Alguien dijo una vez...
Donquixote Doflamingo
¿Los piratas son malos? ¿Los marines son los buenos? ¡Estos términos han cambiado siempre a lo largo de la historia! ¡Los niños que nunca han visto la paz y los niños que nunca han visto la guerra tienen valores diferentes! ¡Los que están en la cima determinan lo que está bien y lo que está mal! ¡Este lugar es un terreno neutral! ¿Dicen que la Justicia prevalecerá? ¡Por supuesto que lo hará! ¡Gane quién gane esta guerra se convertirá en la Justicia!
Tema cerrado 
[Común] [Común] ¿Nadando con un gyojin tiburón. ¿Qué puede salir mal?
Takahiro
La saeta verde
El héroe de las profundidades, Octojin, decidió que sería él quien se encargaría de calmar el altercado de aquella taberna, y lo cierto era que lo prefería. Mientras el gigantesco gyojin entraba en la taberna, el espadachín se quedó fuera con la mano apoyada en la empuñadura de su katana, completamente relajado. Conocía de poco a su nuevo compañero, pero seguramente resolvería aquello en un santiamén y podrían volver a la base para intentar no hacer nada. El peliverde se encontraba perezoso ese día. Haber nadado en el mar le había relajado bastante la musculatura, hasta el punto que tenía ganas de echarse una siesta al estilo del mar del sur: sin alarma y hasta que el cuerpo decidiera despertarse.

Apenas un instante desde su marcha, apareció con dos individuos cogidos por los brazos y levantados del suelo. Era cómico ver aquella estampa: un hombre pez de cuatro metros sujetando como unos muñecos de trapo a dos hombres adultos. Los dejó caer gentilmente sobre sus pies, Takahiro desdibujó la sonrisa de su cara y los mirara con el entrecejo fruncido.

—Así que vosotros sois los que estáis armando tanto jaleo… —comentó, haciendo un ruidito de desaprobación con la boca—. ¿No os da vergüenza? ¿A vuestra edad? Borrachos tan temprano… Dad gracias a que no os llevemos presos y paséis veinticuatro horas en el calabozo.

Y entonces, Octojin le avisó de que había dos sujetos más en la taberna. Al parecer habían sido cuatro los que habían comenzado toda la trifulca, y se habían puesto algo gallitos con el pez cuando entró.

—Sí, si —le dijo a su compañero, pasando por el medio de los dos borrachos—. Yo me encargo de los otros.

Caminó hasta la entrada de la taberna, cuya puerta de madera parecía sacada de un largometraje la isla de los cactus del Grand Line, tan solo faltaba Barry el limpio, limpiando las calles de delincuentes. Al entrar se fijó en la parte izquierda, tal y como le había indicado el pez. Allí se encontraban dos sujetos sentados, uno al lado del otro.

—No voy a repetirlo dos veces —dijo el marine en voz alta, con un tono de voz bastante serio y con ligeros atisbos de condescendencia—. Levantáos con las manos donde yo las vea y salid sin formar ningún escándalo.

Todo hubiera sido muy simple si le hubiesen hecho caso, pero no fue así. Uno de los individuos, cuyo rostro se encontraba oculto tras una bufanda le lanzó un vaso, que el joven marine esquivó dando un pequeño paso hacia la izquierda.

—¡Qué mala puntería tienes, Mary! —bromeó el otro, que se reía y lanzaba otro vaso.

—Anda que tú, Mike —dijo el sujeto que ocultaba su cara, cuyo tono de voz le hizo ver que era una mujer.

Tras ello, la individua que se hacía llamar Mary sacó de su sobaquera un revólver y apuntó al marine.

«Lo que me faltaba… Tiradora y mujer»

Los disparos comenzaron a escucharse desde fuera del local, haciendo que muchos de los ciudadanos se alejaran de la entrada despavoridos. Entretanto, el peliverde comenzó a desviar balas con su espada, mientras conseguía ocultarse tras una columna de carga del local.

—No empeores las cosas, Mary —le adviritó Takahiro, cuyo tono de voz era bastante desenfadado. Era consciente de que si quisiera los atraparía en un momento, pero no quería destrozar el mobiliario de otro local de la ciudad—. No quiero enfadarme y hacerte daño.

