
Sirius Herald
Eleos
12-02-2025, 06:08 PM
La plaza entera había enmudecido tras el estruendo y el caos. Volvería al suelo para revisar al conductor, que a mis pies, aún respiraba inconsciente, mientras yo intentaba mantener algún tipo de orden en medio de la polvareda y de los gritos que se alejaban. Sin embargo, una voz tan profunda como lastimada alcanzó mis oídos, y en mi pecho sentí un vuelco doloroso: era Zirko.
Cuando la encontré, estaba en el suelo, sollozando, con su gran lanzacohetes reposando a un lado. Su enorme figura, que minutos antes parecía dominarlo todo con aquella fuerza casi sobrehumana, me provocó en ese instante una pena indescriptible. Las lágrimas silenciosas que surcaban su rostro me partieron el alma. ¿Cómo hemos llegado a este punto? Observé al joven de cabello castaño acercándose sin decir palabra. Me inquietó su presencia, mas no di un paso para intervenir. Estaba tan absorto en la pesadumbre de Zirko que, por un instante, sentí que el tiempo volvía a detenerse, como si el Artífice hubiese contenido la respiración junto conmigo. El muchacho sostenía un globo rosa que, contra toda lógica, le ofreció a mi compañera con un gesto sencillo y sincero. Y entonces… algo en su mirar cambió. Una ternura, una llama de comprensión casi milagrosa. Sin esperar respuesta, le dejó el globo y se marchó, como si su única misión hubiera sido entregarle ese retazo de esperanza.
El brillo de aquel globo, que cambiaba de color, se reflejó en los ojos hinchados de Zirko. Por un breve y frágil instante, pensé que su abatimiento comenzaría a disiparse… pero luego la vi empuñar su arma. Se llevó el cañón a la altura del cuello, y mi corazón se encogió con tal fuerza que apenas encontré aire para gritar su nombre:
-¡ZIRKOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
No recuerdo haberme levantado con tanta urgencia ni haber dado aleteado tan fuerte en mi vida como ese mismo momento, incluso sentía como mis alas se tensaban e incluso dolían por el latigazo que había provocado el movimiento tan forzado, dispuestas a irrumpir la discreción si con ello conseguía salvarla. Pero antes de que pudiera lanzar ni un solo rezo, Zirko apretó el gatillo. Me congelé durante unos segundos, un latido tardó un milenio en sonar dentro de mi pecho. Y en lugar de una explosión... tan sólo brotó una flor ridícula que se desplegó con un chisporroteo inofensivo.
Lloré en silencio al verla tan rota, tan indefensa. Quise acercarme, consolarla, o al menos sujetarla de la mano y decirle que esto no tenía por qué acabar así. Pero antes de que mis sentidos reaccionaran, la vi dar unos pasos atrás, dejando caer su camisón de la Marina. Su piel comenzó a… cambiar, mimetizándose con el entorno hasta volverse casi invisible. Intenté llamarla por su nombre de nuevo
-¡Zirko, espera!
Fue inútil. La silueta gigantesca se difuminó ante mis ojos. Sólo la vi desvanecerse, como un espectro herido, sin una sola despedida ni posibilidad de seguirla. Allí, en el adoquinado polvoriento, quedó su ropa oficial, abandonada como testigo mudo de su partida.
Me quedé aturdido, con la mano alzada en un ademán inútil. Un escalofrío me recorrió la columna y tuve que hacer un esfuerzo inmenso para no derrumbarme yo también. Los restos del mercado, antes vivos y coloridos, yacían tan deshechos como mi ánimo. Las voces de los curiosos, del conductor herido, todo se fundió en un murmullo lejano que apenas podía descifrar.
-Artífice…-musité con la respiración entrecortada-danos la sabiduría para entender lo que no podemos cambiar… y la fuerza para remediar lo que aún es posible.
