Hay rumores sobre…
... una isla que aparece y desaparece en el horizonte, muchos la han intentado buscar atraídos por rumores y mitos sobre riquezas ocultas en ella, pero nunca nadie ha estado en ella, o ha vuelto para contarlo...
[C-Presente] Éramos pocos y... apareció un tiburón
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Las palabras del tiburón provocaron que se llevara la mano a la gorra, ajustándosela un poco y bajando la mirada. Se sintió un poco abochornada por el comentario sobre sus cuernos, pero es que era bastante probable que llevara meses si no años sin escuchar un cumplido dirigido hacia ella. O al menos uno que no viniera de parte de un baboso como Takahiro, vaya. Había sido una buena forma de devolvérsela, pero su reacción duró apenas un instante. Casi lo mismo que tardó en llegar el comentario sobre la fregona.

Bueno, supongo que le puedes pedir a Shawn que te traigan un palo más largo y ensartarle una bayeta —respondió encogiéndose de hombros, dejándose llevar por el buen rollo que se había adueñado de la situación.

Poco después de eso, una joven muchacha a la que había visto en los últimos días por la base se acercó para traerles nuevas órdenes de la capitana. No sabía qué le contrariaba más: si que la capitana le hubiera puesto en una situación tan difícil como lo era hacer de mensajera siendo tartamuda, o por el contrario el hecho de que les fuera a dar más trabajo cuando ya tenían asignado darle la bienvenida a Octojin. Fuera como fuese, todo eso estaba muy en la línea de Beatrice, así que tampoco es que le sorprendiera mucho. En cierto modo le recordó al día en el que conoció a Ray, Atlas y Taka, cuando durante su visita guiada por la base le llegó el aviso de ir a buscar a Masao al puerto. Lo recordó como si hubiera transcurrido una eternidad, pero lo cierto es que habían pasado algo menos de dos semanas.

El punto de reunión no estaba muy lejos de allí y casi hasta sintió orgullo cuando Ray se propuso a guiarles. Si sabía dónde estaba el campo de entrenamiento número cuatro por su explicación o por otro motivo le era indiferente, prefería pensar que era gracias a ella. Por otro lado, la colleja que Atlas le soltó al peliverde no solo le insufló orgullo sino también una satisfacción inigualable.

A mí me parece que lo tuyo es mucho más grave que lo de ella —soltó tras la reprimenda, dirigiéndose al peliverde y dejando que cada uno interpretase lo que quisiera de aquel comentario.

No tardaron mucho en llegar hasta el lugar y, tras adentrarse en la caseta donde Shawn y la Beatrice les esperaban, no pudo evitar clavar su mirada en el teniente comandante. Casi tenía la sospecha de que, frustrado por no haber podido cazar a Atlas o rebatir a Taka, la idea de mandarles a ellos había sido suya. En cualquier caso, aquello sería mucho más productivo que hacer una nueva visita por el G-31 y Loguetown, además de una primera toma de contacto para que Octojin viera cómo trabajaban. No la Marina en sí, sino la brigada que muy probablemente terminarían endosándole; tenía todas las papeletas para convertirse en un integrante más que ideal.

Con todo ello en mente, la oni atendió la explicación de sus superiores y se fue mentalizando un poco, aunque no pudo evitar mirar a Atlas con una ceja alzada en el momento en que abrió la boca. ¿No había pensado en que iría con una oni y un gyojin?

* * *

Sigilosa y disimuladamente, sí. Los cojones. ¿Cómo pretendían que fuera por Loguetown sin llamar la atención? Ya no se trataba solo de su evidente altura, sino de que llevaba dos focos de atención pegados al cráneo en forma de afilados cuernos. Bien rojos y bien llamativos, como no podía ser de otra forma. Estaba segura de que pensar en la forma de mantenerlos ocultos le había costado mucho más de lo que les costaría cumplir la misión. Eso por no hablar de que las pintas con las que iba eran muy diferentes a lo que habituaba y... bueno, le daba algo de vergüenza deambular de aquella forma.

Para los más curiosos, cuando Camille hizo acto de presencia provocó que más de un marine de los allí presentes la mirasen con una mezcla de sorpresa e incredulidad. Yendo de abajo para arriba, un par de sandalias cubrían sus pies. Si el vistazo prosiguiese siguiendo la notable longitud de sus piernas, daría rápidamente con la tela del pareo que le llegaba hasta poco más abajo de las rodillas, dejando eso sí asomar su pierna izquierda con mucha menos protección. Bajo este, unos pantalones muy cortos evitaban que cualquier movimiento o inclinación tuvieran como resultado que se le viera hasta el alma. La función de cubrirle el torso la cumplía un top deportivo que cubría completamente su pecho. Todas estas prendas eran de un blanco inmaculado a excepción del pantalón y las sandalias, que eran negros. Sin embargo, la joya de la corona —nunca mejor dicho— se encontraba en su cabeza. En una mezcla de tonos negros y rojizos, la oni se había recogido el cabello bajo un pañuelo que se enrollaba justo sobre sus cuernos, formando un moño que se orientaba hacia el frente para asegurarse de cubrirlos al más puro estilo del South Blue.

