¿Sabías que…?
Si muero aquí, será porque no estaba destinado a llegar más lejos.
[Común] [C - Pasado] La primera regla del club... digo, ¿qué?
Atlas
Nowhere
Sí, entraban, pero estaba clarísimo que Camille estaba haciendo a la perfección su trabajo. No sólo por los ruidos que provenían del exterior, todos procedentes de reclutas y soldados que eran repelidos sin miramiento alguno por la oni. Debía admitir que, en lo personal, aquella situación me resultaba tremendamente agradable. Era lo que comúnmente se conocía como una hostia sin manos. No sólo a Shawn, que también, sino a aquella panda de personas que, ante todo, eran pésimos compañeros. Con gente así velando por la seguridad del mundo, ¿cómo no iban a campar a sus anchas los piratas?

Por mi parte, me estaba asegurando de que el correctico aplicado por Camille fuese igual para todos. No podía blandir el arma una única vez y barrerlos del mapa como si de hojas secas se tratasen, pero podía hacer algo más... selectivo. Las cajas y elementos de madera apilados para formar el segundo piso llegaban más o menos hasta mi cuello, por lo que mi cabeza y la de la mayoría de los asaltantes eran perfectamente visible. Los iba enfrentando uno a uno, pues subían sin descanso una y otra vez para intentar expulsarme de allí.

Ninguno duraba en la zona más de treinta segundos. Del mismo modo que las briznas de césped al ser cortadas, los uniformador iban saliendo despedidos del fortín uno tras otro en perfecta sucesión. Caían de manera aleatoria, en ocasiones sobre frío y duro suelo —que era lo que merecían— y en ocasiones sobre algún compañero que había tenido la mala fortuna de caer primero.

—¿A qué pirata pretendéis pararle así los pies? —dije con un aire altivo que en el fondo detestaba—. Alguien a quien no le habéis dirigido ni media palabra os está usando para barrer el suelo y ni siquiera se inmuta. ¿Creéis que estáis en posición de tratar a alguien de esa manera? —Los marines comenzaron a volar más y más rápido hacia el exterior—. ¡Os debería dar vergüenza!

Se dejaron de levantar. Supe que había hecho varias rondas cuando me di cuenta de que me topaba pro cuarta vez con la misma cara, cada una de ellas un poco más magullada y cansada que la anterior. No obstante, después de salir despedidos una y otra vez por un lado, así como de ser repelidos con inusitada potencia por el otro, habían llegado a la conclusión de que ése no sería el día en que se hiciesen con el fortín durante el adiestramiento.

Una vez me hube asegurado de que nadie más entraba, moví mi cuerpo atenazado por las agujetas de la noche anterior hasta la zona opuesta del fortín, ésa que había protegido la oni. Haciendo un esfuerzo, me incorporé y me senté sobre el límite mismo del cercado del segundo piso de forma que quedé en una posición menos ridícula con respecto a mi compañera que si me hubiese encontrado en el suelo.

—Creo que esta vez hemos ganado.

Un "jódete, Shawn" quiso escaparse de mis labios, pero acerté a detenerlo a tiempo. Lo único que podría haber empañado un triunfo como aquél era una falta de respeto así de directa y flagrante a un superior. De haberlo hecho, probablemente el castigo hubiera ido mucho más allá que un par de entrenamientos disciplinarios dirigidos por él. De cualquier modo, estaba seguro de que la satisfacción en mi cara era la peor ofensa que podía sentir.

—Todo bien, ¿verdad, Camille?
#11
Camille Montpellier
-
No fue una sorpresa pero sí una grata confirmación, el ver cómo aquellos marines que de una u otra forma se habían librado de sus poderosos golpes salían despedidos al exterior del fortín por mano de Atlas. Si ella había dominado la situación fuera del perímetro de cajas sin problemas, el rubio se había asegurado que todo estuviera controlado más allá de ellas. Igual no de una forma tan salvaje, pero uno por uno iban saliendo a trompicones del lugar: algunos rodaban tras salir despedidos por la misma entrada que habían cruzado segundos antes, otros se caían desde la planta superior con la suerte de que no era lo suficientemente alta como para hacerse daños graves. La mayoría volvía a ponerse en pie al momento, encabritados y ofuscados, dispuestos a entrar para darle una lección a su compañero que jamás llegó a producirse. Por el contrario, parecía que eran ellos quienes estaban recibiendo una.