Volví a tomar aire, pasándome una mano temblorosa por el rostro mientras lagrimas frías se derramaban por mi rostro, pero... aún quedaban cosas por hacer. La gente huía con terror de nosotros. Teníamos a un hombre herido, quizás más testigos necesitaban nuestra ayuda. Y ahora, también debía encontrar la forma de buscar a Zirko. Al incorporar la mirada, distinguí los periódicos desperdigados cerca del sitio donde el joven castaño había estado. En sus titulares, acusaciones y reportes imposibles sobre Peter D. Parker. Me arrodillé para recoger uno, sintiendo el peso del desconcierto oprimirme el pecho: ¿Qué verdad se escondía tras todo este montaje?
Sin Zirko a mi lado, sentía que habíamos perdido un pilar fundamental, no sólo por su fuerza, sino por su corazón genuino, el mismo que anhelaba proteger a otros, incluso si a veces erraba en el método. Un dolor sordo se instaló en mi interior. Tuve que tragar saliva y alzar la cabeza, recordando a duras penas mi deber. -No dejaré que ninguna persona sufra más por su aspecto…-murmuré, pensando en Zirko, en Arthur, en Henry, y en este endiablado caso que nos desbordaba por todos lados. Con la mandíbula apretada, guardé los periódicos bajo mi brazo e intenté poner en orden mis prioridades: asistencia médica al conductor, seguridad de la zona, información clara para Arthur y Henry… y luego, ir tras las huellas de Zirko, con la esperanza de que aún quiera volver a nuestro lado. Mientras me giraba, sentí el leve roce de la brisa arrancándome un escalofrío y, por un segundo, tuve la impresión de ver una sombra inmensa mezclándose con la lejanía. No supe si era un espejismo… o si Zirko, en su angustia, había echado el último vistazo al caos que dejaba atrás. Guardé silencio. Quizás lo mejor sería orar por su regreso, dejándole el espacio que necesitaba.
Al cabo de unos instantes, respiré hondo, me puse en pie con la determinación de continuar. Quizá esto sea una prueba: la primera gran sacudida de los cimientos del Kaigekitai. Lo único cierto es que, si antes estaba todo confuso, ahora lo está el doble. Aun así, no voy a rendirme. La fe en el Artífice me ha enseñado que la luz siempre se abre paso, por más densa que sea la oscuridad. Lo mismo espero para Zirko, para mí… y para esta misión.
Cuando la encontré, estaba en el suelo, sollozando, con su gran lanzacohetes reposando a un lado. Su enorme figura, que minutos antes parecía dominarlo todo con aquella fuerza casi sobrehumana, me provocó en ese instante una pena indescriptible. Las lágrimas silenciosas que surcaban su rostro me partieron el alma. ¿Cómo hemos llegado a este punto? Observé al joven de cabello castaño acercándose sin decir palabra. Me inquietó su presencia, mas no di un paso para intervenir. Estaba tan absorto en la pesadumbre de Zirko que, por un instante, sentí que el tiempo volvía a detenerse, como si el Artífice hubiese contenido la respiración junto conmigo. El muchacho sostenía un globo rosa que, contra toda lógica, le ofreció a mi compañera con un gesto sencillo y sincero. Y entonces… algo en su mirar cambió. Una ternura, una llama de comprensión casi milagrosa. Sin esperar respuesta, le dejó el globo y se marchó, como si su única misión hubiera sido entregarle ese retazo de esperanza.
El brillo de aquel globo, que cambiaba de color, se reflejó en los ojos hinchados de Zirko. Por un breve y frágil instante, pensé que su abatimiento comenzaría a disiparse… pero luego la vi empuñar su arma. Se llevó el cañón a la altura del cuello, y mi corazón se encogió con tal fuerza que apenas encontré aire para gritar su nombre:
-¡ZIRKOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
No recuerdo haberme levantado con tanta urgencia ni haber dado aleteado tan fuerte en mi vida como ese mismo momento, incluso sentía como mis alas se tensaban e incluso dolían por el latigazo que había provocado el movimiento tan forzado, dispuestas a irrumpir la discreción si con ello conseguía salvarla. Pero antes de que pudiera lanzar ni un solo rezo, Zirko apretó el gatillo. Me congelé durante unos segundos, un latido tardó un milenio en sonar dentro de mi pecho. Y en lugar de una explosión... tan sólo brotó una flor ridícula que se desplegó con un chisporroteo inofensivo.
