¿Sabías que…?
... Garp declaró que se había comido 842 donas sin dormir ni descansar porque estaba tratando de batir un récord mundial. ¿Podrás superarlo?
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[Común] [C-Presente] Mareas de cambio / Octojin
Asradi
Völva
No se esperaba aquello para nada. No viniendo del tímido Octojin. El cuerpo del escualo, enorme en comparación con el suyo, la rodeó de una manera tan delicada y cuidadosa que Asradi se estremeció y no dudó en devolverle el gesto, acurrucándose contra el cuerpo de Octojin. Podía notar sus manos alrededor suya, abrazándola como si temiese romperla. Hacía tiempo que no se sentía como en ese momento, con ese calor que la invadía de manera agradable. Aunque, ahora mismo, era una sensación un tanto agridulce. No quería ser deshonesta con el gyojin, pero había cosas que todavía no podía contarle. Ese pensamiento provocó que estrechase un poco más el abrazo en torno a él, cerrando los ojos y apoyando la mejilla contra su escamosa piel. Si por ella fuese, podría estar así todo el rato, sin que nadie más les molestase, durante horas y horas.

Yo tampoco quiero separarme de ti, Octo... — Murmuró, estrechando más los dedos en torno a él.

El cuerpo del escualo la protegía, ahora mismo, de cualquier cosa que pudiese amenazarles. Pero, por desgracia, era incapaz de protegerla de sus pensamientos. De todo el equipaje emocional que llevaba encima. Sintió las manos contrarias sobre su piel, cálidas y sinceras y apretó la mandíbula, soltando un pequeño suspiro cuando, tras varios segundos, ambos cuerpos se separaron. Los ojos de la sirena siguieron a Octojin cuando éste puso algo de distancia entre ambos.

Se había sentido tan bien con tan solo ese gesto...

Y se sentía tan bien el mirarle y ver esa amplia sonrisa llena de dientes afilados. Ese único gesto le hizo sonreír también a ella, de manera ahora un poco más cohibida a pesar de todo el carácter que tenía. Finalmente, volvieron a tomar acomodo y a degustar las huevas. Eran un manjar poco común y, aunque estaban deliciosas, Asradi todavía tenía ese runrun en la cabeza. Detestaba tener que engañarle o, más bien, tener que ocultarle cosas. Y detestaba todavía más el hecho de que, por desgracia, sabía que tendrían que separarse, por mucho que ella no lo desease.

No me parece una locura que te quieras alistar en la Marina, Octojin. — Esta vez fue ella quien decidió aclarar ese punto. Quizás retomar la conversación le ayudaría también a aclarar sus propias ideas. — Sobre todo si lo que quieres es ayudar. Y me parece muy loable que lo hagas por los nuestros. Por todos aquellos que sí desean esa mejora, ese cambio, y no pueden hacerlo.

Retomó un par de veces para acariciar la mano del escualo, y luego se hizo con otro par de huevas, masticándolas de manera distraída. Aunque fue una sonrisa muy breve la que se le dibujó cuando el gyojin sugirió que se alistase en la Marina con él. Sonaba esperanzador y gracioso al mismo tiempo. Y, quizás, de ser otra la circunstancia, quizás se lo habría pensado y aceptado.

No te voy a negar que me encantaría que estuviésemos juntos en la Marina, pero... — Fue ella quien, esta vez, tomó la mano del varón, estrechando sus dedos en los contrarios. Para ese momento, y aunque Asradi no lo desease, Octojin podría notar como dicha extremidad todavía temblaba de forma muy ligera. Era una mezcla de la impresión que le había dado, y un poco también producto de los sentimientos que el gyojin le despertaban. — No creo que la Marina sea el lugar más seguro para mi. No ahora mismo. Yo...

Tomó aire, sintiendo como el corazón no solo le latía a mil por hora, sino que hasta dolía. ¿Cómo podía explicárselo de tal manera que él estuviese seguro?

… Quiero seguir contigo, Octojin. Detesto la idea de separarnos. — Eso era verdad, se le desgarraba el alma el tener que decirle aquello. — … Pero para que eso suceda, de manera segura, primero tengo que solucionar unos asuntos... Y no quiero ponerte en peligro por ello.

Se mordisqueó el labio inferior. Sin percatarse, una lágrima se había desprendido y ahora bajaba lentamente por su mejilla, aunque intentaba sonreír y mantener la calma en un momento como aquello, cuando sentía que su corazón se desbocaba.

Pero sé que tú podrás cambiar y mejorar en la Marina, y podrás hacer lo mismo con esa gente. — No había desprecio alguno por los marinos. En realidad ella nunca había tenido nada en contra de los del gobierno. Al fin y al cabo, corruptos los había en todos los lados.

Al final, bajó ligeramente la mirada, se sentía tremendamente culpable.

Siento no poder darte, por ahora, algo más estable. — Y eso le dolía en el alma. No quería que Octojin pensase que estaba jugando con él o algo parecido. Y entendería si no quisiese seguir por ese camino, aunque doliese.

Y quizás lo que tenía que hacer era confiárselo, decirle el porqué. Pero todo su cuerpo temblaba de tan solo tener que mostrar la marca de su espalda. Como si, de hacerlo, estuviese invocando de alguna manera a quien se la había puesto.
#31
Octojin
El terror blanco
Octojin se sentía completamente absorto por los azulados ojos de Asradi, que hasta el momento habían lucido sinceros y alegres, pero ahora pese a que parecían estar manteniendo esa sinceridad, asomaba un atisbo de tristeza que iban a juego con lo que destilaban sus palabras. Aquella sirena que le había robado el corazón desde la primera vez que se encontraron en la peligrosa isla Momobami, ahora parecía estar luchando con una carga que no le permitía avanzar, algo que le hacía replantearse todo de una manera que el habitante del mar no se podía ni imaginar. Octojin recordó sus propias palabras cuando se despidieron en esa misma isla: él también tenía que lidiar con sus propios fantasmas antes de estar listo para lo que fuera que el destino les tenía preparado.

Respiró profundamente, sabiendo que no podía dejar que el miedo la dominara. Su gran corazón latía con fuerza, y sus palabras salieron cargadas de una determinación sincera, algo que esperaba le fuese de ayuda, aunque en ocasiones, el luchar contra los demonios internos, no conoce de ayudas de fuera.

—Asradi —dijo suavemente, inclinándose hacia ella—, sé que tienes tus propias batallas que librar, y lo entiendo... Pero no puedo creer que sea algo tan grave como para que no pueda ayudarte. No tienes que enfrentarte a ello sola, y mucho menos ahora que me tienes de tu lado —el tiburón buscó sus ojos, queriendo transmitirle todo el apoyo que podía ofrecer—. No me importa ponerme en peligro por ti, no me importa lo que sea que tengas que enfrentar. Daría mi vida por defenderte una y mil veces. Solo aquellos en los que crees ciegamente merecen eso, y yo creo en ti y en tus acciones, Asradi.

Lo dijo con una sinceridad tan dramática que sus palabras parecieron resonar en la tranquila orilla en la que se encontraban, junto con los restos de la comida que habían tomado y la que no. Allí, en la solitaria zona que habían buscado para estar a solas, lejos de miradas y juicios de humanos con ninguna cosa mejor que hacer. Había un fuego en sus palabras, una promesa profunda de lealtad que surgía de lo más profundo de su ser, y así esperaba que lo entendiese la sirena. Octojin no era alguien que diera su confianza fácilmente, pero cuando lo hacía, era por completo. Fiel y cabezón hasta la médula, aunque en aquella ocasión la cabezonería tendría que apartarse. No podía forzar una reacción o unos sentimiento si la pelinegra no quería. Aquello no era una conversación banal, ni mucho menos, era algo importante que atormentaba a la bella sirena.