Referencias


Cuando se presentó junto al grupo lo hizo con los brazos cruzados y un gesto hastiado en su rostro. Su mirada era una amenaza silenciosa que se dirigió a todos, pero en especial hacia Taka.

Ni una puta palabra.

Asintió ante la propuesta de Atlas y se aseguró de no intervenir mientras no dejaba de tocarse el improvisado moño con molestia. Dudaba que nada en el mundo pudiera hacerla sentirse más ridícula que aquello.
#11
Takahiro
La saeta verde
—No le prometo nada, capitana —fue lo único que le dijo Takahiro a la capitana, instantes antes de que se fuera en dirección a los barracones para prepararse.

¿Qué aquella misión les iba como anillo al dedo? El peliverde lo dudaba, y mucho. Para un encargo como aquel, que consistía en una misión de reconocimiento, había que tener un perfil bajo y muy discreto, sin embargo, si bien eran un escuadrón bastante competente dentro del cuartel, eran demasiado variopintos y poco moderados en sus acciones. No sabía cómo iban a  poder no llamar la atención un grupo formado por un hombre-tiburón de cuatro metros bastante intimidante, una heredera de la raza de los legendarios Oni y bastante buenorra, un rubio demasiado atractivo para su gusto, un palmero adorador de la Virgen del Carmen muy musculoso, un albino cuyo nombre ya era reconocido en la isla y él, un espadachín de cabello verde.

—Esto no va a salir bien —se decía Takahiro, mientras abría su taquilla para ponerse una vestimenta que le hiciera parecer un maleante.

Atlas había propuesto que se vistieran con su ropa de paisano, pero para Takahiro eso era un problema, ya que casi nunca llevaba puesto su uniforme por motivos de comodidad y estética. La única opción que tenía era adaptar un poco su vestimenta e improvisar.

Fue entonces cuando Takahiro se hizo la gran pregunta: ¿si fuera un pirata cómo iría vestido? Estaba claro que el pecho tenía que ir al aire, así que no se puso nada en el tren superior, dejando ver los tatuajes rojizos que tenía en los brazos y acababan en su espalda, formando el símbolo de yin y el yang. En su tren inferior optó por algo simple, un pantalón bastante holgado de estilo jogger sin bolsillos y un calzado de estilo wanense como eran los  geta. Además de eso, se ató unas vendas en la parte baja de los pantalones, haciendo que estuvieran mejor sujetos. Se amarró las espadas a su cintura y, finalmente, se puso una venda en la frente con la que sujetaba su cabello.

«Perfecto», pensó justo antes de perfumarse e irse.

A medida que iba caminando por las instalaciones del cuartel del G-31, muchos marines lo miraban sorprendido, cuchicheando alguna tontería.

—Creo que damos el pego como piratas, ¿verdad? —comentó, colocando las manos entrelazadas tras su nuca.

Sin embargo, fue en ese momento cuando la atención se volvió hacia un único punto, concretamente hacia la gigantona, que lo dejó bastante sorprendido gracias a sus grandes dotes femeninas.

«¡Joder! Lo peor de todo es que está buenísima. Me cago en…», pensó con rabia, tratando de no decir nada al respecto, aunque le fue inevitable.

—¿Por qué me miras precisamente a mí? —le preguntó el peliverde, con falsa indignación en su tono de voz.

Tras ello, el rubio propuso ir a la zona sur de la ciudad. Era un secreto a voces que por las calles de Loguetown los criminales campaban a sus anchas, sobre todo los piratas que querían ir al Grand Line, consiguiendo provisiones para su viaje, así que no estuvo mal tirada la propuesta.

—¿Y qué os parece si nos dividimos en grupos más pequeños? —propuso Takahiro—. Si vamos los ocho en troupe vamos a llamar demasiado la atención —añadió con sorna, haciendo referencia a las dotes de Camille. Tras su comentario, casi de forma instintiva, posó la mano sobre  la empuñadura de su katana, ya que la posibilidad de que lo golpeara por ello era bastante alta.
#12
Octojin
El terror blanco
Octojin caminaba entre las instalaciones del G-31 con una extraña mezcla de emociones. Era su primer día en la Marina, y aunque se suponía que debía estar emocionado por el nuevo comienzo, sentía que su verdadero ser se encontraba aún en el fondo del mar, donde la corriente fluía sin restricciones y su cuerpo se movía con naturalidad. Allí, rodeado de humanos y otros seres extraños, su presencia parecía atraer demasiadas miradas curiosas o, en el mejor de los casos, asustadas. No le sorprendía, después de todo, medía más de cuatro metros y su piel escamosa era pálida como la muerte.