«¿Y ahora qué?», se preguntó el marine.
#11
Octojin
El terror blanco
Con un sonoro suspiro, Octojin miró los cuerpos inconscientes de los dos borrachos tirados en el suelo, con los brazos flácidos y los rostros inexpresivos. El gyojin sentía una mezcla de desconcierto y algo de lástima por aquellos humanos. ¿Por qué la gente disfrutaba tanto bebiendo hasta perder el control? No podía entenderlo. Él había crecido rodeado de las aguas cristalinas de la Isla Gyojin, y aunque allí también había quienes disfrutaban del alcohol, nunca había visto la misma compulsión entre su gente que observaba en los humanos. La bebida convertía a personas razonables en máquinas de caos, incapaces de controlar sus emociones, a menudo llevando las cosas al extremo. Y todo aquello siempre ocasionaba acciones negativas. ¿Qué sentido tenía?

Sacudió la cabeza, apartando esos pensamientos mientras trabajaba con agilidad. Ató las manos de los dos hombres entre sí con un trozo de cuerda que llevaba en su cinturón, asegurándose de que estuvieran bien sujetas. Luego los arrastró suavemente hacia una tubería de la calle, uniendo la cuerda alrededor de ella. No quería que causaran más problemas.

—Esto debería mantenerlos tranquilos hasta que terminemos aquí —murmuró para sí mismo.

Los disparos que sonaban desde el interior de la taberna sacudieron el ambiente pacífico de la calle. La gente, antes atraída por la conmoción, comenzó a dispersarse rápidamente. Octojin alzó la voz, con un tono firme pero no agresivo.

—¡Váyanse de aquí! Esto se volverá peligroso —dijo, observando cómo los curiosos retrocedían, alejándose en todas direcciones. Al menos no habría civiles que pudieran salir heridos si la cosa se ponía peor.

Ojeando por última vez a los dos humanos inconscientes, se decidió a entrar. Con una rápida carrera, se dirigió hacia la entrada de la taberna. No tenía tiempo para sutilezas. El deber llamaba, y el ruido de los disparos lo hacía aún más urgente. ¿Estaría bien Takahiro? Empujó la puerta de la taberna con fuerza y entró, preparado para cualquier cosa.

Como un bólido sin frenos, e intuyendo que los dos culpables de aquél escándalo eran los que le habían lanzado las copas, el gyojin corrió sin parar hasta la parte izquierda de la barra. No le dio tiempo a observar con detenimiento, pero el interior de la taberna estaba completamente revuelto. Botellas rotas, sillas caídas y manchas de alcohol que adornaban el suelo. Prosiguiendo su carrera, una mujer con una bufanda que le ocultaba el rostro sostenía un revólver, disparando sin control hacia donde Takahiro había buscado refugio. Sin perder el tiempo, Octojin enfocó su dirección a la tiradora y, sin pensarlo dos veces, cargó directamente hacia ella.

La mujer, sorprendida por la repentina aparición del gigantesco gyojin, levantó el arma y apretó el gatillo un par de veces justo cuando Octojin estaba a punto de alcanzarla. El sonido del disparo fue ensordecedor en el pequeño espacio, y el tiburón sintió un dolor agudo en su antebrazo derecho. Uno de los dos balazos lo alcanzó de lleno, atravesando su piel blanca y escamosa, pero eso no detuvo su impulso. Con un rugido de dolor y determinación, se lanzó sobre ella, placándola con fuerza al suelo.

El impacto fue brutal, y la mujer soltó el revólver al caer de espaldas. El peso de Octojin sobre ella la inmovilizó, y antes de que pudiera recuperarse, el tiburón le propinó un par de puñetazos rápidos en el rostro, más fruto de la ira que sentía en ese momento que la necesidad de inmovilizarla. Tras los golpes, se aseguró de que no intentara levantarse ni volver a pelear.

—¡Taka! —gritó Octojin—. ¡Necesito ayuda con el otro!

