¿Sabías que…?
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Tema cerrado 
[Común] Gyojins en apuros
Octojin
El terror blanco
Octojin escuchó en silencio las palabras de Atlas y observó los trazos en la arena donde escenificaban el plan. No sabía por qué pero todos empezaban a tener la costumbre de dibujar su estrategia allí. ¿Quizá la arena era un lienzo mas sencillo de entender por la mente? ¿O simplemente aprovechaban lo que tenían a su alrededor?

En cualquier caso, el peso de la operación recaía en gran parte sobre el tiburón y los otros gyojins exploradores, una responsabilidad que Octojin sentía como suya, por encima de cualquier otro. Al observar el mapa improvisado, su mandíbula se tensó levemente; la idea de involucrar a tantos en algo que podía salir mal, en algo que podría poner en riesgo vidas de seres que simplemente querían vivir en paz, le hacía sentirse incómodo.

Mientras Atlas y Tiberius discutían los detalles, Octojin notaba la firmeza y calma en la voz de su compañero de brigada, que estaba cargando con una gran parte de la elaboración del plan. Lo cierto es que Atlas estaba siendo un ejemplo en todas aquellas acciones que estaban haciendo por y para los gyojins. Y aquello hablaba muy bien de él. Y también de que había enterrado el hacha de guerra que una vez alzó contra el gyojin. Así que él haría lo mismo, en ese momento estaba claro que se lo debía.

“Atlas tiene lo que hace falta para liderar este tipo de operaciones. Se merece un ascenso, la marina se está perdiendo no solo a alguien muy poderoso, sino a alguien con cabeza. Y de esos no hay muchos” pensó mientras asentía con una breve inclinación de cabeza.

Sin necesidad de intervenir, Octojin expresó su apoyo a cada paso que Atlas iba proponiendo. Todo tenía sentido, y la forma en la que pensaba era muy similar a la del habitante del mar. La determinación de Tiberius también era destacable, como un ancla que sostenía al grupo en medio de una marea de incertidumbre. Los gyojins locales estaban comprometidos a luchar por los suyos, y Octojin veía en sus ojos una chispa similar a la que sentía en el fondo de su pecho. Lo cierto es que tenía claro que su objetivo era defender su raza de las injusticias, sin importar lo que costara. Y él sería el primero en estar en primera línea de batalla, recibiendo cuantos golpes pudiese y evitando que los suyos sintieran el más mínimo dolor si él podía recibirlo por ellos.

Al ver que el plan estaba claro, Octojin decidió prepararse mentalmente. Revisó cada paso que tendría que ejecutar, intentando no olvidarlo después. Era una parte primordial en los planes el seguir las instrucciones al pie de la letra, en caso contrario, el eslabón que fallaba ponía en jaque todo el plan. Y eso no se lo perdonaría jamás, mucho menos si la vida de los suyos estaba en juego.

La sección que le correspondía cubrir estaba al norte, una zona complicada llena de islotes y rocas que podían ocultar barcos fácilmente. Mientras Atlas se dirigía a su posición, Octojin se adentró en el mar, sintiendo el agua rodearlo como un manto reconfortante y protector. Allí estaba en su ambiente, en su zona de confort. Allí no había problema que no pudiera solucionar. Las corrientes podían llegar a ser fuertes y traicionares, pero el escualo las navegaría con la velocidad y precisión de un depredador. De aquello que era.

Aceleró a gran velocidad, dejando que el agua se deslizara en su piel como si fuera una extensión de su ser. Los pensamientos de los gyojins atrapados llenaban su mente. Necesitaba verlos a salvo, necesitaba saber que su sufrimiento terminaría pronto. Se forzó a concentrarse, confiando en que sus sentidos y su conocimiento del mar lo guiarían en la dirección correcta, como siempre habían hecho.

La zona estaba despejada en apariencia, pero Octojin notaba pequeños detalles fuera de lugar, y aunque aún no veía nada concreto, su instinto le advertía que no estaba solo. Tomó el Den Den Mushi y se comunicó con Atlas, con la clara intención de ponerle al tanto de lo que veía y percibía.

— Estoy en posición. Aún no hay nada sospechoso, pero noto que las corrientes y el silencio son inusuales. Informaré si algo cambia.

Octojin continuó su avance, moviéndose en forma de zigzag y analizando cada sombra que se proyectaba desde las rocas submarinas. Todo, incluso el movimiento más natural, podría ser parte de una amenaza mayor. Así que los sentidos del escualo se agudizaron hasta el punto máximo que pudo. Después de varios minutos, notó una serie de huellas recientes en el fondo arenoso. La arena parecía haber sido perturbada por varias aletas en rápida sucesión. “Alguien ha pasado por aquí hace poco, y eran muchos” pensó. La idea de que los piratas estuvieran usando gyojins cautivos como guías en el agua le revolvía el estómago, pero no era el momento de dejarse llevar por la rabia. Tenía que calmarse y actuar con cautela. Ya habría tiempo de demostrar toda esa ira que tenía en su interior.

Continuó avanzando hasta una gran roca que se alzaba desde el lecho marino. Detrás de ella, una pequeña embarcación de aspecto furtivo permanecía parcialmente oculta. Allí estaban los prisioneros, atados entre ellos y con evidentes signos de haber sido maltratados. No los llevarían a ningún sitio. No se lo permitiría.

Con el Den Den Mushi en la mano, volvió a comunicarse con Atlas, intentando alertarle del peligro inminente que él mismo sería.

— Los encontré, escondidos tras una roca grande al norte —su voz sonaba firme y decidida—. Necesitamos apoyo aéreo para desactivar cualquier posible aviso. Voy a hacer ruido aquí abajo.

Y sin esperar respuesta, Octojin se impulsó con todas sus fuerzas hacia la pequeña embarcación. En el agua, su velocidad era letal, y en cuestión de segundos, había alcanzado la estructura. Con un golpe seco y certero, destrozó una de las maderas laterales. Impregnó sus puños en haki previo al ataque, y la ira que sentía en ese momento hizo que el golpe fuese aún más contundente. El estruendo alertó a los piratas en cubierta, quienes lanzaron una serie de disparos hacia él de forma defensiva.

Pero aquello no era nada para él. El habitante del mar estaba completamente concienciado en llevarse cuantos golpes fueran necesarios antes de que sus iguales de sangre los recibiesen. Sin detenerse, Octojin tomó impulso de nuevo y lanzó otro golpe, esta vez con el objetivo de romper las estructuras de los altavoces y los dispositivos sonoros. Todo lo que estaba a su paso debía caer, y haría lo que pudiese para frenar a aquellos humanos de la atrocidad que estaban cometiendo.