Sin embargo, había algo en ese grupo de marines que le resultaba... interesante. Unos más serios que otros, pero con su propio toque peculiar. A su manera, cada uno encajaba en el caos que representaba ese escuadrón.

Había pasado poco tiempo con ellos, pero ya había sido el suficiente para ver cómo se manejaban en el día a día. O eso pensaba el escualo. Quizá lo que estaba viendo era una excepción, pero a juzgar por las caras de los demás, no lo era.

Atlas parecía ser el más esquivo del grupo, siempre buscando la manera de evitar tareas. Mientras que Takahiro, con su aire despreocupado y bromista, dejaba claro que no se tomaba demasiado en serio las advertencias de los superiores. Camille, la enorme oni, había sorprendido a Octojin por su fuerza y actitud imponente, aunque, sinceramente, él mismo no estaba seguro de cómo interpretar a alguien tan diferente. Lo que sí sabía era que, con ella alrededor, llamar la atención sería inevitable. Y Ray era la mente más calmada y analítica, siempre observando y cuidando a los demás, algo que a Octojin le recordaba a los ancianos de la Isla Gyojin. Sin duda era el más normal del grupo y el que más se ceñía al prototipo de Marine. Si es que había un prototipo real.

Había algo en todo aquello que le recordaba las peleas de calle de su juventud. Aquella sensación de camaradería, de saber que aunque te enfrentes a algo peligroso, tienes a otros que te cubren la espalda. Y eso le gustaba.

El comentario de Takahiro sobre el disfraz de piratas le arrancó una risa interna. ¿Pirata? Octojin no había necesitado nunca disfrazarse para intimidar, y aunque era cierto que su aspecto lo hacía pasar desapercibido como marine, no era por la razón que Takahiro creía. Simplemente, los humanos nunca se detenían a preguntar si un gyojin de cuatro metros era marine o pirata. Para ellos, era solo una amenaza que debían evitar a toda costa.

Mientras caminaban hacia la caseta del campo de entrenamiento número cuatro, Octojin se mantenía en silencio, observando a los demás con ojos afilados. Tenía mucho que aprender sobre ellos, pero algo le decía que ese grupo sería su nueva familia... aunque aún no estuviera completamente seguro de ello.

Cuando llegaron a la caseta y la capitana Montpellier les dio la misión de buscar a un pirata llamado Phar D Yoh. Octojin supo que aquello sería una prueba importante. No era su primera misión en absoluto, pero sí la primera vez que trabajaba bajo las órdenes de la Marina. Hasta ese momento, siempre había sido por su cuenta, luchando por sobrevivir en un mundo donde los suyos eran discriminados y atacados. ¿Cómo sería entonces, como parte de algo más grande?

El comentario final de la capitana sobre no causar destrozos le pareció... optimista, teniendo en cuenta la cantidad de fuerza que poseía el equipo. Camille, con sus cuernos y presencia imponente; él mismo, con su fuerza brutal y control del agua... no, definitivamente no prometía que aquella misión fuera a terminar sin romper algunas cosas. Así que se limitó a bajar la mirada y hacer como un niño regañado, quizá adelantándose a lo que podía ocurrir.

Mientras la reunión terminaba y se dirigían hacia el puerto, Atlas propuso vestirse de paisanos, lo cual provocó una serie de miradas y comentarios en el grupo. Para Octojin, no importaba demasiado lo que llevara puesto. Su presencia por sí sola ya atraía miradas. Pero… ¿Quién era él para cuestionar a sus compañeros? El gyojin asintió, dando su aprobación, aunque él no se cambiaría el uniforme. Tenía miedo a posibles represalias por parte de sus superiores. Al final era su primerito día y tenía que causar impresión… O al menos no causar una mala.

A medida que avanzaban hacia la zona sur de Loguetown, Octojin no podía evitar reflexionar sobre lo que vendría. Aunque estaba tranquilo, la idea de dividirse en grupos más pequeños, como sugirió Takahiro, parecía lo más lógico. Con ellos juntos, como una unidad completa, era imposible pasar desapercibidos.

— Dividirnos puede funcionar... — murmuró Octojin, más para sí mismo que para los demás, aunque sabía que todos lo oían claramente. Su voz profunda resonaba como el eco de una cueva marina. — Takahiro tiene razón. Somos demasiado llamativos juntos. Aunque algunos los somos también por separado.

Y aunque lo dijo con seriedad, no pudo evitar sonreír por dentro. Demasiado llamativos... eso era subestimar la situación. ¿Cómo no serlo con un gyojin y una oni caminando por las calles? Su presencia era como mínimo intimidante, tanto por su altura, como por su porte y manera de caminar.