Lloré en silencio al verla tan rota, tan indefensa. Quise acercarme, consolarla, o al menos sujetarla de la mano y decirle que esto no tenía por qué acabar así. Pero antes de que mis sentidos reaccionaran, la vi dar unos pasos atrás, dejando caer su camisón de la Marina. Su piel comenzó a… cambiar, mimetizándose con el entorno hasta volverse casi invisible. Intenté llamarla por su nombre de nuevo
-¡Zirko, espera!
Fue inútil. La silueta gigantesca se difuminó ante mis ojos. Sólo la vi desvanecerse, como un espectro herido, sin una sola despedida ni posibilidad de seguirla. Allí, en el adoquinado polvoriento, quedó su ropa oficial, abandonada como testigo mudo de su partida.
Me quedé aturdido, con la mano alzada en un ademán inútil. Un escalofrío me recorrió la columna y tuve que hacer un esfuerzo inmenso para no derrumbarme yo también. Los restos del mercado, antes vivos y coloridos, yacían tan deshechos como mi ánimo. Las voces de los curiosos, del conductor herido, todo se fundió en un murmullo lejano que apenas podía descifrar.
-Artífice…-musité con la respiración entrecortada-danos la sabiduría para entender lo que no podemos cambiar… y la fuerza para remediar lo que aún es posible.
Volví a tomar aire, pasándome una mano temblorosa por el rostro mientras lagrimas frías se derramaban por mi rostro, pero... aún quedaban cosas por hacer. La gente huía con terror de nosotros. Teníamos a un hombre herido, quizás más testigos necesitaban nuestra ayuda. Y ahora, también debía encontrar la forma de buscar a Zirko. Al incorporar la mirada, distinguí los periódicos desperdigados cerca del sitio donde el joven castaño había estado. En sus titulares, acusaciones y reportes imposibles sobre Peter D. Parker. Me arrodillé para recoger uno, sintiendo el peso del desconcierto oprimirme el pecho: ¿Qué verdad se escondía tras todo este montaje?
Sin Zirko a mi lado, sentía que habíamos perdido un pilar fundamental, no sólo por su fuerza, sino por su corazón genuino, el mismo que anhelaba proteger a otros, incluso si a veces erraba en el método. Un dolor sordo se instaló en mi interior. Tuve que tragar saliva y alzar la cabeza, recordando a duras penas mi deber. -No dejaré que ninguna persona sufra más por su aspecto…-murmuré, pensando en Zirko, en Arthur, en Henry, y en este endiablado caso que nos desbordaba por todos lados. Con la mandíbula apretada, guardé los periódicos bajo mi brazo e intenté poner en orden mis prioridades: asistencia médica al conductor, seguridad de la zona, información clara para Arthur y Henry… y luego, ir tras las huellas de Zirko, con la esperanza de que aún quiera volver a nuestro lado. Mientras me giraba, sentí el leve roce de la brisa arrancándome un escalofrío y, por un segundo, tuve la impresión de ver una sombra inmensa mezclándose con la lejanía. No supe si era un espejismo… o si Zirko, en su angustia, había echado el último vistazo al caos que dejaba atrás. Guardé silencio. Quizás lo mejor sería orar por su regreso, dejándole el espacio que necesitaba.
Al cabo de unos instantes, respiré hondo, me puse en pie con la determinación de continuar. Quizá esto sea una prueba: la primera gran sacudida de los cimientos del Kaigekitai. Lo único cierto es que, si antes estaba todo confuso, ahora lo está el doble. Aun así, no voy a rendirme. La fe en el Artífice me ha enseñado que la luz siempre se abre paso, por más densa que sea la oscuridad. Lo mismo espero para Zirko, para mí… y para esta misión.