Los piratas trataban de defenderse de aquella amenaza que no conseguían ver, lanzando redes y arpones hacia la sombra en el agua, pero Octojin esquivaba y destruía cada obstáculo con una mezcla de agilidad y fuerza bruta. No le pararían fácilmente.

Uno de los piratas, un hombre alto y musculoso con cicatrices que recorrían su rostro, parecía liderar la defensa. Sacó un arma que parecía una especie de lanza con puntas afiladas de piedra, y atacó a Octojin en un intento desesperado de detenerlo. El gyojin, alerta, evitó el primer ataque y, con un movimiento calculado, desvió la lanza antes de contraatacar con un potente gancho de derecha. El pirata fue lanzado varios metros hacia atrás y terminó cayendo al suelo con el impacto, haciendo que el resto de sus compañeros retrocediesen un par de pasos al ver la facilidad con la que el tiburón había derribado al que parecía su líder.

Con el camino temporalmente despejado, Octojin se acercó a los gyojins y comenzó a cortar las ataduras con sus poderosos y afilados dientes. La mayoría de ellos estaban heridos o debilitados, pero el brillo de esperanza en sus ojos al ver lo que acababa de pasar, era innegable.

Su cuerpo lucía algo magullado y sangraba por algún que otro músculo. Lo cierto es que el gyojin pensaba que estaba evadiendo todos los golpes, pero a la vista estaba que no, que había recibido alguno que otro. Algo normal teniendo en cuenta la cantidad de ataques recibidos en un momento.

—Tranquilos, estamos aquí para sacarlos. En cuanto Atlas llegue, estaremos seguros —les aseguró, mientras continuaba liberándolos.

Pero entonces, cuando todo parecía que iba a tener un final feliz, desde lo alto de las montañas, salieron varios tiradores con rifles de larga distancia, apuntando a los gyojins. Parecían estar dispuestos a disparar. Uno de los piratas que antes había dado un par de pasos hacia atrás, alzó la mano, como si estuviera ganando algo de tiempo antes de que los tiradores dispararan.

El tiburón maldijo el haber sido tan estúpido. ¿Cómo se iban a retirar el resto de piratas al ver cómo  solo uno de ellos caían? Sólo habían ganado algo de tiempo para tener en jaque al gyojin, que tenía claro que intentaría recibir la mayor cantidad de disparos, intentando defender a los suyos. Pero quizá aquello no fuese suficiente para defenderlos a todos. ¿Qué podía hacer?
#21
Atlas
Nowhere | Fénix
Una vez todos estuvimos seguros de qué debíamos hacer, después de repasar el plan de acción en varias ocasiones, finalmente nos dirigimos a nuestros puestos. Yo me armé de toda la paciencia que fui capaz de reunir y me quité de en medio tal y como habíamos acordado. Tendría que gestionar un sinfín de dudas e incertidumbre mientras los seres de escamas rastreaban el fondo marino y las zonas clave cercanas. Mientras eso sucedía, yo sólo podría esperar y rezar para que nada malo les sucediera. ¿Era aquello útil? Lo desconocía, pero daño no podía hacer.

Apenas habían pasado unos minutos cuando recibí la primera comunicación de Octojin. No había hecho ningún descubrimiento, pero había algo en las profundidades que no era normal. Había algo raro, fuera de lo habitual, que le hacía estar intranquilo. Nunca había estado a esa profundidad y nunca podría, por lo que no podía entender a qué se refería, pero asumí sus palabras como mía y sus sensaciones como hechos irrefutables. Otra cosa no, pero el gyojin tenía un sexto sentido en lo referente al mundo subacuático que era digno de estudio.

De nuevo, silencio y más espera. La paciencia como escudo y la tensión como arma. Respiré profundamente, permaneciendo oculto y caminando hacia el norte cuanto me permitió el peñasco. Caminé durante varios minutos, los cuales realmente habría sobrevolado en unos segundos si me hubiese quedado en el mismo lugar. Aquel movimiento no aportaba absolutamente nada, pero menos ayudaría quedándome quieto. Mis pies acababan de llegar al límite de las rocas cuando Octojin se comunicó de nuevo conmigo.

—Estoy en camino —dije al tiburón al tiempo que me precipitaba al vacío. En pleno vuelo mi cuerpo comenzó a arder de manera salvaje, envuelto en llamas azuladas con reflejos anaranjados que sirvieron de vientre para un colosal ave fénix. Cuatro metros de largo y no menos de seis de envergadura comenzaron a sobrevolar el mar a toda velocidad. Mis colas ondeaban a mis espaldas y el viento golpeaba mi rostro con furia, pero menos de la que yo tenía reservada para esos malnacidos—. Necesito que hagas alguna señal, hay muchas piedras —añadí sin dejar de mirar los peñascos y la superficie del mar.

Eso dije, pero no hizo falta, cuando quise darme cuenta un estruendo llegó hasta mí desde el mar. Descendí varios metros, comprobando que, efectivamente, la fuente era un barco que se bamboleaba de manera antinatural. El único responsable posible de eso era mi compañero, así que hice una última y rápida comunicación a través del Den Den Mushi antes de lanzarme a la ofensiva.

—Hemos localizado al enemigo, Tiberius. Tú y los tuyos os podéis retirar. No queremos más víctimas.

—Vale —respondió—, pero algunos de los chicos han encontrado más barcos apostados cerca. No parecen tener gyojin cautivos, pero están en la zona. Podrían ser refuerzos, ¿no?

—Podría ser, pero eso sólo es más motivo para que os retiréis y os pongáis a salvo.

Acto seguido corté la comunicación y, esta vez sí, me propuse inutilizar el barco desde arriba con el mismo tesón que Octojin empleaba desde abajo. La caída fue en picado y con las alas completamente plegadas a ambos lados de mi cuerpo. Me precipité como una exhalación, como una bomba cargada de furia y afán vengativo, pero cuando finalmente emergí desde lo alto me vi obligado a variar en parte lo que tenía pensado hacer.

Octojin estaba junto a los suyos y aparentemente había comenzado a liberarlos, pero algo se había torcido. En las cercanías, un sinfín de tiradores apuntaban hacia el grupo con las armas cargadas y el dedo en el gatillo. Un tipo en cubierta, que debía ser el líder de aquella sección, alzaba una mano con clara intención de coordinar los disparos. Eso sí que no.