Poco a poco, comenzaron a infiltrarse en la zona más peligrosa del puerto. Loguetown siempre había sido un hervidero de actividad, especialmente en las áreas cercanas a los barcos piratas. El tiburón, acostumbrado a los olores del mar, no podía evitar notar el aire denso y salado mezclado con el hedor del alcohol, la comida frita y, sobre todo, la tensión latente que se respiraba en las tabernas cercanas al puerto.

El grupo decidió dispersarse, lo cual tenía sentido, pero antes de que se separaran por completo, el habitante del mar no pudo evitar recordar las palabras de Atlas sobre los rumores en el puerto.

— La idea de Atlas me parece muy buena. La zona sur es el mejor lugar para empezar a buscar a nuestro objetivo. Solo espero que no termine en una pelea innecesaria —Mientras decía aquello, sus ojos afilados se posaron en Camille, quien trataba de ocultar sus cuernos bajo un moño improvisado. Era difícil no llamar la atención cuando tenías a alguien tan visible al lado.

Finalmente, Octojin se acercó a Takahiro, dando a entender que iría en su grupo. La idea de que la Oni y él se repartiesen era la más obvia. Si ambos iban juntos… No podrían evitar las miradas de los presentes. Así que una vez se hicieron los grupos, se decidió por entrar en una de las tabernas más concurridas. El lugar estaba lleno de piratas de mala calaña, humanos en su mayoría, que parecían más preocupados por llenar sus gargantas de ron que por cualquier otra cosa. Mientras Octojin se movía entre las mesas, podía sentir las miradas de reojo, algunas de asombro, otras de miedo, y otras de simple curiosidad.

El tiburón decidió apoyarse en la barra, mientras esperaba a que su grupo preguntara a un par de tipos sospechosos en una esquina. Fue entonces cuando escuchó algo que lo hizo tensarse.

— Eh, mira quién ha llegado... Un maldito monstruo del mar. — La voz de uno de los piratas resonó en la taberna, acompañada de risas burdas. — No sabía que la Marina estaba contratando a... cosas como esa.

Octojin giró lentamente la cabeza, su mirada fría se clavó en los dos humanos que habían hecho el comentario. Durante un breve momento, el silencio se apoderó del lugar, hasta que uno de ellos, claramente más borracho que valiente, se levantó de la mesa.

— ¿Qué pasa, monstruo? ¿Nos vas a comer? — El tipo sonrió, tambaleándose un poco, mientras los demás en la mesa reían de nuevo.

El gyojin permaneció en silencio por unos segundos, con su mandíbula y puño apretados. Había aprendido a ignorar los insultos a lo largo de los años, pero esa parte de él que siempre había luchado en las calles de la Isla Gyojin, esa parte de él que no aceptaba la discriminación, estaba empezando a hervir.

— No. — Su voz fue baja, pero todos en la taberna la escucharon. — No tengo hambre. Pero si sigues molestando, quizá cambie de opinión.

Las risas se desvanecieron rápidamente cuando los piratas vieron la intensidad en sus ojos.
#13
Ray
Kuroi Ya
La sugerencia de Atlas de vestirse de paisano antes de salir del Cuartel General rumbo al puerto fue muy acertada en opinión del peliblanco, y al parecer también del resto de sus compañeros, pues cada uno de ellos se dirigió a su habitación. Unos minutos después estaban todos reunidos de nuevo en la entrada principal de la base, donde habían quedando en encontrarse antes de ir a cambiarse. Ray llevaba un atuendo cómodo y sencillo. Unos pantalones cargo de color que no sabía precisar con exactitud entre azul marino muy oscuro y negro, junto a una camiseta sin mangas de la misma tonalidad y unas botas altas de un tono gris que contrastaba con el plateado mucho más claro de sus cabellos. La definida musculatura de su torso se dejaba notar bajo la ceñida camiseta, y sus esculpidos brazos podían verse a la perfección sin nada que los tapara. Sin embargo no era ni mucho menos la estética lo que había motivado al joven marine a elegir este atuendo, sino el hecho de que no molestaba los movimientos en absoluto, permitiéndole pelear con total libertad en caso necesario.

Los atuendos del resto de sus compañeros parecían también claramente orientados a resultar cómodos en caso de que tuvieran que combatir, salvo el que había elegido Camille. La oni, probablemente consciente de que se pusiera lo que se pusiera iba a llamar la atención de forma inevitable, había decidido sacar partido a su feminidad con un top deportivo ajustado y un pareo largo que dejaba casi la totalidad de su pierna izquierda al aire. Y coronando su particular vestimenta se había puesto una especie de pañuelo de grandes proporciones simulando un moño pero hacia delante, de forma que tapase los cuernos. Resultaba curioso pero, al haber conseguido esconder de la vista esa parte de su anatomía en concreto, a Ray le daba la sensación de que su amiga iba a llamar mucho menos la atención de lo que lo habría hecho de ponerse algo similar a lo que llevaban el resto de la brigada. Y para colmo debía reconocer que le quedaba bastante bien, opinión que pudo ver cristalina como el agua en el rostro de Takahiro, a quien la oni fulminó con la mirada nada más llegar junto a ellos mientras les advertía de que no quería comentarios respecto a su look.

