que necesitaba. Era el lenguaje de la acción lo que valía la pena, y el que no hubiera salido volando de allío hace rato ya estaba dando una respuesta más que clara. A pesar de mi silencio, había llegado a este lugar con un propósito: encontrar a Agyo y ver si este nuevo "gremio" realmente valía la pena. Mis alas blancas, como siempre, me acompañaban, y quedarme aquí significaría estar hasta el culo de arena todo el tiempo. Eso también había que pensarlo, digo. No podía evitar pensar que este lugar, por su desorden y por el extraño tipo que lo dirigía, era un reflejo de algo mucho más grande que la simple construcción de un gremio.
Mientras que me mantenía en silencio, evaluando la situación con la misma calma que siempre me caracterizó, mis pensamientos volvieron a girar alrededor de Agyo. ¿Qué pensaba él de todo esto? ¿Realmente creía en las palabras de Lykos? No era la primera vez que Agyo se metía en algo sin pensarlo dos veces y terminaba arrastrándome a mi a sus planes ridículos... Pero esta vez, tal vez por primera vez, estaba dispuesto a seguir su ejemplo. A pesar de todo, algo en su actitud me hizo dudar. Quizá había algo más en este lugar que una simple oportunidad de hacer berries. Algo que nunca había considerado antes.
Cuando Lykos terminó su “defensa”entendí que se esperaba una respuesta de mi parte. Mis gestos no eran suficientes para expresar todo lo que sentía en ese momento, y seguro Lykos no me entendería ni media verga, así que tomé mi libreta y mi lápiz,y garabateé un mensaje.
Escribí, y después de unos segundos, se lo mostré a Agyo:
Cita:"Agyo y Ungyo Nisshoku. Queremos unirnos"
Le lancé entonces la mirada. Esa mirada que él sabía que significaba “como esta vez no salga tu plan de mierda, te voy a decir tus 4 verdades”. Era simple, directo, y mucho más significativo de lo que las palabras mostrarían. Después de todo, confiaba en él. No en este gremio, no en Lykos, pero sí en Agyo. Sabía que juntos podríamos construir algo, tal vez algo que valiera la pena, tal vez algo que nos sacara del ciclo interminable de luchar en las calles por migajas. No estaba completamente convencido de la capacidad de Lykos, ni de su gremio. Pero si Agyo quería seguir este camino, lo haría a su lado.
Por un momento, miré a Lykos, quien parecía esperar alguna clase de respuesta, probablemente con la esperanza de recibir la aprobación que tanto necesitaba. Sabía que no sería fácil para él ganarme, pero su disposición a escuchar, su voluntad de construir algo y no solo destruir, eran cualidades que no podía ignorar, igual que su extraña elección de estilo para la barba. A pesar de todo lo que me molestaba de este lugar, había algo que podría darle una oportunidad a este cuchitril. Tal vez podría incluso hacer que dejara de ser un cuchitril y se volviera un lugar respetable cuando menos.
Alzando la mano con calma, le di el papel a Lykos y me levanté del asiento. Entonces me dirigí a la mesa de comida y tomé uno de los sandwiches que tan cuidadosamente había cortado en forma triangular y lo probé. “Nada mal” pensé. Agyo se giró hacia mí, y su expresión cambió ligeramente, como si hubiera entendido lo que había querido decir. Sonrió, esa sonrisa de siempre, tan descarada y llena de confianza, y aunque no lo dijera en voz alta, estaba claro que agradecía mi cooperación. Tomé una copa de vino y bebí. Luego caminé hacia uno de los estandartes que estaba colgado todo torcido y sin mucho esfuerzo lo enderecé para que no tapara al que tenía junto. Si iba a estar aquí, este lugar no podía ser un desastre. Arruinaría mi imagen y de eso nada. Me giré a Lykos y vi que tenía un lagarto raro en el hombro. Debía ser su mascota. En todo caso le miré con determinación y entonces asentí. Espero que eso baste para que me entienda, porque no estaba para ponerme a dar discursos.
Poco a poco, mi cuerpo se relajó. Las tensiones acumuladas desde el maldito desierto y las llanuras hediondas empezaron a disiparse, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que podría estar en el lugar correcto. No porque el lugar fuera perfecto, sino porque sabía que podía llegar a serlo… Con mucho esfuerzo eso sí. Después de todo, si este gremio, por extraño y poco prometedor que fuera, nos ofrecía la oportunidad de algo mejor, entonces por esa razón, al menos, valía la pena intentarlo. Le hice una seña a Agyo y chasqueé con dos clics de mi lengua para que se levantara a ayudar a ordenar conmigo. Si una vida de esclavos no nos había enseñado a ordenar un sitio y dejarlo impecable, hasta en eso habríamos fracasado. "Yo soy mayor-Um" le dije, para que no pensara que me había olvidado de su estúpido comentario hace rato y para que no empezara a quejarse de no querer ayudar a arreglar el lugar.
Mi mirada se mantuvo fija en Lykos por un momento. Sabía que en algún punto, él también tendría que probar que era digno de nuestra confianza. De mi confianza. Pero por ahora, le di el beneficio de la duda. Aunque mi rostro siguiera impasible, mi mente ya había tomado una decisión: seguiría este camino con Agyo.