Mi intención inicial había sido aterrizar con todo sobre la cubierta, dejando que mis alas desgarrasen el vientre del navío y que mis garras se clavasen hasta lo más profundo de su seno. Sin embargo, aquella situación revestía una complejidad mayor y me tuve que amoldar. Emití un agudo chillido de ave desde las alturas, atrayendo por un momento la atención de cuantos estaban allí. Fue sólo un instante, porque una voz de mando enseguida devolvió a todo el mundo a lo que estaba haciendo. Pero fue suficiente. Aterricé en la cubierta, hundiendo mis garras cuanto pude en la madera y favoreciendo que el suelo colapsase y que los seres abisales cayesen en las profundidades del barco. Por mi parte, me situé sobre ellos con las desplegada y formando una suerte de semicúpula con mis alas y el resto de mi cuerpo. No sucedería nada si me llevaba algún tiro que otro —más allá del dolor, claro— y de ese modo me podría asegurar de que estuviesen a salvo.

Efectivamente, a la orden de 'fuego' los percutores de las armas comenzaron a trabajar y el acero comenzó a golpear mi cuerpo a una velocidad desorbitada. No obstante, apenas aparecían las heridas las llamas azuladas las arropaban y mecían con su cálido abrazo. Los orificios abiertos en mi anatomía de ave cerraban tan pronto eran abiertos, llegando a dar la sensación de que mi cuerpo era atravesado sin que las balas realmente me hiriesen. Nada más lejos de la realidad, claro, pero no sería yo quien le restase mito a mi habilidad en una situación tan delicada y peliaguda como aquélla.

—Haced un agujero en el casco y escapad por mar, rápido —dije sin moverme de mi posición—. Una vez estéis fuera de aquí, Octojin y yo nos encargaremos de ellos.

Conforme iba hablando, me iba reposicionando para asegurarme de que mi cuerpo tapase por completo todo lo que sucedía en el agujero que había abierto en la superficie del barco. El estruendo de las órdenes y los disparos incesantes dificultaría que los enemigos escuchasen cómo la madera se quebraba —o eso esperaba— y, con algo de suerte, para cuando nos diésemos la vuelta y comenzásemos a pelear los gyojin ya se habrían ido y ellos ni se habrían enterado.
#22
Octojin
El terror blanco
Octojin estaba en tensión, con los sentidos alerta mientras los tiradores en cubierta apuntaban en dirección a los gyojins que se encontraba liberando. Su primer impulso fue posicionarse entre los cautivos y el peligro, listo para recibir los disparos si era necesario, pero entonces un destello lo distrajo. En un instante, Atlas apareció desde lo alto, envuelto en llamas azuladas y transformado en una imponente criatura alada. El tiburón apenas tuvo tiempo para procesar lo que estaba viendo cuando Atlas descendió en picado, aterrizando sobre la cubierta con un impacto brutal y dejando obnubilado al habitante del mar.

El tiburón apenas podía creer lo que veía. Atlas se extendió en una postura defensiva, cubriendo a todos los gyojins con sus alas, y en el momento en que los disparos comenzaron, la andanada de balas fue absorta por sus alas y atravesaron su cuerpo en una danza de fuego y metal. Sin embargo, casi al instante, las heridas desaparecían bajo el efecto de su habilidad curativa, las llamas azuladas cerraban cada orificio al contacto con una agilidad envidiable. Era como si las balas no pudieran tocarlo, y aquella imagen de invulnerabilidad dejó a Octojin impresionado. Si él tuviera esa habilidad... Nadie podría tumbarle jamás.

“Este tipo… es increíble” pensó para sí mismo, asombrado por la determinación y el poder de Atlas.

Con la cobertura asegurada, Octojin se puso en movimiento, acatando las indicaciones de Atlas de hacer un agujero en el casco para liberar a los gyojins. Sin perder tiempo, arremetió contra la madera con sus puños reforzados con haki, haciéndola astillarse bajo el impacto. Con cada golpe, el casco del barco cedía, y en pocos segundos logró abrir un boquete lo suficientemente amplio como para que los cautivos pudieran escapar al mar directamente. Los gyojins que aún tenían bridas en las muñecas se acercaron a él y, sin dejar de estar alerta, Octojin rompió cada atadura con rápidos movimientos, liberándolos de una vez por todas.

— ¡Al agua, rápido! — les instó, con la vista fija en los tiradores mientras algunos gyojins saltaron por el boquete que había creado. Al ver que todos estaban ya a salvo, se giró hacia Atlas y le dedicó un asentimiento decidido — Todo listo. Ahora es nuestro momento de ir a por esos tiradores. Me quedo los más cercanos, los de la derecha, ve tú a los alejados de la izquierda, que tardarás menos.

Y, sin esperar una respuesta, Octojin emergió de la zona cubierta por las alas de Atlas y se lanzó hacia el primer grupo de tiradores. Sus músculos se tensaron mientras avanzaba, manteniendo el haki de armadura en sus puños, y el impulso de sus piernas lo catapultó con una velocidad feroz. Al llegar junto a uno de los enemigos, soltó un golpe directo sobre su rostro que impactó con una fuerza brutal, derribando al tirador y lanzándolo varios metros hacia atrás. Antes de que el resto pudiera reaccionar, Octojin ya había alcanzado al siguiente, lanzándole una patada descendente que lo hizo desplomarse contra el suelo de madera con un crujido resonante. Y, seguidamente y con una fluidez que denotaba los años de práctica con el karate, lanzó un puñetazo sobre el caído a la altura del pecho, dejándolo inconsciente.

Sin embargo, los tiradores no se quedaron de brazos cruzados. Algunos lograron apuntarle y disparar en cuanto notaron su presencia, mientras que otros ganaban algo de tiempo mientras recargaban munición, pero con la vista en el escualo. Octojin sintió el ardor de una bala rasgándole el costado y otra perforándole el brazo derecho, pero apenas le prestó atención. Su adrenalina estaba por las nubes, y cada herida lo impulsaba a seguir luchando con más ferocidad. El habitante del mar gruñó entre dientes, mientras avanzaba hacia los siguientes tiradores, notando cómo un hilo de sangre iba dejando un rastro en su cuerpo que evidenciaba que la pelea iba en serio. Cada vez que se movía lo hacía con la mayor agilidad que podía, a gran velocidad y realizando movimientos erráticos que dificultasen el tiro a los tiradores.

La cubierta se convirtió en un campo de caos. Octojin, con su imponente figura, se movía con rapidez entre los enemigos, esquivando algunos disparos y resistiendo otros, lanzando golpes que dejaban fuera de combate a cada tirador que se cruzaba en su camino. Ni siquiera había sido consciente de que eran tantos, al verdad. La sangre le corría por el brazo herido y sentía el escozor en el costado, pero su enfoque estaba fijo en reducir el número de enemigos y proteger a Atlas y a los gyojins que escapaban. Que por cierto, ¿hacia dónde se dirigirían? Si eran inteligentes, irían hacia la base, donde estaban el resto. Pero el no haberles dicho nada seguramente fuese un error. Ojalá que no fuese uno fatal.