El rubio sugirió empezar su búsqueda por la parte sur, a lo que los demás respondieron afirmativamente sin necesidad de pensarlo en demasía. Al fin y al cabo se trataba de la zona más conflictiva de la ciudad, cercana al puerto y donde se aglutinaban todos los malhechores que pasaban por Loguetown camino del Grand Line. Takahiro propuso de una forma que podría calificarse como poco caballeresca dividirse en dos grupos de forma que pudieran cubrir un área mayor en menos tiempo y, de paso, llamasen menos la atención. Octojin se mostró de acuerdo, y sugirió que él fuese en un grupo y Camille en otro. Al fin y al cabo, la altura y corpulencia de ambos llamaría la atención inevitablemente, pero esto aumentaría exponencialmente si los dos iban juntos.

- Tiene sentido. - Respondió el joven de cabellos plateados. Así que cuando Octojin se dirigió hacia Takahiro para dirigirse ambos al mismo grupo Ray hizo lo mismo con Camille.

- Si nuestros amigos van a recorrer las tabernas del puerto, será mejor que nosotros vayamos a ver qué podemos averiguar en los muelles, ¿no crees? - Preguntó a la oni antes de ponerse en movimiento.
#14
Masao Toduro
El niño de los lloros
Tras las presentaciones rutinarias, sonreír al escuchar que Taka al fin podía apuntarse un tanto a favor contra el calvo que tenía como jefe. Una chica muy peculiar le indicó que la capitana les estaba esperando en uno de los campos de entrenamiento, al parecer el resto del grupo tenía alguna que otra anécdota allí anterior a su incorporación al equipo, imaginaba que posiblemente se debería a que alguno del trío calavera que conformaban Ray-Taka-Atlas había causado alguno que otro revuelos de los suyos.

Les seguí quedándome un poco descolgado del grupo,  había acumulado unos cuantos turnos consecutivos entre sus múltiples obligaciones, entre las que se encontraba atender en la cocina para los desayunos, comidas y cenas, así como también acudir a sus entrenamientos de rigor, además de eso, él adicionalmente se había visto obligado por la capitana a comenzar a acudir a unas clases de “anafabet no se qué”, o lo que era lo mismo, estaba yendo algunas tardes después de la hora de la siesta a un colegio de huérfanos que había al lado del cuartel, donde estaba comenzando a aprender a interpretar aquel mecanismo intricado llamado escritura.
Si bien la escuela era algo que siempre había querido para sus hermanos pequeños, y que había logrado con mayor o menor éxito, ciertamente aquello era un coñazo de pelotas, más por su propia ineptitud y el sentir que no lograba aprender nada por más que se esforzará su entorno, ciertamente no tenía la cabeza amoldada para esas viguerías. Aun así agradecía el esfuerzo que hacía la capitana por darme el informe y fingir que no sabía nada de mi condición o mi origen, yo por mi parte me limita a hacer que leía, en ocasiones con los documentos al revés de como debería, y a asentir, y sobre todo a escuchar las instrucciones que daban de viva voz.

Así que D farfullé maldiciendo la sangre de mi padre Parece que estos siempre dan problemas, como pasa con los negros, o los moros, o los payos, u otros gitanos pensé mientras arrugaba el informe con rabia, antes de romperlo, en lo que a mí respectaba había una foto y un nombre, era más que suficiente como para arrancar.
 
El grupo entonces entro en una breve discusión en la que decidieron ir de paisano, o lo que es lo mismo, tratar de infiltrarse. Si bien para algunos de los integrantes asumía que podía ser un follón el manejarse en aquel tipo de entornos, para mí no suponía ningún tipo de reto, había vivido y mamado lo que significaba vivir en una barriada, lo que significaba unirse a una banda y todo tipo de pericias típicas de los sitios sin recursos u oportunidades, aquella era su charca, o su charca compartida con Octo, que después de todo al ser pez también era su habitad natural.
 
Por lo que finalmente el grupo se dividió y se fue a sus habitaciones, él ya iba de paisano, pero aprovecho para coger aquel intrigando artefacto que llamaban den den y dio unos timbrazos a un local en particular, un tablado donde había encontrado a Atlas en una de sus habituales fugas y escaqueos, y donde había encontrado un confidente de fiar, más después de los favores que le hacía en sus días libres.