El humano, quien había estado oculto tras una columna, debía aparecer si querían salir de allí pronto y sin más rasguños. Al tiburón no le importaba recibir más heridas, pero seguro que a su capitana sí. Le había pedido no usar la fuerza, pero se había visto obligado a hacerlo. ¿Quién iba a pensar que estarían armados? Si no sacaron el arma al principio, nada les hacía pensar que la podían estar guardando para a saber qué. Porque, ¿qué pretendían? ¿Herir a un marine e irse de rositas?

—No te preocupes, esto no duele —gruñó Octojin, aunque el dolor comenzaba a intensificarse. El tiburón, decidido a no dejarse vencer por el daño, se centró en sujetar a la mujer con fuerza mientras Takahiro entraba en acción y se aseguraba de que los demás en la taberna no intentaran nada más.

Si todo salía bien, y una vez Takahiro tuviese la situación bajo control, el escualo saldría cargando a la mujer y la pondría junto a los otros dos humanos. Se quitaría la parte de arriba del uniforme, para taparse la herida y hacerse un improvisado torniquete y que así cesase la sangre, o al menos no fuera tan escandalosa.

La bala aún estaba incrustada en su carne, pero no era la primera vez que resultaba herido en combate. Aunque el dolor era intenso, sabía que podría aguantar. Seguro que en la marina tenían alguna unidad especializada en ese tipo de heridas.

—Puedo soportarlo —respondió con calma, mirando a Takahiro—. Pero necesitamos irnos rápido o perderé mucha sangre.

El escualo le pidió ayuda al humano. Podía cargar con los borrachos, llevándolos sobre los hombros, pero la acción de subirlos, le provocaba un gran dolor en el antebrazo. Así que se puso de rodillas y empezó a cogerlos como buenamente pudo, esperando la ayuda de su compañero.

Aquello parecía haber terminado. No de la mejor manera, desde luego, pero había terminado. Ahora el tendero tenía una tediosa labor limpiando su taberna. Y tendría que llamar al seguro, y arreglar un montón de desperdicios. Por un momento el gyojin se sintió mal, aunque realmente no era su culpa. Pero aquél hombre tendría que cerrar varios días su negocio. ¿No habría alguna manera de ayudarle? Quizá, si lo hablaba con Montpelier, podía contarle cómo había sucedido todo y que desde la marina se abriese algún tipo de colecta o algo así. Cualquier ayuda para el propietario de la taberna sería una bendición. Bueno, quizá lo hablase con Takahiro, después de todo él solo era el nuevo y no podía meter la pata en algo como aquello.
#12
Takahiro
La saeta verde
—La madre que lo parió… —musió el peliverde, al contemplar la entrada en acción del gyojin en la taberna—. La capitana nos va a matar.

El héroe de las profundidades parecía haberse convertido en el terror de la superficie, ya que irrumpió en la taberna como una tempestad que tenía como objetivo arrasar con todo lo que se ponía delante de ella. Una de las puertas de vaivén del local salió despedida por los aires con su entrada, aterrizando por desgracia para ellos sobre la estantería de botellas que había tras la barra, que se cayeron al suelo y se quebraron casi al instante. Asimismo, el suelo de madera del local se agrietó bajo sus pisadas, quebrando el mismo.

La mujer disparó el gyiojin a quemarropa, pero no pudo pararlo. Ya era tarde para ella. Su compañero le pidió ayuda con el otro criminal, el cual parecía haber desaparecido del local. Sin embargo, era imposible. El peliverde miró a su izquierda y a su derecha, pero no estaba. Instintivamente miró hacia arriba y allí estaba, enganchado a una de las vigas del interior del local con dos cuchillos en sus manos. El criminal se dejó caer sobre el tiburón, que estaba en el suelo sobre la tiradora.

«Por la espalda es deshonroso», pensó el peliverde, mientras se aferraba a la empuñadura de su katana con la mano derecha.

Tras ello, casi al mismo tiempo que caía el hombre, el sargento flexionó su pierna izquierda, pisó el suelo con fuerza y se impulsó contra su enemigo en un abrir y cerrar de ojos.

Battojutsu… —susurró, al mismo tiempo que desenfundaba su preciada katana para hacer un movimiento horizontal con la misma. Fue un movimiento simple que, unido a la velocidad que le daba el desplazamiento, pudo enviar al maleante por los aires con una preciosa herida en el costado, que cayó sobre una de las mesas—. Destello glauco.