—Y sé que pronto, cuando logres superar lo que te preocupa, estaremos juntos —agregó, dejando que sus palabras se suavizaran mientras abría los brazos para ella—. Ojalá aceptes mi ayuda, Asradi. No quiero que cargues con todo sola.

El escualo buscó en aquél gesto abrazarla de nuevo, esta vez, de aceptarlo la sirena, sería más fuerte y prolongado, como si quisiera transmitirle toda la calidez y seguridad que podía ofrecer con un simple abrazo. Mientras tenía los brazos abiertos, recordó su propio camino, las veces que había sentido miedo y soledad, y cómo había sido Asradi quien le había dado una razón para creer en el futuro, en un cambio. Si él podía apoyarla, por supuesto que lo haría. No había nada en ese momento que más quisiera.

—La estabilidad llegará, Asradi —Susurró en su oído—. Lo importante es que pronto estaremos juntos, sin importar lo que venga. Los problemas han de solucionarse, a la velocidad que se pueda. Lo importante es hacerlo, lo demás vendrá solo.

Después de unos momentos, Octojin se separó lentamente del abrazo —si la sirena se lo había aceptado— y observó la fogata. El día había sido largo y lleno de emociones. Se levantó para recoger los pescados restantes y apilarlos, con la intención de tirarlos a las afueras de la playa, donde había visto algún que otro contenedor sin llenarse en su totalidad. No quería dejar residuos por ahí tirados, no al menos si podía evitarlo. Quería que aquél momento fuera especial, no solo por la cena, sino por lo que estaba a punto de compartir con ella. Y no podía dejar ningún detalle en el aire.

—Es hora de recoger todo e ir a la habitación —le comentó con una sonrisa, ansioso por lo que vendría después—. Creo que toda esta suma de pensamientos y preocupaciones nos han agotado, y es hora de descansar. Además, tengo algo para ti, y creo que te gustará. Te mentiría si te dijese que no estoy ansioso por dártelo.

El escualo, a pesar de ser grande e imponente, se movía con una delicadeza inesperada mientras recogía los pescados. Estaba deseoso de que llegase el descanso que, por otro lado, necesitaba, pero sobre todo por estar a solas con ella en un lugar más tranquilo aún, donde podrían seguir compartiendo todo lo que pensaban sin la presión del mundo exterior. Aquello era lo que necesitaban.
#32
Asradi
Völva
Las palabras de Octojin le llegaban al corazón. De hecho, sentía ese molesto y doloroso nudo en la garganta a medida que el gyojin se sinceraba de aquella manera con ella. ¿Por qué no podía ella hacer lo mismo con él? Se obligó a no derramar ni una sola lágrima por mucho que aquella situación le doliese en el alma. Y, cuando estuvieron nuevamente frente a frente, alzó las manos, incluso estirándose lo suficiente como para que éstas alcanzasen ambas mejillas del escualo. Las mantuvo ahí, acariciando con los dedos de manera sutil, disfrutando en silencio de aquel contacto. De aquella cercanía.

No sé que me estás haciendo, grandullón... — Esbozó apenas una sonrisa. Una mezcla de vergonzosa diversión con un halo de ligera tristeza. Los ojos claros de la sirena, puestos sobre los de Octojin, deleitándose con sus facciones. — Entiendo lo que dices, créeme. Pero de esa misma manera que tú quieres ayudarme y protegerme a mi... Yo también quiero hacer lo mismo contigo. No puedo ponerte en peligro, no deseo arrastrarte conmigo. No hasta que todo esté bien.

Se permitió ser sincera con él en ese aspecto. Todavía había cosas que no podía contarle, que no debía. Y lo hacía por él, por mantenerle seguro y fuera de todo lo que le perseguía a ella. Pero también se sentía tremendamente halagada.

No estoy sola, Octojin... — Esta vez le regaló una sonrisa mucho más comedida, pero plagada de cariño. Incluso con un gracioso rubor que no tardó en colorear un tanto sus mejillas. — Vaya donde vaya, siempre te llevo conmigo. — La caricia que le dedicó, ahora, fue una mucho más suave, más sentida. — Te quiero, Octo, como quizás no he querido a nadie antes. No de esta manera.

La sirena tragó saliva unos momentos. Estaba emocionada y tenía miedo al mismo tiempo. Era un revoltijo agridulce de emociones. El saberse querida y apreciada por alguien era algo tremendamente importante para ella después de tantos años de soledad y vejaciones.

Pero no me perdonaría jamás el ponerte a propósito en peligro. — Esta vez el tono con el que lo dijo fue más serio y más resolutivo, a pesar de la tristeza que todavía la embargaba. — Por eso... Confía en mi, te prometo que haré todo lo posible para estemos juntos lo más pronto posible. Es el mejor apoyo que podría recibir ahora mismo...

Su voz se fue apagando lentamente, pero porque no dudó en refugiarse en aquel abrazo que el gyojin le estaba ofreciendo. El corazón se le encogió por unos momentos y no pudo evitar acurrucarse contra aquel cuerpo, devolviéndole el gesto de manera necesitada. El tiburón no tenía ni la menor idea de cuánto necesitaba ese gesto ahora mismo. Asradi cerró los ojos únicamente para poder sentir aquel contacto todavía más, todo lo que pudiese.

El mayor temor que tenía la sirena era de perderle de alguna forma.

Tienes razón, todo fluirá poco a poco. Todo se solucionará si nos esforzamos. — Aunque, en realidad, ella todavía no tenía ni la menor idea de cómo podría solucionar lo suyo. Por unos instantes, su cuerpo se estremeció apenas, antes de que aquel contacto entre ambos se fuese desprendiendo poco a poco. Y, aún así, a pesar de eso, todavía sentía ese calor que le había devuelto un poquito de felicidad.

Se obligó nuevamente a sonreír. A sonreírle a él. Octojin no se merecía menos, y asintió a sus palabras. Sí, debían recoger todo y dejar la playa tal cual la habían encontrado, o incluso mejor si era necesario. Pero antes...

Gracias. — Susurró, únicamente para él y poniéndose “de puntillas”, apoyándose también un poco en el cuerpo del escualo, y lo suficiente como para darle un suave beso en la comisura de los labios, antes de volver a separarse de manera tenue, con esa luz de nuevo en sus ojos. — De verdad no sabes cuánto significa todo esto para mi.

Después de eso, no dudó en comenzar a ayudarle a recoger todo lo que habían usado, sintiéndose un poco más animada al respecto. Todavía algo culpable muy en el fondo, pero no quería amargar aquel momento, aquel reencuentro. Así que la idea de ir a descansar a un lugar más apartado, más recogido e íntimo, le pareció excelente.

¿Algo para mí? — Asradi le miró con una mezcla de casi infantil curiosidad y una emoción palpable en dicha mirada. — ¿Y porqué no me dices que es? ¿No me vas a dar tan siquiera una pista? — Ahora comenzaba el acoso y derribo, aunque solo fue por unos segundos, pues tampoco quería agobiarle con ello. Aunque sí era verdad que, ahora, tenía muchas ganas de regresar.