Oye picha, aquí el Masao ¿Cómo tienes hoy el local? arrancó hablando con el mesero No, no, hoy imposible. Bueno tal vez si me echas un cable pueda pasarme un rato proseguí replicándole -Si, no se si a escuchao algo de un tal “Yoh” o “Paa”,  tiene esa famosa letrita en el nombre -proseguí mordiéndome la lengua  de solo pensarlo Sí, sí, al parecer anda montando un pollo de tres pares de cohones, no se si has escuchado o si sabes donde tendría que preguntar si quisiera un dinerito extra…— continúe Es que tú me pagas mu mal, canalla bromeé siguiéndole la corriente Vale perfecto, si puedo me paso hoy o mañana, tú guárdame un jereh bueno de los del sur matice antes de colgar -Venga cabrón, nos vemos— concluí.
 
Tras eso, me lavé un poco para quitarme el olor de la cocina y volví a vestirme con las mismas prendas, ya que el uso le daría esa aura de villano que requería este encargo, y finalmente me encaime a reunirse con el grupo. Donde se volvió a discutir sobre como y a donde ir, decantándose por dividirse en dos grupos.

Si vas monísima mi alma repliqué a la ogra con un tono paternal como el de tu abuelo del pueblo. Y es que tras cerciorarse de que no se derretía al contacto del agua bendita y de que podía ingerirla sin problemas, había logrado depositar algo de fe en el demonio, pese a sus largas con respecto a someterse a un bautizo Yo la verdah, es que lo veo que lo teneih bien pensao maticé frotándome las manos tras dar un par de palmas como toque de atención He hablao con el dueño del tablao, y me ha comentao lo mismo que ha dicho Atlas, aunque también me ha dicho que si se busca un dinerillo extra en el cruce de la calle de la Raya con la Hierbabuena puede ser un buen lugar para buscar dije mirando a la ogra y al pijo, el cual pese a sus mejores intentos por ir de calle Mira qué mono va siempre este chico, si es que le queda todo bien pensé para mis entrañas.

Esperé a que el dúo me replicarán, ciertamente no tenía ni zorra de como ir hasta ese cruce cercano del puerto, además estos dos necesitaban a un tipo rudo que supiera como funcionaban las cosas fuera de cuartel, alguien con un poco más de calle.
#15
Atlas
Nowhere | Fénix
—No sé cómo lo hace para saber siempre de todo sin salir de su negocio. Si fuese un espía sería el mejor, seguro.

¿Que de quién hablaba? De Gsú, el propietario del negocio donde Masao me había encontrado una de tantas veces que me había intentado escapar de Shawn. En aquella ocasión le había mandado a él a buscarme, dando conmigo en un local donde, de vez en cuando, invitaban grupos de música de lo más variopinto para atraer clientela y dar un poco de color a Loguetown. Uno de sus preferidos, y nada más y nada menos que el que estaba en plena acción el día que coincidimos allí, provenía de Dressrosa. Llevaban por bandera un estilo musical visceral que el de Tres Hermanas conocía muy bien de su tierra natal, por lo que incluso se había animado a unirse al espectáculo.

—Gsú suele tener buena información  —expliqué a mis compañeros una vez los grupos estuvieron hechos y cada uno se había perfilado hacia una zona en concreto—. De todos modos tened cuidado. A pesar de que el capitán esté allí, si es que está, no sería de extrañar que otros miembros de su tripulación estuviesen repartidos por otros puntos de la isla.

Tras una despedida y muchos deseos de suerte, finalmente nos separamos. Cualquiera que nos viese pensaría que ahí iba un chiste andante, sobre todo si supiese algo acerca de nosotros. No obstante, por desgracia o por fortuna las miradas indiscretas y los comentarios desafortunados en voz baja no iban a empezar a molestarnos a esas alturas.

Cualquiera que hubiese caminado por Loguetown más de media hora en las últimas semanas conocía las Cuatro Esquinas. Como en toda ciudad relevante, los marginados de la sociedad y las personas con menos recursos económicos tendían a reunirse de manera indiscriminada en determinadas áreas suburbiales. El cóctel de delincuencia y miseria no tardaba en convertir esos puntos en zonas con mayores tasas de violencia y venta de drogas. Lugares como ése eran el caladero perfecto para el perfil de sinvergüenza que un capitán pirata querría para su tripulación. No había cartel alguno que anunciase que las calles Raya y Hierbabuena se llamaban así, de la misma manera que ninguna placa indicaba que nos encontrábamos en más Cuatro Esquinas. Sospechaba que aquello eran nombres populares asignados, en este caso, por una cuestión de utilidad y pragmatismo a la hora discernir dónde ir para adquirir qué.

La zona era una ratonera que había sido construida casi a la fuerza en un socavón natural de la orografía de la isla. Entre dos largas u anchas escalinatas, cuatro bloques con viviendas malamontonadas en cuatro pisos satisfacía buena parte de la actividad ilegal de Loguetown. Ya desde lo alto de las escalinatas se podía apreciar el trapicheo en todo su esplendor a plena luz del día. Balcones abiertos con vistas a las escaleras servían para dar el agua mientras quienes llevaban el peso económico de la zona con sus ventas se repartían en esquinas y bajos. Estaría allí o no, pero no sé me ocurría un lugar mejor para iniciar la búsqueda del pirata.