Las palabras del perezoso marine, que apenas debía llevar unas semanas en Loguetown y al que solo conocía desde hacía tres días, resonaban en el campo de entrenamiento y atravesaban a la recluta con la fuerza de los vientos y los mares. Sus ojos de rubí se abrieron un poco más mientras mantenía la vista alzada, con los labios ligeramente separados en un gesto que mostraba sorpresa y emoción a partes iguales. Llegó un momento en el que se quedó así, como disociando del ejercicio y de su alrededor, aunque nadie parecía tener la voluntad suficiente como para probar si podían aprovecharse de ello. No era la primera vez que alguien era amistoso con ella ni mucho menos, había tenido amigos antes —o lo que ella consideraba como amigos, quizá más cercanos a conocidos con los que se llevaba bien—, pero aquella era la primera vez que alguien daba un paso al frente para defenderla en público. No solo con palabras, sino cargando con ellas sus actos. Un pequeño rato después, cuando ningún otro recluta o soldado estuvo dispuesto a entrar de vuelta al fuerte para llevarse un violento correctivo, ni con el valor suficiente como para pasar al lado de la oni, el rubio apareció sobre el primer piso y se sentó allí. Un gesto triunfal pero cansado fue cuanto hizo falta para hacer que Camille volviera en sí.

El labio le tembló levemente y los ojos se le empañaron, pero se aseguró de girarse a tiempo y de que los mechones de su flequillo cayeran al frente lo suficiente como para ocultarle la mirada. Ninguna lágrima llegó a nacer, pero sí una sonrisa que iluminó su rostro cuando se sintió capaz de mirar al frente sin que un sollozo la empañase. Asintió ante las palabras de su compañero.

Todo bien —le confirmó en un tono alegre, riéndose un poco después—. Yo también lo creo. Tan evidente que no van a poder ponernos ninguna excusa.

Y de hecho así fue. Los oficiales, entre ellos Shawn, se vieron en la obligación de dar por concluido el ejercicio y declarar como vencedores del día al peculiar dúo. Habían arrasado por completo con el resto de equipos, ni siquiera dando pie a que hubiera un cambio de ronda en ningún momento. Los demás estaban magullados, algunos aún con heridas sangrantes que no les matarían pero que sin duda les recordarían durante unos días lo ocurrido. Había miradas dirigidas hacia ambos que iban con recelo, rencor, resignación, miedo y alguna hasta de arrepentimiento. Camille dudaba que aquello fuera a hacer cambiar de parecer al grueso de sus compañeros, pero sin duda se lo pensarían dos veces antes de volver a menospreciarla.

Tras ayudar a desmontar el improvisado fortín de cajas y mesas, todos los presentes formaron para saludar a sus superiores y rompieron filas. El entrenamiento de la mañana había concluido y eso solo significaba una cosa: podían darse una más que merecida ducha y volver a llenar el estómago, algo que ambos agradecerían sin duda.

Oye, Atlas —le dijo, acercándose a su compañero sin saber muy bien qué decirle realmente. Se estaba planteando darle las gracias de nuevo por lo que había dicho, pero algo en su interior le hizo cambiar de opinión. Al igual que en la cafetería, no había hecho nada de eso para recibir su gratitud—. ¿Cómo puedes ser capaz de todo eso y no querer presentarte a un solo entrenamiento? Creo que si no te escaqueases tanto nos superarías a todos aquí.

Lo dijo más por chincharle, pero no le faltaba verdad a sus palabras. Entre el despliegue de habilidad que había demostrado durante el Torneo del Calabozo y la más que evidente pericia que se había sacado de la manga esa mañana, resultaba evidente que Atlas no era un marine al uso. Otro bicho raro, como ella, pero con una capacidad que superaba con creces a la del resto.

Creo que voy a agradecer la ducha hoy. ¿Nos vemos luego en el comedor? —sugirió, restándole importancia a la invitación con un gesto de la mano—. Así luego puedo ayudarte a descubrir qué se supone que te toca hacer por la tarde. Salvo que hayas tenido suficiente por hoy.

Mientras esperaba su respuesta, vio por el rabillo del ojo cómo alguien se acercaba hasta ellos, algo apartados ahora de la multitud. No tardó en percibir con la mirada el uniforme propio de los sargentos, aunque el rostro de quien lo portaba no era el de Shawn sino el de alguien que solo se dejaba ver por el G-31 de tanto en cuando. Se dirigía hacia ellos con paso decidido y directo y hasta les hizo un gesto para que no se fueran. Poco después, las mismas señas secretas que Camille había hecho frente a Atlas en el comedor fueron reproducidas por él. Una señal que ambos entendieron.