Con él.

Al cabo de un buen rato, Asradi se sacudió las manos cuando hubieron terminado de recoger los restos y demás, dejando aquel trozo de playa totalmente impoluto. Por algún motivo se sentía mucho mejor, aunque no hubiese podido sacarse, del todo, aquella espina. Pero cuando regresó al lado de Octojin para retomar el camino hacia el lugar donde el gyojin se hospedaba, no dudó en tomarle la mano, con una mezcla de cariño y cercanía. Un gesto en el que, sentía, ya no estaba sola.
#33
Octojin
El terror blanco
Octojin se sentía completamente atrapado por la mirada de Asradi. Esos ojos azules le tenían totalmente absorto de lo que sucedía alrededor. Cada palabra, cada gesto, cada caricia de la sirena lo envolvían en una calidez que jamás había experimentado antes. Nunca había estado ni cerca de hacerlo. Mientras sus dedos recorrían suavemente sus mejillas, él no podía evitar sentir un leve temblor de emoción, casi como si fuera un adolescente enamorado por primera vez. Y realmente lo era. No adolescente, pero sí un enamorado por primera vez. Pero había algo más profundo en ello: era una conexión que iba más allá de las palabras, más allá de la simple atracción. Era algo puro, algo que le hacía sentir completo de una manera que nunca había creído posible.

—No estoy haciendo nada especial, Asradi —respondió el tiburón con una sonrisa tímida—. Solo... estoy siendo como me nace ser contigo. No sé por qué estoy sintiendo todo esto... pero me encanta sentirlo.

Observó cómo la sirena le sonreía, aunque había una tristeza sutil detrás de esa sonrisa. Cuando ella le dijo que no quería ponerlo en peligro, Octojin sintió un nudo en el pecho. Sabía que Asradi tenía sus propias luchas, sus propios demonios, y aunque no comprendía completamente la magnitud de lo que la atormentaba, entendía por qué ella querría resolverlo por su cuenta. Él mismo haría lo propio si estuviera en su lugar. Pero eso no disminuía su deseo de estar a su lado y ayudarla en lo que pudiera.

—Lo entiendo, Asradi —dijo suavemente—. Yo haría lo mismo. Pero si en algún momento cambias de opinión, si crees que puedo hacer algo por ti... estaré aquí. No me importa lo que sea, siempre estaré dispuesto a ayudarte.

El beso que le dio en la comisura de los labios fue como una explosión de sensaciones en su cuerpo. Era el primer beso que recibía por amor, y las emociones que le inundaron fueron intensas y abrumadoras. El tiempo pareció pararse por unos segundos, y su rostro se quedó perplejo. Por un momento, se sintió incapaz de moverse, su corazón latía con fuerza en su pecho como nunca antes lo había hecho. Ni estando al borde de la muerte. La timidez se apoderó de él, y su piel, por más gruesa y resistente que fuera, no pudo evitar un ligero rubor. Las palabras se le trabaron en la garganta, y apenas pudo murmurar un agradecimiento.

—Gracias a ti... —respondió finalmente— Siento que... gracias a ti, estoy recobrando algo de fe en mí mismo. Estoy experimentando cosas que nunca pensé que viviría.

El abrazo que compartieron después fue profundo y lleno de emociones. Octojin sintió el calor del cuerpo de Asradi acurrucarse contra el suyo, y en ese momento, supo que haría cualquier cosa por protegerla. Su gran cuerpo la envolvía con delicadeza, como si temiera lastimarla, pero al mismo tiempo con una firmeza que le transmitía seguridad.

Cuando la sirena se separó lentamente de él, el tiburón la miró con una mezcla de amor y respeto. Aquello que fuese por lo que estaba pasando y necesitaba cerrar, lo conseguiría, estaba seguro. Sabía que la vida de Asradi era complicada, pero confiaba en que juntos, tarde o temprano, encontrarían la manera de superar cualquier obstáculo.

—Confío en ti —le dijo con una sonrisa suave—. Todo se solucionará, estoy seguro. Y cuando lo haga, estaremos juntos.

Con una última mirada de complicidad, ambos se pusieron manos a la obra para limpiar la playa. Recogieron los trozos de pescado, tanto los crudos, como los restos, como los que estaban cocinados y habían sobrado, y tras ello esparcieron la arena para cubrir cualquier rastro de sangre, asegurándose de que todo quedara tal como lo habían encontrado. Una vez terminado, comenzaron su camino hacia la posada, caminando en silencio, pero con una conexión palpable entre ellos. Era extraño que dos desconocidos, con apenas dos aventuras entre ellos, hubiesen tejido ese hilo que les conectaba. Esa conexión que parecía irrompible. Ni todas las torpezas del mundo en su habitación, ni unos piratas intentando cazar a la sirena, ni una bestia que parecía haber ascendido desde el mismísimo inframundo eran rivales para aquello que sentían.

Durante el trayecto, Asradi tomó la mano de Octojin, y él sintió cómo un calor subía por su brazo, hasta su rostro, que rápidamente comenzó a enrojecerse. Era una sensación que parecía ser costumbre ya en él, pero no terminaba de ser incómoda. De hecho, le gustaba. Tras un momento de silencio, el tiburón habló.

—No hay pista, pero... es algo que hice yo mismo unas semanas después de que nos conociéramos en la isla Momobami —Las palabras salieron de manera natural, pero se notaba la emoción que desprendía detrás de ellas—. Me pasé varias noches sin dormir mucho, con un nudo en el estómago y la garganta, pensando en ti... No podía sacarte de mi cabeza. Sinceramente, no sé qué tipo de cantos haces, pero me hechizaste —comentó esto último en plan broma, aunque era cierto que se le había pasado por la cabeza que pudiera ser algún tipo de brujería—. Me costó mucho superar aquella fase, y, siendo honesto, todavía pienso en ti más de lo que debería.

Aquella confesión hizo que, por instinto, apretase un poco la mano a la sirena. Aunque pronto se dió cuenta y volvió a ejercer una presión más baja, intentando no molestar a la sirena.

Cuando llegaron a la posada, Octojin sintió un alivio al ver que el gañán que normalmente vigilaba la puerta no estaba. Subieron rápidamente a la habitación, y una vez dentro, el tiburón pidió a Asradi que se sentara en la cama, colocando un cojín en ella por si la pelinegra lo necesitaba para estar más cómoda.

—Cierra los ojos y confía en mí, por favor. Es lo único que te pediré.

Esperó a que lo hiciera, y entonces se dirigió al armario. Abrió el primer cajón, sacando con cuidado una pequeña pieza de madera tallada que había guardado con tanto cariño y a la que solía recurrir de vez en cuando, cuando no podía dormir. Caminó de nuevo hacia la cama y, con la mayor delicadeza posible, tomó las manos de Asradi y depositó el objeto entre ellas.

—Ya puedes abrirlos.

Cuando Asradi abrió los ojos, lo que encontró en sus manos fue una réplica de ella misma, tallada a mano en un trozo de madera vieja. La figura no era perfecta, y Octojin lo sabía, pero era un reflejo de los sentimientos que había puesto en ella.

La figura


—No es mi especialidad tallar formas —dijo con una sonrisa tímida—, pero quise hacer algo para ti, algo que pudieras tener siempre contigo. Sabía que nos veríamos, lo que no pensaba es que fuese a ser tan pronto. Así, siempre te acordarás de tu Octojin, aunque estemos lejos y cada uno esté luchando sus propias guerras.