Descendimos las escaleras con toda la naturaleza posible. Intentaba mantener oculta la tensión que iba creciendo dentro de mí, alerta por si en algún momento se diese la voz de alarma o, por el contrario, decidiesen atacarnos. Estaba tranquilo con respecto a Masao y yo mismo, pero no sería de extrañar que algún delincuente de Loguetown conociese a la oni del G-31... Todo pasaba por la verosimilitud de su pañuelo.
#16
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
La mirada de la oni se mantuvo fija en el careto de Takahiro mientras respondía a la alusión con gesto sorprendido, como si hubiera alguna duda del motivo por el que solo le estaba mirando a él. La pregunta era tan obvia que casi resultaba insultante tener siquiera que responderla.

¿De verdad es necesario que te lo explique? —inquirió con tono de pocos amigos, visiblemente irritada.

No lo estaba de manera gratuita, sino porque pese a la advertencia no se le había escapado la mirada que el cabeza de musgo le había echado. Parecía ser algo superior a sus fuerzas: todo lo que tenía de poder y habilidad le faltaba de discreción y respeto. A veces resultaba tan descarado que rozaba la tentación de sucumbir al impulso de agarrarle ese cogote minúsculo que tenía y hacerlo crujir contra el suelo. Una fantasía que tendría que quedarse recluida en su cabeza, para bien o para mal. Era su compañero después de todo... ¿O lo era «a pesar» de todo? No estaba muy segura.

El grupo se fue terminando de reunir, apañándose cada uno como fue pudiendo para tener las pintas más de paisanos que era posible alcanzar. Cuando vio aparecer a Octojin, Camille pensó que la mejor opción en su caso era que, efectivamente, no intentase disimular. En cierto modo, casi hasta parecía más creíble que le hubiera robado el uniforme a algún marine tras darle una paliza que pensar que era un recluta de pies a cabeza. Rara vez se veían hombres-pez entre las filas de la Marina, más aún en uno de los cuatro Mares Cardinales como lo era el East Blue. Su gente era oriunda de la Grand Line y del Nuevo Mundo, o al menos allí debían ser más comunes. Por lo que había escuchado alguna vez, provenían de una isla que se encontraba próxima a la Red Line, aunque no conocía muchos detalles al respecto. El resto de la tropa, sin embargo, sí que logró con mayor eficacia vestirse para pasar desapercibidos. Casi hasta habrían formado un buen equipo de infiltración de no ser por los dos armarios empotrados que llevaban consigo.

Una vez estuvieron todos preparados, tocaba decidir qué plan de acción sería mejor seguir. Estaba claro que debían empezar por algún lugar y la propuesta de Atlas parecía bastante razonable: si estaban reclutando personas para la tripulación, lo normal sería buscar los sitios en los que abundase la peor calaña. Por norma general, en Loguetown eso podía traducirse en dos tipos de establecimientos: las tabernas y el casino. Por otro lado, el casino era probablemente un lugar con demasiada clase y poder económico como para que un pirata de tres al cuarto —pues no dejaba de ser un mindundi sin tripulación completa— pudiera reservar un espacio allí. Las tabernas, cantinas y posadas serían la mejor opción.

Camille se mantuvo en silencio mientras los demás empezaban a coordinarse. Nunca se le había dado bien eso de los equipos, ni siquiera de niña, pero Ray le demostró rápidamente que las cosas serían muy diferentes desde ese momento en adelante. Su mirada bajó para posarse en el albino, sonriendo un poco ante sus palabras. De alguna forma le resultaba entrañable que siempre se refiriera a ellos como «amigos», tanto por ser su superior como por el más que sobrado poderío que había demostrado en otras ocasiones. Le resultaba extraño escucharlo, pero no desagradable.

Supongo que es la mejor opción que tenemos. Nada como unos muelles para reclutar marineros, ¿no? —le respondió, asintiendo.

Masao pareció unirse poco después y, tras soltarle a la oni un cumplido que no esperaba recibir por su parte y que la desarmó completamente por unos segundos, se unió a la pareja y emprendió la marcha con ellos hacia el puerto. De este modo, ambos grupos se separaron para hacer sus propias averiguaciones. Camille se había llevado su pequeño den den mushi y confiaba que alguno de sus compañeros así lo habría hecho también, de modo que podrían mantenerse en contacto y comunicar cualquier descubrimiento con tan solo una llamada.

El trayecto fue relativamente tranquilo hasta allí, aunque se dio cuenta que lejos de alejar la atención de ella, el pañuelo y sus ligeras vestimentas estaban captando las miradas de la gente con la que se cruzaban. Eso sí, podía percibir en ellos que la forma en la que la observaban era muy diferente a la habitual, lo cual era útil pero no pudo sino generarle un fuerte rechazo. Al menos no pensarían en ella como marine, que era el plan. Su ceño se frunció mientras intentaba no darle mayor importancia. Eran gajes del oficio, por injustos que fuesen.