En un momento de pausa, echó un vistazo hacia Atlas, que estaba danzando con su katana mientras tenía a algunos tiradores disparándole en vano. La resistencia de su compañero, así como su compromiso con proteger a los gyojins, le inspiraba hasta unos niveles que no se terminaba de creer. Aquello no era solo una misión; era una batalla de vida o muerte, y cada uno de ellos estaba dando lo mejor para asegurar que esos cautivos regresaran al mar donde pertenecían. Quitándolos de las garras de aquella terrible organización que no tenía pinta de querer cesar sus operaciones con seres vivos. Quizá los gyojins eran solo una de las tantas especies con las que comercializaban. ¿Quién diablos compraría esa mercancía? ¿Para qué? Eran preguntas sin respuesta en la cabeza del tiburón, que negó un par de veces con la cabeza para volver a centrarse en el combate.

Octojin volvió a la carga, arrasando con los últimos tiradores que quedaban en su rango. Uno de ellos intentó recargar su arma, pero el gyojin se lanzó sobre él y lo derribó con un potente puñetazo, dejándolo inconsciente de un solo golpe. Tanto odio y tan poca puntería. El escualo
escupió algo de sangre, observando a los enemigos desparramados por la cubierta, incapacitados o rindiéndose.

Con la situación en la cubierta relativamente controlada, Octojin retrocedió hasta el boquete en el casco, lanzando una última mirada al mar donde los gyojins ya no se encontraban visibles, probablemente en la seguridad de las aguas profundas. Satisfecho, levantó la vista hacia Atlas, cuya presencia había sido vital en aquella operación, y buscaría si necesitaba ayuda. El tiburón estaba herido, pero satisfecho. Habían conseguido parar el primer golpe de aquellos piratas. Y, con suerte, sería el único. Aunque el viejo que había intentado negociar con ellos tenía aspecto de sabérselas todas, y algo le decía al gyojin que aquello no acababa así. Aunque ojalá se equivocase.
#23
Atlas
Nowhere | Fénix
Perdí la cuenta de cuántas balas perforaron mi cuerpo en la número doce. No porque hubiese decidido dejar de contar, no, sino porque comenzaron a llegar todas a la vez a un ritmo tan frenético que mi mente no alcanzaba a ponerlas en orden para contarlas. Aun así me mantuve estático en mi posición. Procuré que las alas permaneciesen expandidas cuan anchar eran, cubriendo todo el área posible para que, en efecto, Octojin abriese la ruta de escape para los suyos.

Cuando finalmente me dio el aviso de que lo había conseguido sentí un gran alivio. No sólo porque al fin me fuese a librar de recibir un balazo tras otro, que también, sino porque de una vez por todas estaría en disposición de revolverme contra ellos y darles su merecido. En mi posición no podía ver qué tenía a mis espaldas. Por ello, cuando Octojin se aseguró de que no había más cautivo por debajo de nuestra posición e hizo el reparto de objetivos, acepté su decisión como si fuera mía: para mí los de la derecha.

Serví como parapeto para que el tiburón pudiese escoger el momento y el punto exacto por el que abandonar el área de protección que le brindaba. En cuanto se hubo puesto en marcha liberé un nuevo chillido que anunciaba que estaba preparado para la batalla. Batí las alas con violencia, dejando que éstas se hundieran aún más en la cubierta de la embarcación, y volví a alzar el vuelo con  una trayectoria ligeramente curva. Con ello buscaba encontrar una buena posición desde la que enfrentarme a mis oponente. Desplazándome en esa dirección, por otro lado, les obligaba a tener que seguirme con sus miradas y sus armas, lo que libraba a Octojin de convertirse en el blanco de algunos tiradores. Ya bastante tenía con los que le correspondía como para encima tener que aguantar a los míos.

Volé a alta velocidad mientras realizaba un movimiento circular y en cierto modo en envolvente en torno a los criminales. No fue hasta que estuvieron situados entre el tiburón, a lo lejos, y yo que me lancé a la ofensiva. Me posicioné a su altura y avancé hacia ellos con las alas desplegadas. En ningún momento hice esfuerzo alguno por convertirme en un blanco más difícil de acertar. No me afané por lograr que sus proyectiles no me diesen ni muchísimo menos. Por el contrario, me aseguré de que fueran capaces de hacer blanco en mí simplemente con tener un poco de puntería. ¿Que por qué? Aquellos tipos debían saber que los actos tan atroces que llevaban a cabo tenían sus consecuencias, que en el momento en que se pasasen de la raya alguien a quien no podían derrotar iría a darles una lección. En este caso ese alguien sería yo.

Las balas de acero continuaron abriendo agujeros en mi cuerpo que se cerraban a una velocidad abrumadora, con toda seguridad frustrante para quienes las disparaban. Eso sólo me empujó a seguir adelante con mis intenciones. Cuando llegué a la altura de los enemigos hice un esfuerzo consciente por desplegar mis alas al máximo. No fueron pocos los enemigos que sufrieron cortes de diversa profundidad en su cuerpo, si bien ninguno llegó a morir. Otros, por su parte, decidieron que no les merecía la pena permanecer estáticos e intentar evitar e tajo y se hicieron al mar a toda velocidad. Pero aquello no fue suficiente. Por mucho área que pudiese cubrir, los tipos estaban lo suficientemente separados como para que no les alcanzase a todos. Ello provocó que tuviese que girar sobre mí mismo para repetir la maniobra en varias ocasiones más, todas ellas con resultados similares.

No fue hasta que ni uno solo de esos tipos estuvo en condiciones de seguir luchando que finalmente me detuve, comenzando a continuación un proceso de pesca en el que mis patas fueron sacando uno a uno a los sujetos del mar. Los iba dejando sobre la cubierta, junto a Octojin, de dos en dos o de cuatro en cuatro, según a cuántos conseguía pescar. No tenía ninguna duda de que ninguno de ellos sería capaz de escapar de la vigilancia del ser de escamas o de los métodos que emplease para inmovilizarles. Aquellos criminales, como todos, debían ser detenidos, juzgados y, probablemente, condenados en base a los delitos que hubiesen cometido. No eran pocos, así que lo más probable era que no viesen la luz del sol en bastante tiempo.

—Creo que no queda ninguno de los que estaban en mi zona —dije después de realizar un par de barridos sobre el mar en torno a la zona en la que había ocultado el barco. Si alguien se había conseguido escapar, ya no podría encontrarle—, pero los veo muy tranquilos.

Al aterrizar de nuevo en la cubierta había adquirido mi forma humana, haciendo un gesto al escualo para que se aproximase a mi posición y que no nos pudiesen escuchar. Efectivamente, habían puesto resistencia pero el rescate en sí mismo no había entrañado demasiada dificultad. Vale que en otro contexto y con otras personas encargadas de la operación todo podría haber salido mucho peor, pero no era eso el asunto a tratar.