El tiburón, nervioso pero feliz, se arrodilló frente a ella y abrió los brazos, invitándola a un nuevo abrazo. Había puesto todo su esfuerzo en ese regalo, y aunque no era perfecto, esperaba que le gustara. Para él, era un símbolo de todo lo que sentía, un pequeño fragmento de su corazón tallado en madera.

Mientras esperaba la respuesta de Asradi, su corazón latía con fuerza, pero esta vez no por los nervios de la batalla, sino por el amor y la esperanza que había encontrado en aquella sirena que, de alguna manera, había cambiado su vida para siempre.
#34
Asradi
Völva
Estar juntos. Eso era lo que más deseaba en ese momento. Tener, por fin, un lugar propio, y alguien con quien compartir un día a día tranquilo. Alguien que, simplemente, no la juzgase. Confiaba en Octojin y sabía que él lo hacía también en ella, a pesar de la complicada situación que tenían en la actualidad para poder estar juntos. Antes de que eso sucediese, ambos debían solucionar lo que tenían pendiente. Le dolía no poder contárselo todavía, pero se prometió que tarde o temprano lo haría. Cuando estuviese preparada, cuando ni él ni ella corriesen peligro. O, más bien, no quería que él se pusiese en peligro por ella. Era su carga, y no deseaba arrastrar con ella a ningún ser querido, dentro de lo posible. Y, a pesar de que solo habían compartido un par de aventuras y, quizás, no todo el tiempo requerido, Octojin se había convertido en lo más querido para ella ahora mismo. Podía sentir esa conexión con él, mostrarse natural tal y como Asradi era, sin medias tintas. Recuperando, en su compañía, esa alegría de seguir adelante. De no estar sola.

Durante el camino, no había dudado en estrechar, de vez en cuando, la mano del gyojin mientras se dirigían al lugar donde Octojin se había estado hospedando, en lo que la conversación iba fluyendo con cierta naturalidad.

Oh, eso. — Musitó, sin poder evitar una risita suave, junto con un breve sonrojo en sus mejillas por las bonitas y sinceras palabras que el escualo le estaba dedicando. Eso provocó que acariciase, muy suavemente, los dedos de la mano de Octojin. — En realidad sí que puede ser que haya algún hechizo en ello... — Confesó, con una mezcla de diversión y expectación por la reacción del escualo. — Digamos que... Tengo un don que se hereda en mi familia. Nuestra voz sirve para guiar y para inspirar.

Quizás sonaba raro tal y como lo estaba explicando. Pero sabía que Octojin, de alguna manera, ya lo había sentido y notado en aquella situación en la selva. Por otro lado, también le hizo un poco de gracia el que se lo comentase así, lo que provocó que la sirena estuviese un poco más relajada después de la tensa situación anterior.

Pero... No sabía que había calado tanto en ti. Me halaga mucho, Octojin. Yo... — Se mordió suavemente el labio inferior, mientras se arrimaba un poquito al imponente gyojin. Le hacía sombra, sí, y mucha. Pero no era algo que sintiese como una amenaza, sino totalmente al contrario. Le gustaba. — Yo también te tuve en mis pensamientos después de que nos hubiésemos separado. Intenté averiguar sobre ti, de hecho. Pero no tuve forma de encontrarte.

Eso era lo que más le pesaba. Porque había tenido muchas ganas de volver a verle. Pero ahora estaba ahí, con él. Y Octojin estaba bien. Ahora mismo era lo que más le importaba, lo que más le llenaba el corazón. Y sentía como sus mejillas ardían a medida que él seguía diciéndole esas cosas. Había pasado tanto tiempo con falta de un cariño sincero, que sentía que aquello era suficiente como para hacerla feliz el resto de sus días. Y, aún así, quería seguir compartiendo momentos con él.

Me gustas mucho, te lo dije antes y lo continúo manteniendo. No solo eso, sino que te quiero, y quiero seguir alimentando este sentimiento, si tú también lo deseas. — Porque eso era lo que intuía tras las confesiones de él.

Le sonrió de forma dulce, y no tardaron en llegar a la posada. Por fortuna, nadie les interrumpió cuando subieron las escaleras para adentrarse en la habitación que Octojin tenía alquilada. Se sentó en la cama, tal y como el escualo se lo pidió, y se acomodó en el cojín que, muy amablemente, también le ofreció. Ahora que estaban a solas, Asradi podía sentir aquel cosquilleo hormigueando, más intensamente, en su estómago. Y, sobre todo, el encontrarse, ahora, en un lugar como ese, más íntimo. Y únicamente con él. Notaba el calor ardiente en sus mejillas. Y le miró unos instantes.

Confío en tí, ya lo sabes. — Sonrió suavemente mientras ocultaba aquel par de perlas azules tras el decaer de sus párpados.

La punta de su cola, la aleta caudal, se movió ligeramente, en un gesto natural y en un par de “tics”, señal del estado de expectación y curiosidad en el que estaba Asradi ahora mismo. Estaba exultante por saber qué sería lo que Octojin había preparado para ella. Y, cuando por fin pudo abrir los ojos, parpadeó apenas un par de veces cuando se encontró con aquello en sus propias manos. Había percibido un tacto de madera pero... Ver ahora eso. Tan perfectamente tallado a sus ojos.

. . . — La sirena se quedó, inicialmente, con los ojos abiertos, extasiada y contemplando la figura tallada que yacía entre sus dedos. Sujetándola con primoroso cuidado, pasó las yemas de los mismos por cada curva, cada resquicio de la preciosa talla. Poco a poco, los ojos de Asradi se fueron iluminando, a juego con la suave sonrisa que se volvió a formar en sus sonrosados labios. — Es preciosa. Yo... — Dirigió tal mirada, todavía con la talla de madera en sus manos, a Octojin. No pudo evitarlo, se le escapó una risa cantarina, plagada de felicidad. Era fluida y hermosa, totalmente sincera. Algo que le nacía del corazón.

Sin dudarlo, dejó la figurita sobre la cama, con esmero y con sumo cuidado y se lanzó a abrazar a Octojin cuando éste le invitó a hacerlo. Ahora que él estaba agachado y más a su altura, pudo rodearle el cuello con ambos brazos en un abrazo sentido y plagado de cariño, expresando todo lo que sentía por él en ese gesto.

Gracias, te prometo que lo guardaré siempre conmigo. — Lo haría, no tenía ninguna duda al respecto. Lo atesoraría como lo que era: algo muy preciado para ella. — Siempre me acuerdo de mi Octojin... — Bromeó ligeramente, refugiando el rostro, colorado ahora por ese grado de “posesividad”, en el cuello de él, de manera cercana. De verdad ese gyojin no sabía lo que estaba haciendo. No sabía, realmente, lo mucho que todo aquello significaba para ella.

Le estrujó un poco más, rozando la punta de su nariz con la áspera piel contraria, propia de los de su especie. Incluso se animó a deleitarse con su aroma, antes de separarse apenas un poquito para poder mirarle cara a cara, aunque sin romper del todo el contacto.

Me apena ahora no tener algo para ti... — Podría obsequiarle con alguna de sus medicinas, pero sentía que no era tan especial como aquello. — Aunque, quizás... — Abrió los ojos, casi como una revelación. Se separó un poco del escualo, pero sin romper de todo el contacto. Y acercó la mano a la mochila que siempre llevaba consigo y que, ahora, yacía también sobre la cama. De ahí extrajo el cuchillo que solía utilizar para cortar algunas hojas y plantas cuando iba a hacer alguna medicina. Miró a Octojin de forma significativa.