Realizó un movimiento descendente para limpiar la sangre de su espalda y la enfundó. Respiró hondo y observó al hombre, que se quejaba de dolor. Tras ello, se aproximó a Octojin.

—¿Estás bien? —le preguntó con ligero desasosiego, al ver el charco de sangre que se estaba formando sobre su ropa. Al escuchar la respuesta del gyiojin sintió cierto alivio, así que la actitud del peliverde se relajó—. No es de la pérdida de sangre de lo que deberías preocuparte —le dijo, haciendo un ligero ademán con la mano para señalar los estropicios que habían causado.

El peliverde usó sus esposas para atar la pierna de la mujer a la mano del hombre para que no pudieran escapar. Tras ello, le pidió a uno de los ciudadanos que le buscara una cuerda con las que amordazar a los borrachos. Una vez los ató, los llevó como si fuera un saco de patatas sobre el hombro.

—No vas a cargarlos, Octojin —le dijo, sonriendo con picardía—. A muestra amiga Mary la va a llevar su noviete, mientras yo me encargo de los otros dos, que tampoco pesan tanto.

—¿Cómo pretendes que caminemos así? —preguntó Mike, que estaba sosteniendo a duras penas a la tiradora, que se encontraba inconsciente.

—Problemas tenemos todos —le respondió el peliverde—. Haberlo pensado antes de liarla en el pueblo.

* * * * *

Nada más llegar al cuartel, el peliverde soltó a los maleantes sobre el suelo de tierra de la entrada, ordenando a un par de reclutas que hacían maniobras por allí que los llevaran a los calabozos. Mientras tanto, el peliverde acompañó a Octojin a la enfermería. Esperó en la puerta, sentado en una de las sillas que había allí. Apenas se demoró media hora cuando salió con una preciosa venda cubriéndole las heridas.

—Espero que estés mejor —le dijo—. Porque la capitana nos quiere en su despacho.

Nada más atravesar el umbral de la puerta del despacho de su capitana, una enorme presión cayó sobre sus hombros, haciéndose sentir pequeño e indefenso. La mujer los miraba con rabia, sin esa actitud desenfadada que siempre solía tener.

—Si se lo está preguntado… —comentó el peliverde con voz temerosa—. Fue muy necesario usar la fuerza.
#13
Octojin
El terror blanco
Octojin avanzaba a paso firme, aunque cada vez le costaba más ignorar la herida en su brazo. El disparo recibido durante el enfrentamiento seguía sangrando, y aunque había cubierto la zona con la palma de su mano, la sangre no dejaba de gotear, empapando la ropa que vestía. No era la primera vez que se veía cubierto de sangre, pero había algo primitivo en aquella situación que despertaba ciertos instintos dentro de él. No era el dolor lo que le molestaba, sino la sensación de vulnerabilidad. Sin embargo, no le preocupaba demasiado. Sabía que debía llegar al cuartel y, en cuanto lo hiciera, recibiría tratamiento.

Observó con asombro cómo Takahiro decidía cargar a los criminales de una manera tan despreocupada. El peliverde había atado a la mujer y al hombre de forma cómica, como si fueran dos personajes de una obra ridícula. Aunque la situación era seria, Octojin no pudo evitar soltar una pequeña sonrisa de aprobación. Algo en todo aquello le generaba una cierta seguridad. La fuerza y la confianza con la que Takahiro manejaba las cosas era admirable, y su forma de tomar todo con un toque de humor aligeraba la tensión en el aire.

El camino al cuartel, sin embargo, se le hizo largo. Cada paso parecía más pesado de lo que debería, y la presión en su brazo, aunque soportable, era una constante molestia. Mantener la mano sobre la herida parecía contener parte de la hemorragia, pero la cantidad de sangre que perdía no era nada despreciable. Al mismo tiempo, en el fondo de su mente, sentía que aquella sangre despertaba algo más oscuro en él. Pero era su propia sangre, y eso no lograba liberar sus instintos como lo haría la sangre de un enemigo.

Cuando finalmente llegaron al cuartel, Takahiro soltó a los criminales y Octojin fue conducido a la enfermería. Allí, la doctora lo observó con una mezcla de sorpresa y admiración cuando entró por la puerta. Incluso se bajó las gafas, un gesto que para el tiburón era una simple broma.