A medida que se iban acercando al puerto, las voces del gentío se iban escuchando cada vez con mayor claridad. Una claridad caótica, pues todas intentaban superponerse las unas a las otras para ser las que más atención captasen.

—¡Pescado fresco! ¡Bonito, bonito, bonito pero para bonita usted!
—¡Eeeespecias! ¡Especias recién llegadas de la ruta de la abundancia! ¡Si viene de Arabasta, a su despensa le basta! 

Al igual que ocurría en el mercado, alrededor de la zona de los muelles se erigían multitud de puestos comerciales, tanto de alimentos como de mercancías que, si no se adquirían allí, serían puestas a la venta a un precio mayor cuando llegasen a los comercios locales. Sin embargo, no todos los sitios sitios estaban ocupados por comerciantes, pues también había mesas donde la gente se inscribía en tripulaciones diversas. La mayoría eran pescadores que necesitaban reponer bajas, aunque no todos las naves buscaban el mismo tipo de gente.

Camille hizo un gesto sutil con la mano, señalando en aquella dirección.

Empecemos por allí.
#17
Atlas
Nowhere | Fénix
No tenía claro en qué momento me había despistado tanto, pero había hecho el camino hasta allí pensando que iba junto a Masao y Camille y, de buenas a primeras, me había volteado y quienes estaban allí eran Octojin y Takahiro. No cabía la posibilidad de que se hubiesen cambiado a toda velocidad, por lo que la única alternativa era ésa: que me hubiese empanado, para variar.

Bueno, casi mejor. El tiburón nos proporcionaba una coartada inmejorable. El aspecto rudo que presentaba y el aura de vida difícil que desprendía le designaban como el mejor pirata, matón o delincuente posible, aunque la realidad fuese bien distinta. Mientras íbamos descendiendo las escaleras, me dejé ir para que el gyojin se pusiese por delante de mi posición y así exponer mi idea.

—Aquí funcionan por un código de respeto y peligrosidad. El más violento y cruel es a quien normalmente dejan hacer y deshacer. El tema está en que no es la primera vez que llega alguien aparentando ser el peor y se va calentito para casa... o no se va. En cualquier caso, si vamos diciendo por favor y pidiendo permiso van a sospechar de nosotros desde el primer momento y vamos a atraer toda la atención sobre nosotros. Hay veces en que las apariencias son lo más importante. Tal vez deberíamos fingir que somos un grupo criminal, piratas o lo que sea y que Octojin es nuestro líder. Sólo con su altura y tamaño ya debería haber muchos que ni se atrevan a tosernos y a lo mejor así podemos fingir que le hacemos la competencia al pirata. Quizás así sean ellos los que nos busquen para evitar que les quitemos tripulantes, ¿no? Eso siempre que esté por aquí, claro.

La verdad es que terminé de pensar el plan improvisado mientras íbamos descendiendo, conforme veía cómo mis compañeros bajaban escalón a escalón. Bueno, en el caso del habitante del mar sería más apropiado decir de... ¿diez en diez escalones? En cualquier caso, procuré meterme en el papel en cuanto pusimos un pie en las Cuatro Esquinas. Ponía un pie delante del otro con fingida seguridad y aplomo. Las miradas de cuantos llevaban su mala vida allí abajo no tardaron en centrarse en nosotros, cuchicheando en algunas ocasiones o quitándose de en medio en otras. Eso sí, nadie se interpuso en nuestro camino.

Desde detrás de nuestro improvisado líder, le conducía en voz baja indicándole hacia dónde debía dirigirse para efectuar nuestra estrategia. ¿Que hacía dónde? Sencillo, directamente hacia el lugar donde se forjaban las nuevas tripulaciones criminales en las Cuatro Esquinas: El Loro del Capitán. Se trataba de una tasca que llevaba allí muchísimo tiempo. Había quien decía que había sido fundada por un antiguo capitán pirata, temible y oriundo de Loguetown, que había hecho de aquel lugar su punto de retiro al dejar los mares. No había confirmación al respecto, por supuesto, pero los bucaneros daban por cierto la leyenda sobre el nacimiento del establecimiento y lo hacían suyo.

Efectivamente, en cuanto pusimos un pie dentro el aire viciado, el olor a tabaco malo, vómitos y enfermedades venéreas nos golpeó directamente en la cara. Intenté hacer un esfuerzo por no arrugar el gesto, sin tener demasiado claro si lo había conseguido o no. Nos recibió un tipo inconsciente a nuestra derecha, con el rostro ensangrentado y con una respiración débil y superficial. Parecía que alguien se había sobrepasado con quien no debía, pero no estábamos allí para eso. Una vez dentro, esperé a que mis compañeros tomasen asiento para iniciar la interpretación.
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