Y, acto seguido, se cortó un trozo de la trenza que llevaba, por la zona que estaba todavía anudada. Cuando esto sucedió, el resto de cabello negro cayó levemente sobre sus hombros, deshaciéndose el resto del adorno. Pero, en su mano, todavía continuaba aquella formación trenzada y perfectamente anudada, con el lazo que la sujetaba.

No es nada comparado a lo que tú me has dado. — Y no se refería tan solo a la preciosa talla de madera. — Pero es lo menos que puedo entregarte. Porque mi corazón ya lo tienes... — Murmuró lo último en un susurro un poco más íntimo, más cohibido incluso, a juzgar por como aquel sonrojo subía, ahora, hasta sus orejas. — Espero que sirva para que te acuerdes de mi, y para que te proteja de alguna manera.

Dicho esto, se lo entregó directamente en las manos, acogiendo las grandes de Octojin con las suyas más pequeñas, pero no por ello con menos cariño.
#35
Octojin
El terror blanco
Las palabras de la sirena aún rondaban la cabeza de Octojin cuando éste estaba esperando la reacción de la pelinegra a su regalo. No podía dejar de sentirse emocionado por la cercanía de Asradi. La sirena le había confesado cómo había intentado encontrarle después de su separación, y aquello lo conmovió profundamente. No podía creer lo mucho que había llegado a significar para ella, y su confesión de que le quería le llenaba de una calidez que nunca había experimentado antes. Cada caricia, cada mirada de Asradi, le hacía sentir más conectado a ella, como si sus almas estuvieran entrelazadas de una manera única. Aquello era algo que no podía evitar pensar. ¿Acaso era normal aquél sentimiento? ¿O era algo que poca gente podía experimentar? En cualquier caso, el tiburón tenía claro que quería seguir manteniendo esa extraña sensación en su cuerpo.

Asradi accedió a seguir las instrucciones de Octojin y se sentó en la cama, cerrando los ojos con una mezcla de expectación y confianza. El gyojin le entregó su regalo, una talla de madera que había hecho con sus propias manos, representándola a ella Y aunque sus ojos de experimentado carpintero veían muchos fallos en la madera, parece que la sirena, a juzgar por su expresión, no los veía o no le importaban. Al ver la reacción de Asradi, su risa sincera y su mirada iluminada por la felicidad, el tiburón se sintió profundamente satisfecho. Ella le abrazó con tanta emoción que él no pudo hacer más que rodearla con sus grandes brazos y disfrutar del momento. Aquellos segundos eran impagables. Una sensación que podría curar la mayor tristeza del mundo. Eclipsar cualquier problema posible. Era la sensación que el habitante del mar siempre había querido y no sabía ni siquiera que podía llegar a existir.

Asradi, a su vez, quiso corresponderle. Tomó un cuchillo de su mochila y, con una sonrisa, cortó un mechón de su trenza, entregándoselo a Octojin con cariño. Aunque el tiburón intentó decirle que su regalo no era necesario, al recibir el mechón, lo olfateó con ternura, encantado con el suave aroma que desprendía, como si fuera un pequeño pedazo de ella misma que ahora podría llevar siempre consigo. Esa pequeña acción le llenó de felicidad. Pensó varias veces como guardarlo, pero llegó a la conclusión de que se le ocurriría algo, lo realmente importante era que lo tenía con él. Aquél era un trozo de su sirena, y, pese a estar físicamente en la distancia, siempre la tendría junto a él.

Con ambos abrazándose, compartiendo sus sentimientos y regalos, Octojin sentía que, por primera vez en su vida, alguien le había aceptado completamente. Ese sentimiento de cariño le rondaba todo el cuerpo, produciendo un cosquilleo en el estómago que ya se había vuelto una sensación más que familiar. Con una gran sonrisa, y una vez se separaron, el gyojin permaneció de rodillas. No hizo falta decir nada, simplemente la miró y se quedó absorto en esos ojos azules. En sus mejillas, y la perfecta forma de su boca sonriendo. Aquella imagen permanecería en su cerebro durante días, meses y años. Aunque la sirena no lo supiera, el tiburón le estaba haciendo una fotografía mental que guardaría por siempre. Ese rostro con esa sensación de felicidad era todo lo que necesitaba en la vida.

— Eres lo mejor que me ha pasado en la vida —le comentó, abriéndose de nuevo. Lo cierto es que no era difícil que algo relativamente bonito fuera lo mejor en la vida del gyojin, marcada por diferentes sucesos oscuros. Aunque aquello compensaba por completo años malos —. Aún no sé por qué merezco esto, pero lo que sí sé es que voy a provechar cada segundo contigo. Y pronto, mucho más pronto de lo que creemos, estoy seguro de que estaremos juntos y surcaremos los mares de la mano, viviendo aventuras y descubriendo mundo juntos. No hay cosa que más desee que esa...

Y aquello era completamente cierto. El gyojin sabía que la sirena tenía sus problemas que debía resolver, y que cuando lo hiciese, porque lo haría, el destino les volvería a unir. Por su cabeza pasaron muchas frases e ideas que podía expresar, pero se decidió a no hacerlo. Quizá poner una fecha a su siguiente vista era un poco agobiante. O puede que hablar de ello fastidiase el clima tan alegre que se había formado, ya que aún les quedaba tiempo juntos. ¿Cuánto? El escualo no sabía, pero se le haría corto seguro.

— Creo que es el mejor regalo que nunca nadie me ha hecho —dijo a la par que agarraba el mechón y se lo acercaba a la mejilla, rozándolo contra esta—. Te siento doblemente, y eso me hace el doble de feliz —por un momento se sintió algo estúpido diciendo aquello, pero es que no podía evitar confesar cada cosa que se le ocurría, era como si le hubieran hechizado y tuviera que ser completamente sincero con todo—. Perdona si te incomodo, no sé qué me pasa. Bueno, en realidad sí lo sé. Me pasas tú... Me pasa que conocerte ha sido la mayor suerte de mi vida.

Y con ello, el gyojin dio un tremendo suspiro. Se levantó y cogió un par de mantas del armario, las cuales llevó hasta la sirena. No sabía si ella era calurosa o friolera, pero la verdad es que con las mantas se resguardaría del frío si así lo quería. Por su parte, el escualo se puso debajo de la cama, sentado. Los últimos días había dormido sin camiseta ni pantalón, pero le pareció demasiado ordinario teniendo visita. Y qué visita.

—Y dime, ¿cuántas horas sueles dormir?