—No sé, ese tipo estuvo muy tranquilo en todo momento y esta gente tampoco parece estar demasiado preocupada. ¿Les da igual que les arresten? No lo entiendo, pero es bastante sospechoso. Ese tipo tenía muchos años encima y la cara de haberse enfrentado a todo tipo de situaciones. Además, a pesar de estar en una situación muy comprometida ¿no crees que ha aceptado una suma muy pequeña de dinero por tantos gyojins? Estoy seguro de que con eso ni siquiera cubre los gastos que haya tenido para darles caza. Tiene que haber algo más.

Siguiendo con mi razonamiento, me dirigí a la zona en la que Octojin había inmovilizado a los miembros atrapados del grupo criminal. Mi mirada pasó de uno a otro, escrutando sus rostros en busca de algo que me indicase que al menos había un atisbo de duda en ellos. Nada. Por más que miraba sólo veía fría indiferencia y tranquilidad. ¿Y si estaban así de relajados porque tenían un seguro que les cubría las espaldas? No era descabellado. De hecho, poniéndome en la cabeza del enemigo era un plan bastante inteligente. Si existía la posibilidad de jugar la partida con un comodín, ¿qué clase se tipeji sin escrúpulos no lo utilizaría?

—Hay más, ¿verdad? —salté súbitamente al tiempo que me ponía en cuclillas frente a uno de los enemigos que había saltado al mar durante mis ofensivas—. Más prisioneros ocultos en algún lugar. Estos sólo eran unos pocos y nos los habéis puesto en bandeja para poder continuar con el negocio sin que nos demos cuenta, ¿a que sí?

El hombre no respondió ni sus ojos revelaron el acierto o desatino de mi suposición. Había sido nada más y nada menos que pura intuición, aunque había quien decía que la intuición como tal no existía, sino que era la interpretación inconsciente de una serie de patrones corporales que percibíamos sin darnos cuenta. Tomando esto en cuenta, si se le daba veracidad a esa teoría, la intuición realmente sería de los elementos más empíricos a tener en cuenta a la hora de valorar una decisión o la interpretación de una conducta. Se podría decir que algo así es lo que me estaba sucediendo en aquellos momentos con aquel tipo.
#24
Octojin
El terror blanco
Octojin, aún recuperándose de la batalla y sin dejar de observar a los criminales, observaba cómo Atlas pescaba del mar a cada uno de los marines que había intentado escapar de sus ataques. Aquél espectáculo era increíble. Los sacaba con una facilidad impresionante, como si fuera un trabajo rutinario, y luego los lanzaba a la cubierta del barco para que el tiburón los acabase de inmovilizar. Aunque generalmente el impacto que recibían desde arriba era suficiente para dejarlos medio incoscientes.

Sin perder tiempo, el gyojin se lanzó sobre el primero que cayó a la cubierta. Con una precisión meticulosa, lo golpeó en la sien, dejándolo inconsciente por completo. Luego, usó una cuerda que había encontrado previamente, cortándola en secciones para atar firmemente los pies y las manos del pirata. Aseguró los nudos con fuerza, sabiendo que estos hombres eran tan escurridizos como peligrosos. Con uno fuera de combate, se preparó para el siguiente.

Atlas continuó arrojando piratas a la cubierta, y Octojin repitió el proceso en cada uno de ellos. Golpes precisos y ataduras firmes. Sabía que no podía arriesgarse a que alguno lograra soltarse y alertara al resto de los posibles cómplices. Cuando terminó de amarrar al último, Octojin tomó un momento para mirar su trabajo, una fila de piratas capturados y perfectamente inmovilizados.

En cuanto vio a Atlas sobrevolar la zona buscando si se le había pasado agarrar a alguno, sacó su Den Den Mushi y se preparó para hacer una llamada importante. Era momento de contactar con el cuartel en Loguetown.

— Aquí Octojin, brigada L-42 —dijo al pequeño caracol que hacía de receptor—. Tenemos varios piratas capturados en la zona norte, cerca de un peñote en Oykot. Son culpables de crímenes de esclavitud y necesitamos un barco para transportarlos a una prisión adecuada. Contacten con la base marina más cercana y que envíen refuerzos de inmediato, por favor.

El Den Den Mushi replicó con un tono afirmativo, prometiendo que la solicitud sería procesada rápidamente y que un equipo estaría en camino en la mayor brevedad posible. Ojalá esa brevedad fuera cierta y no tuvieran que esperar mucho. El gyojin colgó, satisfecho de saber que aquellos criminales estarían pronto entre rejas.

Atlas, en su forma humana, descendió a la cubierta y se acercó a él. Octojin notó la calma y seriedad en su rostro, pero también captó un brillo de desconfianza. Su compañero de brigada lo llamó a un lado, lejos de las miradas del resto de los humanos. Claramente quería discutir algo importante, así que el habitante del mar se aproximó para escuchar lo que tenía que decir.

El fénix explicó sus sospechas, su instinto de que algo andaba mal en toda esa situación. La tranquilidad de los piratas cautivos, la suma ridículamente baja que el anciano había aceptado, y la sospechosa calma con la que se habían manejado durante todo el trato. Lo cierto es que todo aquello junto, eran señales evidentes de que algo no cuadraba. Aquello había sido demasiado fácil, y Atlas estaba convencido de que algo más estaba ocurriendo.

Octojin asintió mientras escuchaba, cruzándose de brazos y observando a los piratas inmovilizados con el ceño fruncido. La teoría de Atlas tenía sentido. Mucho. Había algo demasiado complaciente en esos hombres, como si supieran que, en realidad, ellos mismos eran piezas descartables en un plan mucho más grande. ¿Pero en qué mundo uno asume eso? ¿Tan seguros estaban de su plan?

—Tienes razón, Atlas. Esto… apesta —gruñó a la par que daba algunos pasos hacia adelante y se inclinaba sobre uno de ellos, que yacía inconsciente pero con una expresión relajada—. Estos tipos no tienen miedo de lo que les vaya a pasar. Eso es muy raro en alguien que sabe que va a una celda.

Atlas se aproximó a uno de los hombres y lo observó con una mirada escrutadora, como si quisiera descifrar algo en sus rasgos que pudiera darle una pista. Se agachó cerca de uno de los piratas y dijo sus pensamientos en voz alta.

—Si esto es un cebo… entonces el resto de los gyojins están en otro lugar —La simple idea hacía que todo encajara. La negociación, los términos tan fáciles, la actitud de los capturados. Octojin miró a Atlas con una expresión que era tanto de comprensión como de alarma—. Creo que nos han tendido una trampa. Nos distrajeron para proteger lo que de verdad les importa.