— Es la primera vez que atiendo a alguien tan alto en esta enfermería — comentó con una sonrisa juguetona mientras preparaba los materiales para tratar su herida, sin perder ojo de lo que hacía el gyojin.

Octojin, ajeno a cualquier intención oculta en las palabras de la doctora, simplemente le devolvió la sonrisa de manera cortés mientras se sentaba en el suelo. Había ojeado las camillas cercanas, pero la probabilidad de que cualquiera de ellas cediese ante su peso era bastante alta.

— Debes cuidarte, ya que con esa altura y esa fuerza, seguro que te metes en más de una pelea — La doctora continuó con un tono sutil, pero sus intentos de coqueteo pasaron desapercibidos para el tiburón, que solo pensaba en recuperarse rápido para poder seguir con su trabajo. No se le daba muy bien leer entre líneas.

— Gracias por la atención — respondió Octojin, sin comprender del todo las insinuaciones, pero mostrando respeto.

La doctora vendó su herida con cuidado, y tras media hora, salió de la enfermería con el brazo cubierto de una venda limpia. Sentía el brazo un poco mejor, aunque sabía que necesitaría tiempo para recuperarse del todo. No obstante, estaba listo para seguir adelante.

Takahiro le esperaba fuera y, con un tono ligero, le comentó que la capitana Montpellier les esperaba. Octojin sabía que aquello no presagiaba nada bueno.



Al entrar en el despacho de la capitana, la atmósfera cambió drásticamente. La capitana estaba de pie, con los brazos cruzados, mirándolos con una furia contenida. La tensión en la sala era palpable, y Octojin sintió el peso de la situación caer sobre él. Sabía que habían causado destrozos en la taberna, y eso no pasaría desapercibido.

Takahiro, con una expresión más temerosa de lo habitual, intentó calmar la situación mientras le susurraba que, de preguntar, dijésemos que la fuerza había sido totalmente necesaria. Octojin, sintiendo que era su momento de hablar, dio un paso al frente. A pesar de la presión, mantuvo una postura firme y comenzó a explicar lo sucedido.

— Capitana, sé que nos pidió que no usáramos la fuerza, pero la situación era mucho más grave de lo que se nos informó — Su voz era profunda y resonante, llena de convicción —. El informe inicial no mencionaba que la pelea era prácticamente una batalla campal. Y además, nadie nos dijo que esos individuos estaban armados. Uno de ellos tenía un arma de fuego y el otro portaba dos dagas. Nos vimos obligados a actuar con rapidez y contundencia para evitar más daños o que alguien saliera gravemente herido. Afortunadamente los daños son solo materiales.

La capitana escuchaba en silencio, con los brazos aún cruzados, pero el escualo pudo notar que sus palabras la hicieron reflexionar. Así que siguió, intentando entrar con más fuerza aún en su mente.

— La pelea terminó en cuanto detuvimos a los dos que la iniciaron — continuó el gyojin —. Hicimos lo que fue estrictamente necesario para asegurar el lugar. Lamento los destrozos, pero sin esa intervención, las cosas habrían sido mucho peores.

Hubo un silencio en la sala. El gyojin miró a la capitana con firmeza, sin retroceder. Sabía que no podía cambiar lo que ya había ocurrido, pero al menos podía ofrecer una explicación lógica de por qué actuaron como lo hicieron. La mirada furiosa de la capitana se fue suavizando poco a poco, aunque seguía molesta. Finalmente, dejó escapar un suspiro.

— Está bien — dijo la capitana con resignación —. Pero la próxima vez, intentad ser más cuidadosos. El Gobierno Mundial no va a seguir pagando por los destrozos que causáis. Y sobre todo, tened más cuidado con la información que recibís antes de entrar en acción.

Octojin asintió, agradecido por no haber recibido un castigo más severo. Sabía que la capitana tenía razón, pero también estaba convencido de que habían hecho lo correcto. La bronca había terminado, pero las palabras de la capitana quedaban claras: tendrían que ser más estratégicos la próxima vez. Así que tendría que aprender algo de estrategia.

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#14
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