En su cabeza era una buena pregunta, así podría calcular a qué hora despertarse y bajar a por un buen desayuno para sorprenderla. Pero lo cierto es que era una pregunta un poco fuera de contexto que podía pillar por sorpresa a la sirena. Quizá el nerviosismo le había jugado una mala pasada. Además, estaba dando por hecho que Asradi querría dormir, e igual quería conversar o bajar a dar un paseo. Ahí empezó el agobio del tiburón, pensando que aquella posada estaba maldita y todo lo que allí ocurría era negativo.
#36
Asradi
Völva
Se sentía feliz. Feliz y tranquila por primera vez en mucho tiempo. No sabía exactamente qué era, si la presencia de Octojin, si sus palabras, si las promesas. O aquel lugar, o un cúmulo de todo que le provocaba esa calidez en el pecho. De lo que sí estaba segura, era que estaba generando fuertes sentimientos hacia el gyojin tiburón. Unos sentimientos que creía perdidos, o que jamás podría generar debido a cómo había tenido que vivir. El recordatorio en su espalda quemaba día tras día, como si todavía pudiese sentir las brasas candentes contra su piel. Pero esa terrible sensación era refrescada, ahogada, por la compañía y la presencia del escualo. Le hacía sonreír de una manera genuina que Asradi no creía que pudiese conseguir nadie más. Incluso, ni tan siquiera por ella misma. Era verdad que no se conocían demasiado, que todavía tenían que aprender todavía más el uno del otro, que quizás era pronto. Pero ella quería saber más de él. Quería estar a su lado para que, precisamente, eso mismo ocurriese. Pero, para ello, antes tendrían que solventar lo que les separaba.

Entrecruzaron miradas, pues Asradi también se deleitó con las facciones contrarias. Eran menos humanoides que las de otros gyojin, pero le encantaba. A sus ojos, Octojin era terriblemente atractivo. En los ojos contrarios era capaz de percibir no solo ese arrojo y peligrosidad propio de un gyojin tiburón, sino también sentimiento, vulnerabilidad. Era eso y muchas más cosas lo que le atraían de él. El poder contemplar su otra faceta. La más tierna. A decir verdad, se sentía privilegiada por ello en ese momento.

¿Y porqué no tendrías que merecértelo? — Era una buena pregunta que, en realidad, ella también debería aplicársela algunas veces. Su autoestima al respecto tampoco era muy buena, a causa de todo lo que había tenido que vivir. Habían sido pocos años para algunos, pero para ella habían sido eternos y terroríficos. — Eres guapo y, lo más importante, eres buena persona. A veces la vida nos dá mas piedras que panes. — Murmuró, como una forma de decirlo. No pudo evitar volver a alzar la mano, deleitándose con la caricia que le dedicó en la mejilla contraria. Incluso se ruborizó levemente con el aprecio que Octojin estaba mostrando por el mechón de cabello que le había obsequiado. — Pero aunque eso suceda, siempre habrá esperanza y cosas que nos merecemos. Y yo siento que tú y yo nos merecemos esto bonito que nos está pasando.

Asradi tomó aire por unos segundos.

No sé qué es lo que nos deparará el futuro. Pero, por el momento, quiero atesorar estes momentos contigo. — Sonrió ligeramente, sobre todo cuando él se disculpó de aquella manera tan torpe pero adorable. — No me incomodas, al contrario. Tú me haces sentir como nunca antes lo había hecho. Soy yo la que se siente afortunada de ser correspondida y de haberte conocido, grandullón.

Se atrevió a darle un besito en la punta del escamoso morro, antes de que él se separase. No quería, tampoco, agobiarle o ser demasiado invasiva. Pero le nacía ser más cercana con él, teniendo en cuenta que, en cuanto a cercanías físicas, Asradi siempre había sido un tanto más cautelosa. Incluso reacia en ocasiones. La sirena le siguió con la mirada, viendo como sacaba un par de mantas. Supuso, entonces, que terminaría durmiendo ahí. Con él. La criatura marina se sonrojó de inmediato. Nunca antes había compartido habitación con un hombre, aunque tan solo fuese para dormir o charlar un poco más.

La pregunta de Octojin la tomó un poco desprevenida. ¿Cuántas horas...? Le miró unos momentos, intentando dilucidar qué era lo que pasaba por la mente del habitante del mar. Pero nada malo surcó su cabeza, al contrario.

A decir verdad no soy de las que duermen demasiado. Quizás cinco horas, aproximadamente. — Y, a veces, hasta era demasiado para ella.

Asradi era consciente de que aquello no era sano y que, tarde o temprano, todo eso le pasaría factura. Pero era inevitable. Su cuerpo y su ser siempre estaban en guardia, no podía permitirse bajarla lo suficiente, ni tan siquiera para descansar. En su fuero interno, en la parte más oscura de su subconsciente, todavía tenía miedo. Esa sensación persecutoria que no la dejaba en paz. Ese temor a que la volviese a encontrar.

Tomó la manta y se la echó ligeramente por los hombros, mientras permanecía sentada, y se acurrucó un poco en la calidez de la tela. De repente se sintió estremecer un momento, pero la visión de Octojin, allí con ella, le llenaba de calidez.

¿Cómo llevas el hombro? ¿Te molesta mucho todavía? — Preguntó con interés, y también con preocupación propia de quien se dedica a tratar heridas. En un par de horas más debería echarle un nuevo vistazo, solo por si acaso. Aún así, permanecía con la mirada, y la atención, puesta en él. Como si temiese que, en algún momento, se le escurriese como agua por entre los dedos.
#37
Octojin
El terror blanco
Octojin sonrió ante la preocupación en los ojos de Asradi cuando le preguntó por su hombro. Hacía tiempo que no sentía esa clase de atención y calidez de alguien, y eso lo conmovió profundamente. Se encogió de hombros, tratando de restarle importancia al dolor, aunque apreciaba sinceramente su interés.

— No te preocupes, solo siento un pequeño pinchazo de vez en cuando, nada grave —respondió con una sonrisa amable, intentando tranquilizarla—. ¿Y tú? ¿Cómo te sientes? —le preguntó, mientras su expresión cambiaba ligeramente, un atisbo de tristeza lo embargó al darse cuenta de que había sido egoísta. Había estado tan centrado en sus propios sentimientos hacia ella, en lo que él quería decir, que no le había preguntado antes cómo estaba ella realmente. Se sintió mal por no haber sido más atento.

La pequeña habitación en la posada tenía una cama que apenas podía acomodar a uno de ellos cómodamente, mucho menos a ambos. Octojin había dormido en ella antes, pero su gran tamaño siempre había sido un inconveniente, y más en sitios como aquél. Así que decidió quedarse en el suelo, apoyándose en unas mantas que había extendido cuidadosamente, para evitar el frío suelo, y pasándole un par a la sirena, por si las necesitaba. Asradi, por otro lado, tendría a su entera disposición la cama, rodeada por una cálida manta que la hacía parecer aún más pequeña y delicada. Mientras conversaban, las palabras fluyeron con una suavidad que solo el tiempo compartido y la confianza podían ofrecer. Aquella conversación, vista desde fuera, podía parecer una más. No tenía nada especial como tal, pero los sentimientos que manaban de cada uno de los dos interlocutores, era lo que la hacía distinta. Única.

— Yo también me siento afortunado —dijo Octojin con voz suave, tras escuchar cómo ella se sentía afortunada por haberlo conocido—. No sé si me lo merezco, pero estoy realmente feliz de poder estar aquí contigo. No pensé que sentiría algo tan bonito como esto. Pero si tú dices que nos lo merecemos, entonces será que realmente es así.

El tiburón observó cómo Asradi se acurrucaba en la cama, con su expresión serena. Mientras continuaban hablando, notó cómo su voz se volvía más lenta y sus párpados caían pesadamente. Pronto, la sirena quedó profundamente dormida, con una expresión tranquila y pacífica que le provocó una sonrisa en los labios. Octojin la observó en silencio por unos minutos, disfrutando de ese momento de paz que parecía haber buscado durante mucho tiempo. Sin hacer ruido, dejó que el cansancio también lo venciera y, por fin, se dejó llevar al mundo de los sueños.

