Percival Höllenstern
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03-10-2024, 06:18 PM
Un típico artista marcial. Cada uno de sus movimientos parecía salido de un manual de lucha que, probablemente, había leído demasiadas veces, si es que sabía hacerlo...
La agilidad no se la negaba, el tipo se movía como si el viento lo guiara, lanzando patadas con una precisión que hubiera sido preocupante si no fuera porque ya conocía el patrón. Al final, todos los que se aferran a esas técnicas milenarias caen en lo mismo: creen que la destreza física lo es todo. Pero la mente, mi querido Yoshiro, era el arma más afilada...
El pobre muchacho no pudo ocultar su sorpresa cuando detuve su patada con mis dagas, amortiguando el impacto sin siquiera pestañear. Sus ojos se abrieron de par en par, como si no entendiera cómo alguien podía bloquear su 'poderosa' técnica con algo tan sencillo. Ahí, en ese instante de duda, fue donde supe que tenía la ventaja. No atacó, no continuó, solo se quedó congelado, y eso fue todo lo que necesitaba.
No soy de los que pierden tiempo en halagos innecesarios. Con precisión, ataqué. A menudo, aquellos que practican artes marciales suelen sobrestimar su resistencia. Creen que una herida superficial no los detendrá, que con su disciplina superarán cualquier dolor. Pero cuando la sangre empieza a gotear, su seguridad se quiebra. Lo vi en su mirada: la duda, la incomodidad. El combate ya era mío, aunque él no lo quisiera admitir.
Yoshiro intentó mantenerse firme, desarmado ya, pero con esa testaruda insistencia que tienen los que aún no han aprendido cuándo rendirse. Me soltó alguna frase vacía, y tuve que contener una sonrisa. No necesitaba su palabra... Las palabras no cambian el resultado de una pelea...
Antes de que pudiera acabar lo que empecé, la campana resonó. Olvidé que estábamos jugando con reglas, lo que me hizo aguantar ligeramente mi indignación y dedicarle una mirada llena de orgullo.
No me importaba. En el fondo, sabía que esos diez minutos no serían suficientes para cambiar lo inevitable. Ya había ganado el combate, por lo que, de una sonrisa de media luna, guardé rápidamente mis armas en mi chaqueta y metí mi mano derecha en el bolsillo de mi pantalón, retirándome con la zurda tendida al aire en señal de victoria.
La agilidad no se la negaba, el tipo se movía como si el viento lo guiara, lanzando patadas con una precisión que hubiera sido preocupante si no fuera porque ya conocía el patrón. Al final, todos los que se aferran a esas técnicas milenarias caen en lo mismo: creen que la destreza física lo es todo. Pero la mente, mi querido Yoshiro, era el arma más afilada...
El pobre muchacho no pudo ocultar su sorpresa cuando detuve su patada con mis dagas, amortiguando el impacto sin siquiera pestañear. Sus ojos se abrieron de par en par, como si no entendiera cómo alguien podía bloquear su 'poderosa' técnica con algo tan sencillo. Ahí, en ese instante de duda, fue donde supe que tenía la ventaja. No atacó, no continuó, solo se quedó congelado, y eso fue todo lo que necesitaba.
No soy de los que pierden tiempo en halagos innecesarios. Con precisión, ataqué. A menudo, aquellos que practican artes marciales suelen sobrestimar su resistencia. Creen que una herida superficial no los detendrá, que con su disciplina superarán cualquier dolor. Pero cuando la sangre empieza a gotear, su seguridad se quiebra. Lo vi en su mirada: la duda, la incomodidad. El combate ya era mío, aunque él no lo quisiera admitir.
Yoshiro intentó mantenerse firme, desarmado ya, pero con esa testaruda insistencia que tienen los que aún no han aprendido cuándo rendirse. Me soltó alguna frase vacía, y tuve que contener una sonrisa. No necesitaba su palabra... Las palabras no cambian el resultado de una pelea...
Antes de que pudiera acabar lo que empecé, la campana resonó. Olvidé que estábamos jugando con reglas, lo que me hizo aguantar ligeramente mi indignación y dedicarle una mirada llena de orgullo.
No me importaba. En el fondo, sabía que esos diez minutos no serían suficientes para cambiar lo inevitable. Ya había ganado el combate, por lo que, de una sonrisa de media luna, guardé rápidamente mis armas en mi chaqueta y metí mi mano derecha en el bolsillo de mi pantalón, retirándome con la zurda tendida al aire en señal de victoria.