El tiburón comenzó a pasearse por la cubierta, moviendo las manos nerviosamente mientras analizaba la situación. La posibilidad de que les hubieran engañado desde el principio lo enfurecía, pero también lo hacía reflexionar sobre el siguiente paso. Tenían varias tareas a la vez y una sola oportunidad de actuar bien.

Octojin miró a Atlas con seriedad. Tenían cuatro cosas importantes por resolver, y todas requerían de atención inmediata. Primero, debían asegurarse de que los gyojins que habían liberado hubieran llegado a salvo al campamento. Aquella le parecía la más prioritaria, así como la más rápida de comprobar. La posibilidad de que el camino también hubiera sido una trampa le preocupaba. Luego, estaba el hecho de qué estarían haciendo los piratas liderados por aquél hombre mayor. Por otro lado, tenían que decidir qué hacer con los prisioneros inmovilizados que habían capturado en la cubierta. Y por último, debían confirmar si realmente existían más gyojins en algún lugar oculto, y si era así, debían actuar rápido para liberarlos. Esto último era lo más complejo con diferencia.

—Se nos acumula el trabajo, Atlas. Podríamos dividirnos, pero no estoy seguro de que sea lo más seguro. Tenemos que verificar si los gyojins están bien, y también hay que investigar lo que pasó con el primer barco. Además, si hay otro grupo de gyojins en peligro, lo cual parece cada vez más probable, tenemos que descubrir dónde están. He llamado a la base de Loguetown para que se pongan en contacto con la base más cercana y traigan un barco para transportar a esta escoria... Pero a saber lo que tardan.

El silencio entre ambos se extendió por un momento, mientras cada uno meditaba sobre cuál debía ser el siguiente paso.

—Podríamos arriesgarnos a dejar estos piratas aquí —dijo Octojin finalmente, con una chispa de determinación en su mirada—. La marina está en camino, y dudo que alguien venga a rescatarlos ahora mismo. Mientras tanto, podríamos acercarnos a investigar en la dirección opuesta. Quizá encontremos una pista de los otros prisioneros.

La idea de dejar a los piratas a merced de la marina era arriesgada, pero cada minuto contaba. La posibilidad de encontrar a más gyojins cautivos les daba una razón de peso para tomar el riesgo. Aunque, sinceramente, el escualo no tenía muchas esperanzas en traerlos. ¿Quién se arriesgaría a traer toda la mercancía cuando solo ibas a entregar una parte?

La mente le decía una cosa y el corazón otra. Y seguramente sería Atlas quien tuviese que mediar en ese conflicto. El gyojin no podía permitirse no buscar a sus hermanos de sangre. Aunque algo le decía que no estarían allí.
#25
Atlas
Nowhere | Fénix
Octojin tenía mucha razón. Había muchas cosas que hacer y muy pocas manos para llevar a cabo tantas tareas. Tal vez fuese un momento para hacer una pausa, regresar a Oykot y solicitar refuerzos del resto de miembros de la brigada. Aunque, bien pensado, lo óptimo realmente era intentar emplear el menor número de recursos posible. Con esa idea en mente, miré a Octojin y a los prisioneros alternativamente mientras intentaba pensar una solución.

—Sí, es verdad que son muchas cosas —musité a media voz, mirando a los prisioneros como si de un rápido vistazo pudiese comprobar que estaban bien inmovilizados—, pero tal vez haya una forma de hacerlas todas. En primer lugar, creo que lo más razonable es que seas tú el encargado de asegurarte de que los tuyos han llegado en buenas condiciones con Tiberius y los demás. A la ida o a la vuelta, cuando prefieras, puedes hacer un pequeño desvío para comprobar si ese viejo y su tripulación siguen en la zona. No estaban demasiado lejos del asentamiento gyojin, así que no debería retrasarte demasiado. Después de dejarles la madera pude ver que parecían saber lo que se hacían, así que algo me dice que ya no estarán allí... Pero no está de más comprobarlo.

Hice una pausa, valorando si decirle a Octojin que el motivo por el que consideraba que esa debía ser su tarea, además del expresado, era que enviarle a buscar más prisioneros podía resultar incluso contraproducente. Sí, después del mal trago que estábamos pasando juntos lo mínimo que le debía era un poco de sinceridad:

—Además, no creo que sea buena idea que seas tú el encargado de buscar la posible localización de los demás, si es que existen. Me temo que ante la más mínima sospecha te vas a lanzar a por ellos sin importar cuál sea la situación y eso podría meternos y meterles en un problema aún mayor. ¿Lo entiendes? —Hice una pausa para que el tiburón pudiese dar su opinión, reanudando mi discurso a continuación—: Ese viejo llegó desde el noroeste si no recuerdo mal, ¿no? Intentaré ir en esa dirección y buscaré cualquier rastro de actividad en islas cercanas o el propio barco de esa panda de desgraciados, ¿te parece? Antes de irnos nos aseguraremos de que ninguno de estos se pueda mover y comprobaremos que no tienen nada que puedan usar para liberarse de las cuerdas. Son bastantes y nos llevará algo de tiempo, pero la seguridad de que no habrán escapado cuando volvamos no tiene precio, ¿no crees?

Era el momento de poner un poco de pausa. Urgía y apremiaba la necesidad de rescatar a todos los cautivos, eso estaba claro, pero debíamos jugar bien nuestras cartas. Eran, desgraciadamente, tanto el sustento de los criminales como lo único que impediría que, en caso de que les encontrásemos, fuésemos a por ellos sin guardarnos nada. Estaban cautivos, de acuerdo, pero eran necesarios. Para ser necesarios debíamos representar una amenaza, y con un tiburón poseído por la angustia y la sed de rescata apresado perderíamos mucha capacidad de hacer presión. Sí, al menos parecía que mi razonamiento no iba desencaminado.

Tal y como había dicho, me dispuse a comprobar que, uno por uno, todos los tipos que había atado Octojin no tenían elementos cortantes en los bolsillos ni cerca con los que poder deshacer los nudos. Nos aseguramos de atarlos unos a otros de manera que incluso moverse unos centímetros resultase una tarea titánica. Hasta que no nos cupo duda alguna de que todo estaba bien afianzado no propuse ponernos en marcha.

El problema que no había comentado, claro, era que en ocasiones tenía cierto problema con la orientación espacial. En consecuencia, cuando quise darme cuenta había alzado el vuelo y no tenía ni idea de si iba hacia el sur, hacia el norte o hacia dónde. Bajo mis alas se seguían sucediendo los peñones y los islotes próximos al Reino de Oykot, pero no tenía para nada claro en qué punto quedaba el barco que acabábamos de abandonar. Bueno, siempre podría buscarlo más adelante. Lo importante era rastrear la zona.