Pasadas unas cuatro horas, Octojin se despertó con el primer tímido rayo de luz que se colaba por la ventana. Se levantó con cuidado, intentando no hacer ruido para no despertar a la sirena. Después de estirarse un poco y cambiándose de ropa, decidió que era buen momento para salir y buscar algo de desayuno. Antes de salir de la posada, lanzó una última mirada a Asradi, que seguía durmiendo plácidamente. No pudo evitar pensar que era un ángel caído del cielo, con esa ternura con la que dormía. Incluso ahí estaba preciosa, acurrucada y sonriente. A saber qué estaba soñando su princesa, seguro que algo bonito que podría compartir cuando despertase. El habitante del mar cerró la puerta con suavidad y salió a las calles de Loguetown, mientras la ciudad apenas comenzaba a despertar.

Caminó en dirección a su taberna favorita, con la esperanza de conseguir algo para ambos, pero al llegar se dio cuenta de que aún estaba cerrada. Lo cierto es que era muy temprano para la mayoría de sitios. Sin embargo, no dejó que aquello lo desanimara. Siguió caminando por las calles, disfrutando de la fresca brisa matutina, hasta que encontró un pequeño restaurante que ya estaba abierto. Entró y, después de revisar el menú, pidió una gran variedad de sándwiches, cafés y zumos para llevar. No quería fallar, así que llevando un poco de todo seguro que hacía feliz a la sirena. Mientras esperaba, no pudo evitar reflexionar sobre lo afortunado que se sentía en ese momento. Tenía un propósito, alguien a quien cuidar y proteger, y la sensación de paz que Asradi le traía era algo que no quería perder. Era increíble como una persona te podía cambiar tanto, en todos los sentidos. Y más teniendo en cuenta que el gyojin había sido siempre una persona ciertamente reservada, que disfrutaba más de la soledad que de la compañía, y que toda su vida había viajado solo en busca de su sitio en el mundo. Y en esa búsqueda, apareció la pelinegra, con esos ojos azules y una continua sonrisa, que había hecho estragos en su ser. Ya no era el mismo, y tenía la sensación de que nunca más lo sería.

Cuando todo estuvo listo, pagó y emprendió el camino de regreso a la posada. Entró con la misma delicadeza con la que había salido, sin hacer ruido. Al ver que Asradi aún seguía dormida, se sentó a su lado, aunque sobre el suelo para no hacer ruido ni despertarla y, con suavidad, la acarició. Aquel gesto, tan simple, lo llenó de una paz que no recordaba haber experimentado antes. La conexión entre ellos parecía hacerse más profunda con cada momento compartido, y Octojin quiso grabar esa sensación en su memoria para siempre. Recordaría ese momento cada día, esa sensación de tranquilidad. La calma que le producía acariciarla y olerla mientras dormía, con toda la buena intención de cuidarla, a pesar de no haber ningún peligro al acecho.

Cuando la sirena se despertó, con los ojos aún medio cerrados por el sueño, Octojin le sonrió, le dió un beso en la frente y le ofreció el desayuno que había traído.
 
— Buenos días, dormilona —dijo con una voz suave y afectuosa mientras guiñaba un ojo—. He traído algo para que desayunemos. Pero tú tranquila, duerme un poco más si quieres, o tómate tu tiempo para despertar. No quiero ser más invasivo de lo que estoy siendo.

El tiburón se moría de ganas por abrazarla, acurrucarla e incluso besarla. Pero lo cierto es que sentía que quizá no debía hacerlo. No al menos cuando la sirena se debatía entre los sueños y la realidad, aquella sensación seguro que era violenta para ella. Debería al menos darle unos minutos para que se despertase del todo, estuviese algo más fresca, y entonces, atacaría con esa pasión que acababa de descubrir que tenía. Quizá no fuese el tiburón más cálido del mundo, pero estaba navegando en una corriente de sensaciones cariñosas que le estaban invadiendo por completo. ¿Sería este el inicio de un nuevo Octojin? Quizá sí.
#38
Asradi
Völva
La conversación era tan fluida y tan natural que no tardó en sentirse demasiado a gusto, mientras intercambiaban opiniones, impresiones o, simplemente, momentos cortos de silencio donde la sirena se deleitaba contemplando las facciones y los gestos de Octojin. Donde podía sentir que era aceptada y querida y, lo más importante: olvidarse por unos momentos de esa carga que siempre llevaba sobre los hombros. El sentirse segura en ese lugar, con él. Fue todo esto, quizás, lo que hizo que, por fin, el cansancio y toda la adrenalina de las horas anteriores, fuesen venciéndola hasta que se quedó dormida, allí sentada como estaba y enrollada en una de las mantas que Octojin le había proporcionado y compartido. No se dió de cuenta ni de cuando el habitante del mar la fue tumbando sobre la cama, con una delicadeza que no parecía propia de alguien tan grande como él. Una vez acomodada, soltó un suspiro quedo antes de arrebujarse un poco más en la manta que la cubría. La caricia posterior fue algo que, aunque no sintió de manera consciente, sí lo hizo en sueños, arrancándole una pequeña sonrisa.

Las horas posteriores, curiosamente, fueron tranquilas para ella. Generalmente solía tener sueños inquietantes, como amenazantes premoniciones que se arremolinaban en torno a la sirena como una sombra agobiante y asfixiante. Los primeros minutos sí fueron así, pero el sentir la presencia y la compañía del escualo cerca de ella, prácticamente a su lado, fueron suficientes para que esa zozobra convirtiese su interior en un mar en calma. No supo cuántas horas durmió, seguramente no las suficientes, cuando sintió, tiempo después, la pesada pero suave mano del escualo apoyándose y acariciando uno de sus hombros desnudos fue suficiente como para despertarla de manera suave.

Cinco minutitos más... — Musitó un poco amodorrada, aunque no tardó en sonreír de manera muy suave. Se acurrucó ligeramente, aunque parte de su aleta caudal asomaba por uno de los bordes de la manta, de forma adorable.

De hecho, aprovechó eses momentos que había pedido no para volver a dormir, sino para contemplar como Octojin parecía colocar y ordenar una mesa con algo para desayunar. Se había afanado hasta en eso, y no pudo evitar soltar una risita muy suave que ahogó un poco bajo la manta. Cuando él regresó, otorgándole ese beso en la frente, fue que Asradi terminó por desperezarse. Se soltó un poco el cabello y se lo agitó apenas con una mano para terminar de liberarlo y acomodarlo de manera natural. Se frotó apenas los ojos y, finalmente, se vió con el desayuno casi delante, perfectamente colocado.

¿A qué hora te levantaste? — Preguntó, sospechando que el escualo había madrugado demasiado para, seguramente, ir a buscar aquella comida. Se arrimó un poco para darle un pequeño puñete en el brazo. No doloroso, sino más bien suave. — No eres invasivo, es un detalle lo que has hecho. — Nunca antes había recibido el desayuno en la cama.

De hecho, ¿hacía cuanto tiempo que desayunaba como era debido? O, más bien, que se lo ofrecían de esa manera. Los ojos azules de la sirena eran, ahora, un precioso faro que se iluminaba, emocionado por la situación en sí. De hecho, fue ella la que le dió un beso en la mejilla, a modo de agradecimiento, y luego se desperezó con total naturalidad.