Sargento Garnett, señor —respondió la oni, poniéndose firme y saludándole de la forma protocolaria.

—Descanse recluta, sin formalidades. No hacen falta después de lo que he visto ahí antes.
#12
Atlas
Nowhere
—La mayor parte del tiempo que estoy por ahí perdido no estoy mirando a las nubes sin más. A ratos sí, vale, pero también dedico tiempo a pensar y decidir un poco cómo ver el mundo. Desde que llegué le he estado dando vueltas a muchas cosas, como qué es o debería ser la Marina y cómo funciona. A mi modo de ver, creo que podríamos compararla con una caja de música de esas que funcionan con una manivela. Para que funcione es necesario que haya una gran cantidad de pequeños engranajes perfectamente entrelazados y conectados. Es necesario que se muevan y acoplen sin pensar ni cuestionarse nada, porque si no no habría melodía alguna. Son fundamentales, sí —expliqué, haciendo un gesto con la mano con el que quería señalar a todos los marines que había en la zona y a ninguno al mismo tiempo—, pero es igual de necesario que alguien mueva la manivela. Según la fuerza y la velocidad con la que lo haga la música sonará de un modo u otro. Si se le da muy lento o muy rápido, sin pararse a pensar o cuestionarse cómo debe hacerlo, la canción no sonará como debe de sonar. No hay forma de que un engranaje pueda darle a la manivela, y mucho menos ser engranaje y manivela al mismo tiempo... Yo prefiero ser de los que mueven la manivela para que la música suene bien. No sé si me he explicado bien.

Sí, no hacer nada, paradójicamente, daba para mucho. No tenía claro en qué momento ese símil había nacido en mi mente, pero debía admitir que reflejaba con bastante precisión el discurrir de mis pensamientos. Tal vez se tratase de una reflexión más profunda de la cuenta, una de ésas que se cuentan con un café a un viejo amigo —amiga en este caso—. Sin embargo, percibía en Camille a alguien a quien podía hacer partícipe de mis inquietudes. Bicho raro atrae bicho raro, supongo. En cualquier caso, la idea de la ducha previa a la investigación de qué debía venir después me pareció muy atractiva.

Nos disponíamos a separarnos cuando el sargento Garnett llegó a nuestra posición, realizando el saludo que distinguía a quienes conocían la existencia del Torneo del Calabozo. Había visto todo lo que había sucedido durante el ejercicio de simulación, lo que en cierto modo me enorgulleció. Nuestro primer encuentro había tenido lugar en unas condiciones bastante lamentables —las mías, vaya— y, pese a que más tarde me hubiese visto en todo mi esplendor, no estaba mal que también me hallase en un momento triunfal. Porque sí, restregarle nuestra victoria de ese modo a Shawn era todo un triunfo para mí.

—Me envía la capitana Montpellier para citaros esta tarde en su despacho. Hay algo de lo que quiere hablar con vosotros referente a... ciertas actividades irregulares que han estado aconteciendo en la base del G-31 en los últimos días. Id a los barracones, adecentaos y quitaos el olor a tigre y, después de comer algo para reponeros después de semejante runda, id hacia allí —finalizó, guiñándonos un ojo antes de despedirse con gesto marcial.

—Pues supongo que nos vemos en... ¿media hora en el comedor?

Si a Camille le parecía bien, ejecutaría la secuencia tal cual había propuesto el sargento y, junto a la oni, nos dirigiríamos al despacho de la capitana. No era demasiado habitual que convocase únicamente a dos miembros de una brigada o grupo. La posibilidad de que nos cayese un buen rapapolvo por barrer el suelo con a saber cuántos compañeros —si es que se les podía llamar así— estaba ahí, así como la de que nos felicitase pro el buen desempeño que habíamos tenido. Lo que no esperaba en absoluto era que, nada más poner un pie dentro del despacho y cerrar la puerta, al cuadrarnos tanto Garnett como ella ejecutaron la serie de movimientos que les identificaba como conocedores del Torneo del Calabozo. En el caso del sargento era algo evidente, pero ¿la capitana también? La estupefacción se debió materializar con violencia en mi cara, porque ambos, ella sentada y el de pie a su derecha, esbozaron una amplia sonrisa.

—¿Sorprendidos? —preguntó ella.
#13


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