Sobrevolé el mar, la tierra y las piedras. En ocasiones me escondía entre las nubes o sobre ellas para emerger de nuevo unos instantes después, siempre rastrando por debajo de mi posición en busca de una embarcación en mal estado que estuviese intentando alejarse de Oykot. No fue hasta transcurridos unos veinte minutos que al fin divisé mi objetivo. Precisamente en ese momento estaba arrojando las anclas no demasiado lejos de un pequeño islote rocoso repleto de árboles. Seguramente habrían estado operando desde allí durante las últimas semanas, así que lo más razonable era pensar que todos los prisioneros se encontrasen en la zona. Habiendo conseguido la información, sólo tenía que regresar al punto de encuentro —el barco con los criminales capturados— y comentar al situación con Octojin. Si por su parte no había ningún inconveniente, tal vez fuese el momento de solicitar refuerzos al resto de la brigada. Sin embargo, antes de eso había un gran problema que resolver: ¿por dónde se volvía?
#26
Octojin
El terror blanco
La sinceridad en las palabras de Atlas le resultó reconfortante a Octojin. Era justo lo que necesitaba; alguien que le recordara la importancia de ser cauteloso, sin perder de vista el objetivo. Alguien que mediase en su batalla interna, que se pusiera en medio de su corazón y su mente y le dijese lo que se veía desde fuera. Asintió, reconociendo la sabiduría en las palabras de su compañero.

—Tienes razón —respondió, mirándolo con firmeza—. Lo primero es asegurarme de que los gyojins están bien. Si han llegado sanos al campamento, tendremos una tarea menos. Y con suerte, si somos rápidos, estos piratas ni siquiera tendrán oportunidad de escapar. —Octojin lanzó una mirada gélida a los prisioneros atados en la cubierta, que aún estaban incoscientes—. Nos aseguraremos de dejarlos tan bien inmovilizados que no tendrán oportunidad de huir ni aunque despierten.

Sin esperar más, Octojin dio un último asentimiento a Atlas antes de lanzarse al agua. Las olas se cerraron a su alrededor, y la sensación de estar en su ambiente natural le dio un renovado sentido de claridad, que era justo lo que necesitaba. Se impulsó con fuerza, dejando que la corriente y su velocidad lo llevaran hacia la zona donde esperaba encontrar a los gyojins y a Tiberius. Navegó rápidamente, deteniéndose aquí y allá para buscar señales de vida o algún rastro de sus compañeros.

Tras varios minutos de búsqueda, Octojin finalmente divisó a Tiberius, quien avanzaba hacia el antiguo campamento con una expresión tensa pero determinada. Con una simple señal, ambos entendieron que iban en la misma dirección. Nadaron juntos hasta llegar al lugar, donde Octojin respiró aliviado al ver que los gyojins rescatados habían llegado sanos y salvos. Sin embargo, la escena era un recordatorio sombrío de los horrores que habían vivido. Aquello le heló más el corazón de lo que había conseguido el agua. Algunos de los gyojins temblaban de miedo, mientras que otros tenían heridas visibles que estaban siendo atendidas como podían. Pero lo cierto era que todos tenían en su interior ese trauma fruto de sus captores. Octojin apretó los dientes al ver la desesperación en sus rostros; el miedo y el dolor eran palpables. No se atrevió a preguntar. Era demasiado pronto. Tiberius se acercó a Octojin y señaló a algunos de los gyojins rescatados.

—De los doce que hay aquí, solo conocemos a tres. El resto… no son de nuestro asentamiento. —La revelación lo dejó helado, pero no por el frío del agua, sino por la magnitud de lo que aquello implicaba. Si solo conocían a tres de los rescatados, eso significaba que aquellos traficantes habían capturado gyojins de otros asentamientos también. Aquello no era un incidente aislado, sino una operación mucho más extensa.

Con el ceño fruncido y el corazón ardiendo de indignación, Octojin puso una mano en el hombro de Tiberius, mientras intentaba medir sus palabras y en su interior la ira corría a una gran velocidad.

—Prometo que regresaremos. Haremos que estos bastardos paguen por cada uno de sus crímenes. Solo mantén a todos seguros aquí mientras acabamos con esto. —Con una última mirada a los gyojins rescatados, Octojin dio media vuelta y se lanzó de nuevo al agua, rumbo al punto de encuentro en el barco donde había dejado a Atlas.

A medida que nadaba de vuelta, la determinación y el coraje lo impulsaban a ir más rápido. No tardó mucho en alcanzar la embarcación donde los piratas seguían inmovilizados, varios de ellos aún inconscientes y un par empezando a despertar, aunque con una mirada perdida y aturdida. Octojin subió a la cubierta y comprobó que los nudos seguían firmes y los prisioneros tan incapacitados como los habían dejado. Lanzó una mirada de desprecio a los piratas y esperó pacientemente a que Atlas regresara de su búsqueda.

Pasaron varios minutos en los que Octojin revisaba constantemente la inmovilización de los piratas, asegurándose de que ninguno tuviera la menor posibilidad de deshacerse de sus ataduras. Finalmente, divisó la silueta familiar de Atlas descendiendo hacia la embarcación. La expresión en su rostro dejaba claro que había encontrado algo importante. Cuando Atlas aterrizó, Octojin se acercó de inmediato, listo para escuchar el informe de su compañero, pero antes necesitaba compartir su información, o de lo contrario, temía explotar.

—Esto es mucho más grande de lo que imaginábamos —murmuró Octojin, con la voz llena de furia contenida—. Si ese viejo está detrás de esto, no solo traficaba con este asentamiento… Sino que se está lucrando a lo grande. No podemos perder tiempo. Necesitamos refuerzos para acabar con esto de una vez por todas. Tiberius me ha dicho que de todos los gyojins liberados, solo tres son de este asentamiento. Al resto no les conocen, y parecen aturdidos y traumados, no abren la boca... No me he atrevido a preguntarles nada, solo viéndoles las caras te haces a la idea de lo que han pasado. Lo que les habrán hecho...

Entonces, el gyojin dejaría que su compañero diese el parte de lo que había divisado desde la altura, y una vez lo hiciera, tendrían claro qué paso venía después. Ambos sabían que la mejor opción era llamar a los suyos para reforzar la operación. Aquello había escalado demasiado, y ya no podían permitirse dejar cabos sueltos. Ellos dos solos ya no eran suficientes como para superar la misión.

—Voy a pedir refuerzos de la brigada —dijo Octojin, tomando su Den Den Mushi y sintonizándolo para contactar con Ray, pero éste no descolgó su Den Den, hizo lo propio con Takahiro, pero tampoco hubo suerte.