¿Sabes que eres el primero que me trae el desayuno a la cama? — Dijo, medio en broma y medio en serio, sintiéndose lo completamente relajada y libre como para olvidarse, en ese momento, de todos sus problemas y todo lo que la acechaba por detrás. Dió un saltito gracioso para salir de la cama, tras haber dejado la manta a un costado.

No habían sido demasiadas horas de sueño, pero ya estaba acostumbrada a ello. Y estaba hambrienta.

Quizás hoy el día esté más tranquilo en el mercado. — Mencionó, mientras untaba un pan tostado con mantequilla. El olor del café caliente, recién hecho, despertaba sus sentidos. Lo bien que le venía ahora, es que no tenía nombre. Y después una buena ducha y ya sería persona. O sirena en este caso. No quería tampoco abusar de la hospitalidad de Octojin, pero todo aquello le nacía. Como si fuese lo más natural del mundo estar compartiendo con él ese tipo de cosas y situaciones.

Le miró agradecida, de manera suave y le dedicó una nueva sonrisa de la misma índole. Cómoda, relajada, con ese cariño inherente que sentía por el escualo.

Todavía tengo que aprovisionarme y preparar algunos medicamentos. ¿Podría usar esta habitación para ello? Te prometo que no te molestaré. — Porque, simplemente, ese lugar era más seguro que hacerlo en cualquier callejón.

Además, luego tendría que revisarle el hombro, y ella volver a echar un vistazo a la quemadura que también tenía en el costado. Pero, primordialmente, se centraría en Octojin. Sentía todavía ese cosquilleo, ese sentimiento cálido llenándole el pecho cada vez que él le miraba. Nunca antes había tenido este tipo de sentimiento por nadie. En realidad, nunca se había permitido sentir nada desde que había sido capturada y esclavizada. Era como si sintiese que no tenía derecho a ello. Pero ahora... Ahora todo estaba siendo distinto.

Era Octojin el que se estaba convirtiendo no solo en su esperanza, en su vía de escape. Sino también en alguien a quien quería cuidar y proteger. Alguien a quien amar de manera incondicional.
#39
Octojin
El terror blanco
Octojin se quedó acariciando suavemente a Asradi mientras ella, poco a poco, se acomodaba. Durante esos cinco minutos que pidió como una niña le pide a su padre que le deje jugar un ratito más, sintió una paz y plenitud que seguía sin creerse. Cada segundo junto a ella se sentía como un regalo. Cuando la sirena finalmente se despertó y le dio un suave puño, él sonrió y le dijo con suavidad la verdad sobre a qué hora se había despertado.

— Me levanté solo un poquito antes de lo que pensaba que lo harías tú. — Aunque en realidad, la falta de sueño se hacía evidente en su cuerpo, decidió disimularlo. Sabía que ya habría tiempo para descansar más tarde, cuando tuvieran que separarse. Por ahora, cada minuto con ella era precioso e inolvidable.

Cuando Asradi, con su adorable risita, le confesó que era el primero en traerle el desayuno a la cama, Octojin torció el rostro y le respondió de manera seria, sin parpadear y con un tono suave pero autoritario.

— Bueno, espero ser también el último— Acto seguido, soltó una carcajada sonora, pero rápidamente aclaró—. Es broma, es broma, me alegra ser el primero.

La conversación siguió fluyendo de manera tan natural como siempre. Cuando la sirena mencionó la idea de ir al mercado, Octojin no dudó en asentir, pero con una advertencia. No le gustaba mucho que fuera sola, y tampoco sabía si era su intención. Así que decidió que era buena idea hacerle compañía, por si algo raro volvía a pasar.

— Me parece una buena idea, pero esta vez vamos juntos. No me fío de que vuelva a pasar lo de ayer. Y, por supuesto, puedes usar esta habitación todo el tiempo que estés conmigo. Es tuya también, incluso más que mía.

Dicho esto, Octojin empezó a ofrecerle los distintos sándwiches que había traído. Sabía que a él le gustaban todos, así que no tuvo problema en comerse los que Asradi no quisiera o no le gustasen. El desayuno transcurrió entre risas, miradas cómplices y gestos llenos de cariño. A pesar de que el tiburón estaba algo cansado, se mantenía alegre y disfrutaba del momento, saboreando cada instante compartido. Y el café tuvo un impacto importante en que su agotamiento no saliera mucho a la luz. Se tomó un par de vasos casi sin parpadear.

— La verdad es que no me gusta ir a los sitios con tanta variedad, nunca sé qué pedir. Y me fastidia, porque soy bastante indeciso para estas cosas — comentó a la par que abría un sándwich de pollo con algún tipo de salsa —. Mira, este es el de pollo con salsa, para ti si lo quieres.

Los sándwiches no eran nada del otro mundo, pero la compañía hacía que estuviesen aún mejor. El café estaba horrible, pero bien cargado, así que el gyojin no puso ningún problema a tomárselo del tirón. Y el resto de bebidas se dejaban beber. La verdad es que tampoco se podía quejar, era el único sitio que había visto abierto y a unas horas bastante peculiares, así que al menos tenían desayuno.

Cuando terminaron de desayunar, Octojin se ofreció a la sirena que fuera ella primero a la ducha, seguro que le apetecía terminar de despejarse y empezar el día completamente relajada. Mientras Asradi se duchaba, Octojin empezó a recoger los restos del desayuno con meticulosidad. Abrió una bolsa de basura y fue metiendo los cartones de los sándwiches y las bebidas. La verdad es que habían comido bastante, así que tendrían bastantes fuerzas para el devenir del día. Los sándwiches eran el típico plato que comías sin pensar y sin contar, y probablemente si hubiese más, hubieran tomado más aún.

Una vez acabó y le hizo un par de nudos a la bolsa, dejándola en la puerta, se apoyó en la pared que había entre lo que era el dormitorio y la ducha, deseando estar allí con ella.

— Sabes… eres la sirena más guapa que he visto nunca —dijo, con la voz algo más baja de lo normal, susurrando al aire pero con un tono que seguro que alcanzaría sus oídos—. Te quiero mucho, Asradi. Estos momentos son los que hacen que la vida tenga sentido. No importa todo lo que hayamos pasado antes o lo que venga después. Esto nos da energía para afrontar lo que nos quieran lanzar.

Y es que era lo más sincero que podía decir. No pensaba absolutamente nada de lo que decía con aquella sirena, todo salía del fondo de su corazón. Cuando la miraba fijamente, sus ojos parecían hechizarle, y se veía soltando palabras que ni siquiera sabía que podían salir de su interior, o que no sabía que realmente sentía. Aquello era extraño para el escualo, que no tenía ni idea de por qué su ser respondía así ante ella. Quizá era el amor, o la sensación de sentirse completamente entendido, sin ser juzgado por nada. O simplemente era Asradi, que había traído la luz a su vida.

Esperó con ansias que la sirena saliera de la ducha, sintiéndose más afortunado que nunca por tenerla a su lado. Estaba dispuesto a aprovechar cada segundo que pasaran juntos, sabiendo que esos momentos eran los que realmente le daban paz.

Cuando saliese, el tiburón no dudaría en agarrarla de la cintura y levantarla, dando unas cuantas vueltas sobre sí mismo, embriagado por aquella extraña energía que le invadía. Tras ello, la bajaría y la abrazaría en un tierno y sincero movimiento que duraría probablemente más segundos de los que debiera. Y volvería a susurrar, esta vez al borde de quebrarse.

— Ojalá no tuvieramos que despedirnos nunca.
#40
Tema cerrado 


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