Con cierta resignación, decidió entonces comunicarse de nuevo con sus superiores. Sabía que su petición sería atendida rápidamente debido a la magnitud de los crímenes que habían descubierto.

Cuando estableció la comunicación, relató brevemente la situación, enfatizando en que ya había solicitado refuerzos hacía unos minutos para capturar a todos los implicados, y argumentando que ahora debían liberar a cualquier otro gyojin que pudiera estar en cautiverio. La marina respondió afirmativamente, comunicando que ya había un barco marine por la zona y que le habían mandado las coordenadas de su ubicación. También iban a hablar personalmente con la L-42 para que llamasen a Atlas y pudiesen tener esa comunicación que querían. Octojin colgó y se volvió hacia Atlas, con la convicción de que juntos lograrían terminar con aquella operación.

—Todo listo. Estos piratas estarán entre rejas pronto —le informó, aunque ambos habían escuchado la conversación.

La resolución de Octojin se había solidificado aún más. Ahora, su objetivo no solo era rescatar a los suyos, sino también acabar con la red de tráfico que había sometido a tantos de los suyos y posiblemente a otras criaturas marinas o razas. Con Atlas a su lado y el respaldo de la marina, sentía que finalmente tenían las herramientas necesarias para hacer justicia.

—No escaparéis de esto. Pagaréis por lo que ha hecho —finalizó, como si los humanos inconscientes sobre la cubierta del barco pudieran oírles.

Luego, junto a Atlas, se preparó para el próximo paso. Sabía que la llegada de los refuerzos sería el punto de inflexión en esta batalla. Y la llamada de los suyos se daría pronto.
#27
Atlas
Nowhere | Fénix
Sí, estaba claro que me había perdido por completo. Todas aquellas piedras me resultaban demasiado similares entre sí y no era capaz de identificar dónde se encontraban con respecto a mí en el vuelo de ida. Mi angustia crecía por momentos, viéndome incapaz de retornar al punto de encuentro para poner al día a Octojin y decidir de manera conjunta cuáles debían ser nuestros siguientes pasos. Al menos no podía perderme del todo, porque si en algún momento dejaba de ver islas y peñones me daba la vuelta y volvía a estar perdido, pero sobre la zona en cuestión.

Pasé más de quince minutos dando vueltas sin criterio alguno, volando cuan rápido podía y escrutando desde los cielos la superficie del mar cercana a los islotes. El objetivo era bien sencillo: identificar el navío en cuestión. Fueron el simple azar y mi insistencia los que me llevaron a, finalmente, dar con la embarcación. Aliviado, liberé todo el aire que inconscientemente había mantenido en mis pulmones como consecuencia de la tensión almacenada e inicié el descenso.

Al contrario que durante los enfrentamientos, no bajé de forma abrupta, en picado ni plegando por completo mis alas. Por el contrario, aleteé suavemente y dejé que mi cuerpo se fuese aproximando poco a poco a la cubierta. Eran vuelos como aquél los que verdaderamente me hacían sentir libre. Allí en lo alto todo era diferente, las cosas relevantes aparentaban serlo menos y las preocupaciones eran más fáciles de dimensionar. Asuntos como el que nos atañía conservaban su relevancia, claro, pero eran esos pequeños problemas e inseguridades los que se tornaban insignificantes.

Más tranquilo después de dar con el punto de encuentro, finalmente aterricé en la cubierta. Lo hice ya como humano, realizando una rápida transición en el aire que se desarrolló en una distancia de apenas un par de metros. Las alas de mi espalda, mis garras y las llamas de mi cuerpo desaparecieron. Las colas azuladas con reflejos anaranjados que habitualmente ondeaban al aire se consumieron junto al resto del fuego de mi cuerpo, dejando sobre la madera lastimada por el enfrentamiento previo a un simple humano.

—Creo que he encontrado el sitio donde se ocultan. Es otro peñón, pero parece un poco más fácil de defender que éste y allí se podrían ocultar con más facilidad. Han elegido bien desde el punto de vista estratégico, eso está claro.

Obvié que en esos momentos no tenía la menor idea de cómo demonios volver al mismo punto, aunque confiaba en que los brillantes miembros del departamento de inteligencia pudiesen dar con un islote que cumpliese las características que había enunciado. De cualquier modo, lo más preocupante eran los datos que había confirmado el tiburón. Efectivamente, no sólo había más prisioneros, sino que la mayoría de los que habíamos rescatado ni siquiera pertenecían a la colonia que había pedido nuestra ayuda. ¿Cuánta gente podrían mantener cautiva esos desalmados? Respiré hondo, dejando que el escualo terminara de hablar antes de proceder a calmarle en la medida de lo posible. Cuál fue mi sorpresa al comprobar que, contra todo pronóstico, el gyojin se controlaba y decidía optar por la vía que más probabilidades tenía de éxito: solicitar refuerzos al resto de la brigada.

Sin dejar de escupir bilis hacia los prisioneros —los nuestros—, en su mayoría aún inconscientes, intentó contactar con Ray y Taka sin éxito. Al no recibir respuesta, procedió a hacer lo mismo con la central. Ahí sí le atendieron, claro, pero le indicaron que nos mantuviésemos atentos a nuestros Den Den Mushis. Tuvimos que aguardar un buen rato hasta que mi molusco comenzó a vibrar y pronunciar un familiar 'burup burup'.

—Atlas —dije inmediatamente, recibiendo una respuesta con la voz de Ray.

—Nos han llamado desde la central diciendo que no podíais contactar con nosotros. Ha debido haber algún problema con las comunicaciones, porque estamos pegados a los Den Den Mushis en todo momento y aquí no ha sonado nada. ¿Ha habido algún problema?

Procedí a poner al día al líder de la brigada, necesitando la ayuda de Octojin porque, por desgracia, tendía a que datos importantes se me quedasen en el tintero. No lo hacía de manera intencionada, claro. Simplemente tendía a ser un poco disperso, despistado, y eso tenía sus consecuencias. Fuera como fuese, entre los dos conseguimos terminar de montar la historia de manera satisfactoria.

—Vale, nos habían puesto sobre aviso desde la central de que las cosas podrían ir por ahí. Nos han autorizado el desplazamiento desde Oykot hasta el peñón, pero nos han dado indicaciones de en primer lugar traer a los prisioneros hasta aquí para que sean recogidos por otro barco. Una vez se haya producido la entrega podremos partir todos juntos hacia el objetivo, ¿de acuerda? No llevará más de unas horas.

—De acuerdo, vamos en camino. Los criminales están en buenas condiciones en su mayoría, aunque hay alguno que otro que se ha llevado un buen guantazo de un tiburón de cuatro metros de alto.

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#28
Tema cerrado 


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